lunes, septiembre 29, 2014

Honor para historiador panameño Alfredo Castillero Calvo


Honor para historiador panameño Alfredo Castillero Calvo



Tomado de http://www.prensa.com/impreso/vivir/honor-castillero-calvo/399099



Alfredo Castillero Calvo será uno de los primeros extranjeros en la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras.
HELKIN GUEVARA
hguevara@prensa.com





ALFREDO CASTILLERO CALVO LA PRENSA/ARCHIVO.
27/09/2014 - La Real Academia Sevillana de las Buenas Letras distinguirá al historiador panameño Alfredo Castillero Calvo como académico correspondiente en una ceremonia que se celebrará el 17 de octubre próximo en la sede de entidad en España.
Será “un honor para mí y para el país”, dice Castillero Calvo, porque su designación, junto con la de dos homólogos de México y Estados Unidos, representa la primera vez que la academia sevillana admite extranjeros entre sus miembros.
Castillero Calvo explica que la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras data de 1751 y es una de las contadas instituciones culturales e históricas reconocidas por la Corona española (también están la Real Academia de la Lengua, Real Academia de Historia y Real Academia de Bellas Artes de San Fernando). El enfoque de la academia sevillana es el estudio y difusión de la documentación histórica relacionada con esta región.
Hace unos años sus académicos empezaron a analizar la posibilidad de ingresar en sus filas historiadores foráneos que hayan estudiado la historia americana del periodo colonial vinculada con Sevilla.
Por eso lo consideraron desde un principio, dice Castillero Calvo, quien se ha nutrido desde hace décadas por la información atesorada por entidades como el Archivo General de Indias.
Castillero Calvo lleva más de medio siglo publicando textos históricos en Panamá, “desde que tenía unos 20 años y era estudiante en la Universidad de Panamá”. Hoy el historiador tiene 77 años.

viernes, septiembre 26, 2014

ENTREVISTA: Carlos Martínez Shaw y la historia marítima total



Tomado de http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1851-95042006000100007&lng=pt&nrm=iso&tlng=es

José Antonio Martínez Torres
Profesor en la UNED
almasit@hotmail.com

Carlos Martínez Shaw es uno de los principales impulsores de la historia marítima del Antiguo Régimen en España. Buen conocedor de las preocupaciones temáticas y metodológicas de la escuela de losAnnales, sus investigaciones sobre el comercio catalán con América durante los siglos XVII y XVIII, inspiradas en el magisterio de Pierre Vilar, desmontaron el tópico de la exclusión de Cataluña con anterioridad a la autorización de Carlos III. Nacido en Sevilla en 1945, Carlos Martínez Shaw ha sido Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Barcelona (1984-1993) y Presidente del desaparecido Centro de Estudios de Historia Moderna "Pierre Vilar" (1984-1994). Desde 1993 es Catedrático de Historia Moderna en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Madrid), donde compagina la docencia con la dirección de una serie de proyectos sobre el comercio exterior español durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Está vinculado como redactor o asesor a numerosas revistas de historia y cultura, entre las que sobresalen HispaniaL´Avenç, DrassanaRevista de Historia Social,Cuadernos de Historia de España (Buenos Aires) y Secuencia (México). Pertenece a las Reales Sociedades Bascongada y Matritense de Amigos del País. Es redactor de la History of Mankind publicada por la UNESCO. Colaborador asiduo de El País y El Periódico de Cataluña, en cuyas páginas se ocupa de la crítica de libros de historia moderna y de literatura asiática. Experto en la cultura oriental de la Edad Moderna, la ha divulgado entre el público hispano en una serie de importantes exposiciones de carácter nacional e internacional comisariadas junto a Marina Alfonso Mola, profesora de Historia Moderna en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (Madrid). Profesor invitado en varias universidades europeas y americanas, en su amplia producción bibliográfica como autor y editor destacan los siguientes títulos: Cataluña en la Carrera de Indias, 1680-1756 (Crítica, Barcelona, 1981), Spanish Pacific. From Magallanes to Malaspina (Lunwerg, Barcelona, 1988), Séville XVIe siècle, de Colom à don Quichotte(Autrement, París, 1992), La emigración española a América, 1492-1824 (Archivo de Indianos, Oviedo, 1992), El Derecho y el Mar en la España Moderna (Universidad de Granada, Granada, 1995), Historia de Asia en la Edad Moderna (Arco/Libros, Madrid, 1996), Europa y los Nuevos Mundos, siglos XV-XVIII(Síntesis, Madrid, 1996), El galeón de Manila (Ministerio de Educación Cultura y Deporte, Sevilla, 2000),Oriente en Palacio (El Viso, Madrid, 2003) y El sistema atlántico español, siglos XVII-XIX (Marcial Pons, Madrid, 2004).
El comercio catalán y la polémica del libre comercio
P: Vd. empezó estudiando el comercio catalán indirecto de los siglos XVII y XVIII, ¿dónde arranca la motivación por este estudio? ¿En qué punto se encontraba dicha temática cuando Vd. desarrollaba su investigación? ¿Qué lecturas y qué documentos le inspiraron? ¿Cuáles fueron los resultados obtenidos? ¿Qué sabemos hoy del tráfico no privilegiado del periodo 1756-1778, "continuación lógica y necesaria", según sus propias palabras, de Cataluña en la Carrera de Indias?
R: La primera inspiración para Cataluña en la Carrera de Indias vino de mi asistencia en Sevilla, en 1967, a uno de los coloquios internacionales de historia marítima que habían nacido en París en 1956. Entonces, tuve ocasión de escuchar a diversos profesores que trataban sobre esos temas, y fundamentalmente a Valentín Vázquez de Prada, que habló de "los caminos de Cataluña en el comercio americano" y de la falta de un trabajo sistemático sobre esta cuestión. Por ello, cuando me trasladé a Barcelona, a los pocos meses después del coloquio, recurrí al doctor Valentín Vázquez de Prada para que me dirigiera la tesis doctoral sobre ese tema donde faltaba esa investigación concreta.
La base fundamental de mi investigación fue el libro de Pierre Vilar, Cataluña en la España Moderna(1962), y el resto de su obra empírica y teórica. Para realizar el estudio de ese comercio indirecto me basé en la documentación que se custodia en el Archivo General de Indias y en toda una serie de archivos catalanes, no sólo de Barcelona, sino también de algunas de las ciudades más implicadas en el comercio colonial: Arenys, Canet, Mataró, etc.
Lo que salió a la luz fue el esfuerzo de Cataluña por encontrar una vía fácil para el comercio con América, del que había quedado excluida, no por ninguna argumentación legal sino por la incapacidad de integrarse en ese pesado instrumento del comercio que fue el "sistema de flotas y galeones". Con la recuperación de Cataluña a finales del siglo XVII, la burguesía catalana intentó paliar su incapacidad de crear instrumentos comerciales haciendo uso del "sistema de registros sueltos", implantado fortuitamente a partir de la guerra contra Inglaterra en 1739, y montando todo un aparato de penetración mercantil en los puertos andaluces y americanos.
Efectivamente, hoy día los trabajos sobre el comercio de Cataluña con América no están terminados. Si bien se ha cubierto la etapa del libre comercio a través de los trabajos de José María Delgado y de John Fisher, todavía está pendiente de estudio el periodo de 1756 a 1778; sólo se ha hecho el comercio privilegiado gracias al libro de José María Oliva. No obstante, el comercio no privilegiado, que siguió en paralelo a la Compañía de Barcelona, efectivamente falta por hacer. Para esa investigación no he encontrado ningún colaborador. Existe la documentación, basta con ir de nuevo al Archivo General de Indias para encontrar los registros de los barcos.
P: ¿En qué medida el comercio colonial hispano pudo proporcionar motores capaces de iniciar, acelerar o simplemente apoyar una revolución industrial?
R: Responder a esta pregunta implica teorizar sobre los orígenes de la revolución industrial: orígenes internos a través de la tesis de Maurice Dobb, orígenes externos a través de la tesis de Paul Sweezy. En fin, es un debate tan extenso que una respuesta unívoca no existe. Lo único que puede decirse es que los beneficios del comercio colonial no fueron capaces por sí solos de generar una revolución industrial.
Nosotros, deslumbrados en un primer momento por el comercio colonial, pensamos que el comercio ultramarino superaba al resto de los sectores comerciales. Sin embargo, hoy estamos en condiciones de afirmar que no: el desarrollo del comercio colonial no sólo no condenó al olvido a otros comercios sino que los potenció. Este sería el caso del comercio en el Mediterráneo durante el siglo XVIII, que se vio fortalecido por la expansión generalizada de Cataluña.
P: ¿Qué significó realmente el libre comercio?
R: La valoración del libre comercio también ha dado lugar a un amplio debate historiográfico. José María Delgado, en los trabajos que ha dedicado a esta cuestión, ha tratado de minusvalorar el papel del libre comercio en el desarrollo de los últimos años de la vida económica catalana. Josep Fontana, en sus explicaciones, también ha recogido esta idea y la ha potenciado. Yo siempre he detectado en estas tesis no un respeto estricto a lo que los documentos dicen, sino una óptica nacionalista catalana que tiende a rebajar todos los logros de la dinastía borbónica. Y en este caso concreto, a minusvalorar una medida política como el libre comercio, que representó para Cataluña el fin de todas las barreras que el comercio catalán había ido encontrando a lo largo de su historia. El "sistema de registros sueltos" significó saltar una barrera, la concesión de la Compañía de Barcelona (1756) significó saltar otra, la libertad del comercio de Barlovento hizo saltar muchas otras y, finalmente, el libre comercio (1778) las hizo saltar todas. Todo esto tuvo una repercusión indudable en Cataluña, y los datos, los datos estrictos, lo único que avalan es que el comercio colonial catalán sufrió un incremento extraordinario a lo largo del periodo de vigencia del libre comercio.
P: Los clásicos trabajos de Earl J. Hamilton y Pierre Chaunu mostraron una relación muy estrecha entre la metrópoli y sus colonias, y dieron por sentado que los ritmos coyunturales de éstas determinaban los del resto de los territorios que componían la Monarquía hispánica en la Edad Moderna. Tal visión, a pesar de haber sido cuestionada por los trabajos de Michel Morineau, John TePaske-Herbert S. Klein y Carmen Yuste, todavía sigue pesando mucho historiográficamente. ¿A qué cree Vd. que es debido?
R: Parafraseando a Fernand Braudel, yo diría que las mentalidades son "prisiones de larga duración". Cuesta mucho trabajo que las investigaciones se abran camino dentro de los paradigmas dominantes de la interpretación historiográfica. A eso obedece el que se sigan manteniendo toda una serie de trabajos ya muy clásicos como el de Hamilton, que es del año 1934, y que tenga que ser siempre el punto de partida para la discusión historiográfica. Pero en cualquier caso, lo que sí se puede decir es que hay como mínimo dos planos en los que tendríamos que reflexionar y debatir.
En primer lugar, habría que reflexionar sobre el papel del sector del comercio colonial dentro de la composición del Producto Nacional Bruto. ¿Qué supuso? Si se pudiera reducir a un término estadístico, ¿qué implicaba? Es muy difícil responder a estas cuestiones, ya que entre otros muchos factores hay que tener en consideración los papeles dinamizadores de los impactos metálicos. Leandro Prados de la Escosura, en dos ensayos complejos, difíciles, pero desde luego desarrollados con mucha inteligencia, ha intentado dar una respuesta a tales preguntas.1 En su opinión, hay que relativizar el papel que la historiografía ha dado a la pérdida de las colonias, ya que ningún sector de la economía española, ni siquiera el más dañado, se vio afectado sino en modestos porcentajes.
Hay que tomar estas elucubraciones con mucha cautela. No obstante, son una idea para reflexionar. En una economía altamente feudalizada, como era la economía española de los siglos XVI y XVII, hay que pensar que una parte importante de la economía no se veía afectada por los flujos del oro y la plata. Además, hay que tener en cuenta que una buena parte de este metal apenas llegaba a España ya salía de ella para pagar la política exterior española. Hasta tal punto esto era así que un historiador norteamericano, Dennis Flynn, ha dicho que el oro y la plata sirvieron esencialmente para pagar la política imperial y el patrimonio artístico de España.
En segundo lugar, habría que seguir reflexionando sobre el significado de la "decadencia española". Durante los siglos XVI, XVII y XVIII España fue un imperio universal repartido por los cinco continentes. Con los medios de la época, mantener el imperio más grande de toda la historia universal fue una empresa colosal y tuvo enemigos colosales. Fue un verdadero milagro mantener esta estructura imperial durante tanto tiempo. Es cierto que hay una "decadencia española" en el siglo XVII. No obstante, esta "decadencia española" del siglo XVII no impide que España siga siendo una potencia de primera magnitud en la centuria siguiente. En el siglo XVIII, cuando se habla de las grandes potencias, uno todavía se está refiriendo a Inglaterra, Francia, Holanda y España. Esas eran las grandes potencias. Nadie deja de tener presente el papel que desempeñó España en las guerras internacionales. España fue decisiva en conflictos internacionales tan trascendentales como la Guerra de los Siete Años (1756-1763) o la independencia de las Trece Colonias (1776-1783).
La historia marítima "total" y el pacífico español
P: Del comercio indirecto a la emigración española a América pasando por las pesquerías, la legislación, la cultura marítima, etc., ¿cómo explica todos estos cambios? Estamos ante cuestiones que convergen dentro de una historia marítima que pretende ser "total" en el sentido que le dieron Lucien Febvre, Marc Bloch, Fernand Braudel y Pierre Vilar. ¿Qué diferencia a la forma de hacer historia marítima de antes de 1956 -celebración en París del Primer Coloquio Internacional de Historia Marítima dirigido por Michel Mollat du Jourdin- con la que se practica hoy, casi cincuenta años después? ¿Qué campos requieren un mayor estudio?
R: Hace ya bastantes años que di un salto desde una mera historia del comercio hacia la conceptualización de una verdadera economía marítima, donde el comercio por esta vía se unía a otras actividades complementarias que tenían lugar en las ciudades portuarias. Estas actividades eran la construcción naval, la pesca, el aprovechamiento de la sal, de las algas, etc. Progresivamente, he ido incorporando más cuestiones a este interés por unas economías muy en contacto con el mar. He llegado a pensar hasta en los molinos de marea movidos por la fuerza del mar o en la historia de los faros y las señales marítimas. Existe todo un mundo marítimo que ahora mismo está beneficiándose del exotismo del mar y de "la llamada del mar" que diría Josep Conrad. Pero dejando aparte la literatura, puede hacerse una conceptualización perfecta de lo que llamaríamos una historia marítima.
Una historia marítima es aquella que comprende todos los aspectos de la vida humana en conexión con el mar. Esta especificidad nació por influencia de la escuela de Annales y de los coloquios marítimos internacionales patrocinados por Michel Mollat du Jourdin. Empezó siendo una historia de la economía marítima, primero del tráfico comercial y luego de la construcción de los barcos y del transporte por vía marítima, estudiando no sólo las compañías para el comercio marítimo sino también las compañías para la construcción y la explotación del barco como medio de transporte. Más tarde, la historia marítima ya no sólo comprendía la economía marítima sino que también empezó a extenderse a una historia social. Al comienzo, esta historia social era la historia de los marineros, de la gente que vive del mar, de sus salarios, de sus huelgas, etc. Más allá, hay una historia institucional, que comprende el derecho marítimo, los consulados, las capitanías del puerto, las cofradías de marineros y pescadores, etc. Y finalmente hay otra historia más, la historia cultural del mar. El mar genera una cultura privativa que, en principio, es la cultura de los marineros. Marineros que tienen una religión sumamente supersticiosa; marineros que tienen una solidaridad de grupo muy fuerte porque están obligados a compartir un espacio muy estrecho; o marineros que se expresan a base de señales y golpes de silbato (el fragor del mar impide comunicar las órdenes de otro modo). En definitiva, que hay todo un mundo de los comportamientos en relación con el mar que está todavía por explorar y que lentamente se van incorporando a esta historia marítima "total" que es un ideal a cumplimentar.
P: Con demasiada frecuencia se atribuye, en no pocos libros de Historia, el descubrimiento de las islas del Pacífico a los ingleses en el siglo XVIII, y se olvida que marinos españoles como Ruy López de Villalobos o Andrés de Urdaneta navegaron por esas latitudes en el siglo XVI. ¿Qué explica esta falta de memoria histórica internacional?
R: La decadencia española de los siglos XIX y XX, en un momento en que se estaba construyendo la historiografía positivista y posteriormente la historia científica moderna, ha hecho que una gran parte de la historia de España haya quedado en bruma en los cenáculos internacionales. Esto no quiere decir que no haya habido historiadores españoles que hayan estudiado los descubrimientos del Pacífico. Sí que los ha habido, pero no han tenido proyección internacional. Todo esto ha hecho que la historiografía anglosajona haya sido la predominante a la hora de enfocar fenómenos de la historia universal en los que habían estado implicadas varias naciones. Se ha hecho, en cualquier caso, una interpretación sesgada de las hazañas de los holandeses, franceses e ingleses frente a los logros españoles. Esta situación se está corrigiendo no sólo por parte de la historiografía española actual, sino también incluso por parte de la historiografía de estos otros países. Señalaré algunos ejemplos.
Las exploraciones españolas en el Pacífico durante el siglo XVI son las únicas que realmente exploran la totalidad de este océano. Y lo exploran con casi dos siglos de anticipación a las exploraciones francesas, holandesas e inglesas. Estas exploraciones a veces han sido reivindicadas por historiadores que no pertenecen al ámbito hispano. Tal es el caso del australiano Oscar Spate, que ha llamado al periodo que fue de 1513 a 1607 la época del océano Pacífico como Spanish lake. ¿Por qué? Porque efectivamente ahí están las exploraciones de Ruy López de Villalobos, Andrés de Urdaneta y otras muchas más. Desde la gran vuelta al mundo de Magallanes-Elcano (1519-1522), hasta la última expedición de Pedro Fernández de Quirós (1605-1607), que llevó al desembarco en las islas de las Nuevas Hébridas, los españoles fueron los primeros en descubrir islas en la Micronesia, en la Melanesia y en la Polinesia. Es decir, los españoles fueron los primeros europeos en esas latitudes.
Otro ejemplo para insistir en esta falta de memoria histórica lo proporciona la reciente conmemoración del cuarto centenario de la llegada a Etiopía del padre Pedro Páez (1564-1622), que fue un jesuita español que evangelizó en Abisinia. Uno de sus logros fue la conversión al catolicismo de los emperadores Za-Dengel y Susenios. Todo esto también ha sido silenciado, bien por la historiografía portuguesa, que ha señalado con mucho énfasis que las misiones religiosas en Etiopía estaban exclusivamente bajo la órbita portuguesa, o bien por los historiadores ingleses, que atribuyeron a James Bruce uno de los grandes descubrimientos del padre Pedro Páez, el de las fuentes del Nilo azul.
P: Entre 1565 y 1815 el galeón de Manila vinculó el eje Veracruz-Acapulco-Manila-Sevilla. Es cierto que en la historia de esta vasta y exótica ruta hubo naufragios, muertes y hasta alguna que otra captura; no obstante, nadie puede dudar de la existencia de un importante trasiego de mercancías e ideas. En fin, ¿qué aportó exactamente el galeón de Manila a la sociedad española y americana del Antiguo Régimen? ¿Cuánto queda hoy de la mixtura cultural de antaño?
R: El galeón de Manila fue una vía comercial de primera importancia para un tráfico que, desde el punto de vista de las mercancías, era un tráfico sencillo. Fundamentalmente lo que iba hacia Manila era plata, porque había una gran demanda de ella en ese área del "Pacífico de los ibéricos". Por otra parte, lo que llegaba en sentido inverso eran sobre todo sederías y porcelanas, que eran las dos grandes estrellas de este comercio. Naturalmente también se transportaban especias y lacas japonesas. Todas estas mercancías se distribuyeron por todo el Imperio español en América gracias a los mercaderes que, desde Oaxaca o ciudad de México, acudían a la feria de Acapulco. Eso hacía que, desde Lima hasta Santa Fe de Nuevo México, se encontraran sedas o porcelanas chinas en lugares muy remotos. Ahora bien, el comercio del galeón no llegaba con facilidad hasta Sevilla en los siglos XVI y XVII. Las mercancías orientales en el puerto de Sevilla eran más bien escasas porque la mayor parte se quedaba en México. Nada más hay que ver los museos y conventos españoles comparados con los museos y conventos mexicanos. Allí, en México, uno puede encontrar sedas, mantones, biombos, colchas, porcelanas, tibores, etc. En España es muy difícil encontrar estos productos chinos procedentes de la ruta del Galeón. Hay, y tenemos constancia de ello, pero no en las mismas proporciones que en México.
Naturalmente, también hay una reexportación de lo que se había exportado desde España a América. Es decir, por la interposición mexicana hay una exportación de la lengua castellana, de la religión católica, de la arquitectura, de la iconografía y hasta de la cocina. En el siglo XX la ausencia de España en Filipinas y la larga ocupación por parte de los Estados Unidos ha contribuido a la paulatina desaparición del legado hispano. No obstante, todavía se conserva en los idiomas locales (muchos de ellos contienen palabras castellanas), en la religión (Filipinas es el único país asiático con mayoría católica entre su población), en la gastronomía, etc.
La historia de la España moderna: maestros y enseñanza
P: A lo largo de su carrera docente e investigadora Vd. ha tenido la suerte de conocer a muchos historiadores, ¿quiénes le han dejado una huella más profunda en el terreno profesional y personal?
R: Me considero un privilegiado por haber tenido la ocasión de aprender de tantos sabios como se han cruzado en mi vida, a veces por circunstancias meramente azarosas. A eso quiero también añadir mi condición de "hombre esponja", de persona que siempre ha tenido los oídos abiertos a todo aquel que podía enseñarme algo. Por tanto, la nómina de todos mis maestros sería muy larga. Dicho esto, tengo que indicar, en primer lugar, a mi profesor en la Universidad de Sevilla, José Manuel Cuenca, que me enseñó los rudimentos del oficio de historiador. En segundo lugar, le debo la dirección de mi tesis doctoral en la Universidad de Barcelona a Valentín Vázquez de Prada, cuyo apoyo también fue decisivo. Quizás la influencia intelectual más grande que se haya ejercido sobre mi modo de entender la historia sea la de Pierre Vilar. Para mí, Pierre Vilar fue un padre intelectual. De Pierre Vilar conservo muchos momentos en la memoria, pero sobre todo conservo su permanente interés por la historia, su exigencia teórica y la generosidad de entregar su tiempo permanentemente a los jóvenes. He leído una y otra vez todos sus libros, algunos de ellos con verdadera delectación, como su último gran libro, las memorias que publicó primero en catalán y luego en castellano, Pensar históricamente (1997).
Finalmente, tengo que citar a don Antonio Domínguez Ortiz que ha sido, sin duda alguna, el maestro de todos los modernistas españoles. Yo también tuve la suerte de tener una relación privilegiada con él hasta los últimos días de su vida. De don Antonio aprendí esa voluntad de estar constantemente al servicio del trabajo. Don Antonio era un hombre de una cultura extraordinaria, un hombre de un saber historiográfico enorme y, al mismo tiempo, era la más modesta de las personas que uno cabe imaginar. Tenía la modestia del auténtico sabio.
P: Entre el 9 y el 13 de agosto del 2004 Vd. dirigió un importante seminario2 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (Santander) cuyo objetivo era "reflexionar sobre casos que puedan ayudar en asuntos actuales de gobierno". Siguiendo con este análisis de actualidad, y haciéndome eco de aquellas personas que no pudieron asistir, ¿podría indicarnos por qué razón la palabra España se está convirtiendo en un tabú de difícil manejo para los historiadores españoles?
R: El seminario de Santander responde a un múltiple haz de intereses. Por una parte, al interés actual por encajar determinadas comunidades históricas dentro de España. Y, por otra parte, al interés que últimamente me lleva a intentar escribir una historia amplia del Imperio español durante la Edad Moderna. Allí se debatió sobre todas estas cuestiones. Los resultados no sé si fueron buenos o malos, pero a mí me dejaron muy satisfecho.
En cuanto al uso de la palabra España, he de decir que yo no tengo ningún problema en utilizar la palabra España. Para nada. España es mi país por encima de todo. España es una unidad constituida a través de los siglos, y si se quiere ser muy estricto, como mínimo a partir de finales del siglo XV. Lo único que ocurre es que hay unas sensibilidades nacionalistas, especialmente en Cataluña, que han preferido acentuar los elementos de desunión frente a los elementos de unión. En Cataluña existe esta sensibilidad desde el siglo XVII. Y a esta sensibilidad catalana se han unido, ya en pleno siglo XIX, la vasca y la gallega, esta última en mucha menor medida.
Pero además el uso de la palabra España se ha complicado por el secuestro del patriotismo español por parte de los vencedores de la Guerra Civil, por parte de los franquistas que utilizaron la consigna del restablecimiento del patriotismo español frente a los "rojos". Eso ha hecho que todos aquellos que se enfrentaban con la dictadura franquista tuvieran una tendencia a rechazar la palabra España. De hecho, actualmente también asistimos al secuestro del patriotismo español, cuando un partido político como el PP, que en cierto modo es heredero de muchas de las actitudes del viejo franquismo, acusa al PSOE de ser mal defensor de la unidad de España. En definitiva, hay que evitar la utilización partidista del concepto España. España es hoy una realidad de convivencia formada por más de cinco siglos de historia, y también es un valor patrimonial que entre todos tenemos obligación de conservar.
P: En una serie de trabajos dedicados a la ilustración española Vd. ha afirmado que el movimiento ilustrado del reinado de Carlos III (1759-1788) tuvo su origen en el reinado de Felipe V (1700-1746), todavía muy desconocido en muchos aspectos. ¿Este germen no habría que buscarlo incluso en el reinado de Carlos II (1665-1700), momento en el que se dio una importante corriente científica de la mano de novatores tales como Juan de Cabriada, Vicente Mut o Juan Bautista Juanini?
R: En algún sentido los novatores que Vd. ha señalado son el elemento más pre-ilustrado que tenemos; lo que ocurre, es que este elemento estaba articulado con absoluta independencia del poder político. Es decir, que son pre-ilustrados en el sentido de una puesta al día de la ciencia española en paralelo con la ciencia moderna que se estaba haciendo en Europa. Desde ese punto de vista, prefiguraron algunas de las actitudes que luego se vieron en los ilustrados españoles del siglo XVIII. Ahora bien, si nosotros hablamos de una ilustración como una elaboración cultural e ideológica, que sirvió de base o de referente al despotismo ilustrado, no podemos retrotraernos al reinado de Carlos II. Hay que esperar a la primera mitad del siglo XVIII, con la llegada a España de Felipe V. Esto no significa en absoluto descalificar a losnovatores ni nada por el estilo. Los novatores tienen un papel fundamental dentro de la historia de España desde que fijara en ellos su atención ese gran profesor que es José María López Piñero.
P: ¿Por qué razón la historia de España y la de América, unidas durante algo más de tres siglos, se estudian separadamente en las especialidades de historia moderna y contemporánea?
R: Hay que partir de una base: estudiar por separado la historia de España y la historia de la América española, con sus prolongaciones en Filipinas, es una aberración. No se puede entender una historia separada de la otra. La influencia de América en España fue decisiva durante los tres siglos del Antiguo Régimen, tanto desde el punto de vista de la llegada de las remesas de oro y plata, como desde el punto de vista de la emigración entre una y otra orilla. Son muchos los historiadores que tienen la pluma cansada de escribir en contra de esta separación; no obstante, hay que decir que en España prácticamente no se ha hecho nada por remediar esta situación. Es más, la historia de la América colonial está en retroceso dentro de las universidades españolas. Cada vez se habla menos de ella, cada vez cuesta más trabajo a nuestros colegas hispanoamericanos encontrar interlocutores con los que intercambiar puntos de vista.
P: Para concluir, ¿qué libros de historia le han influido más?
R: Los libros de historia que en mí ejercieron una mayor influencia cuando estudiaba la carrera en la Universidad de Sevilla fueron La Civilización del Renacimiento en Italia (1864) de Jacob Burckhardt, El otoño de la Edad Media (1919) de Johan Huizinga, La crisis de la conciencia europea (1939) de Paul Hazard y El Mediterráneo y el Mundo Mediterráneo en tiempos de Felipe II (1949) de Fernand Braudel. Dos de ellos, los dos primeros, se los compré a los bouquinistes del Sena en mi primera salida a París. Todavía los conservo como oro en paño.
Nada más empezar el doctorado en la Universidad de Barcelona, Cataluña en la España Moderna (1962) de Pierre Vilar, se convirtió en mi libro de cabecera. Su lectura fue una auténtica revelación para mí. Desde entonces manifesté mi adhesión absoluta a la obra de Pierre Vilar. Finalmente, también ha ejercido una gran influencia sobre mí la obra historiográfica de Josep Fontana, desde su primer libro, La historia(1974), hasta el último, La historia de los hombres (2001).

Madrid, noviembre de 2004.
Notas
1 PRADOS de la ESCOSURA, Leandro De Imperio a nación. Crecimiento y atraso económico en España (1780-1930), Alianza, Madrid, 1988;         [ Links ] La independencia americana: consecuencias económicas, Alianza, Madrid, 1993.
2 Titulado "Reinos, Monarquía hispánica e Imperio español: las raíces del pluralismo".
Recibido con pedido de publicación el 18/11/2004
Aceptado para su publicación el 16/04/2005
Versión definitiva recibida el 22/08/2005

lunes, septiembre 22, 2014

Ibn Jaldún y la nueva historiografía 1/2







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Héctor Maldonado: "Eric Hobsbawm: una vida dedicada"

domingo, septiembre 21, 2014

Entrevista con Sajid Herrera

Nos duele ser tan pequeños. Una entrevista al historiador centroamericano Sajid Herrera


Tomado de http://www.laprensagrafica.com/2014/09/21/nos-duele-ser-tan-pequeos

21 de Septiembre de 2014 a la(s) 6:0 - Una entrevista de Sigfredo Ramírez / Fotografías de Víctor Peña

Es historiador y director nacional de investigación cultural. En el aniversario 193 de la independencia, Sajid Herrera habla de su obra más reciente, en la que repasa algunos de los conceptos que marcaron la historia política y el nacimiento como República de El Salvador.


Esta mañana la oficina del historiador Sajid Herrera es un caos. Él es el único que parece entender el principio y el fin de este desorden al que llama mudanza. En el suelo hay varias cajas repletas de toda clase de libros. Su amplio escritorio también luce desbordado de textos –hay una copia de la obra “Luz negra” de Álvaro Menéndez Leal–, adornos y su computadora portátil. En medio de todo el caos está Sajid.

Es la planta alta del edificio A-5 en el corazón del Centro de Gobierno. El historiador se acaba de trasladar a su nueva oficina. Se excusa del desorden y habla de la mudanza:

—Lo que quería era armar una sala de lectura, pero no se va a poder —explica Herrera.

—¿Por qué no se puede?

–No hay suficiente espacio, en esta oficina todavía falta ubicar a dos colegas más.

El investigador se para junto a las cajas llenas de libros. Después se sienta tras su escritorio. Los últimos meses han sido de mucho trabajo para Sajid Herrera. El historiador salvadoreño es el coordinador del libro recién publicado “Centroamérica durante las revoluciones atlánticas: el vocabulario político, 1750-1850”; un trabajo que reúne los ensayos de investigadores de toda la región y que explica el desarrollo de conceptos políticos básicos para entender el presente.

Un nuevo punto de vista histórico para explicar un ámbito –el político– que parece estar relacionado con todo en la sociedad. El libro recoge pasajes que parecen recientes como el documentado por el arzobispo Cortés y Larraz en 1770, que lamentó que un vecino de San Salvador dejó 6,000 pesos para la fundación de un hospital y los regidores usaron el dinero para construir una fuente en la plaza mayor. Quizás el primer caso registrado de malversación de fondos en la administración pública.

En una hora y media de conversación, Herrera desentraña otros pasajes del libro, como una carta escrita por Manuel José Arce en la que reniega que El Salvador sea una república independiente de Centroamérica por su diminuta extensión geográfica y su falta de riquezas. Mientras el historiador habla, los helicópteros del Ejército sobrevuelan el Centro de Gobierno preparándose para el acto del 15 de septiembre.

El Salvador es el país de la eterna campaña política. Desde el punto de vista histórico, ¿siempre fue así?

Se puede decir que sí, a diferencia de otros países vecinos como Guatemala, donde la prioridad de las agendas es lo étnico, aquí de lo que más se habla es de lo político. Y aún más, de lo partidario. Si uno revisa los periódicos, por lo menos a lo largo del siglo XX, se da cuenta que lo político siempre ha tenido una primacía sobre los demás temas del país.

¿Incluso más que el tema de la violencia?

Sí, cualquiera podría pensar que la violencia no es un tema político, pero aquí ha estado concatenado a ello. Y yo diría que los dos temas se han relacionado más en las últimas décadas. Aunque todavía nos faltan estudios para conocer cómo ha evolucionado la violencia. Actualmente el investigador de la dirección, Óscar Meléndez, está trabajando el tema de la violencia social en el siglo XX, sobre todo en la época de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944).

¿Cómo se ha relacionado la violencia con lo político?

Bueno, viendo esto del martinato, uno pensaría que la violencia social en la época de la dictadura no existió o fue leve, porque era un régimen de mano dura. Eso es lo que se nos ha contado. Pero Óscar Meléndez ha revisado los índices judiciales de los años que duró la dictadura y ha sacado una media de cinco a seis homicidios diarios. Hace poco por la tregua entre pandillas llegamos a esos niveles y todos dijimos “ha bajado”. Pero con estos estudios surge la pregunta si bajó o simplemente volvió a los índices históricos del país.

Pero la historia de la política es pocas veces contada en El Salvador más allá del siglo XX…

Claro, y parece raro en un país cuyos temas importantes siempre giran en torno a la Asamblea Legislativa, los nuevos partidos como GANA, diputados tránsfugas y más. Hasta los salvadoreños que digan que a ellos no les importa la política con esa negación están siendo partícipes de esa vida política que tiene primacía en el país. El libro que publicamos recientemente trata de volver a los orígenes más remotos de la política moderna.

¿De qué trata este nuevo libro que profundiza en la historia política?

Es un proyecto que intenta ser un diccionario no tradicional de términos políticos. Conceptos como partidos políticos, opinión pública, Estado, que aunque son de finales del siglo XVIII son muy actuales en la jerga política y social del país. Pero estas ideas se desarrollan en un proceso de 100 años (1750-1850). Muchas veces pensamos que el concepto de partido político siempre ha sido el mismo, pero si revisamos la historia nos damos cuenta que el término ha ido cambiando con el tiempo. A través del libro podemos conocer la evolución de la política y cómo se fueron constituyendo las instituciones del país que ahora son tan normales para nosotros.

¿Por qué en la investigación se decide retomar esos 100 años entre 1750 y 1850?

Porque esos años de la historia marcan un terremoto político al que llaman revoluciones atlánticas. Entre estos años ocurren cuatro grandes cambios que impactan a Centroamérica: las reformas borbónicas, los procesos de liberalismo español –la Constitución de Cádiz–, las independencias y la construcción de los Estados nacionales. Una serie de transformaciones que implicaron cambios a nivel político, jurídico, social y económico, de los cuales somos herederos. Nuestro sistema de partidos, elecciones para elegir representantes, un congreso que se arroga representar al pueblo y el poder dividido en el Órgano Legislativo, Ejecutivo y Judicial.

¿Cómo es la evolución de conceptos políticos como partido?

El concepto de partido cambió desde grupos opositores a las autoridades en función hasta asociaciones políticas tal y como las conocemos ahora: estructuradas, con normativas propias y cuyos miembros deben lealtad a sus estatutos. Es a lo largo del siglo XIX y a principios del XX que ya se forman los partidos políticos que conocemos.

En el ámbito político de países del área como Honduras se ve este claro origen porque todavía existen bandos como liberales y conservadores (ahora nacionales). ¿Qué ocurre en El Salvador?

Sí, ese es un claro ejemplo de la herencia del siglo XIX en Honduras, del bipartidismo que dominó por años. Esos dos bandos también estaban en El Salvador. Mucha gente ha llegado a pensar que esos eran los únicos partidos que existían, pero no fue así. Había una cantidad de movimientos políticos como los francmasones, católicos y otros. Actualmente tenemos un proyecto de investigación del liberalismo. Hemos revisado periódicos de la época para conocer la relación entre francmasonería y el Estado salvadoreño en el siglo XIX. El presidente (Rafael) Zaldívar –jefe de Estado de 1876 a 1885– fue representante de la francmasonería.

Entrando de lleno en el libro, usted se encarga de desarrollar el concepto de civilización, ¿por qué se considera un término político?

Civilización en este periodo es un concepto clave en América Latina porque fue la viñeta que se puso a los pueblos que apostaban por el “progreso”. ¿Cuáles países iban por esa senda? Todos los que comenzaban un proceso de imitación. El filósofo mexicano Leopoldo Cea asegura que América Latina nace imitando. Primero imita a España, luego a Francia, Inglaterra y últimamente a Estados Unidos. Entonces civilización indica cómo las élites centroamericanas se veían a sí mismas y sus países por la senda del progreso. Eso marcó la fundación de nuestros países y su vida política.

¿Qué implicaba ser civilizados?

Bueno, tener acceso a los medios impresos, libertad de prensa, pero hubo un momento que el símbolo del progreso y la civilización fue la locomotora. Sobre todo a finales del siglo XVIII.

En un pasaje del texto se menciona que en 1843 había centroamericanos que no consideraban a Francisco Morazán civilizado por elegir la vía armada…

Claro, porque aunque Morazán era letrado y culto no era capaz de solucionar los problemas por la vía pacífica. En Centroamérica no tuvimos guerra por la independencia, pero hubo inestabilidad política a lo largo del siglo XIX. El 60 % de los presupuestos de los nacientes Estados eran destinados al ministerio de guerra. Lo demás para educación, salud y obras públicas. Teníamos estados muy conflictivos y uno de los significados de civilización implicaba ser capaz de solucionar los problemas sin recurrir a las armas.

¿Se mantuvo por mucho tiempo ese significado en contraposición a lo bélico?

No, hubo un momento en que se invocó la civilización a través de la guerra. Incluso ya en el siglo XX no se ocupó el término civilización, pero sí democracia. Como cuando Estados Unidos invade Irak y justificó todo diciendo que fue “en nombre de la democracia y la libertad”. ¿Qué significa? Es la civilización occidental la que ha creado la democracia y la libertad que conocemos. Entonces el término civilización se usó para invocar la guerra o la defensa de un país frente a otro.

El prócer Manuel José Arce también usa “civilización” para referirse a la laboriosidad…

Sí, el se refiere a una noción de civilización como sinónimo de trabajo, educación e ilustración. Pero el término de civilización también implicó un pueblo frente a otro: el criollo frente al indígena. A su vez, asumir la civilización significó el nacimiento de algunas instituciones que se forjaron a mediados del siglo XIX y que todavía marcan nuestra vida, como la penitenciaria.

¿Qué tiene que ver civilidad con las prisiones?

Se refiere a las formas como el Estado iba a aplicar las penas a los ciudadanos que infringen la ley. Un Estado incivilizado y bárbaro era aquel que castigaba a sus ciudadanos con la pena de muerte. Uno civilizado conoce el valor de los brazos para el progreso económico. Las personas son su fuerza laboral. Un gobierno civilizado debe razonar y tiene que reformar a los delincuentes en centros penitenciarios. Así es como nacen las cárceles de las que discutimos tanto por la espiral de violencia que vivimos.

¿Cómo se castigaba antes de esto a los delincuentes?

En la época colonial se daban 200 azotes a aquellos que habían infringido una ley. Algo así como un robo. Pero eso era una pena bárbara.

Otra referencia de civilidad es una carta que Manuel José Arce escribe a Antonio Cañas en donde expresa que El Salvador no debe de ser un país independiente por incivilizado…

Sí, después del fracaso de la República Federal de Centroamérica entre 1838 y 1839, todos los estados se declaran repúblicas libres y soberanas. En ese contexto de separación es que Arce, exiliado en México, le escribe a Antonio José Cañas, que era jefe de Estado salvadoreño, y le increpa por firmar la separación de la república federal. En lenguaje nuestro le escribió: “Mira, si éramos el Estado más pequeño debimos permanecer unidos a Centroamérica o haber luchado por la unión. Más si la capital de la federación estaba en San Salvador”.

¿Por qué Arce se refiere a El Salvador como incivilizado?

Ah, es que esa carta es bien iluminadora. Arce le pidió a Cañas que se acordase cuando luchaban por la independencia de España y luego frente al imperio mexicano en 1822. “Tú y yo éramos conscientes de que la intendencia de San Salvador no puede ser un país independiente por sí solo. No tiene ni la riqueza ni la ilustración –la civilización– suficiente en su pueblo”, escribió Arce. Con mis colegas historiadores comento que Arce tenía una claridad increíble. Es la misma claridad que tenemos casi 200 años después: este país por sí mismo es insuficiente.

¿Usted diría que esa carta de Arce es su principal hallazgo de la investigación?

No, pero para mí fue un hallazgo interesante porque me permite entender más en el proceso de construcción del Estado de El Salvador. Una etapa de la que me siguen asaltando dudas.

Pero desde ahí el salvadoreño comenzó a interiorizar el tamaño del país como un lastre…

Sí, es algo que se escucha siempre, el tamaño del país es un asunto que siempre nos asalta. Los alumnos me lo preguntan siempre que expongo de la independencia en escuelas. Yo lo explico con una serie de mapas que vienen de 1786. Ese año, Centroamérica se organiza por intendencias y la de San Salvador es muy pequeña en comparación de las demás. ¿Por qué nos tocó una intendencia tan ínfima? La razón es que lo que hoy es Guatemala y El Salvador eran las dos regiones con más población desde la época prehispánica.

¿Qué tan poblado estaba El Salvador?

Solo en el oriente salvadoreño había más pueblos de indios que en toda Nicaragua. ¿Cuál fue la idea de la corona al crear una intendencia en este pedacito de tierra? Que había mucha población y producción de añil. Los españoles pensaron que con autoridades cercanas se podía vigilar mejor el añil. En ese momento no importaba el tamaño de El Salvador porque toda Centroamérica era parte de una monarquía. Pero ya como país nos duele ser tan pequeños.

Así que de alguna forma se puede explicar la pequeñez del país por su producción preindustrial de añil o el hierro de Metapán…

Sí, era la cultura del monocultivo. A la producción por región. Fue algo que pasó después con el café. Así que mientras Honduras y Nicaragua eran zonas de ganado, Guatemala de telas y comida, El Salvador siempre estuvo relacionado al añil. Es la teoría de la dependencia y cómo las colonias españolas en América Latina siempre estuvieron sometidas a sola una línea de cultivo.

Además de desarrollar el significado de civilización, usted también escudriña en la historia del concepto “Constitución”. ¿Cómo se puede resumir el inicio de la vida constitucional en Centroamérica?

Bueno, en este periodo de 1750 a 1850 es que nace esta gran transformación de pasar que el rey de España sea el centro de la vida política a que un libro llamado Constitución rija nuestra vida. Lo constitucional no nació con la independencia ni fue un invento de un par de diputados a inicios del siglo XX. Antes el término Constitución significaba un conjunto de reglamentos de una corporación: una universidad, una cofradía, entre otras. Pero a inicios del siglo XIX (1810-1814), con la revolución liberal en España y América, Constitución ya no se refiere a las normativas de cada institución, sino que un solo libro, una sola ley que va a regir los destinos de una nación y representa su soberanía.

¿Pero este cambio hacia lo constitucional significó algo para los centroamericanos de aquella época?

Por supuesto, antes de esto cuando asumía un nuevo rey se le tenía que jurar lealtad y en cada ciudad del Reino de Guatemala se armaban tablados, una especie de tarimas, para prestar ese juramento. Si todavía fuéramos parte de la monarquía española, lo hubiéramos hecho por Felipe VI. En aquella época nadie sabía cómo era el rey, así que lo dibujaban como lo imaginaban y las autoridades locales dictaban el juramento. Todos frente a aquel cuadro rústico que simulaba al rey. Pero cuando se promulga la Constitución de Cádiz ya no se jura al rey, sino a la Constitución. Ocurre un terremoto político y la Constitución se pasea como libro abierto por las tarimas y se convierte en un fetiche político, un símbolo de veneración.

Un fetiche político que llega hasta nuestros días…

Sí, en algunos países de Latinoamérica todavía se acostumbra que el presidente rinda juramento a la Constitución, los evangelios y un crucifijo. Todo es muy colonial. Aquí solo jura el presidente en nombre de todos. Pero esa tradición que la ciudadanía jurara la Constitución duró todo el siglo XIX en El Salvador. En 1861 Gerardo Barrios hasta obliga a los curas a jurar la Constitución ante su negativa. Él les recuerda: acuérdense que desde la Constitución de Cádiz todos estamos obligados a jurar. Imagine el valor de un libro jurídico en nuestras vidas.

Este libro retoma el vocabulario político de esta época. ¿Por qué es importante este aspecto?

Bueno, la investigación pretende analizar cómo el lenguaje político se va fraguando junto a la formación de las instituciones republicanas. No solo nos hemos centrado en las transformaciones atlánticas, sino que también cómo el lenguaje de los actores políticos va cambiando. Estos actores son parte de la construcción del Estado, de la construcción de la soberanía y la concepción de independencia.

En ese contexto, ¿cómo es el nacimiento de la opinión pública en Centroamérica?

Bueno, el concepto cambió bastante. Previo a la revolución liberal española, opinión pública significaba lo que piensa un pueblo, lo que piensan los vecinos de Santa Elena, Usulután o de Chalchuapa, en Santa Ana. Pero a inicios del siglo XIX, el término se refiere a la opinión de la nación, el pueblo salvadoreño. En esa época es cuando los primeros periódicos centroamericanos de la década de 1820 comienzan a decir que representan la voz de la nación, así es como las élites se arrogaban a sí mismas ser la voz de lo que el pueblo pensaba.

¿Podían publicar lo que quisieran?

Es que esto viene desde el decreto de la libertad de imprenta en la Constitución de Cádiz del 10 de octubre de 1810. En ese momento se declara que cualquier vasallo del reino puede escribir y publicar lo que quiera en términos políticos, salvo religiosos, sin previa censura. Son los esbozos de la libertad de prensa moderna.

¿A quién pertenecían los periódicos en Centroamérica?

Eran privados y también había periódicos católicos. Muchos eran quincenales y otros mensuales. La portada del libro es una alegoría sacada del periódico El Salvadoreño de 1826. Lo increíble es que durante el siglo XIX usted va a encontrar una cantidad increíble de periódicos: la sociedad de médicos tenía el suyo, las señoras del hogar San Vicente de Paul, el arzobispado, la gaceta oficial, los privados, la ciudad de Santa Ana, San Miguel, La Libertad, entre otros. Surge la pregunta de quién leía todo ese material si estábamos con los índices de analfabetismo muy altos. Yo he encontrado una razón plausible en otras regiones de América Latina: los leían en la plaza pública. Así se daban cuenta de las noticias.

Era el internet de esa época…

Claro, mire, la Constitución de Cádiz, que tenía más de 380 artículos y se leyó hasta cuatro veces en el púlpito de todas las iglesias de este país. Me imagino a la gente contenta escuchándola, indígenas y ladinos escuchando hasta cuatro veces 380 artículos. ¿Cree que ahora escucháramos toda una Constitución? La idea era que más o menos se les quede grabado. Claro, era una sociedad cuyo medio de diversión era ese.

¿Qué otras investigaciones de carácter político-histórico ha realizado?

En marzo de este año la Universidad Jaime I de Valencia, España, publicó un libro en el que escribí sobre el origen de las municipalidades en El Salvador. Es una parte de la historia política nacional que está relacionada al surgimiento de la ciudadanía y las elecciones. Tiene que ver con el poder que tuvieron los pueblos al final del periodo colonial, el acondicionamiento para el surgimiento del Estado salvadoreño.

¿El poder de las municipalidades era más fuerte que ahora?

Claro, el poder local administraba la justicia. Era una función interina, pero ese interinato duró 100 años (Siglo XIX) porque el Estado fue incapaz de formar a sus jueces de letras. Las alcaldías tuvieron un poder fundamental en cuanto a lo económico y judicial. Pero en cuanto a proyectos futuros pensamos seguir con el macroproyecto de conceptos políticos y ya se están planteando los nuevos periodos a estudiar, como el siglo XX.

¿Qué conceptos políticos del siglo XX se podrían desarrollar?

Una de las definiciones más interesantes sería la del término “revolución”, que solo de la década de 1960 para adelante tuvo un cambio radical. Primero era usada casi todo el tiempo por el régimen militar del teniente coronel Óscar Osorio. Se refería como “la revolución” a la construcción de represas, al Instituto de Vivienda Urbana (IVU), a los intentos de reforma agraria, a la autonomía de la Universidad de El Salvador (UES). La revolución era santificada.

Pero después vino el conflicto armado…

Exacto, un par de años después, la revolución pasa a ser algo horrendo para este país. Porque para las autoridades era sinónimo de los grupos guerrilleros, del comunismo internacional. El FMLN se la arrogaba: “Nosotros lideramos la revolución”. Pero esas serán investigaciones futuras.