viernes, febrero 28, 2014

Es impresionante lo refrescante que es leer hoy el Manifiesto Comunista

 | 9 enero, 2014 | Comentarios (2)

Número 6, diciembre 2013.
En esta entrevista con el geógrafo marxista David Harvey, hacemos un recorrido por algunas de sus principales obras, que ponen en el centro de la escena la reflexión sobre los efectos de la acumulación capitalista.
IdZ: En Los límites del capitalismo y la teoría económica marxista comenzás analizando el método de Marx y señalás que los tres conceptos clave de la teoría de Marx: valor de uso, valor de cambio y valor, deben ser comprendidos en sus relaciones, enfatizando la noción de “pares relacionales”. ¿Por qué creés que esto es muy importante para leer El Capital? ¿Y cuáles son los problemas de otras interpretaciones que subestiman esta dimensión relacional?
Una de las cosas que he encontrado tanto en los críticos de Marx como entre algunos marxistas, es lo que llamaría una lectura “muy determinista”, un tipo de lectura muy “causal”. Por ejemplo, existe la idea de que Marx era un determinista tecnológico, y que para él el desarrollo tecnológico determina ideas, dicta todo. Yo no acuerdo con eso para nada. Creo –por ejemplo– que la tecnología ha jugado un rol muy importante en el desarrollo del capitalismo, pero al mismo tiempo da nuevas ideas, hacia nuevas formas de vida. Una de las cosas que enfaticé, y que va más allá de lo que usted me pregunta, es que Marx analiza cómo la tecnología revela la relación que tenemos con la naturaleza, y al mismo tiempo da a conocer los medios por los cuales reproducimos la vida social, las relaciones sociales y las concepciones mentales que se encuentran atrapadas en sus asociaciones.
Cuando uno ve los procesos de cambio social, por ejemplo el largo capítulo XIII de El Capital, “Maquinaria y gran industria”, lo que puede ver es que en cierto punto de la argumentación Marx dice que para que esta transformación se produjera, nuestra concepción mental del mundo debe cambiar dramáticamente, debe ser más científica, mucho más basada en la tecnología. Esto es un cambio en
concepciones mentales. Pero también debía cambiar el sistema de producción, y el proceso de trabajo ya no debía estar sujeto al “misterio” y al hecho de que el artesano fuera la única persona que comprende, que disecciona el proceso, entiende las piezas y las ubica de diferente forma, y ve el mundo de una forma diferente, con la ayuda de nueva tecnología como microscopios, telescopios, etc. Y finalmente Marx señala que con la llegada de nuevas máquinas en distintas industrias, eso impone la necesidad de que las máquinas sean construidas por otras industrias. Entonces, lo que dice Marx es que la transición desde el feudalismo hacia el capitalismo no fue conducida por ninguno de estos elementos tomado en sí mismo, sino que fue el resultado de una “coevolución” de todos estos elementos, en relación unos con otros, interactuando entre sí.
Lo que llamo lectura relacional y dialéctica de Marx habla sobre cómo entender este mundo, para no sugerir ya que hay una causa principal. Si uno toma estos elementos que planteamos encuentra que hay visiones deterministas del mundo que apuntan a uno de ellos. Por empezar el determinismo tecnológico. También hay un resurgimiento de un determinismo natural, medioambiental, que dice que la naturaleza determina todo, la tecnología determina todo, o las relaciones sociales determinan todo. La visión marxista es de que todos estos elementos están siempre en relación entre sí, y algunas veces uno toma la ventaja, a veces nuevas ideas toman la delantera, algunas veces aparecen nuevas tecnologías como computadoras y vemos cómo las computadoras cambian nuestra vida social. Entonces, considerando por ejemplo cómo son vividas nuestras vidas hoy que tenemos teléfonos móviles, ha cambiado las relaciones sociales, pero no las ha determinado.
Mi lectura dialéctica/relacional de Marx implica estar abierto a todas aquellas posibilidades, y del mismo modo en que Marx pensaba en la transición entre feudalismo y capitalismo como una coevolución de todos estos elementos, tenemos que pensar en esos mismos términos la transición del capitalismo hacia el socialismo. Y tenemos que preguntarnos qué es lo que se relaciona, cuáles son las nuevas tecnologías, cuáles las relaciones sociales, qué tipo de concepción mental, qué tipo de vida cotidiana, qué tipo de relaciones sociales, qué tipo de proceso de producción. Esas son las preguntas que debemos hacernos constantemente sobre el proceso de transición del capitalismo hacia el socialismo.

IdZ: En La condición de la posmodernidad realizás un estudio que explica las condiciones materiales que dieron lugar al surgimiento del posmodernismo. Luego de dos décadas, ¿cuál creés que es el estado actual de las ideas posmodernas?
Antes que nada, mi posición con respecto al posmodernismo fue no rechazarlo totalmente. Opino que se estaban diciendo unas cosas muy importantes, pero había todo un ala del posmodernismo y el posestructuralismo que fue, francamente, antimarxista. No veía por qué el posmodernismo tenía que tomar una posición antimarxista. Entonces, mi misión al escribir La condición de la posmodernidad fue hacer un análisis marxista del posmodernismo y decir: “Mirá, puedo entender lo que estás haciendo en términos marxistas. Estás articulando algunas demandas de los nuevos movimientos sociales alrededor de la raza, el género, el medio ambiente y lo demás”. Cuestiones que en mi opinión son muy importantes y que han sido subdesarrolladas, para decirlo de alguna manera, por la tradición marxista. Y si la tradición marxista apunta a ser una tradición viva, necesita encontrar la forma de encararlas.
A mí siempre me había parecido poco sofisticada y en algunos casos despectiva la forma en que la tradición marxista había tratado temas como el espacio, el tiempo, la geografía y el medio ambiente. Por ejemplo, en mis primeros años, la mayoría de los marxistas convencionales no se molestaba en leer lo que escribía, ¡porque era geógrafo y porque insistía en hablar sobre la geografía! Yo decía: “Como materialista, ¿cómo podés actuar como si no existiera la geografía? ¡Qué loco! ¿Quién puede decir que la urbanización no es importante?”. Pero no había mucho escrito dentro de la tradición marxista sobre urbanización. Cuando empecé a escribir sobre el tema a principios de los ‘70 estaba Henri Lefebvre, [Manuel] Castells, yo, y algunos otros que trabajaban alrededor de la Revista Internacional de Estudios Regionales y Urbanos [IJURR]. Pero la mayoría de los marxistas conocidos no escuchaba y no quería saber nada. Yo siempre había tomado el aspecto geográfico y espacial como algo muy serio, y pensaba que había una gran ausencia dentro de la tradición marxista. Por lo que me causó mucha gracia que los posmodernistas intentaran usar el concepto del espacio y la geografía para tratar, de alguna forma, de atacar al marxismo, mientras que yo había estado discutiendo dentro del marxismo sobre estas cuestiones.
Luego los posmodernistas empezaron a usar a mis escritos para atacar al marxismo de Marx, y creo que los hice enojar mucho al decir que todavía soy marxista, pero que es cierto que hay que tomar en serio estas cuestiones. Creo que salieron algunas cosas buenas del giro posmoderno-posestructuralista, pero lo que me desagrada intensamente es la forma en que descarta la tradición “macro”. También el hecho de que la única forma en que pudieran responder a lo que yo y otros estábamos haciendo fue decir que la economía política no importa, que todo es cultural. Muchos geógrafos en Gran Bretaña decían que la economía política no importaba, y ahora parecen idiotas porque, como podemos ver, la economía política importa muchísimo y es necesaria. Es lo que yo calificaría como el lado más tonto del posmodernismo-posestructuralismo.

IdZ: Vos distinguís la acumulación a través de la explotación de otro modo de desenvolvimiento del capital, que definís como acumulación a través de la desposesión. ¿Podrías sintetizar lo específico de este último concepto y la relación entre ambas?
En un sentido ambas son “desposesiones”, ya que el trabajador es desposeído del valor entero del producto, pero en la historia del pensamiento esta es comúnmente definida como “explotación”. Creo que a la par de esta existe un comportamiento predatorio en el que los bienes de las personas les son quitados, y estos bienes pueden ser tradicionales, o pueden ser los bienes de unos capitalistas que son apropiados por otros más poderosos: en los Estados Unidos –por ejemplo– hay una larga tradición de las granjas familiares que está desapareciendo, en gran parte a través de los mecanismos del sistema crediticio, para darle lugar al agrobusiness, y debido a esto se ve una tensión constante en el campo. Pasa también aquí [en la Argentina] que a la gente a la cual le resulta muy difícil ganarse la vida con una pequeña propiedad de una hectárea, y esto significa que en un momento u otro, probablemente serán desposeídos de su medio de ganarse la vida. En EE.UU. con la crisis, hemos visto que con grandes bancarrotas corporativas como General Motors y Chrysler, mucha gente que tenía buenas jubilaciones, de repente ve cómo les son quitadas. Otro ejemplo de desposesión es la “gentrificación” de los barrios, que expulsa a la gente de los lugares donde vive mediante cambios en los impuestos y en toda la forma de vida.
Entonces, creo que está ocurriendo un proceso de desposesión que no solo se trata de la acumulación primitiva, en el sentido de derrocar a viejos sistemas, sino también en el sentido de quitar derechos que se han conquistado a través de la lucha de clases; de hecho, si uno mira los últimos 30 años del proceso neoliberal, ve mucha acumulación a través de la desposesión. Por ejemplo, en Gran Bretaña, cuando estaba creciendo, mi educación era gratis, no pagaba nada, hice un doctorado, todo fue pagado por el Estado. La educación gratis era un principio socialista muy importante. Ahora ha desaparecido, y la gente tiene que pagar. En mi propia universidad, una de las respuestas a la crisis de presupuesto, pues están en crisis los presupuestos de la ciudad y el Estado por el colapso financiero, es subir el arancel a unos 600 dólares por año. Esto, me parece a mí, es una desposesión del derecho a una educación decente. La gente tiene menos dinero y entonces, ¿qué hacés? ¡Les cobrás más! Esto es una forma de extraerle más excedente a la población. Entonces creo que la acumulación mediante la desposesión es una parte muy importante de nuestra crítica del capitalismo, y hay que consolidar esta parte de nuestras críticas, mientras –por supuesto– continuamos sosteniendo la necesidad de organizarnos contra la explotación en el propio proceso de trabajo. Creo, por lo tanto, que estas dos formas de explotación operan juntas, y es muy importante mantenerlas una al lado de la otra como parte del programa político.

IdZ: En muchas oportunidades hiciste hincapié en la dimensión urbana de la lucha de clases. ¿De qué manera opinas que se combinan la lucha en el lugar de trabajo y la lucha en la ciudad?
Este es un problema muy difícil y es uno que creo que la organización política necesita tratar. No tengo ninguna fórmula mágica. Ha habido una tendencia, por ejemplo, en especial en Europa, a que los sindicatos sean hostiles al “movimiento de los movimientos” tipo foros sociales, y a que estos respondan de la misma manera. Creo que los sindicatos tienen mucho trabajo que hacer, para reformarse e integrarse a un movimiento político mucho más amplio, y entonces creo que hay muchas dificultades: el sindicalismo varía mucho según el país y la realidad política del movimiento, pero creo que estamos ante una coyuntura ahora en que puede ser más viable esta reforma.
Por otro lado, toda la cuestión de los trabajadores y la ciudad, supone que los trabajadores están en las fábricas y la gente está en las ciudades, cuando en realidad los trabajadores viven en las ciudades. Hay una política del lugar de trabajo y una política del hogar, que pueden ser más fácilmente combinadas si empezamos a pensar de una forma más política sobre cómo se crea una ciudad, quién trabaja en la ciudad, cómo funciona, y por lo tanto empezamos a pensar en los trabajadores de mantenimiento, los recolectores de basura, los trabajadores telefónicos, y que estos también son trabajadores, y que una enorme cantidad de gente está empleada en el mantenimiento de la misma ciudad y la reproducción del medio ambiente urbano. Creo que la organización de estos trabajadores alrededor de un nuevo concepto de urbanización es algo que puede desbordar también al sentido más tradicional de organización de la gente que trabaja en fábricas o talleres.

IdZ: Hace unos años escribiste un prefacio para una nueva edición del Manifiesto Comunista. ¿Cuál es para vos la relevancia actual de esta obra?
Aún vivimos bajo el capitalismo. Lo que es asombroso es que Marx y Engels, armados con la crítica de una economía política principalmente británica, conociendo de primera mano por Engels lo que estaba sucediendo en Manchester, en cierto sentido hacen la pregunta sobre cómo sería si todo el mundo –en todos lados– fuera como en Manchester. Era una muy buena pregunta porque en ese momento el capitalismo estaba esencialmente confinado a la ciudad de Manchester y a otros pocos lugares, y ahora por supuesto vas al poderoso delta de Shanghai en China, cualquiera encuentra lo que estaba pasando en Manchester en los años 1840. Y la crítica de parte del mundo basada en esa pequeña parte del mismo. Y tantos aspectos de esa crítica aún están con nosotros: la alienación, el impulso a crear el mercado mundial… por lo que leer el Manifiesto es como leer una buena síntesis de lo que está ocurriendo en el mundo, salvo que ya no es en Manchester, sino lo que está pasando en China, lo que está sucediendo en India, en Sudáfrica, en Brasil, y lo que sucede aquí [en Argentina, NT]. Ellos adoptaron el punto de vista de que el capitalismo estaba destinado a globalizarse y por supuesto que lo ha hecho. Por lo que hay muchos aspectos que se acercan mucho a lo que nos encontramos hoy.
Pero también hay –por supuesto– aspectos que eran especiales de este período: su compromiso con los pensadores utópicos en Francia en los años 1830 y 1840; algunos argumentos peculiares sobre cuestiones de agenda del orden del día que son muy de su tiempo, que mencionaban en el prefacio que escribieron en la edición de 1872, que cambiarían. Es impresionante, leyéndolo, lo refrescante que es leer esta hermosa pieza de literatura, pequeña pieza de literatura, es que es como “¡Bang, de esto se trata la naturaleza del capitalismo!”. Y es muy excitante releerla hoy, particularmente como la estaba leyendo yo al comienzo de este colapso del sistema financiero y estando el capitalismo claramente en un gran problema, algo muy problemático e interesante era contrastar las diversas ediciones luego del 150 aniversario, en 1998, cuando el capitalismo estaba triunfante, cómo se tomaba el Manifiesto hace sólo diez años, y cómo se toma ahora cuando el capitalismo ya no es más triunfante en ningún lado.

Entrevista: Pablo Anino
Traducción: Juan Duarte
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David Harvey
Graduado como geógrafo, se acercó al marxismo en los años ‘70, bajo la influencia del clima ideológico de una década convulsionada. Retomando el camino iniciado por Henri Lefebvre, sus trabajos realizaron un aporte fundamental en la comprensión de la dimensión espacial de la acumulación capitalista estimulando otros desarrollos posteriores. Los límites del capitalismo y la teoría económica marxistapropone originales desarrollos de la obra de Marx. La condición de la posmodernidad es una de las obras fundamentales para una crítica marxista del posmodernismo. Entre otros importantes trabajos se cuentan París, la capital de la modernidad, El enigma del capital y las crisis del capitalismo y Ciudades rebeldes. Es catedrático de Antropología y Geografía en la City University of New York (CUNY) y Miliband Fellow de la London School of Economics.
CategoryEconomíaPolíticaTeoría

sábado, febrero 22, 2014

DE ERIC HOBSBAWM A TONY JUDT

tomado de http://joaquimprats.blogspot.com/2014/02/de-eric-hobsbawm-tony-judt.html

Se ha producido un giro en los referentes de la historia contemporánea, del marxismo a la socialdemocracia

DE ERIC HOBSBAWM A TONY JUDT
JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMÈNEC
En: LA VANGUARDIA  suplemento Culturas del miércoles 5 de febrero de 2014
Hobsbawm (Alejandría, 1917-Londres, 2012) se propuso desvelar el efecto de la revolución rusa en la conciencia social del siglo XX y se mantuvo siempre fiel a sus lealtades políticas más allá de las crisis del comunismo | Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010) mostró las líneas de pensamiento que entraban en colisión con el comunismo y apostó por la socialdemocracia para frenar la erosión de las sociedades
La historia contemporánea es tanto una disciplina como un espejo donde legiones de lectores buscan las claves del presente. En los años 80 y 90, Hobsbawm se consolidó como la gran figura totémica en este terreno, papel que en los últimos tiempos parece haberse desplazado, entre crítica y público, hacia Judt. Más allá del paso del marxismo a la socialdemocracia, ¿cuáles son las implicaciones de este giro?



A los historiadores más respetados se les conoce no sólo por sus investigaciones, también por sus ideas y reflexiones expresadas en una abundante y rica producción. Los lectores que se interesan por este tipo de historiadores, además de alcanzar una sólida formación, jamás aceptan la impostura y se niegan a vivir en la mentira. Para una inmensa mayoría de ellos, Eric Hobsbawm es un referente indiscutible como expresión de una conciencia crítica sobre el pasado y es fácil entender sus libros, en especial la trilogía la era de la revolución, la era del capital y la era del imperio, como una serie de reivindicaciones sobre la necesidad de "criticar todo abuso que se haga de la historia desde una perspectiva político-ideológica". Esa misma sensación se ha comenzado a tener en los últimos años con Tony Judt, un brillante escritor que al final de una azarosa vida confesó: "la historia como disciplina narrativa sólida volverá, ya que es difícil imaginar una sociedad que pueda pasar sin una narrativa coherente y consensuada de su pasado. De modo que es responsabilidad nuestra producir esta narrativa, justificarla y luego enseñarla".

Hobsbawm y Judt representan dos maneras distintas de abordar el estudio de la historia aunque coinciden en reconocer los derechos del lector necesarios para sostener una sociedad moderna y abierta a que se le explique qué ocurrió, cuándo y dónde ocurrió, y con qué consecuencias; coinciden igualmente en hacer una historia directa, comprensible, bien escrita, puesto que, piensan al unísono, "un libro de historia mal escrito es un mal libro de historia". Estamos ante dos reputados historiadores judíos de diferente generación, uno nació en junio de 1917, otro en enero de 1948, interesados por el sentido del siglo XX, uno para desvelar el efecto de la revolución rusa en la conciencia social, otro para mostrar las líneas de pensamiento que entraron en colisión con el comunismo; dos historiadores, un mismo compromiso con los ideales de la izquierda y dos maneras de vivenciarlo, uno permaneciendo fiel a sus lealtades políticas pese a las deficiencias mostradas en la práctica, Budapest en 1956, Praga en 1968 o Berlín en 1989, otro convirtiendo sus decepciones vitales (en especial el sionismo al que apoyó en un principio desde su emotiva adscripción al movimiento kibutz) en razones para apuntalar la creencia en la socialdemocracia como la mejor vía para frenar los mecanismos de erosión de la sociedad creados por la política del miedo.

Hacia 1970, cuando Hobsbawm era un reputado profesor, Judt comenzaba su tarea tras haber sido un estudiante aventajado en la Universidad de Cambridge y en la École Normale Supérieure de París. Los trabajos del primero sobre la crisis del siglo XVII y los rebeldes primitivos formaban entonces un armazón conceptual que atrapó a medio mundo intelectual y al otro medio lo dejó lleno de interrogantes sobre el compromiso de los intelectuales, mientras que convirtió a su autor en un verdadero insider en el mundo académico británico, recibiendo los más altos reconocimientos institucionales, sin renunciar en ningún momento a su condición de comunista de partido, como deja claro en Sobre la historia ("¿Qué deben los historiadores a Marx?"); pero también en un hombre sensible que compensó su trabajo académico escuchando jazz, al que dedicó sabrosos comentarios críticos en el New Statesman, (hoy reunidos en Gente poco corriente), o interesándose por el arte y la cultura de la sociedad burguesa, origen de Un tiempo de rupturas. En este libro, publicado tras su muerte, Hobsbawm fija la narrativa capaz de explicar "una era de la historia que ha perdido el norte y que, en los primeros años del nuevo milenio, mira hacia delante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible, con más perplejidad e inquietud de lo que yo recuerdo en mi larga vida". Con su queja sobre "la actual inundación creativa que anega el globo con imágenes, sonidos y palabras, que casi con toda certeza será incontrolable tanto en el espacio como en el ciberespacio", con su convicción de que "el gran arte sigue siendo eurocéntrico, como el champagne, incluso en un mundo globalizado", con la referencia habitual de Marx, ("pocas páginas son más conocidas hoy en día que la profética descripción que Karl Marx hizo de las consecuencias sociales y económicas de la industrialización capitalista occidental"), Hobsbawm se despoja de sus ideales, sentimientos e impresiones que le habían acompañado desde que era estudiante en Viena y Berlín en los años veinte, sin abandonar no obstante su convicción de que el único futuro "no extraño" pasa por asumir la doctrina marxista.

Cuesta imaginar a Judt en esa encrucijada, o en cualquier encrucijada que dependa de un diagnóstico marxista. Sólo un joven rebelde como él es capaz de afrontar el estudio del pasado lejos de los argumentos fomentados por Hobsbawm; también cuesta imaginar a un historiador más capaz que él para desenredar el gigantesco ovillo teórico construido por la historiografía marxista en la segunda mitad el siglo XX. "Un intelectual del pasado -confesó en cierta ocasión- que no esté interesado en primera instancia en captar correctamente la historia puede tener muchas virtudes, pero la de historiador no se cuenta entre ellas". Para Judt, el estudio debe partir de un análisis severo de las fuentes antes de emitir un juicio sobre ellas, aunque ese juicio se asiente en la autoridad de Marx. Su sensibilidad, sus sensaciones, sus recuerdos y su manera de expresarlo todo responden a esa postura inicial. Con ella investigó la historia de las ideas francesas fraguada en la Resistencia, hecho clave en la conducta intelectual parisina desde 1944 en adelante. Eso le permitió afrontar su libro más original, según creo, Pasado imperfecto, el que le convirtió en un hombre público, donde personajes secundarios sirven para recrear la atmósfera intelectual de la época que resquebrajó no sólo la unidad del comunismo, sino su propia legitimidad. Escribir desde los márgenes sin atenerse a las convicciones teóricas que durante las décadas 1979 y 1980 marcaron el rumbo de Hobsbawm, determina la manera de hacer historia de Judt y por lo mismo su compromiso con la sociedad: "En realidad, yo no creo que desatender el pasado sea nuestro mayor riesgo; el error característico del presente es citarlo desde la ignorancia".

La vida y el trabajo de Hobsbawm y Judt corrieron durante bastantes años en paralelo: hay algo de plutarquiano en sus vidas, algo que afecta a la naturaleza de los dos grandes libros que a la postre les darán celebridad mundial: Historia del siglo XX (The age of extremes), una lectura crítica de por qué se malogró el proyecto de una revolución mundial auspiciada por las ideas marxistas; y Posguerra, donde se asumen como parte de la narrativa reflexiones, posturas políticas, incluso vivencias familiares, como que el nacimiento del mundo de la posguerra obligó a la destrucción de las comunidades judías en Polonia, Moldavia, Galitzia, Bocovia y otros lugares, una destrucción analizada hoy bajo el epígrafe de holocausto: son las comunidades originarias de la familia de Judt, en algunos casos sufriendo el destino de su pueblo, como fue el caso de la tía a la que él debe su nombre, la tía Toni, conducida de Holanda a Auschwitz donde fue asesinada en las cámaras de gas. Y es que, para Judt, el historiador es algo más que un teórico social, algo más que un intérprete de unos textos canónicos que explican el siglo XX como los efectos de la acumulación del capital. Tan orgulloso con su interpretación, se negó a rendirse: la prueba está en El refugio de la memoria, un libro donde pone en orden sus pensamientos mientras luchaba contra la enfermedad de Lou Gehrig, una variante de esclerosis lateral amiotrófica, que le obligó a dictar el texto, pues la mente era la única parte del cuerpo activa.

La diferencia entre Hobsbawm y Judt se percibe mejor si logramos entender las confesiones que Judt aceptó realizar ante Timothy Snyder y que dieron lugar a Pensar el siglo XX. En este libro habla con amabilidad de Hobsbawm, sobre todo de su casual encuentro en Atlanta, consciente de la distancia entre ellos y el poco eco que tuvieron sus trabajos en el maestro. No le importó ese silencio, que algunos considerarían desdén, en parte porque su postura crítica sobre la historiografía expuesta en Sobre el olvidado siglo XX es una invitación a ser sujeto de una actitud parecida. En su palacio de la memoria, para utilizar el concepto de Jonathan Spence, Judt reconoce su adscripción a la izquierda, aunque cuesta encajar eso con alguien que se confiesa un elitista y al que según sus propias palabras "sus colegas consideran un dinosaurio reaccionario". Es comprensible que piensen así, dijo, ya que "enseño el legado textual de unos europeos hace tiempo desaparecidos; no soy muy tolerante con la propia expresión como sustitutivo de la claridad; contemplo el esfuerzo como una pobre alternativa del logro; trato mi disciplina como dependiente en primera instancia de los hechos, no de la teoría; y veo con escepticismo mucho de lo que hoy pasa por ser erudición histórica".

Allí donde Judt ve el individuo como el principio de la libertad occidental, Hobsbawm veía precisamente lo mismo, pero no le gustaba, ya que su gusto personal se inclinaba por la lucha de clases como el motor de la historia. Motivo por el cual para escribir la historia del siglo XX debió superar la nostalgia de un hecho que no pudo ser (el triunfo del comunismo). Para Judt, por el contrario, sólo es posible escribir la historia de ese siglo superando la melancolía ante un hecho que no se acaba de entender del todo: ¿por qué tuvo que desaparecer el mundo del ayer, por decirlo como otro judío relevante, Stefan Zweig, para que pudiera unirse Europa? Mientras Hobsbawm pone fin a su estudio del siglo XX con un desalentador dilema, "fracasaremos si intentamos construir el tercer milenio prolongando el pasado o el presente", Judt se reinventó estudiando checo para entender mejor lo que estaba sucediendo en la Europa Oriental a finales de los años ochenta, lo que le alejó por completo de la ideología comunista que había minimizado su responsabilidad en el atraso y la falta de libertad en los países gobernados en su nombre. Esta actitud le acercó a lo que los franceses llaman moralistes; es decir, escritores en la línea de Camus, Aron o Blum (a los que estudia en El peso de la responsabilidad) con un compromiso cívico explícito que aspiran a ser universalistas coherentes, aunque eso signifique cuestionar algunos dogmas que habían inspirado a la izquierda durante todo el siglo XX. Para Judt está claro que "algo va mal" cuando no se tiene conciencia de que "la democracia puede sucumbir ante una versión corrupta de sí misma, mucho más que a los encantos del totalitarismo, el autoritarismo o la oligarquía". Por su parte, para Hobsbawm, esa realidad es visible, aunque la interpreta en la línea de que en el futuro que viene "no hay porvenir", sólo un simulacro organizado por el poder industrial capitalista.

El mundo del mañana ha comenzado sin resolver los motivos que dieron lugar a la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Hobsbawm añora la lucidez de la postura de la izquierda, internacionalista, obrerista, al servicio de las masas trabajadoras, que se atenía a una moral estricta, sin fisuras, donde no cabía la corrupción dentro de ese universo revolucionario, Judt, advierte que existen fuerzas ocultas que están evitando la enseñanza de la historia como lo que realmente debe ser, una narración coherente del pasado, para dar paso a diversiones bien financiadas que conducen al menoscabo de la conciencia crítica del ciudadano y al dominio exacerbado de los sentimientos que no hace mucho condujeron al estallido de dos guerras mundiales. Ambos coinciden en reconocer que la historia tiene en sus manos descubrir esa amenaza, e insisten que en sus libros se encuentran las herramientas para vencerla. Un magnífico legado.


BIBLIOGRAFÍA
Dos editoriales centran la publicación en español de estos dos historiadores. Crítica, dirigida muchos años por Gonzalo Pontón, inició la publicación de Hobsbawm, que ha seguido hasta sus inéditos:

Sobre la Historia (1997), La era de la revolución(1997), La era del capital (1998), La era del imperio (1998), Historia del siglo XX (1998),Entrevista sobre el siglo XXI (2000), Años interesantes (2003), Guerra y paz en el siglo XXI(2007), Cómo cambiar el mundo (2011), Gente poco corriente (2013), Un tiempo de rupturas(2013).

En catalán, Eumo publicó L'invent de la tradició(1989).

Por su parte, la editorial Taurus, perteneciente al grupo Prisa, ha publicado a Judt:

Postguerra (2006), Pasado imperfecto (2007),Sobre el olvidado siglo XX (2008), Algo va mal(2010), El refugio de la memoria (2011), Pensar el siglo XX (2012), Una gran ilusión (2013). Recientemente ha puesto en librerías El peso de la responsabilidad (2014), y para el 2015 anuncia Cuando los hechos cambian

En catalán, La Magrana ha publicado El món no se'n surt (2010), El refugi de la memòria (2011) yPensar el segle XX (2012)

Diálogos: Revista Electrónica de Historia, entre las mejores publicaciones de según la evaluación del UCRIndex


Las revistas de la Universidad de Costa Rica se evalúan de acuerdo a los criterios del índice elaborado por el equipo de UCRIndex de la Vicerrectoría de Investigación, este índice permite evaluar las revistas de la Universidad de Costa Rica por medio de cinco criterios que toman en cuenta la calidad, la participación de académicos internacionales, cumplimiento de periodicidad entre otros indicadores. Este año, Diálogos: Revista Electrónica de Historia se encuentra en la categoría “A”, donde se coloca a las revistas de mayor calidad y con los mejores resultados del Latindex.
Diálogos: Revista Electrónica de Historia http://revistas.ucr.ac.cr/index.php/dialogos es una publicación semestral, especializada de investigación científica histórica de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica. Pretende llegar a investigadores centroamericanos y centroamericanistas de las diferentes ramas de la Historia. Tiene como objetivo generar un papel innovador al entregar a todos sus lectores bases de datos, fuentes inéditas y arbitrados que abordan los análisis de trayectorias desde distintas perspectivas teóricas y metodológicas.
Diálogos Revista Electrónica de Historia. 1409-469X es una obra bajo una licencia Creative Commons.

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Así mismo, Diálogos forma parte de un proyecto integral de difusión e investigación colaborativa de la Escuela de Historia, Centro de Investigaciones Históricas y el Posgrado Centroamericano de Historia.

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El Posgrado Centroamericano de Historia publicó una interesante lista.




Me consta que la lista es enorme.  Por año llegan unos 15 profesores como promedio.   En buena hora esta lista en momentos que nuestras universidades públicas descubren la internacionalización.  Me imagino que pronto saldrán datos de pasantías, investigadores visitantes y redes internacionales.  Buen ejemplo de trabajo colaborativo, académico y con incidencia real en las comunidades científicas de historiadores costarricenses

viernes, febrero 21, 2014

Casanova: la politización de la historia causa acidez al debate político


Tomado de www.lavanguardia.com/vida/20140220/54401535778/casanova-la-politizacion-de-la-historia-causa-acidez-al-debate-politico.html


Salamanca, 20 feb (EFE).- El historiador Julián Casanova ha asegurado hoy en Salamanca, en declaraciones a Efe, que la politización de la historia española "ha llevado acidez al debate político".
Casanova ha presentado en la Facultad de Geografía en la capital salmantina su último libro sobre la Guerra Civil, titulado "España partida en dos. Breve historia de la Guerra Civil española".
El autor ha añadido que a ese debate tenso se le une "la baja cualificación de la clase política actual".
"Los políticos españoles son poco cultos, apenas leen y en estos tiempos un presidente de un país debería, como poco, saber hablar un idioma extranjero", ha agregado.
El historiador ha presentado un libro por el que "apenas" ha sido censurado por parte de un sector de los historiadores y periodistas, "que últimamente arremetían contra mí".
Esta falta de crítica se debe, en opinión de Casanova, a que se trata de una obra "hecha pensando en aquellas personas que apenas han oído hablar de la Guerra Civil", como los extranjeros o los que ni la habían estudiado.
"La he analizado, de forma pormenorizada desde los dos lados", ha agregado, y ha puesto como ejemplo algunas partes del libro: "la relación con Europa; la violencia tanto anticlerical como de la Iglesia; la guerra internacional que en realidad fue; o la retaguardia de las dos zonas".
Además, Julián Casanova ha incorporado un epílogo dedicado a la "paz incivil", en la que trata de analizar los motivos por los que a partir de 1945 continuó la dictadura.
"Este hecho ha sido el que provocara que España se perdiera los mejores años de la sociedad civil o de la modernización de los Estados, como estaba ocurriendo en Europa", ha explicado, por lo que no se pudo aprender "a convivir en democracia".
Para Casanova, si no hubiera habido dictadura de Francisco Franco, la Guerra Civil hubiera quedado en el "triste recuerdo de los dos bandos".
El historiador español ha recordado que esta obra se escribió en inglés, "pesando en aquellos extranjeros que no entendían bien la Guerra Civil", aunque cuando su editorial le pidió que la escribiera en español, se dio cuenta de que en "España también había extranjeros", que "o no habían estudiado esta etapa o la conocían a través de una única versión, de un único bando".
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viernes, febrero 14, 2014

La disolución de la historia en el puro presente



Tomado de http://www.clarin.com/opinion/disolucion-historia-puro-presente_0_832116845.html

Por Federico Lorenz HISTORIADOR

Frente a una tendencia que pretende fundar el acontecimiento en fechas presuntamente decisivas que se imponen desde un relato oficial, es necesario recuperar una noción de tiempo que conlleva la idea de la Historia como construcción humana en la que todos tenemos un lugar.








La disolución de la historia en el puro presente

20/12/12
En un cuento de Elsa Bornemann, el año verde se hacía realidad el día que los súbditos de un rey mentiroso materializaron sus promesas incumplidas por su propia mano a fuerza de pinceles y pintura. El relato, que fue prohibido durante la última dictadura, hablaba a los niños de la agencia popular para producir los cambios sociales. Ahora, parecería que en unos pocos días el año verde está por llegar.
Pero en realidad, a lo que asistimos es al deterioro de un elemento fundamental para nuestra autopercepción como actores sociales: el tiempo histórico.
Mark Twain escribió que “el hombre es un experimento, y el tiempo demostrará si valía la pena”. Hoy en día, el clima cultural y político nos niega esa posibilidad, consistente en pensar históricamente para intervenir de manera crítica, para ensayar y equivocarnos.
Algunos historiadores, como François Hartog, hablan de presentismo : un tiempo social y cultural en el cual no hay ni horizonte de experiencias (las que vivimos en el pasado, los proyectos que tomamos, los legados que reivindicamos) ni de expectativas (el futuro que imaginamos, nuestras esperanzas), porque se han superpuesto en el hoy . Según esta mirada, todo se diluye en un gigantesco presente , un tiempo único simbolizado en la transmisión en vivo del ataque a las Torres Gemelas en 2001, un acontecimiento que se iba conmemorando a sí mismo al mismo tiempo que se producía: el “11S”.
Pobre Mark Twain: hoy sería imposible verificar su experimento. Y sin embargo, es esencial. Desde la educación, por ejemplo, quizás la tarea más urgente sea la de recuperar una noción de tiempo que conlleva la idea de la Historia como construcción humana. No desde un decadentismo nostálgico que añora un pasado ideal, sino como la reivindicación del derecho a un tiempo que nos haga humanos , vital para el intercambio entre las generaciones.
El presentismo rompe ese proceso. Borra la posibilidad de la distancia crítica tanto a adultos como a jóvenes. Nos impide comunicarnos.
Es empobrecedor, política e intelectualmente . Mezcla, confunde, desjerarquiza y, en consecuencia, impide distinguir tanto las amenazas a nuestro futuro como los aliados para pensar y construir.
Pero es tentador porque, como sostiene Hartog, “la economía mediática del presente no cesa de producir y de consumir acontecimientos (...) Pero con una particularidad: el presente, en el momento mismo de crearse, desea mirarse como ya histórico, como ya pasado”.
La mirada presentista es epidérmica: magnifica cualquier gesto público, al volver imposibles las comparaciones y proyecciones o, a la inversa, al forzarlas banalmente.
El año verde ha llegado, mas no por la fuerza popular. El presentismo nos vuelve ingenuos. Los “11S”, “8N”, “20N”, “7D”, son simplificaciones conceptuales que nos hacen vivir en vísperas de Armagedones y Apocalipsis diarios. El mentado día del arquero será mañana. Esa forma de entender la Historia revela en muchos de sus protagonistas una soberbia tan grande como el miedo al cambio , la ignorancia y el elitismo que la alimentan: porque todo se reduciría a una única verdad, una única fuerza, un único poder, obviamente el propio . Pero sin dialéctica no hay cambios culturales ni políticos. No todos seremos protagonistas del siglo, pero todos somos actores de los cambios: todos tenemos un lugar en la Historia.
Este presente es lo contrario: solo vive porque funge en la idea de que cada día hay una batalla decisiva, de que cada acto histórico es fundacional y definitivo , de que nada volverá a ser como antes. No hay espacio para construcciones, sino para instalaciones, demoliciones o imposiciones .
Los “momentos decisivos” son negaciones de nuestra capacidad de agencia, de nuestra condición de sujetos históricos. La recuperación del tiempo a escala humana es fundamental porque los proyectos se construyen y se defienden entre todos: entre los que ya no están, entre nosotros, entre los que vendrán.

martes, febrero 11, 2014

Stuart Hall obituary. Influential cultural theorist, campaigner and founding editor of the New Left Review

and
Stuart Hall
 
Stuart Hall was born in Jamaica and won a Rhodes scholarship to Oxford University, arriving in 1951. He always saw himself as a 'familiar stranger' in Britain. Photograph: Eamonn McCabe

When the writer and academic Richard Hoggart founded the Centre for Contemporary Cultural Studies at Birmingham University in 1964, he invited
Stuart Hall, who has died aged 82, to join him as its first research fellow. Four years later Hall became acting director and, in 1972, director. Cultural studies was then a minority pursuit: half a century on it is everywhere, generating a wealth of significant work even if, in its institutionalised form, it can include intellectual positions that Hall could never endorse.

The foundations of cultural studies lay in an insistence on taking popular, low-status cultural forms seriously and tracing the interweaving threads of culture, power and politics. Its interdisciplinary perspectives drew on literary theory, linguistics and cultural anthropology in order to analyse subjects as diverse as youth sub-cultures, popular media and gendered and ethnic identities – thus creating something of a model, for example, for the Guardian's own G2 section.

Hall was always among the first to identify key questions of the age, and routinely sceptical about easy answers. A spellbinding orator and a teacher of enormous influence, he never indulged in academic point-scoring. Hall's political imagination combined vitality and subtlety; in the field of ideas he was tough, ready to combat positions he believed to be politically dangerous. Yet he was unfailingly courteous, generous towards students, activists, artists and visitors from across the globe, many of whom came to love him. Hall won accolades from universities worldwide, despite never thinking of himself as a scholar. Universities offered him a base from which he could teach – a source of great pleasure for him – and collaborate with others in public debate.

He was born in Kingston, into an aspiring Jamaican family. His father, Herman, was the first non-white person to hold a senior position – chief accountant – with United Fruit in Jamaica. Jessie, his formidable mother, had white forebears and identified with the ethos of an imaginary, distant Britain. Hall received a classical English education at Jamaica College in Kingston – while allying himself with the struggle for independence from colonial rule.

But he found the country's racial and colonial restrictions intolerable and an escape presented itself when he won a Rhodes scholarship to study at Oxford University. He arrived in Britain in 1951, part of the large-scale Caribbean migration that had begun symbolically with the arrival of the Empire Windrush three years earlier. Hall recalled that when he took the train from Bristol to Paddington station in London, he saw a landscape familiar to him from the novels of Thomas Hardy.

However, if Britain was a culture he knew from the inside, it was also one he never entirely felt part of, always imagining himself a "familiar stranger". At Merton College, studying English, he experienced this sense of displacement, his enthusiasms – for a new politics, for bebop, for a world alive to the values of human difference – incomprehensible to the cavalry-twilled former public schoolboys who surrounded him.

As his time in Britain lengthened, so his identifications with blackness deepened. Ambivalent about his relation both to his place of departure and to his place of arrival, he sought to survive the medieval gloom of Oxford by making common cause with the city's displaced migrant minority. Out of these new attachments, and out of the political cataclysm of 1956 – marked by the Anglo-French-Israeli invasion of Egypt and by the Soviet suppression of the Hungarian revolution – emerged the new left, in which Hall was an influential figure: it provided him with a political home. At this point he found himself "dragged backwards into Marxism, against the tanks in Budapest" – and, if his Marxism came "without guarantees", it was nonetheless a vital part of him to the end.

In 1957 these issues became the catalyst for the launching of the Universities and Left Review, in which Hall was an active presence, and which subsequently merged with the New Reasoner to form the New Left Review, of which Hall was the founding editor. Abandoning his thesis on Henry James, he moved to London. By day he worked as a supply teacher in Brixton and, late into the night, on the Soho-based NLR. In 1961, he became a lecturer in film and media at Chelsea College, London University. Brixton and Soho had proved congenial to him where Oxford had not, and he began his work on popular culture. The Popular Arts (1964), co-authored with Paddy Whannel, opened a field of inquiry he was to develop at Birmingham.

On the 1964 Campaign for Nuclear Disarmament march from Aldermaston to London, Hall met Catherine Barrett, and they married later that year. With his appointment to the CCCS they moved to Birmingham where their two children, Becky and Jess, were born, and where they lived until 1979. During these years Catherine became an acclaimed historian, and the marriage proved to be a source of great mutual love and support. Their homes, in Birmingham and then in London, were welcoming places, drawing in their many friends.
In Birmingham, under Hall's charismatic leadership – and on a shoestring budget – cultural studies took off. But as Hoggart remarked, Hall rarely used the first person singular, preferring to speak of the collaborative aspects of the work. His energy was prodigious and he shifted the terms of debate on the media, deviancy, race, politics, Marxism and critical theory.
While there are no single-authored, scholarly monographs to his name, Hall produced an astonishing array of collectively written and edited volumes, essays and journalism – translated into many languages – as well as countless political speeches, and radio and television talks.

In 1979 he became professor of sociology at the Open University, attracted by the possibility of reaching out to those who had fallen through the conventional educational system. He remained there until 1998 – later becoming emeritus professor – launching a series of courses in communications and sociology. Increasingly, he focused on questions of race and postcolonialism, and on theorising the migrant view of Britain that he had always cherished.
The move to the OU coincided with the election victory of Margaret Thatcher. Before the election, Hall, convinced that the emergence of this new Conservatism marked a profound cleavage in British political history, coined the term Thatcherism, in a visionary article in Marxism Today. Drawing both on his long involvement with Antonio Gramsci's theorisation of the forms of political hegemony and on the collaborative CCCS volume Policing the Crisis (1978), he emphasised the role of race in Thatcherite politics, particularly in relation to the creed of law and order which he characterised as "authoritarian populism".
In The Politics of Thatcherism (1983), he insisted that the left's traditional statism was in part responsible for creating the conditions that had allowed the Thatcherites to win ascendancy, pointing to the degree to which Thatcherism had rooted itself in authentically popular sentiment – something he believed the left had failed to do. This generated fierce controversy among those who might otherwise have been among his political allies. His conviction that Thatcherism would define the politically possible, long after Thatcher herself had departed, proved enormously prescient, providing a key to understanding the politics not only of New Labour, but also of the subsequent coalition.
Hall, a campaigner for racial justice, was invited to join many official, and unofficial, public bodies. From 1997 to 2000 he served on the Runnymede Commission on the Future of Multi-Ethnic Britain, and was shocked by the media reaction to the commission's observation that the idea of Britain itself was racially far from innocent. He knew that the persistence of race thinking ran deep among the British.

He enjoyed university life but was relieved to relinquish his full-time academic role. This presented him with another opportunity to reinvent himself, by then in alliance with young artists and film-makers, exploring the politics of black subjectivity. A new Hall emerged, evident in catalogue introductions and workshop discussions in galleries in Britain and across Europe.
Once again he collaborated with – and learned from – people considerably younger than himself, chairing Autograph (the Association of Black Photographers) and the International Institute of Visual Arts. He was proud that he helped secure funding for Rivington Place, in Hoxton, east London, a location dedicated to public education in multicultural issues, drawing from contemporary art and photography. His involvement in the movement for black arts gave him a new lease of intellectual life. This Stuart Hall was reflected in the history of his life and work produced by the film-maker John Akomfrah, in the form of a much lauded gallery installation, The Unfinished Conversation (2012), and in a widely distributed film, The Stuart Hall Project (2013), which brought Hall to the attention of a new generation.

Latterly Hall's health, always more precarious than he let on, declined; he had to face intensive dialysis and later, at an advanced age, a kidney transplant. This ate up his time and energy, gradually constraining his mobility and his ability to take part in public life. But to the end, he held court at home to an endless stream of visitors keen to discuss the politics of contemporary times.
Under New Labour he became increasingly furious that managerialism was hollowing out public life, and increasingly pessimistic about the global situation. Yet he was cheered that "someone with Hussein for a middle name" was sitting in the White House and, after the credit crunch, was mesmerised by the sight of capitalism falling apart of its own accord. Throughout, he maintained an optimism of the will, and as late as last year he and his colleagues on Soundings magazine were producing manifestos for a post-neoliberal politics.
In 2005 he was made a fellow of the British Academy. His published work includes the collaborative volumes Resistance Through Rituals (1975); Culture, Media, Language (1980); Politics and Ideology (1986); The Hard Road to Renewal (1988); New Times (1989); Critical Dialogues in Cultural Studies (1996); and Different: A Historical Context: Contemporary Photographers and Black Identity (2001). All these works testify to the breadth of Hall's intellectual engagements, and to the ways he moved through the various new times of his own life.

When he appeared on Desert Island Discs, Hall talked about his lifelong passion for Miles Davis. He said that the music represented for him "the sound of what cannot be". What was his own intellectual life but the striving, against all odds, to make "what cannot be" alive in the imagination?

He is survived by Catherine, Becky and Jess, by his grandchildren, Noah and Ishaan, and by his sister Patricia.


• Stuart McPhail Hall, teacher, cultural theorist and campaigner, born 3 February 1932; died 10 February 2014
Stuart Hall talking to Laurie Taylor on Thinking Allowed, Radio 4, 2011



jueves, febrero 06, 2014

Felicidades a los galardonados con el Premio Aquileo J. Echeverría en Historia 2013: Manuel Solís y Mercedes Flores

Felicidades a los galardonados con el Premio Aquileo J. Echeverría en Historia 2013: Manuel Solís con su libro "Memoria descartada y sufrimiento invisibilizado: la violencia política de los años 40 vista desde el Hospital Psiquiátrico y a
Mercedes Flores por su libro Locura y género en Costa Rica: 1910-1950.