jueves, noviembre 13, 2008

Mito de la la nación costarricense . Víctor Hugo Acuña Ortega


Mito de la la nación costarricense

Víctor Hugo Acuña Ortega
Publicado sección Ancora, Nación Digital, Domingo 8 de abril 2001



En vísperas de la Primera Guerra Mundial, parece culminar con éxito la primera etapa de invención de la nación costarricense. La nación ha sido construida desde arriba, esencialmente por políticos e intelectuales del estado liberal, en las últimas décadas del siglo XIX, aunque algunos de sus atributos ya habían sido señalados poco después de la Independencia, cuando la antigua provincia colonial aún no estaba segura que podía o quería ser una nación.

Liturgia de la patria

La nación llamada Costa Rica, forjada en el espejo de los otros países centroamericanos, presentaba las siguientes señas de identidad en aquel momento: la homogeneidad racial, es decir, una población mayoritariamente blanca, de cepa hispánica o europea y la buena distribución de la propiedad de la tierra; tenía más maestros que soldados; era civilista y democrática y amante de las leyes y el orden. Costa Rica se sentía segura de sí misma; marchaba por la vía del progreso y había dejado atrás la experiencia colonial, era de atraso y de tiempos oscuros. En esta nación, tan distinta, por no decir superior, de sus vecinos cercanos, aún persistía, como eco lejano, el ideal de la unión centroamericana.

El protagonista de este proceso de invención nacional había sido el Estado y su principal instrumento, la educación primaria, que se había ido extendiendo, sobre todo en el Valle Central. En las escuelas se elaboraba y se practicaba la liturgia de la patria: himno nacional, cantos escolares y ceremonial cívico. También desde la escuela se difundía una cierta visión de la historia del país, canonizada en la Cartilla Histórica de Fernández Guardia, cuya primera edición data de 1909. Además, otras instituciones públicas, fundadas a fines del siglo XIX, pretendían hacer tangible la identidad nacional costarricense: el Archivo, la Biblioteca, el Museo, el Teatro y el Héroe, nacionales, todos.

Esta fue la época de nacimiento de una cultura nacional costarricense, especialmente en el campo de la literatura y de las artes. La nación se convirtió en el nuevo horizonte identitario, pero las polémicas literarias entre "nacionalistas" y extranjerizantes mostraron que la nación aún no había alcanzado el carácter de valor absoluto. Las elites vivían alienadas de su entorno histórico-cultural suspirando por París, y su compromiso con la creación de una cultura nacional era más bien ambiguo. Tal vez creían que la originalidad de Costa Rica radicaba en su sistema político y en las formas de relación entre sus grupos sociales, la llamada convivencia pacífica costarricense, antes que en sus modestas producciones literarias o artísticas.

El interés por lo vernáculo era aún embrionario y era más bien propio de grupos de intelectuales salidos de las clases medias en formación. La literatura costarricense del periodo es nacional por su intención y temática, pero no es seguro que sea nacional por sus lectores. Ni las elites ni menos el pueblo leyeron mucho a los autores nacionales en la primera mitad del siglo XX.

Dentro de la masa de la población, los obreros y artesanos urbanos y los pequeños productores de café, grupos sociales principalmente asentados en el Valle Central, fueron los primeros receptores y trasmisores de la nación propagandizada por los liberales. Posiblemente, hacia 1914, la población de las ciudades principales, ya había asimilado los mitos nacionales costarricenses, aunque recién apenas empezaba a cantar el actual himno nacional.

Vallecentralismo

En términos de su implantación territorial, se puede asegurar que la nación costarricense estaba integrada por las poblaciones del Valle Central. Es posible que también fueran costarricenses, en su conciencia de pertenencia, las comunidades rurales aparecidas en los frentes pioneros de colonización en San Carlos, Turrialba, Dota y El General. No es seguro que los pobladores de la provincia de Guanacaste se consideraran costarricenses, salvo sus elites.

Se podría proponer que había sentido de pertenencia a la nación allí donde el Estado afirmaba de manera efectiva su presencia, tanto por medio de la escuela como por medio de la policía, y donde había inmigrantes procedentes de los asentamientos más antiguos del Valle Central. El límite más visible del proyecto nacional era el enclave instalado por la UFCO en el Caribe costarricense y la provincia de Limón era un abigarrado mundo de relaciones interétnicas dominado por la presencia de una población afroantillana.

Al fin de la Primera Guerra Mundial, que coincide con la caída de la dictadura de los hermanos Tinoco, surgieron una serie de disputas en la sociedad costarricense alrededor de la idea de nación. Distintos críticos mostraron sus límites culturales y sociales y la reducida soberanía efectiva del estado costarricense frente al poderío de los Estados Unidos y del capital extranjero. No obstante, hay que advertir que las disputas ocurrieron dentro de la perspectiva de una ampliación social y cultural de la nación. Aquellos que se consideraban excluidos no aspiraban a tener su propia nación, sino a ser a incluidos en la nación llamada Costa Rica.

Este fue el caso del movimiento de Dr. Vargas en Guanacaste de las décadas de 1930 y 1940, cuya pretensión no era la secesión de esa provincia, sino su integración a la nación costarricense. De igual manera, la población negra limonense, tras el éxodo hacia Panamá a fines de la década de 1930, deseaba ser parte integrante del estado y la nación costarricenses. Estas aspiraciones de las regiones periféricas no serán realidad durante la primera mitad del siglo XX. Este será uno de los logros del estado interventor costarricense. En cuanto a las poblaciones indígenas ubicadas al sur y al norte del país, parece prudente pensar que solo hasta bien entrado el siglo XX empezaron a sentirse partícipes de la nación.

Nueva etapa de invención nacional

Es posible que a medida que avanzó el siglo XX, la construcción y propagandización de la idea nacional ya no dependió tanto del estado, el cual encontró el relevo en organismos de la sociedad civil como la prensa y diversos tipos de agrupaciones, como las sociedades de trabajadores. A partir de la década de 1930 la radio cumplió también un papel importante en la integración nacional. De todos modos, el desarrollo de la identidad nacional y los debates alrededor de ella fueron inseparables de la conversión de la política electoral en política de masas, sobre todo a partir de la década de 1920. En los años cuarentas, el conflicto político adquirió una dimensión de disputas callejeras de masas.

De todos modos, las críticas más fuertes a la idea nacional costarricense serán más bien de tipo económico y social. En efecto, en las décadas de 1920, 1930 y 1940 surgieron discursos desde abajo sobre la identidad costarricense formulados por intelectuales críticos del orden liberal e influidos por las doctrinas arielistas, antiimperialistas y nacionalistas difundidas en América Latina después de 1900, y por círculos de obreros y artesanos que experimentaron un proceso de radicalización, influidos por ideas socialistas, anarquistas y comunistas.

La percepción de la nación amenazada por agentes externos se convirtió en terreno de disputa ideológica: para unos, lo antinacional eran las ideas exóticas y radicales y, para otros, el capital extranjero y la expansión de los Estados Unidos. Estas disputas alrededor de la redefinición de la nación fueron una de las fuentes de los conflictos de la década de 1940. El mejor ejemplo de estas querellas se encuentra en la situación de los comunistas. Para sus adversarios, eran enemigos de la nación porque seguían ideas exóticas y formaban parte de un movimiento de carácter internacional; por su parte, los comunistas se consideraban auténticos defensores de la patria, por luchar contra el imperialismo.

En medio de los conflictos de la década de 1940 y a pesar del nacimiento de una literatura de denuncia social, los mitos de la nación costarricense heredados de los liberales fueron renovados. En esta década, intelectuales como Carlos Monge, Rodrigo Facio y Luis Barahona hurgarán en el "alma costarricense". En esta nueva etapa de invención nacional se idealizará el pasado colonial, algo inconcebible hacia 1914, y se dará la voz de alerta ante la decadencia de la pequeña propiedad. No es un azar si en los años cuarentas se insistirá en la democracia como rasgo definitorio de la nacionalidad, democracia que, al igual que la pequeña propiedad cafetalera, se encontraba en peligro: cada una de las fuerzas en pugna interpretará estas amenazas a su manera. Empero, resulta interesante ver que tanto en el "comunismo a la tica" de Manuel Mora como en el "liberalismo constructivo" de Rodrigo Facio había una idea de continuidad y un fundamento común: la peculiaridad costarricense.

Así, a pesar de los graves conflictos políticos e ideológicos, la década de 1940 legó una serie de mitos sobre la identidad nacional costarricense que han pervivido hasta hace poco tiempo:

Costa Rica es un país democrático.

  • los pequeños productores de café son el
    fundamento de la nación.

  • la visión idílica de la etapa colonial, la
    "democracia rural".

  • la idea de lo genuino costarricense como el
    término "medio"

  • el individualismo como consustancial con el
    "alma nacional"

  • el Valle Central como cuna de la nación y como
    ideal del modo de ser nacional.

  • Costa Rica como un país, para emplear palabras
    de Rodrigo Facio escritas en 1942, con una "com
    posición étnica, blanca y homogénea".

    Es posible que este consenso dominante en torno del imaginario nacional ayude a entender el carácter no tan severo de la fractura provocada por la guerra civil de 1948 y la formulación de una especie de unidad nacional en la mejor época del estado interventor entre 1960 y 1970.

    Las imágenes de lo nacional de aquellos años hoy ya parecen gastadas o superadas. Costa Rica pretende hoy definirse como país multiétnico, ecológico y tecnológico. No obstante, en la situación actual, distintos sectores de la población parecen estar alienados del imaginario nacional, en especial los jóvenes, y habría que ver si lo único nacional intensamente vivido son los avatares de la selección nacional de futbol o los prejuicios compartidos contra los inmigrantes nicaragüenses. En suma, vivimos una época en que el país experimenta una necesidad intensa de repensar y reconstruir el imaginario de la nación, lo cual requiere –antes que un nuevo ceremonial– un nuevo pacto social.

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