miércoles, septiembre 30, 2009

Murió el historiador uruguayo José Pedro Barran, experto en historia del control social y la la medicalización de la sociedad

MURIO JOSE PEDRO BARRAN


 




Posted by admin On Septiembre - 11 - 2009
tomado de  http://psicosesion.com/?p=677

El historiador José Pedro Barrán murió este viernes 11 de setiembre a los 75 años. José Pedro Barrán nació en 1934, investigador y docente de Historia egresado del Instituto de Profesores Artigas. Destituido de su cargo en época dictatorial en la vuelta a la democracia es nombrado, director del Departamento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. El 5 de agosto del 2009 hace apenas un mes recibió el Premio Nacional a la Labor Intelectual. Pero más allá de su trayectoria académica por demás destacada, José Pedro Barrán mediante sus investigaciones e interpretaciones, nos dio a conocer otra historia, la verdadera historia, la de las relaciones humanas, las emociones, la sexualidad, la intimidad, las alegrías, las tristezas y la muerte. Su obra da cuenta de un minucioso proceso de investigación y desarrollo crítico. En 1964 publica las Bases económicas de la revolución artiguista, En “Intimidad, divorcio y nueva moral en el Uruguay del 900″, Barrán se centra en el ámbito privado de la sociedad uruguaya de comienzos del siglo XX, el que más adelante complementa en dos de sus grandes producciones Historia de la sensibilidad y Medicina y sociedad en el Uruguay del Novecientos, José Pedro Barrán nos invita a un viaje por el siglo XIX y las primeras décadas del XX recuperando la memoria colectiva de una época donde se comenzaron a gestar grandes cambios. Lo valioso se encuentra en esas pequeñas historias, que hacen a la gran Historia, la Historia de un país en un período histórico determinado en un contexto político y económico complejo. En la “Medicalización de la sociedad Barran junto otros investigadores realizan un aporte crítico y del proceso de medicalización que vivió la sociedad uruguaya a partir del 1900. Allí podemos ver la diferencia entre el hombre siglo XIX y el hombre del siglo XX con respecto a sus concepciones de la enfermedad, la vida y la muerte. Para el hombre del siglo XIX la enfermedad; el dolor físico era algo natural, era parte de la vida. Todos tenían algo que aportar en lo que hace a la sanación y el propio individuo era quien decidía sobre su propio cuerpo eligiendo sus propias medicinas A finales de siglo por el 1875 nace junto a un modelo de país industrial dirigido por la burguesía, la facultad de Medicina Así comienza el disciplinamiento de los cuerpos de la mano de la posición dominante que ha tenido la medicina que niega o desconoce otros saberes, otros aportes que permitan una comprensión diferente de la enfermedad, de la vida, de la muerte, desconociendo aún el propio dolor del sufriente. Barrán y Nahum publicaron entre 1967 y 1978 los siete tomos de la Historia rural del Uruguay moderno. Su interés por el período del 900 no fue casual, Barrán investigó las estructuras sociales y económicas, de un Uruguay en pleno proceso de modernización y cambios llevados adelante por las concepciones batllistas.
José Pedro Barrán nos brindó otra mirada de la historia…en sus investigaciones es donde está el verdadero conocimiento, el de la vida cotidiana del hombre, en un contexto que no le es ajeno sino que forma parte de su subjetividad, de su ser y estar en un determinado tiempo y lugar del mundo.

Popularity: 3% [?]

martes, septiembre 15, 2009

Entrevista a Heriberto Cairo Carou

A FONDO: HERIBERTO CAIRO CAROU: HISTORIADOR

"Después de Malvinas cambia el modo de pensar y hacer la guerra"
tomado de www.clarin.com/.../zona/2007/07/01/z-04015.htm



Fabián Bosoer.
fbosoer@clarin.com



Con la guerra en el Atlántico Sur se terminan ciertos nacionalismos y la complacencia frente a la solución bélica. Ni la idea de soberanía ni las estrategias militares y mediáticas serán ya las mismas.

Da la estampa del escritor español del Siglo de Oro; uno puede imaginarlo también discurriendo de filosofía, política o narrativa en las agitadas tertulias de la España republicana pre-guerra civil. Heriberto Cairo Carou, gallego nacido en Lugo, es catedrático en la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es profesor titular de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Desarrolla sus investigaciones en el campo de la geografía política, con especial énfasis en el estudio de la geopolítica de la guerra y la paz, las identidades políticas e ideologías territoriales y las fronteras. Dirige una colección sobre geopolítica crítica y escribió numerosos libros sobre el tema, entre ellos "Malvinas: La construcción social del conflicto territorial argentino-británico", editado en España y citado en la fundamentación de la ley aprobada recientemente en el Congreso que le otorgó una pensión vitalicia a los ex combatientes argentinos.

Recibe a Clarín en su oficina de la Universidad, en el campus de Somosaguas en las afueras de Madrid, y se sumerge en el tema que lo ocupa, recordando la necedad de todas las guerras, aun las consideradas justas. "Mi padre entró en Guernica -dice- pocas horas después del bombardeo. Fue de las pocas cosas que me refirió de una guerra que prefería olvidar, como casi todos los que se quedaron. Por lo que me contó, el cuadro de Picasso se queda corto a la hora de reflejar el horror que encontró. No hay buenos y malos en los bandos de una guerra, sólo los que matan y los que sufren la carnicería".


¿Qué hace de la guerra de Malvinas un conflicto tan especial para los estudiosos de la historia militar del siglo XX?

Por empezar, es un dato que Malvinas no es uno más de los tantos conflictos que se desarrollaron en el siglo XX sino que forma parte de una transición entre lo que la politóloga Mary Kaldor denomina distintos "modos de hacer la guerra". Esto es, entre la etapa que incluye la Segunda Guerra Mundial, las guerras de Corea, Vietnam y Camboya, etc. -que se puede calificar como de guerra industrializada y de masas- y otra etapa que algunos autores denominan guerra posindustrial, "de espectáculo deportivo". Esta última va a estar muy influida por la revolución tecnológica en los asuntos militares y por la televisión: fuerzas mucho más dispares, enfrentamientos entre norte-sur o centro-periferia, etc. En Malvinas, en síntesis, se anticiparon muchos aspectos de lo que serían las guerras y conflictos que vendrían luego.


Desde el punto de vista de la dinámica de los conflictos, ¿qué cambios se producen en concreto a partir de la guerra de las Malvinas?

Comienza un estilo de campañas cortas, especialmente en el caso del Reino Unido, con ejércitos profesionales, en las cuales se emplean dotaciones de efectivos especializados, muy preparados y con objetivos bien concretos. Y también en el caso argentino, se suele hacer hincapié en el papel destacado que tuvieron las fuerzas aéreas. El ejército de conscriptos enviado a las Islas desempeña una resistencia muy fuerte y valerosa, pero quedan abandonados a su suerte frente al ejército profesional británico.


¿En este sentido, también encajaría en ese nuevo modelo...?

Así es, y la guerra se define a partir del poderío naval de la marina británica; cuando ésta se desplegó hacia las Islas, no pudieron detenerla los cazas argentinos, la Fuerza Aérea ni la marina argentina, que después del desastre del Crucero General Belgrano desaparece del escenario. El viejo ejército territorial muestra su absoluta inutilidad. Tuvo sus casos de heroísmo y otros, como el del capitán Astiz, de cobardía absoluta.


¿Fue un conflicto movido puramente por el nacionalismo o por cálculos más pragmáticos de ambas partes?

También en este sentido, después de Malvinas cambia el modo de pensar y hacer la guerra. Las guerras empiezan a dejar de ser la máxima exaltación de las manifestaciones patrióticas y del choque entre dos nacionalismos. Tanto en Argentina como en el Reino Unido, la guerra fue vivida en términos de nacionalismo: no hubo una resistencia notable en ninguno de los dos países, mientras que las campañas que se iniciarán posteriormente van a contar con cierta resistencia interna. Así ocurrió con la Guerra del Golfo en los EE.UU. y en Europa, y con las guerras actuales en Irak y Afganistán. En Malvinas -se ha visto en estas evocaciones del cuarto de siglo- se despiden dos formas de nacionalismo territorial, el inglés y el argentino, que encontraron allí su demostración bélica final.


¿No se sigue utilizando el espíritu nacionalista como principal justificativo para las guerras?

No es que los británicos sean hoy menos nacionalistas; es que las guerras en las que participaron luego no tuvieron ese tan fuerte sesgo patriótico y nacionalista.


¿Cómo se combina esto con lo que usted llamó "guerra de espectáculo deportivo"?

Las guerras de "espectáculo deportivo" implican, por supuesto, la participación de la gente, pero de una forma muy diferente a cómo lo hacía en los modos de guerra moderna tradicional.

Ya no es necesario que batallones de ciudadanos-soldados mueran en las trincheras, ahora ciudadanos-espectadores celebran la precisión y el poderío de su "equipo" en estas supuestas "guerras sin-bajas".


¿Respecto del estado actual del conflicto por las islas del Atlántico Sur, ve hoy alguna forma de revertir el bloqueo de toda vía de negociación con la Argentina por parte de Gran Bretaña?

No digo nada nuevo, pero es evidente que Galtieri le hizo el más grande regalo, que no creo que jamás soñaran, a los habitantes de las Malvinas: legitimar su presencia mientras ellos quisieran. Y este parece un dato poco menos que incontrastable e irreversible. Por otro lado, les regaló el hacerlas una colonia viable, un territorio con uno de los PBI y de las rentas per cápita más altas del planeta. La situación de los kelpers antes del 82, comparada con la de ahora, muestra dos mundos completamente diferentes. Todos los censos, desde el 82, van mostrando un aumento de la población... sumado a la base militar allí instalada.

¿Si tuviera que sintetizar las enseñanzas que dejó esa guerra...?

Quizá, que el mundo definido por la soberanía de los territorios y los Estados, aunque exista, mira más hacia el pasado que hacia el futuro. Sería importante entender que no necesariamente tenemos que compartir ideas post-soberanistas sobre la política internacional, pero sí sería conveniente entender que ya se han producido transformaciones importantes y que en los próximos años se van a producir otras todavía más fuertes. Frente a eso deberíamos intentar presentar -y optar por- nuevas fórmulas. Luego, en segundo lugar, queda la enseñanza de que las soluciones rápidas, que suelen ir acompañadas de violencia o capacidad de ejecución inmediata, son malas consejeras, y que se pueden volver un búmeran, como lo vemos claramente en Irak y Afganistán. Está cada vez más claro, si es que alguna vez alguien pensó que la guerra podía ser una solución, que no lo es.


¿Es posible pensar en una geopolítica de la paz de una manera diferente a la concebida por el realismo clásico: "prepararse para la guerra"?

La paz no puede entenderse como la ausencia de guerra declarada, ni siquiera como la ausencia de todo tipo de violencia; debe comprender también las acciones necesarias para construir la paz. Entre éstas últimas, se incluyen geoestrategias orientadas hacia la superación de la violencia, es decir, medidas que contribuyan a establecer estructuras geográfico-políticas que, con diverso alcance, no favorezcan el conflicto y promuevan la cooperación.


¿Por ejemplo?

A la hora de la elaboración de geoestrategias de paz, podemos distinguir entre las que se centran en la paz como fenómeno de corta, mediana o larga duración. Las primeras serían estrategias geográficas para la resolución de conflictos concretos; por ejemplo, la partición de un territorio disputado o el establecimiento de un nuevo trazado de las fronteras entre Estados o dentro de estos. Las segundas serían formas de organización del espacio que, dentro de la actual estructura geográfico-política global, reducen las posibilidades de conflicto, como las Zonas Desnuclearizadas y las Zonas de Paz. Y las últimas estarían constituidas por diversas opciones para superar las estructuras espaciales en las que en la actualidad se generan los conflictos.


¿No afecta esto reivindicaciones soberanas de los países menos fuertes?

Puede ser que sí o que no. Serían ejercicios de "evasión de la soberanía" que ponen en cuestión el monopolio estatal sobre los símbolos y las prácticas de la soberanía territorial. No implican necesariamente la extinción del Estado territorial, aunque fomentan dos principios: la civilización global, de contornos necesariamente indefinidos, y la desmitificación de la soberanía territorial, del espacio rígidamente segmentado que corresponde a los territorios de los Estados-nación.


Copyright Clarín, 2007.

domingo, septiembre 06, 2009

Entrevista al historiador Howard Zinn "Me gustaría que Obama escuchara a MLK"


Martes 21 de Julio de 2009
Howard Zinn
"Me gustaría que Obama escuchara a MLK"
por Amy Goodman (Democracy Now) / Fotos: Gentileza Ediciones Siglo XXI

Autor del ya clásico libro A People´s History of the United States –publicado en español por Ediciones Siglo XXI bajo el título La otra historia de los Estados Unidos–, Howard Zinn es uno de los analistas más lúcidos de la sociedad y la historia estadounidenses. Aquí, enfoca temas como la política exterior del presidente Barack Obama y su visión de la historia de Estados Unidos. Zinn también comenta sobre el estreno en History Channel de un documental titulado The People Speak, que está basado en la lectura de pasajes de su libro A People´s History… por actores como Matt Damon, Josh Brolin, Viggo Mortensen, Danny Glover, Marisa Tomei y Don Cheadle.

Howard Zinn es uno de los más célebres historiadores de Estados Unidos. Su trabajo clásico, La otra historia de los Estados Unidos, ha cambiado la manera en que muchos miran la historia de la nación norteamericana. Publicada por primera vez hace un cuarto de siglo, el libro ha vendido más de un millón de copias y lo sigue haciendo hoy en día. Después de haber trabajado como astillero y luego como bombardero de la Fuerza Aérea en la Segunda Guerra Mundial, Zinn pasó a ser un disidente y activista de la paz por vida. Fue a la universidad gracias a un proyecto de ley para el soldado (the GI Hill) y logró doctorarse en Columbia.


Enseñó en Spellman College, escuela predominantemente para mujeres negras en Atlanta, de la cual fue despedido por apoyar los derechos civiles de las mujeres. Hoy es profesor honorario en la universidad de Boston y recientemente fue honrado por Spellman College. Además, ha recibido los premios Thomas Merton, Eugene V. Debs, Upton Sinclair y Lanzan Literary.


En estos días se estrenó en History Channel un documental titulado The People Speak, que está basado en la lectura de pasajes de su libro La otra historia de los Estados Unidos. Está codirigido por Howard Zinn, Anthony Arnove y Chris Moore. Y muestra dramáticos momentos de la historia de Estados Unidos con las actuaciones de los actores Matt Damon, Josh Brolin, Viggo Mortensen, Marissa Tomei, Don Cheadle, Jasmine Guy y Kerry Washington, y los músicos Bruce Springsteen, Eddie Vedder y John Legend.


AM: La otra historia de los Estados Unidos es un libro notable. ¿Cuál fue el enfoque que privilegió en su momento?
HOWARD ZINN: La idea de La otra historia… era ir más allá de lo que la gente ha aprendido en la escuela, y que es ver la historia a través de los ojos de los presidentes, los generales en las batallas de la Guerra Civil… Mi intención fue conocer la historia a través de las voces del pueblo, de la gente común, los disidentes, los rebeldes, las mujeres, los negros, los inmigrantes, los socialistas, los anarquistas y los agitadores de todo tipo. En la nueva edición de La otra historia… pero enfocada para jóvenes –adaptada por Rebecca Stefoff–, con Anthony Arnove decidimos juntar 200 documentos que son las memorias y reminiscencias de personas que se oponían al establishment. Contamos, por ejemplo, con la historia de una mujer negra que creció en un Sur segregado, en una escuela segregada, donde tenía que caminar por un patio de recreo sólo para blancos y que cuando quiso subirse a las hamacas no se lo permitieron por el color de su piel. Al entrar a la escuela se negó a cantar el Himno y al preguntarle por qué no cantaba, ella contestó que “Mientras no pueda subirme a las hamacas, no existe la libertad ni la justicia para todos”. Ese es uno de los pasajes del libro. Gente que fue tratada injustamente. No presentamos la historia de la persecución sino la historia de gente que peleó y se defendió. Y queremos darles a los norteamericanos una historia donde se demuestra que es posible pelear y defenderse, que no debes depender de un presidente, del Congreso y de la Corte Suprema. En realidad, mejor no depender de ellos ya que no van a resolver ningún problema fundamental de nuestra sociedad. Sólo podremos lograrlo si nos organizamos, actuamos y protestamos. Y es por eso que estamos tratando de energizar al pueblo, enseñándole una historia que es provocativa e inspirativa.


AM: Usted escribió en la introducción de La otra historia de los Estados Unidos para jóvenes: “A través de los años, algunas personas me han preguntado: ¿Cree usted que su historia, que es radicalmente diferente de la historia que se enseña en Estados Unidos, es adecuada para la gente joven? ¿No crearía desilusión en el país? ¿Le parece bien sabotear a los héroes nacionales como Cristóbal Colón, Andrew Jackson o Theodore Roosevelt?”.
H.Z.: Sí, es verdad que la gente hace esa pregunta reiteradamente. ¿Deberíamos decirles a los niños que Colón, a quien conocen como un gran héroe, fue en realidad un asesino que mutilaba a los indios en busca de oro? ¿Deberíamos decirle a la gente que Theodore Roosevelt fue un belicista que amaba las hazañas militares y que felicitó a un militar que cometió masacres en las Filipinas? ¿Deberíamos contarles eso a los niños? Creo que la respuesta es que tenemos que ser honestos con la juventud. No debemos engañarlos. Debemos darles a los jóvenes la alternativa de tener nuevos héroes. En lugar de hablar sobre Theodore Roosevelt, contarles acerca de Mark Twain, al cual se conoce como el autor de Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Cuando vamos a las escuelas, no nos enseñan que él fue vicepresidente de la liga antiimperialista. No nos dicen que Mark Twain acusó a Theodore Roosevelt por las masacres en las Filipinas. Hay tantos otros héroes en la historia norteamericana. Hay tantas personas ocultas que no son conocidas. En este libro tenemos a una heroína que estaba sentada en la parte delantera de un bus y que se rehusó a moverse hacia la parte trasera, y eso fue antes de Rosa Parks. Si bien Rosa Parks se hizo famosa por haber sido arrestada por no haber querido levantarse de su asiento en un bus que ocasionó el gran movimiento del Montgomery Bus Boycott en el Sur, esta joven de quince años lo hizo primero. Queremos que la juventud conozca a toda esta gente oscura e inspirarlos a entender que hay otra manera de vivir.


AM: ¿Cuándo comprendió que había una historia que no se estaba contando?
H.Z.: Cuando comencé a enseñar en el Sur, me di cuenta de toda la historia afroamericana que se había dejado afuera de los libros. Cuando hice mi maestría en Columbia University, aprendí muy poca historia afroamericana. No hubo ningún escritor negro en la lista de libros que leímos. Pero cuando fui al Sur me empapé en la comunidad afroamericana y comencé a leer sobre escritores negros. Por ejemplo, el historiador Rayford Logan habla sobre la primera parte del siglo XX, la cual en la historia tradicional norteamericana se llama La Era Progresista. El explica que ésta fue la era donde se realizó el mayor linchamiento de negros. Por eso los historiadores debemos enseñar las cosas que no nos enseñaron en la clase de historia.


AM: Alice Walker habla sobre usted como su gran maestro en Spellman. Aunque lo honraron recientemente, ¿por qué en su momento no le renovaron el contrato?
H.Z.: Los alumnos de Spellman College se rebelaron en contra de la administración por las condiciones en que vivían, salieron a la calle, fueron arrestados y yo los apoyé en todo. Y por eso no me renovaron el contrato.


AM: El documental The People Speak está basado en la lectura de pasajes de su libro La otra historia de los Estados Unidos por varios actores. Danny Glover interpreta a John Lewis, congresista de Georgia. Dicen que su discurso no fue dado, ¿es verdad?
H.Z.: El discurso fue dado. Fue truncado y censurado. Sucedió que las partes militantes del discurso ofendieron y preocuparon a algunos líderes afroamericanos durante la marcha en Washington.


AM: Este fue el famoso discurso de Martin Luther King, I Have a Dream.
H.Z.: Sí, correcto. Ese fue el momento donde anunció su famoso discurso I Have a Dream y John Lewis estaba representando a la furiosa juventud del Sur y al Comité Estudiantil No Violento. Y su discurso fue revolucionario. La NAACP y la Liga Urbana pusieron presión para que el discurso no fuese de esa manera. En nuestro documental buscamos incluir esas partes que se obviaron durante la marcha en Washington.


AM: Durante La Convención Democrática en Denver, John Lewis fue honrado. Cuando el presidente Obama asumió le dio la mano a Lewis. El estaba en el escenario principal en el Capitolio. ¿Cuál es su opinión sobre el presidente Obama?
H.Z.: Me gustaría que el presidente Obama escuchara a Martin Luther King. Sé que le tiene un gran respeto al igual que todos nosotros. Pero debe pensar antes de mandar misiles a Pakistán, antes de estar de acuerdo con el excesivo presupuesto militar, antes de mandar tropas a Afganistán. Debería preguntarse qué haría y qué diría Martin Luther King. Y si escuchara a King, sería un presidente muy distinto al que estamos viendo. Debemos obligarlo a que no olvide su promesa de ser diferente, valiente y traer cambio a nuestro país. Por ahora no hemos visto su promesa.


AM: Cuando Obama se estaba presentando para presidente y le preguntaron a quién avalaría MLK, él contestó que a ninguno.
H.Z.: Sí, es verdad. Porque King creía que no se debe depender de presidentes o elecciones para resolver los problemas. La gente misma debe empujar al gobierno y al Congreso a cambiar, organizándose y demostrando su poder. Eso es lo que debemos hacer ahora con Obama. Tenemos que hacerle ver lo que él mismo dijo, que debemos cambiar la manera de pensar. La manera de pensar que nos llevó a Irak. El todavía no ha cambiado su manera de ver las cosas.


AM: ¿Cuál es la alternativa a la guerra con Afganistán y Pakistán?
H.Z.: La alternativa es mandar comida y medicamentos. Hablé con un taxista en Afganistán. Siempre entablo conversaciones con taxistas porque saben más que los comentaristas de noticias. El era de Afganistán y le pregunté qué opinaba de la política de Obama de mandar más tropas a Afganistán. En ningún momento le indiqué cuál era mi posición al respecto y me contestó que no necesitan más tropas, que lo que necesitan es comida y medicamentos. Debemos dejar de pensar que la única respuesta para los problemas que enfrenta el mundo es a través de soluciones militares. Las soluciones que necesitamos son ocuparse del hambre y de las enfermedades. Eso es fundamental si quieres terminar con el terrorismo. Si deseamos poner fin al terrorismo, debemos dejar de ser terroristas.

Entrevista con Howard Zinn




An idea that can bring us together
Interview with Howard Zinn
by Jason Francis


In an interview, author, historian, professor and playwright Howard Zinn discusses the need to promote cooperation, mutual understanding and sharing in solving the world's problems.


--------------------------------------------------------------------------------

Historian, playwright, professor and author of over 25 books, Howard Zinn has been a lifelong activist for peace and justice. His opposition to warfare developed after reflecting on his time spent in the US military during WWII. Later, he participated in the civil rights movement, serving as an advisor to the Student Nonviolent Coordinating Committee at Spelman College in Atlanta, Georgia. He is best known as author of A People’s History of the United States: 1492-Present (2005). His most recent book, A Power Governments Cannot Suppress (2007), is a collection of his published essays on such topics as history, class struggle, war and terrorism, justice and the impact made by ordinary citizens. Currently, Howard Zinn is professor emeritus at Boston University. Jason Francis interviewed him for Share International.



Share International: You say that America’s future is linked to an understanding of its past and that Americans would not be so eager to go to war if not for our “historical illiteracy”. What do Americans need to learn from our national as well as world history?

Howard Zinn: They need to learn the history of American foreign policy. They need to know that there’s been a persistent pattern of American expansionism from the earliest period on; from the time of the American Revolution to the expansion into the West in the 19th century; all through the 19th century, moving the indigenous people out of the plains of the West, committing massacres, pushing them farther and farther into smaller and smaller parts of the country and, essentially, taking their land from them – actually, something that we today would call ethnic cleansing. This is just barely mentioned in the history books, which reduce our relationship with the Indians to a few dramatic points: Custer’s last stand, Pocahontas. That very complex history of the American annihilation and expulsion of the Indians is lost.

There is the beginning of expansion overseas in 1898 in response to Spain’s occupation of Cuba, replaced by an American occupation of Cuba. The US took over Puerto Rico and the Philippines, and in the early 20th century there are the continual Marine invasions of Central America and the long occupations of Haiti and the Dominican Republic. After World War II, the US became the number one imperial power, replacing the imperial powers of the Middle East, the oil domination by England, the Dutch and French.

Now we’re fighting war after war – in Korea, Vietnam, Grenada, Panama, Afghanistan, Iraq – a whole series of wars after World War II. It is very important to understand we do not bring democracy or freedom to any of these countries that we occupied. We have brought misery and death to these people. We became a military superpower, not a humane superpower but a dominating superpower, setting up military bases in over 100 countries.

Knowledge of that history would have prepared the American public for President Bush’s insistence that we must go to war after September 2001 in order to make war on terror, in order to bring democracy to the Middle East. Knowing that history would have made the American public very skeptical of these claims that we would, by going to war, bring freedom and democracy to other parts of the world. That history of foreign policy is crucial to an understanding of American history which will prepare us for events today.

There are other parts of our history – the class struggles inside the United States, the domination of this country by business interests from the time of the framing of the Constitution to the present day. The importance of economic control in creating political control, the subjugation of the labor movement, the use of the government to break strikes, and the long history of labor struggles in this country against both corporate power and the government in order to win certain basic rights for working people – the eight-hour day, workman’s compensation, and a decent standard of living.

That part of our history, which tells something about class domination, is extremely important for people to understand; that behind the political struggles today are economic struggles. Behind the two-party domination of our politics is the fact that both parties are tied to corporate interests. The result is that we don’t have a genuine opposition party but instead have two parties that are basically beholden to the same financial interests, in contradistinction to the interests of most of the American people.



SI: What does history teach us about the power of unified peoples to bring about change even if it means challenging such seemingly insurmountable odds as the power of government and wealth?

HZ: That is a crucial part of learning history, to learn not only how we have been led into wars, nor how our foreign policy has been detrimental to us and other people, but learning how, at various times, the American people have resisted this combination. And that it is possible for citizens at certain points in history to organize social movements that will overcome the power of the government and the power of corporations.

The history of the labor movement isn’t just a history of defeat. It’s a history of very inspiring struggles by working people to win the eight-hour day, to organize unions, to challenge corporations. The history of the labor movement shows that it’s possible to face off against corporations that have enormous power and seem invulnerable, like General Motors and Ford and US Steel in the 1930s, which seemed absolutely impervious to change. Yet when they were faced with organized labor unions, with sit-down strikes, they had to give in – in spite of all their claims that they would never give in.

We have learned that black people in this country have at various times been able to organize movements that brought about very critical change. I’m thinking of the anti-slavery movement that took 30 years to develop, from the 1830s to 1860s, but that eventually became powerful enough to force Lincoln and the Congress to emancipate or partially emancipate slaves. It was only a partial emancipation, because blacks still remained subjugated in the South: It took another social movement in the 1950s and 1960s, which showed that it’s possible for apparently powerless people – if they organized and persisted, if they committed civil disobedience and were willing to go to prison and even get beaten and some killed – to develop power that would bring about fundamental change. That’s what happened in the south when black people got together in the Montgomery Bus Boycott, the sit-ins, the freedom rides, the demonstrations in Birmingham and Selma, Alabama, and other places. That brought about a really miraculous transformation.

We had the experience in the years of the Vietnam War, of an apparently tiny antiwar movement growing into a great antiwar movement. It caused the most powerful military nation in the world to yield, finally, and to call off the war, to withdraw from Vietnam in spite of all its claims that it would never withdraw, never give in. The antiwar movement was successful in doing that.

We’ve seen other victories by social movements. We’ve seen women organizing in the 1960s and 1970s, creating a feminist movement which has brought about a new consciousness of sexual equality in this country; also how disabled people were able to organize and finally get legislation that would give them certain rights. There is a history in this country of citizens at certain times getting together and managing to overcome the immense power of the government and wealthy interests.



SI: Do you see that taking place today with the situation in Afghanistan and Iraq?

HZ: It’s in an early stage; it hasn’t happened yet. If you look at all those movements and observe them at early stages, they look something like the antiwar movement today. They look as if people are beginning to speak up but they haven’t yet succeeded in changing policy. If you look at the antiwar movement against the Vietnam War in 1967 and 1968, it still looked as if it was not going to bring about anything.

Today, unfortunately, after four years of war in Iraq, the antiwar movement is only powerful enough to ensure the Democrats in Congress sponsor pitifully weak legislation calling for timetables. That will keep us in the war at least another year or two, and in the meantime give the government more funds for the war. I do see the antiwar movement today growing. But it has not grown fast enough or large enough yet to bring about change in policy.



SI: Could you discuss how your military service in the US Army Air Corps during World War II helped shape your opposition to war?

HZ: It was only after the war that I looked back on it and realized that war had corrupted my mind, as it did others’, as happens in wars. People get herded into a kind of collective mentality, where they don’t question what is going on, don’t question what they’re doing. That leads to atrocities, to bombings of civilians that took place in World War II – some of which I engaged in. I escaped the prison of the military and then looked back on the experience and began to think for myself. I learned about Hiroshima and Nagasaki and reflected on my own experiences. I looked around at the world and saw that even a so-called ‘good war’ had not really changed the world in a fundamental way after 50 million people were dead. So I came to the conclusion that war is futile and cannot be accepted.



SI: You say in your book: “At the core of unspeakable and unjustifiable acts of terrorism are justified grievances felt by millions of people who would not themselves engage in terrorism but from whose ranks violent desperation springs.” What are those grievances?

HZ: The grievance, for instance, that lies behind the acts of terrorism – whether the attacks of 9/11 or suicide bombers in the Middle East is an anger against foreign occupation. Robert Pape, a political scientist at the University of Chicago, did a study of suicide bombings, acts of terrorism, over a 20-year period all over the world, looking at perhaps 180 such acts of terrorism. He found that the common denominator was not religious fanaticism, or anything like that. The common denominator for all these actions, whether in Northern Ireland, Sri Lanka or the Palestinian territories, was anger against foreign occupation.

If we understood that in the United States, we would no longer support the Israeli occupation of the West Bank and Gaza, or support our occupation of Afghanistan and Iraq, or our military bases in Japan and other countries. It’s so important to understand the root of terrorism – the indignation that millions and millions of people feel, which drives a small fraction of them to fanatic acts.



SI: There have been many social movements around the world recently – indigenous and poor people who brought to power socialist leaders in several South American nations, as well as global protests due to the economic policies of the World Trade Organisation and, as we discussed, the embryonic movement against America’s Middle East policies. Do all of these movements share a commonality?

HZ: They do. It’s very important to know that there is a common interest that people have in countries all over the world – an interest that they have in common with one another and which separates them from the interests of their own governments. We live in a world that is divided by nationalism and national boundaries. These boundaries create an artificial unity among the people inside them. But it is artificial because the genuine interest is not of people within those boundaries. There is no genuine common interest within each country between the elites and the mass of people.

There is a common interest among people all over the world, who want to live in peace, who want economic equality, who want to solve problems that plague millions and millions of people. We all have a common interest across national borders, and the common interest comes out from time to time as it did on 15 February 2003, when 10 million people around the world demonstrated on one day against the impending US war in Iraq. And World Social Forums that have taken place with tens of thousands of people gathered from all around the world to declare common interests, like “a new world is possible”. What you were saying is very true: there is a kind of internationalism that is only embryonic. But I think that holds out hope for the future.



SI: Should there be an accepted universal standard of conduct when dealing with people in our nation and around the world, individually and collectively?

HZ: Yes, I think there should be a common and internationally recognized standard. We can find it in the Universal Declaration of Human Rights, which was adopted in 1948 by the United Nations. It says that every human being has a right to food, shelter, healthcare, and education, and to be free from war. Every person on Earth should have a certain basic standard of living that is guaranteed, which is possible because it is a wealthy world. It’s just that the wealth has been wasted, maldistributed. Everybody should have fundamental human rights, including the freedom of speech and freedom of the press, freedom of association, and the right to communicate with others on an equal basis, so that the media are not monopolized by a small number of wealthy people.



SI: What type of change is needed in our collective consciousness to bring about true and honest freedom and justice, which are needed to secure lasting peace?

HZ: Change in our thinking would consist of a rejection of nationalism, a rejection of the idea of national borders, boundaries, visas, passports and immigration quotas. A rejection of the idea that the world can be divided up into 100 or 200 different places, each with its own kind of fierce resentment of other people – a rejection of nationalism, a spirit of world solidarity. That is a fundamental change in our thinking.

The other change in our thinking is a rejection of violence as a solution to problems and the insistence that whatever problem there is in the world, even if it’s a tyrant somewhere oppressing people, the answer to tyranny, or whatever injustice is going on in the world, cannot be force, violence or war. We must seek imaginative, non-violent solutions to the problems that exist.



SI: You say that we risk becoming victims of the ‘War on Terror’ by simply criticizing it since it diverts our attention away from an idea that could unite us as surely as the fear of terrorism. What is the idea that could bring us together?

HZ: The idea that can bring us together is the common recognition that violence, war, militarism cannot solve any of the problems in the world. That we must turn away from violence and war, and use the wealth of the world to help people, to give people healthcare, education and cure sickness and give people places to live. That idea of a common interest, that idea of renouncing war and instead using the enormous wealth that’s been wasted on war to work with one another in the world and save the lives of millions and millions of people who now die of sickness and malnutrition – that fundamental idea can bring us together.

Information: www.howardzinn.org

From the May 2007 issue of Share International magazine.


--------------------------------------------------------------------------------
Jason Francis is a Share International co-worker based in Massachusetts, USA.

Entrevista con el historiador Daniel Kevles sobre la historia de la eugenesia en los Estados Unidos


The Great White Way: Daniel Kevles on the History of Eugenics in the US

Tomado de http://ftp.ibiblio.org/pub/electronic-publications/stay-free/archives/22/eugenics-daniel-kevles.html

Long before Adolf Hitler hit his stride, American activists worked to breed a better, whiter race. Historian Daniel Kevles discusses the U.S. eugenics movement, Fitter Families, and efforts to segregate, sterilize, and castrate the "unfit."

Interview by Carrie McLaren | Issue #22

Imagine yourself in the heart of Kansas, at the annual state fair, in 1928. Past the dunking booth and Ferris wheel, the stands selling corn dogs and cotton candy, farmers from around the state have gathered to show off the year's yields. Amid the horses, cattle, and hogs, a blue-eyed blonde family of four is displayed on an elevated platform. Over their heads is a large banner: fitter families contest.

Not unlike dog shows today, Fitter Family contests pitted American citizens against one another in a battle to determine whose facial characteristics, posture, health, and habits judges deemed the most fit. The winners were usually Aryans who, if not Christian themselves, could pass as models of godly living--which isn't to suggest that the contests were strictly a rural phenomenon. Fitter Family and similar contests were popular throughout the U.S., a visible face of a long-burgeoning movement that was quickly coming to a head: eugenics.

With roots reaching from the mid-1800s, eugenics was an attempt to apply science--in the form of Mendelian genetics--to improve the human race. Using Mendel's pea-plant experiments as a jumping-off point, eugenicists argued that society should consciously work to breed the best genetic traits in its citizens. There were two main approaches: positive eugenics encouraged persons with desirable traits to breed, and negative eugenics barred "undesirables" from breeding.

Though steeped in the kind of racist and anti-immigrant beliefs generally associated with right-wingers, eugenics ideas were at least as likely to be advocated by social radicals and progressive thinkers as by conservatives. Teddy Roosevelt, Franklin Delano Roosevelt, Oliver Wendell Holmes, Jr., Woodrow Wilson, H.G. Wells, Emma Goldman, and Margaret Sanger (the founder of Planned Parenthood) were among its fans. Some, like Sanger and the English critic Havelock Ellis, saw eugenics as a way to liberate women through its promotion of birth control. For those with socialist leanings, eugenics reflected a privileging of society's interests over those of the individual.

Perhaps the most surprising thing about eugenics was its widespread popularity among middle- and upper-class Americans. Popular literature from the late 1800s up through the 1930s was littered with eugenics-inspired language about bettering the human race. Although such language squarely fit progressive ideals at the time, some of the underlying mechanics were downright grisly.

[Images for this article are not online; to get the complete picture, you'll need to order our print magazine.]

Charles Davenport headed the eugenics movement in the U.S. with the Eugenics Record Office, a group funded largely with Rockefeller and Carnegie dollars. Davenport pushed negative eugenics remedies to prevent births among those deemed genetically undesirable (in order of priority): the "feebleminded," paupers, alcoholics, criminals, epileptics, the insane, the constitutionally weak, people predisposed to specific diseases, deformed persons, and those born deaf, blind, or mute.

Few of these problems could be scientifically tied to genes, of course, but Davenport was seldom troubled by such facts. The "feebleminded" diagnosis alone was so vague and elastic--applying to anyone deemed stupid or immoral--as to be meaningless. Nonetheless, Davenport and his cronies called for segregating, incarcerating, sterilizing, and castrating all such persons. (Why castration? Some eugenicists argued that, though sterilization prevented people from breeding, the operation would encourage the unfit to have more and more sex, and spread disease, once reproduction was no longer an issue. Castration, needless to say, solved that.)

Such harsh remedies were deemed necessary to prevent the unfit from polluting the gene pool and were surprisingly well-received by government officials. The U.S. Department of Agriculture was closely aligned with the American Breeders Association, a prominent supporter of eugenics. And in 1907, states began sterilizing citizens they considered a problem. Indiana was first, followed by Washington, Connecticut, Virginia, and California. Often surgery was performed without the victims' knowledge. Poor women admitted to a hospital for a minor illness might leave with their tubes tied, only to discover later that they couldn't get pregnant.

The vast majority of sterilizations were carried out on the underclass: poor people, immigrants, those in jails or public mental hospitals. (Delaware even managed to criminalize marriage between poor people!) Making matters worse, the institutions set up to serve these populations were in some cases the very forces that enslaved them. As Edwin Black notes in his book War Against the Weak, eugenics infected many reform movements, from child welfare to public health. The New York Bureau of Industries and Immigration was founded to help immigrants but employed investigators to screen out "defectives." The National Committee on Prison Labor expanded its mission to include documenting hereditary criminality. New York State's Commissioner of Public Health advocated a plan by Lucien Howe to investigate hereditary blindness. The investigation never happened, but if it had gone according to Howe's plan, the state would have ultimately rounded up blind people and imprisoned them, an effort to save taxpayers' money.

Men like Howe were eugenics extremists, but even he found some mainstream support. As a committee chair within the American Medical Association, Howe got the AMA to endorse a law that would allow taxpayers to issue injunctions against others' marriages if one person had eye defects--including nearsightedness.

And these are just the negative eugenics efforts! Attempts to push positive eugenic remedies were equally far-out, with calls for polygamy, systematic mating, and even marriage among cousins--all in an attempt to multiply desirable bloodlines. Some argued that the government should offer genetic superiors financial incentives to have children, a tactic later used by Nazi Germany. As one Dr. Sharp of Indiana Reformatory argued in 1902: "We make a choice of the best rams for our sheep…and keep the best dogs.… How careful then should we be in the begetting of children?"

According to Black, British eugenicists even argued that the military should issue eugenic stripes to the "meritorious wounded," presumably to "offset the injuries that might make such men less attractive to women." War was considered dysgenic--it killed off society's best. Eugenicists therefore opposed it. (By the same measure, eugenicists would have supported war today; today's military is disproportionately made up of ethnic minorities and immigrants, groups once widely considered to be genetically unfit.)

The eugenics movement finally started to crumble with the rise of Nazi Germany. Partly inspired by eugenics efforts in the United States, Hitler's government began a national program to round up and sterilize the unfit. Many leading eugenicists in the States watched in awe. A prominent Virginia doctor, dismayed at the rapid growth of undesirables, urged the state legislature to broaden its sterilization law by warning, "Hitler is beating us at our own game!" Such true believers held to their guns with the passage of the Nuremberg Laws in 1935, applauding Hitler and seething with envy as their utopian fantasies played out across the Atlantic. But public support for eugenics withered rapidly, funding dried up, and serious scientists did everything they could to distance the study of genetics from its horrible cousin. By the end of World War II, the eugenics movement was dead--so dead, in fact, that in this era of gene splicing and cloning, we seldom hear of it.

Daniel Kevles published what may be the best history of eugenics to date in 1985, In the Name of Eugenics (Harvard University Press). Kevles is also the author of The Physicists: The History of a Scientific Community in Modern America (Harvard), The Baltimore Case: A Trial of Politics, Science, and Character (W.W. Norton); and coauthor of The Code of Codes: Scientific and Social Issues in the Human Genome Project (Harvard) and Inventing America: A History of the United States (W.W. Norton). In addition, Kevles has written for The New Yorker, The New York Review of Books, The New York Times, and The Los Angeles Times, among other publications. Kevles is the Stanley Woodward Professor of History at Yale University and has also taught at the University of Pennsylvania, UCLA, and Princeton. Though currently immersed in a new project--a history of intellectual property in living organisms--he took time to talk to Stay Free! by telephone in March 2004.--Carrie McLaren

Interview by Carrie McLaren

Transcription by Lindsay Sullivan

STAY FREE!: People who pushed negative eugenics argued that the genes of dark-skinned people are inferior and that unless the state prevented them from multiplying, the inferiors would take over and pollute the human race. How did this idea fit their Darwinist beliefs? It seems to contradict the idea of "survival of the fittest."

DANIEL KEVLES: That's an excellent point. There's an inherent contradiction in eugenic doctrine in relationship to evolutionary theory. Evolutionary theory holds that the definition of fitness is your ability to reproduce and have your children survive. In eugenic doctrine, the definition of fitness is the opposite. They define fitness by who thrives in society socially. Educated, wealthy people actually reproduce at a slower rate, but eugenicists want them to have as many children as possible. Their charge that lower income groups are proliferating too rapidly is in a sense anti-Darwinian.

STAY FREE!: Did they ever address that contradiction?

KEVLES: No, not really.

STAY FREE!: There's an interesting quote by Margaret Sanger about Charles Davenport in your book. You write: Sanger recalled that Davenport, in expressing worry about contraception of elites, "used to lift his eyes reverently and, with his hands upraised as though in supplication, quiver emotionally as he breathed. 'Protoplasm. We want protoplasm!' " How important was religion to eugenics?

KEVLES: Well, I don't think it was fundamental. Eugenics was essentially a secular religion. In the late nineteenth century, evolution posed a serious challenge to Christianity, so people began searching for some kind of substitute and a number of them found it in science.

STAY FREE!: But weren't some eugenicists religious and enthusiastic about science?

KEVLES: I wouldn't say that they were religious in a conventional Christian sense. A lot of them were agnostic, some were atheist. Even clerics felt that they had to reconcile their own beliefs with science.

STAY FREE!: You wrote that business talent wasn't seen as a genetically desirable trait and that there were few businessmen in the movement. Why do you think that is?

KEVLES: The main proponents of eugenics were white, middle-class folks whose criteria for achievement were fundamentally scholastic--getting good grades in school, getting ahead in one of the professions. They felt threatened by industrial corporate power and didn't particularly identify with the materialism of business success.

STAY FREE!: In War Against the Weak, Edwin Black argues that eugenicists were mostly elites, not middle-class.

KEVLES: I think he's mistaken; his book was fundamentally a polemical one. They were elites in the sense that they included philanthropic elites and university elites. But there was very broad middle-class support for eugenics. The important thing is to ask why.

STAY FREE!: What are the signs that there was broad middle class support?

KEVLES: Eugenics doctrines were widespread in mainstream magazines like The Saturday Evening Post and newspapers. The people who organized eugenics activities on a local level were the solid middle class of their communities, both in Britain and the United States.

STAY FREE!: Eugenics language was common among ad men and people who worked in public relations. In the 1920s, they would constantly refer to the public's "twelve-year-old" mind and refer to immigrants as barnyard animals.

KEVLES: These were common tropes of popular culture. This isn't business culture as such; advertising people aren't the captains of industry.

STAY FREE!: What kind of economic arguments did the eugenics movement make?

KEVLES: There was one fundamental economic argument: if we could rid ourselves of the genetically inadequate, who were burdens on society--requiring asylums for the feebleminded or homes for the poor--we could reduce the cost to taxpayers. You see this again and again.

STAY FREE!: Do you think extremists like Davenport were seriously concerned about money or was it more of a rhetorical strategy to win popular support?

KEVLES: Davenport was concerned about keeping taxes down; his position was both rhetorical and real. The two are not inconsistent. I don't think that these folks were just deliberately manipulating that rhetoric in order to advance a kind of subtextual doctrine.

STAY FREE!: Was there any connection between the eugenics movement and libertarianism? Ayn Rand, "greed is good," "Abolish the government"--that sort of thing?

KEVLES: Quite the opposite. Even though there were conventional political conservatives in the eugenics movement, they never took the position that government should interfere in, say, human reproduction. That was a departure in laissez-faire for them. At the same time, they were consistent with eugenicists on the left who found it natural to evoke the powers of the state in advancing eugenics doctrine.

STAY FREE!: I guess I'm thinking of Herbert Spencer, the English philosopher who influenced eugenics--and how he argued that giving to the poor harms society by interfering with Darwinism.

KEVLES: Eugenicists are not talking about giving to the poor--they're talking about eliminating their ability to reproduce.

STAY FREE!: Right. But I'm asking whether eugenicists would be opposed to giving, or opposed to charity.

KEVLES: Eugenicists on the right were by and large reluctant to provide the poor with relief. Those on the left were not; in fact, they tended to endorse environmental improvement along with sterilization.

STAY FREE!: Retarded women were considered sources of debauchery. What was that about?

KEVLES: This was Henry Goddard's theory: that the sexual impulses of feeble-minded women were not restrained and as a result they became prostitutes and illegitimate mothers. Basically, this is an uncritical interweaving of middleclass morality with the metaphors of science.

STAY FREE!: After World War II, scientists backed away from studying eugenics to studying genetics. Eugenics organizations and publications renamed themselves. Human Betterment League of North Carolina changed its name to the Human Genetics League. The Annals of Eugenics became the Annals of Human Genetics. The Galton Eugenics Laboratory became the Galton Laboratory of the Department of Genetics. How much of this was a sincere attempt to get away from the horrors of eugenics verses a public relations effort?

KEVLES: Scientists stayed away from human genetics between the wars because, first of all, human beings are not the best subjects for studying heredity; we reproduce slowly and have fewer children than, say, fruit flies. There are profound methodological problems. But another reason was that eugenics was the principal arena in which human heredity was studied--eugenics gave human genetics a bad name. So scientists faced a double task. One was to get rid of the race and class bias; that's why people like James V. Neel focused on traits that were purely physically determined, such as sickle-cell anemia. And second was solving the methodological problems. As far as scientists were concerned, I don't think public relations had anything to do with it.

STAY FREE!: The critics you write about were mainly intellectuals. Was there a popular critique of eugenics?

KEVLES: There were certainly popular dissents, which took the form of resistance to sterilization laws and other eugenics policies.

STAY FREE!: Was there organizing around these issues?

KEVLES: First, you've got to remember that the sterilization laws are local and state laws. They're not national. So the opposition is at the state level. Dissent was cast initially in both civil libertarian terms--you know, "this is just wrong, the state shouldn't have the power to sterilize men or women." And secondly on constitutional grounds. States were charged with violating equal protection of the laws, due process, and the constitutional prohibition against cruel and unusual punishment. Once Hitler got going in the 1930s, a growing number of people turned against eugenics and eugenic sterilization because they saw what Hitler was doing with it.

STAY FREE!: You are currently working on a book about engineering and the ownership of life. Do you see any connections between this and your eugenics research?

KEVLES: No. Eugenics took some inspiration from plant and animal breeders but the influence didn't run the other way. The historian Harriet Ritvo argued in her book The Animal Estate that the emphasis in the nineteenth century given by breeders to so-called pure breeds of, say, Holstein cows was an expression of their commitment to a social aristocracy. I think there may be some truth to that. But there are other good biological and economic reasons why breeders wanted to emphasize pure breeds.

STAY FREE!: One of my pet peeves is the amount of time and money spent on finding, say, a "breast cancer gene" while comparatively few resources are put into eliminating carcinogens and other pollutants from the environment. I remember once reading that people with a certain gene can't tolerate NutraSweet, as if the problem is their genes, not the product.

KEVLES: I think that we as a society are more inclined to focus on the individual susceptibility to disease than we are on public health measures. It's understandable why we do that. Partly, you have companies that are financially motivated to produce NutraSweet or to make gene discoveries. But at the same time we are disinclined to pursue public health measures because they can be very expensive. It seems to me that a wise society would pursue both. That is, I don't think NutraSweet should be taken off the market, because millions of people want it. So you find out who's susceptible to adverse reactions. People are allergic to any number of things, but that doesn't mean that they should be removed from the market. What's the frequency of allergic reactions to this stuff?

STAY FREE!: I don't know. What bothers me is that the onus is placed on the individual. It's not my fault if I have a reaction from consuming NutraSweet; I'm supposed to go get a genetic test to find out?

KEVLES: Both sides should be responsible. But here's my question: If a tenth of a percent of the population has a bad reaction, do you deprive the rest of the population of it? Or do you put a warning label on it?

STAY FREE!: Well, I think that's a question that really needs to be asked.

KEVLES: The FDA asks that kind of question all the time. It's just too easy to write off these things as corporations forcing themselves and their products on people. They wouldn't work if people didn't want to use them.

STAY FREE!: But more people wouldn't use them if they knew they are associated with health problems.

KEVLES: I think that publicity of these side effects is important. I certainly support that. But we have a tendency in our society to attribute a lot to environmental causes rather than to things that are inherent within ourselves. Take cancer, for example. Cancer is a joint product of environmental causes, your own genes, and also accidents. Genetic accidents. A mutation in a gene that controls cell growth can make the cell cancerous. These mutations can arise from carcinogens in the environment or in your diet, but they can also arise from accidents in cellular replication. To say all this is a result of environmental carcinogens is just wrong.

STAY FREE!: Well, most people may assume environmental toxins cause cancer, but it seems to me that very little is done about it. I guess this says something about where I sit on the political spectrum.

KEVLES: I'm not saying that corporations that pollute ought not be held to account. They should. But we also have a tendency to believe in environmental perfectionism in the United States; it's in our culture. That leads us to expectations that are unrealistic about what we can accomplish for our health. The fact of the matter is that we're all mortal.

STAY FREE!: What kind of eugenics laws exist now? If I had a retarded son could I legally have him sterilized?

KEVLES: It would depend on the state and the circumstance. A number of states have gone far in the other direction and made it very difficult; I think there are good reasons why you might want to have a retarded child sterilized. When my book came out in the mid-'80s there was a case in California where a woman was concerned that her young daughter, who was severely retarded, might become pregnant in a hospital; being affectionate and unknowing, the girl might submit to some orderly's advances. The mother ran up against state law in California that wouldn't allow her to sterilize her daughter. So she eventually took her case to the California Supreme Court and won there. I'm not an expert on the laws, but I know generally that it has been difficult.

STAY FREE!: The fear that people are getting stupider seemed to come in cycles throughout the twentieth century, at least in the U.S. and Britain. Every so often, there's an outcry about the decline of national intelligence--even in the 1950s and 1970s, long after the decline of eugenics. What do you think is behind this?

KEVLES: I think these things come from a variety of sources. One of the main sources is racism in American culture. The folks who are usually the target of these charges are minority groups and, in more recent years, recent immigrants.


*****
Professor Kevles recieved his BA from Princeton University (Physics) in 1960, training at Oxford University (European History) from 1960-61, and his PhD from Princeton (History) in 1964. His research interests include: the interplay of science and society past and present; the history of science in America; the history of modern physics; the history of modern biology, scientific fraud and misconduct; the history of intellectual property in living organisms; and the history of science, arms, and the state. He is currently Chair the Program in the History of Science and Medicine.

His teaching areas are the history of modern science, including genetics, physics, science in American society, and U.S. history since 1940.

Select Publications
Books
Le Scienze Biologiche e la Medicina, coedited with Gilberto Corbellini, in Storia della Scienza, Vol. VIII, director, Sandro Petruccioli (Rome: Istituto della Enciclopedia Italiana, 2004), pp. 659-953
Inventing America: A History of the United States, coauthored with Alex Keyssar, Pauline Maier, and Merritt Roe Smith (New York: W.W. Norton, 2002; 2nd edition, 2006)
The Baltimore Case: A Trial of Politics, Science, and Character, W. W. Norton, 1998.
The Code of Codes: Scientific and Social Issues in the Human Genome Project, edited with Leroy Hood Harvard University Press, 1992; (paperback, 1993); published in Germany (Artemis and Winkler), 1994 and in Japan (Ague Shotu-Sha), 1997.
In the Name of Eugenics: Genetics and the Uses of Human Heredity Alfred A. Knopf, 1985; University of California Press,1986 (paperback); Harvard University Press, 1995 (paperback with new preface). Also published in England (Penguin), Japan (Asahi), Spain (Editions Planeta), France (Presse Universitaire de France).
The Physicists: The History of a Scientific Community in Modern America Alfred A. Knopf, 1978. Vintage, 1979 (paperback); Harvard University Press, 1987,1995. Also published in France (Paris: Anthropos,1988).
Articles
Howard Temin: Rebel of Evidence and Reason, in Oren Harman and Michael Dietrich, eds., Rebels of Science, to be published by Yale U. Press, 2008)
Patents, Protections, and Privileges: Intellectual Property Protection in Animals and Plants, forthcoming, Isis, June 2007
Max Delbruck, Dictionary of Scientific Biography (forthcoming, 2007)
Foreword, to Nathaniel Comfort, ed., The Panda's Black Box: The Intelligent Design Controversy (forthcoming, Johns Hopkins U. Press, April 2007)
What's New About the Politics of Science? Social Research, 73(Fall 2006)
The Blame Game, The New Republic, Oct. 17, 2005, pp. 35-41 [essay review of Kai Bird and Martin Sherwin, American Prometheus: A Biography of J. Robert Oppenheimer]
Dr. Atomic: An opera about the moral complexities of Hiroshima, Slate, Oct. 19, 2005 [essay review of John Adams and Peter Sellars' opera about J. Robert Oppenheimer]
Scientists, Arms, and the State: J. Robert Oppenheier and the Twentieth Century, Berkeley Papers in the History of Science (Berkeley, CA: Office for the History of Science and Technology, 2005)
The Gene Wars, The New Republic, May 29, 2005, pp. 33-37 [essay review of Oren Harman, The Man Who Invented the Chromosome]
Albert Einstein: Relativity, War, and Fame, in A Century of Books: Princeton University Press, 1905-2005 (Princeton Univ. Press, 2005), pp. 115-24; a different version published as "Einstein's Devils," Times Literary Supplement, May 13, 2005, pp. 3-4
L'Affaire Baltimore: Politique, Justice, et Accusation de Fraude Scientifique, in Dictionnaire de la Pensée Méldicale, sous la direction de Dominique Lecourt (Paris: PUF, 2004), 12-17;
International Eugenics, in Deadly Medicine: Creating the Master Race (Washington, D.C.: U.S. Holocaust Museum, 2004), pp. 41-60
The Strange Case of Robert Oppenheimer, New York Review of Books, Dec. 4, 2003, pp. 37-40
SciTech: The Forces Are With Us, Chronicle of Higher Education, Aug. 1, 2003, pp. B11-12
Big Chill in Biotechnology, Technology Review (July 2003)
His Master's Voice, New York Review of Books, April 10, 2003
Ownership and Identity: The Drive to Manipulate DNA Has Changed the Economy and the Law, The Scientist, Jan. 13, 2003
Eugenics, the Genome, and Human Rights, in Michael Yudell and Rob DeSalle, eds., The Genomic Revolution: Unveling the Unity of Life (Washington, D.C.: Jospeh Henry Press, with the American Museum of Natural History, 2002), 147-154
Cloning Can't Be Stopped, Technology Review, 105 (June 2002), 40-43
The Advent of Animal Patents: Innovation and Controversy in the Engineeering And Ownership of Life, in Scott Newman and Max Rothschild, eds., Intellectual Property Rights and Patenting in Animal Breeding and Genetics (New York: CABI Publishing, 2002)
Principles, Property Rights, and Profits: Historical Reflections on University/Industry Tensions, Accountability in Research, 8 (2001), 12-26.
Patenting Human Genes: The Advent of Ethics in the Political Economy of Patent Law, coauthored with Ari Berkowitz, Brooklyn Law Review, 2002; a longer version in David Magnus, ed., Who Owns Life? (2002)
Of Mice and Money: The Story of the World's First Animal Patent, Daedalus, spring, 2002
Obligations, Judgment, and Data: Reflections on the Baltimore Case, Gerd Folkers et al, eds., Sternwarten-Buch: Jahrbuch des Collegium Helveticum (Zurich: Haffmans Sachbuch Verlag, 1999), pp. 261-268.
The Particle's Over [physics in the 20th century], Times Higher Education Supplement Millennium Magazine Dec 24/31, 1999. pp. 32, 35.
Eugenics Then and Genetics Now Avoiding the Pitfalls of the Past, in Mary Hager, ed., The Implications of the New Genetics for Health Professional Education: Proceedings of a Conference, The Macy Foundation, 1999, pp. 187-204.
What They Do and Don't Know About Cancer, NY Review of Books Sept. 23, 1999, pp. 14-21
Eugenics and Human Rights, Brit. Med. J. 319:435-438, 1999.
Les Lecons de l'affaire Baltimore, La Recherche Sept. 1999, pp. 66-72.
La Biologie des Boucs Émissaires, co-authored with Bettyann H. Kevles, La Recherche July/August 1998, pp. 58-63.
Darwin in Dayton, NY Review of Books Nov. 19, 1998, pp. 61-63.
Scapegoat Biology, with Bettyann H. Kevles, Discover October 1997, pp. 58-65.
Galton's Ghost in the New Reproductive Machinery: Gender and Eugenics, Then and Now, to be published in proceedings of a conference, University of Dijon, 1998.
Big Science and Big Politics in the United States: Reflections on the Death of the SSC and the Life of the Human Genome Project, HSPS: Hist. Studies in the Phy. and Biol. Sci. 27: 269-298, 1997.
Endangered Environmentalists, NY Review of Books February 20, 1997, pp. 30-35.
The Assault on David Baltimore, The New Yorker May 27,1996, pp. 94-109.
The Shape of Things That Came And Didn't: And How They Illuminate What's to Come, Science, Technology, and the Global Society (1996 Sigma Xi Forum; Sigma XI, 1997), pp. 21- 32.
A Time for Audacity: What the Past Has to Teach the Present about Science and the Federal Government, in Harold Shapiro and William G. Bowen, eds., Universities and Their Leadership, Princeton University Press, 1998.
The X Factor: The Battle over the Ramifications of a Gay Gene, The New Yorker April 3,1995, pp. 85-90.
Genetics, Race, and IQ: Historical Reflections from Binet to The Bell Curve, Contention 5:3- 18, 1995.
From Eugenics to Genetic Manipulation, in John Krige and Dominique Pestre, eds., Science in the Twentieth Century, Harwood Academic Publishers, 1997.
Ananda Chakrabarty Wins a Patent: Biotechnology, Law, and Society, 1972-1980, HSPS:Hist. Studies in the Phys. and Biol. Sci. 25: 111 - 136, 1994.

viernes, septiembre 04, 2009

El problema de la relación entre la Verdad y el Bien en Immanuel Wallerstein


El problema de la relación entre la Verdad y el Bien en Immanuel Wallerstein

Luis Roca Jusmet
tomado de Rebelión http://www.rebelion.org/noticia.php?id=90818


Hace ya un tiempo mi amigo el sociólogo José Antonio Cerrillo me descubrió a Immanuel Wallerstein como un certero analista político que sabía combinar la radicalidad con el pragmatismo y el realismo. También me lo presentó, como efectivamente pude comprobar, como uno de los grandes teóricos para entender el capitalismo de una forma tan renovadora como rigurosa. Pero he de reconocer que me sorprendió encontrar un libro suyo, Las incertidumbres del saber (traducción de Julieta Barba y Silvia Jawerbaum, Gedisa, 2004) en la sección de filosofía. El libro es una coherente recopilación de unas conferencias relativamente recientes sobre unos aspectos epistemológicos clave que le ocupan desde hace unos años.

El texto está dividido en dos partes, tituladas “Las estructuras del saber” y “Dilemas disciplinares”, que son respectivamente un crítica del saber tal como lo entiende la sociedad capitalista y de la división artificial de las ciencias sociales en diferentes departamentos. Wallerenstein critica tres ejes fundamentales, a partir de los cuales muestra el problema y el camino de su superación.

El primer eje es la defensa de la ciencia y la crítica del cientificismo como herencia de Bacon, Descartes y Newton. Se trata de una ideología que entiende la ciencia como un saber universal absoluto y objetivo totalmente imparcial. Su aparición histórica hay que remontarla a la reestructuración de la Universidad que se da en la Baja Edad Media. En esta época existían cuatro Facultades : Teología ( la principal), Filosofía, Derecho y Medicina. La primera no sólo va perdiendo su importancia sino también su propia legitimidad, ocupando progresivamente un lugar marginal. Las dos últimas pasan a considerarse carreras prácticas más que saberes teóricos, con lo cual el lugar clave pasa a ocuparlo la Facultad de Filosofía. Pero lo hace a costa de sufrir una división interna en

Ciencia y Humanidades. Fractura interna que implicará una jerarquización, ya que se entiende que la primera se ocupa de la Verdad y la segunda del Bien ( y la Belleza), Y la Verdad es ontología y epistemológicamente más importante que el Bien ( y la Belleza) que pasan a ser temas puramente especulativos.

Esto nos lleva al segundo eje, que es que el axioma del saber en el capitalismo es la de las dos culturas, ciencia por un lado y filosofía por el otro. El científico aparece como objetivo e imparcial mientras el filósofo ( campo de las Humanidades) lo hace como subjetivo y parcial ( es decir siempre discutible).

El último de los tres ejes es el que nos permite situar a las ciencias sociales, cuyo estatuto es ambiguo porque oscila entre la ciencia y la filosofía. Aunque la escuela positivista quiera situarse en la primera y la hermenéutica parezca hacerlo en la segunda, en realidad ambas están atrapadas por el modelo newtoniano de buscar leyes universales. Y la propia estructura del Sistema-Mundo Capitalista es la que justifica las divisiones internas en departamentos separados., que representan la división mundial que despliega. Por una parte la diferencia entre países centrales/países periféricos se refleja en la división de economía/política/sociología por un lado y antropología/estudios culturales por otro. Las tres primeras disciplinas, que corresponden a los países centrales, responde a los tres registros en que consideramos que se mueven estos países : Mercado, Estado, Sociedad. Pero como estos países se entienden a sí mismos en una línea de Progreso entonces las tres disciplinas citadas corresponden al presente mientras que la ciencia histórica al pasado, buscando en este caso una objetividad imposible. Para querer ser imparcial sustituye los hechos por unos supuestos documentos primarios a los que atribuye ilusoriamente una fidelidad absoluta. Alrededor de estas disciplinas especializadas se han ido constituyendo unas estructuras institucionales jerarquizadas llamadas departamentos en torno a las cuales hay toda unas luchas por el prestigio y el poder.

Immanuel WallersteinLa propuesta de Immanuel Wallerstein no es una alternativa acabada, porque como él mismo dice, difícilmente podemos escapar completamente a las categorías de la sociedad que nos ha formado y en medida en que una transformación social bien orientada sea un hecho se irán definiendo mejores opciones en la práctica. Pero apunta sugerencias interesantes, la primera de las cuales es la de luchar por una única ciencia social histórica en la línea que preconizaba Fernand Baudel hace ya medio siglo. Otra es la de considerar la aportación de los estudios culturales entendiendo la ciencia como una construcción social y no algo puro e imparcial. La tercera es la de incorporar, siguiendo a científicos como Illya Prigogine, la incertidumbre al planteamiento científico, huyendo de enfoques deterministas de supuestas leyes universales. Para ello hay que plantear lo que él llama “el medio no exluido”, que consiste en buscar una alternativa entre el tiempo y la duración. El tiempo es el cambio y la duración es la permanencia y lo que propone Wallerstein es tener en cuenta los dos aspectos sin eliminar ninguna de ellas. Para ello hemos de entender la realidad, tanto la natural como la social, como estructuras históricas de larga duración pero finitas. Las ciencias físico-naturales, siguiendo el modelo newtoniano han negado el tiempo planteando que las leyes naturales son naturales e irreversibles, en contra de lo que han planteado posteriormente científicos como Prigogine : la necesaria consideración de “la flecha del tiempo”. Las ciencias sociales han caído contrariamente en lo contrario : centrarse en el acontecimiento y la coyuntura y olvidarse de la duración , que quiere decir de lo estructural. Pero tener en cuenta la permanencia estructural quiere decir enmarcar históricamente lo que analizamos en un sistema de larga duración. Y el modelo es que todo sistema tiene un origen, un desarrollo y una crisis, donde aparece una bifurcación con más de una alternativa que es imposible de determinar, tanto a nivel físico-químico como a nivel social. Es lo que llama, siguiendo otra vez a Prigongine, el caos determinista o el determinismo caótico.

Respecto a la cuestión central que plantea Wallerstein que es la separación de las dos culturas aquí si que hay mucho que elaborar y poco nos dice. La cuestión no es sencilla porque detrás de ella está el axioma cultural básico los planteamientos no religiosos, de la ética laica, que es la diferencia entre el hecho ( Verdad) y el valor ( el Bien). Otros autores actuales han avanzado posibles caminos alternativos pero creo que de una manera fallida. Por ejemplo Appiah ha intentado cuestionarlo sin resolverlo más que en términos retóricos. O Zizek cayendo en términos tan confusos como la mancha de nuestra mirada que nos impide ver más allá de ella y la verdad de la víctima, que siendo nociones interesantes no acaban de salir de un planteamiento relativista. En este debate hay muchos matices que considerar. Quizás habría que volver a David Hume cuando en el siglo XVIII señala la diferencia entre juicio lógico, juicio de hecho y juicio moral. Para él el juicio lógico es una operación formal, el juicio de hecho procede exclusivamente de los sentidos y el juicio moral del sentimiento, con lo cual sólo el segundo tiene que ver con la verdad. El debate fue crucial pero la ciencia ( y no sólo ella) ha seguido mayoritariamente la dogmática establecida por el positivismo de considerar estas afirmaciones como incuestionables, aunque filósofos de la propia tradición analítica como Quine la hayan cuestionado.

Finalmente quiero hacer referencia a un aspecto del estudio que me ha parecido enormemente sugerente. Es cuando Wallerstein habla en su artículo “La escritura de la historia” de los niveles de verdad que aparecen en tipos diferentes de narración, desde el cuento hasta la historia, pasando por el propagandista y el periodista. Wallerstein cita a La Comisión de la Verdad y la Reconciliación creada en Sudáfrica n octubre de 1998, que estableció cuatro tipos de verdad sobre la base de las cuatro categorías establecidas anteriormente por el juez Albie Sachs, de la Corte Constitucional de Suráfrica, que fue anteriormente una víctima del apartheid. Su división era entre la verdad objetiva ( la que trata los hechos que se citan en la narración), la verdad lógica ( la que deducimos o inducimos desde los hechos probados), la verdad de la experiencia ( en función de cómo ha vivido el narrador estos hechos) y la verdad dialógica ( la que surge en el debate entre los diversos narradores que relatan su experiencia). A partir de esta primera división la Comisión estableció cuatro categorías de verdad, inspiradas en las anteriores pero no exactamente iguales.que ellas. A las dos primeras las incluye en una sola, a la que llaman la verdad objetiva. Este planteamiento me parece muy ajustado porque pone de manifiesto que la verdad lógica es una simple derivación de una verdad anterior de hechos probados. Y también porque la única objetividad posible es la que aparece en la percepción común de un hecho. Lo que a veces se llama verdad por coherencia entra por lo tanto en esta misma categoría, aunque con un estatuto de probabilidad. La segunda verdad de la que hablan es la de verdad narrada que marcaría la dimensión interna del hecho, es decir, cómo lo viví realmente. La tercera verdad es la verdad social, que sería una verdad polifónica que recoge las diferentes verdades narradas por los protagonistas. Y finalmente la verdad restaurada o terapéutica, que tiene relación con la memoria de lo que pasó a las víctimas y en su testimonio para restaurar la dignidad herida. Aquí entraría la verdad de la víctima, formulado por Alain Badiou y recogida por Zizek.

No tenemos aquí una solución al problema, extraordinariamente complejo, pero si unas valiosas reflexiones que nos permiten ampliar el horizonte sobre cómo tratarlo.

miércoles, septiembre 02, 2009

El temor de los intelectuales a la política




El temor de los intelectuales a la política

Periscopio: allende nuestras fronteras | 28 de Agosto 2009
Por Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto.


Las dos culturas, el conocido ensayo del científico y novelista británico C. P. Snow, salió a la luz en 1959. Snow defendía ahí la tesis de que el colapso de la comunicación entre las dos culturas de la sociedad moderna -las ciencias y las humanidades- era un freno para la resolución de los problemas del mundo. Medio siglo después, el debate iniciado por Snow ha tomado una nueva forma. El siglo XXI representa, en términos generales, la separación de los intelectuales y la política. Pocas veces habían estado tan alejados los intelectuales y el mundo político.
Los intelectuales críticos son hoy una especie en vías de extinción. Temen la política, y se diría que la política muestra una indiferencia absoluta por todo lo que se pueda denominar intelectual. Hay otros muchos que consideran que nos encontramos ante un declive de lo intelectual. Según ellos, la intelectualidad se ha distanciado de la esfera pública para acercarse a un mundo cada vez más profesionalizado y más empresarial. En otras palabras, los intelectuales están perdiendo su autoridad pública para dirigirse al poder, al tiempo que cada vez son más incapaces de realizar sus funciones de una forma independiente y crítica. Nunca se habían mostrado tan profundamente opuestas la conciencia crítica y la esfera pública.
Parece que los intelectuales de hoy pensaran que puesto que todas las verdades morales son relativas, ya no hay necesidad de ser la voz moral de un mundo sin voz. El afán de ciertos intelectuales de aparentar que lo políticamente correcto y sensato es desestimar la importancia que tienen los imperativos morales en la esfera pública no es más que una forma de hacer coincidir las necesidades humanitarias urgentes del mundo en el que vivimos con las necesidades concretas de su carrera o su ascenso profesional. Asalariados, ocupando cátedras o titularidades permanentes, pensionistas, muchos intelectuales se encuentran encadenados a la rueda de una carrera y una profesión respetables que paradójicamente estanca su capacidad para la crítica en un contexto no conflictivo.
Para ser más precisos, los mezquinos intereses personales han destruido los llamados intereses públicos de los intelectuales. Al olvidarse de la política, rápidamente y sin dejar lugar para el arrepentimiento, muchos intelectuales del mundo actual degradaron y abandonaron la idea de la esfera pública, transformándose en defensores de la cultura de masas carentes de todo sentido crítico. Es en virtud de esta falta de sentido crítico con respecto a la vida pública por lo que los politólogos y los expertos culturales han venido a sustituirlos como actores sociológicos en el mundo contemporáneo. A los intelectuales ya no les interesa reflexionar y debatir sobre los valores, su único interés reside en el comentario de los hechos. Así, con la aparición de la aldea global postindustrial, dominada por las redes mediáticas y la comunicación tecnológica, en las que las voces disidentes suelen estar acalladas, una “epidemia de conformismo” ha paralizado al completo la vida pública, convirtiéndola en una entidad impulsada única y exclusivamente por el mercado.
Para investigar la evolución del compromiso de los intelectuales en la historia europea del siglo XX, tenemos que empezar con el affaire Dreyfus y la aparición de la categoría “intelectual”. Pese a las diferentes posturas que cristalizaron durante el affaire Dreyfus, ambas partes estaban de acuerdo en que el intelectual tenía que comprometerse. Uno de los que participó a favor de Dreyfus fue Julian Benda, el filósofo judío conocido fundamentalmente como autor de La traición de los intelectuales, donde afirma que “la labor del intelectual es defender los valores universales, por encima de la política del momento”. Para Benda, por consiguiente, el intelectual es un sujeto que opera dentro de un marco moral y se atiene a unos valores trascendentales, libre de las impurezas de la política. Probablemente Zola se merece este honor, no por sus novelas, sino porque llegó a ser un intelectual que atacó la injusticia, el prejuicio y la intolerancia en la esfera pública. De este modo restauró la función que Sócrates había reservado para el filósofo: defender la universalidad de la búsqueda de la verdad y luchar contra la violencia.
El método de Sócrates para dominar la violencia era el uso del diálogo frente a las convicciones políticas. Con su mayéutica -conócete a ti mismo- Sócrates invitaba a los atenienses a interrogarse. Y aunque sea un fin en sí mismo, aprender a interrogarse es también una condición y un punto de partida para cualquier intelectual que quiera obrar honestamente. La honestidad es abrirse a la pluralidad humana; es cobijar la idea, intrínseca al trabajo de un intelectual dialógico, de que cada persona contiene “multitudes”, como dice Whitman en su Canto a mí mismo. Todo intelectual necesita de esta multiplicidad, no sólo para conectar con los otros, sino también para ensalzar y valorar, como un elemento constitutivo del mundo, las diferencias que existen entre las personas. La idea de diferencia presupone otro valor igualmente esencial a la condición de intelectual: el respeto.
Una de las tareas del intelectual es pensar en cómo reformar y mejorar la sociedad. Su empeño primordial debe centrarse en la educación cívica de los otros ciudadanos para la responsabilidad que entraña la auto-gobernanza democrática. ¿No perdería todo el significado que tiene para nosotros el valor supremo de la historia si admitiéramos que son muchos los intelectuales que consideran que lo que denominamos examen crítico de la esfera política es un ejercicio fútil? Si no se lee y se ejerce el espíritu crítico, la historia podría convertirse en una simple repetición de los errores humanos. Por el contrario, cuando se comprometen con la historia, los intelectuales no sólo necesitan una mente abierta, sino también crítica, capaz de entender que las verdades pueden ser parciales; una mente que se interrogue continuamente. Lo importante aquí es que la manera de protegerse contra toda tentación de colaboración con el mal es interrogarse y reflexionar con sentido crítico.
Con este planteamiento, la pregunta es: ¿cómo se puede hablar de preservar la ética en la esfera política y de no caer en el mal cuando han dejado de existir los absolutos morales? Poco después de terminada la guerra, en 1945 y en uno de los primeros ensayos que aparecieron al respecto, Hannah Arendt decía que “el problema del mal será el tema fundamental de la vida intelectual en la Europa de posguerra, de la misma manera que la muerte fue el tema de reflexión fundamental después de la Primera Guerra Mundial”. Creo que Arendt estaba en lo cierto, sobre todo porque en el mundo de hoy el problema del mal y sus implicaciones políticas constituye un desafío importante para el estatus público y la integridad moral de los intelectuales.
Cierto es que todos somos moralmente responsables de las calamidades e injusticias del mundo en el que vivimos. Pero no es menos cierto que el papel social y político de los intelectuales conlleva una mayor responsabilidad moral. Como señala Max Weber, el compromiso intelectual requiere la ética del héroe, pues hace falta una gran valentía moral para enfrentarse a las responsabilidades que se adquieren en la esfera pública.
Muchos creen, por supuesto, que ser hoy un intelectual comprometido con la vida pública no es nada del otro mundo, ya que ser demócrata y vivir en una democracia no supone ningún riesgo, ningún desafío. Pero, dado que no puede haber una democratización y una globalización reales si no están acompañadas de una labor crítica real por parte de los intelectuales, en su función de contrapoderes, ser hoy un intelectual crítico significa también ejercer de conciencia moral del mundo globalizado. Por eso, para los intelectuales comprometidos, la verdadera lucha no se limita a estar a favor o en contra de la política, sino que se trata sobre todo de una batalla en defensa de lo humanitario frente a lo inhumano. Se trata de tener la valentía de alzar la voz en nombre de la no violencia y en contra de la injusticia. Por esta razón, aunque el concepto haya perdido hoy la fuerza que tuvo en el momento del caso Dreyfus, se ha de mantener la función del intelectual público. Mientras los humanos sigamos creyendo que la esperanza no es una palabra fútil, los intelectuales no dejarán de ser útiles en todas las sociedades.
(El País - Madrid)
Periscopio: allende nuestras fronteras | 28 de Agosto 2009

martes, septiembre 01, 2009

Los costes humanos de la II Guerra Mundial


Los costes humanos de la II Guerra Mundial



Josep Fontana
Público

Tomado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=90758


Se nos suele ofrecer una visión de la II Guerra Mundial que se compone sobre todo de escenas de batallas terrestres y navalesStalingrado, El Alamein, Normandía, Midway, protagonizadas por tanques, aviones, acorazados o submarinos. Pero si tomamos en cuenta lo que la guerra significó en términos de su coste en vidas humanas, que se cifra en torno a los 70 millones, su historia se transforma por completo .

Lo primero que sorprende es descubrir que la supuesta contienda mundial fue, sobre todo, una guerra entre alemanes y rusos: de los 20 millones de militares muertos, 16 eran de los ejércitos soviético y alemán, mientras que las de los ejércitos de Francia, Reino Unido y EEUU, sumadas, pasan muy poco de un millón.

De los 20 millones de militares muertos,16 eran de los ejércitos soviético y alemán

Más importante aún es percatarse de que una de las características que distinguen esta guerra de las que se produjeron anteriormente en la Historia es el hecho de que hubo muchas más muertes civiles que militares: por lo menos dos de cada tres de los fallecidos en la guerra fueron hombres, mujeres y niños asesinados al margen de cualquier proceso legal, aniquilados en campos de internamiento o de trabajo, o víctimas del hambre causada por la contienda.

Las batallas nos ofrecen espectáculos terribles: los 60.000 soldados alemanes muertos en Stalingrado y la destrucción producida en Kursk, la mayor batalla de todos los tiempos, en la que participaron millones de hombres, 13.000 tanques y 12.000 aviones. Jrushchov, que recorrió aquel campo días más tarde, recordaría toda su vida los centenares de tanques que empezaban a oxidarse bajo el sol del verano, después de haber ardido con sus tripulaciones dentro, y el olor a muerte que se extendía por todos lados. O la última gran batalla de la guerra, la de Okinawa , donde murieron 70.000 soldados japoneses y 12.000 norteamericanos y donde perecieron también más de 100.000 de los habitantes de la isla, atrapados entre el fuego de ambos bandos.

Dos grandes carnicerías
Y, sin embargo, estos no son más que episodios menores en comparación con las dos mayores carnicerías de la guerra, que fueron el holocausto nazi y el más olvidado, pero no menos atroz, de los japoneses en su intento de conquista del continente asiático .

En el caso de los nazis, se habla siempre de los cerca de seis millones de judíos exterminados, pero se suele olvidar que no fueron las únicas víctimas, sino que hay que incluir, entre otros, a más de tres millones de prisioneros de guerra soviéticos que fueron internados en reductos vigilados, sin alimentos para sobrevivir. La Guía del Holocausto de la Universidad de Columbia admite que, en una definición amplia, se puede considerar que las víctimas del holocausto nazi fueron unos 17 millones.

Mientras los crímenes nazis recibieron amplia publicidad al término de la guerra, no sucedió lo mismo con los de Japón, a quien se atribuyen de 20 a 30 millones de víctimas civiles, en especial de etnia china, pero que se benefició de una ocultación que favorecieron los norteamericanos, interesados en conseguir su colaboración en la Guerra Fría.

En comparación con la amplia difusión de lo sucedido en campos como el de Auschwitz, se habló mucho menos de las atrocidades cometidas por los japoneses con los prisioneros de guerra y los civiles en los cruceros de la muerte y en unos campos de concentración en que se les obligaba a trabajos agotadores. O se habló mucho más de Mengele que del general Ishii Shiro, que dirigía el centro de investigación de armas bacteriológicas de Pingfan , cerca de Harbin (en Manchuria), conocido como "unidad secreta 731", donde un millar de investigadores japoneses experimentaron armas bacteriológicas con los presos chinos y practicaron la vivisección sin anestesia en seres humanos. Se decidió echar tierra sobre las responsabilidades de quienes habían participado en esta infamia y se les ofreció inmunidad a cambio de los resultados de sus investigaciones.

Para satisfacer las demandas de venganza, se escenificó en Alemania una representación de castigo en el proceso de Núremberg, que dictó 12 sentencias de muerte, al igual que se hizo en otro proceso similar en Tokio. Pero la realidad fue que hubo poco empeño en castigar a los que habían cometido estos crímenes. Muchas sentencias de muerte a miembros de la Gestapo o de las SS fueron conmutadas al poco tiempo, de modo que algunos estaban a los pocos años en cargos directivos de las grandes empresas alemanas. Y los industriales, que se habían beneficiado explotando inhumanamente a los trabajadores esclavos, salieron bien librados. En especial los japoneses, que se niegan todavía hoy a pagar ninguna indemnización, alegando, como hace Mitsubishi, que es discutible afirmar que los japoneses invadieran China y que esta compleja cuestión debe dejarse para que la aclaren en el futuro los historiadores (en 2008 el general Tamogami, jefe de la fuerza aérea japonesa, sostuvo públicamente que la ocupación de territorios asiáticos la habían hecho para liberarlos del imperialismo occidental).

Millones de expulsados
Pero la existencia de estos casos de impunidad, de los que se beneficiaron sobre todo las clases dirigentes, no implica que la derrota no causara numerosas víctimas, de las que no se suele hablar y que no se agregan a las listas de las de guerra, como en estricta justicia debería hacerse. El mayor de los daños sufridos por los derrotados fue, en Europa, el del desplazamiento de civiles, en especial de alemanes, no sólo de las tierras ocupadas después de la conquista nazi, sino de regiones en que sus familias vivían desde hacía mucho tiempo. Todo comenzó con la despavorida marcha hacia el oeste de los que habitaban en la Prusia oriental, en Pomerania y en Silesia, ante el avance de los ejércitos rusos. En el verano de 1945, apenas acabada la guerra, cinco millones de alemanes habían participado en esta fuga. Y ése era tan sólo el comienzo. Lo peor fue la expulsión, en los tres años siguientes y de acuerdo con medidas aprobadas en Potsdam por las potencias vencedoras, de otros siete millones de hombres y mujeres que habitaban en Polonia , Checoslovaquia, Rumanía o Hungría.

El coste total en términos de vidas humanas de esta sangrienta posguerra europea, como consecuencia de los malos tratos, violaciones, linchamientos y suicidios que sufrieron los expulsados, en especial los que vivían en Polonia y Checoslovaquia, puede haber sido de unos dos millones de civiles, sin contar otros tantos, o tal vez más, entre los soldados presos en manos de los vencedores.

Japón se vio igualmente obligado a repatriar a cerca de siete millones, que no eran sólo los soldados, sino los numerosos civiles que se habían instalado en Corea, Manchuria y Taiwán.

Esta mirada hacia atrás sobre los costes humanos de la II Guerra Mundial debería no sólo cambiar nuestra percepción del drama de esta guerra, sino hacernos más sensibles a los costes humanos de la violencia que reina hoy en un orden mundial desquiciado, que sigue cobrándose vidas humanas en los últimos 10 años, por ejemplo, unos cinco millones en el Congo ante la indiferencia general.