sábado, diciembre 25, 2010

Entrevista al catedrático Josep Fontana

Entrevista al catedrático Josep Fontana


—Uno de los elementos que en principio más sorprenden de la situación actual es que los mismos valores, principios y relato social que nos condujeron a la primera gran crisis económica del siglo XXI, no sólo han sobrevivido sino que ejercen un dominio, por ahora incontestable y parte fundamental del cual es la inevitabilidad de las decisiones. ¿Qué nos dice la Historia de esa negación de la posibilidad de elección?

—Vivimos momentos en que los elementos dominantes del orden establecido controlan los medios de difusión que ejercen la función de crear convicciones que en el pasado correspondía a los predicadores en las iglesias (con la ventaja de que estos predican cada día, y no sólo los domingos). Nos encontramos, por ejemplo, con que hay dos discursos distintos sobre la crisis económica: el que sostiene que la culpa es del coste excesivo del Estado de bienestar y que no hay más remedio que disminuir los servicios sociales y recortar salarios y pensiones, y el que afirma que lo que se necesita es invertir los recursos en programas que den oportunidades de trabajo a quienes hoy están en el paro, con el fin de estimular la demanda y, con ella, el crecimiento económico. Pero aunque este segundo discurso aparezca sostenido por economistas competentes, incluso premios Nobel como Krugman y Stiglitz (quien acaba de unirse a la propuesta de James Galbraith de que se mande a los banqueros responsables de la crisis a la cárcel), es fácil observar que sus opiniones son ignoradas o minimizadas en los medios, gracias, en parte, a que los políticos se han convertido a la fe neoliberal y repiten un día tras otro sus profesiones de fe. La lección de la historia es que situaciones como ésta de negativa a una acomodación racional a la realidad conducen generalmente al desastre.

—En su libro Europa ante el espejo ofrecía una perspectiva nueva sobre la realidad de comunidad plural y mestiza que existe tras el concepto de Europa. ¿Cómo caracterizaría la actual fase de ascenso de populismos xenófobos y de ataques al Estado del bienestar que sufren la mayoría de los estados del viejo continente?

—Lo que hay en Europa de avanzado y creativo procede del mestizaje: de lo que Jack Goody ha definido, en un libro reciente, como “El milagro euroasiático”. El cierre y el aislamiento de una sociedad conducen a su decadencia. Eso valió en el pasado para la España de los expedientes de limpieza de sangre y de la censura de las ideas, y puede valer hoy para esa Europa en que, lamentablemente, Sarkozy, la canciller Merkel o el PP español recuperan un discurso racista que comienza en la intolerancia y puede conducir a las expulsiones o al genocidio.

—La izquierda, o una buena parte de ella, ha creído en un progreso lineal de la humanidad. ¿Esta forma de determinismo, no implica también una cierta forma de pensamiento único que ha fracasado y ante el que habría que desarrollar una visión, digamos, pluridimensional?

—La visión de una evolución lineal de las sociedades humanas, que estaría dominada por la fuerza invencible del progreso —algo que servía, de paso, para legitimar el imperialismo como un proceso modernizador— ha contribuido al inmovilismo de una parte de la izquierda que se quedó esperando a que “el curso de la historia” le resolviera los problemas. Otra parte, en cambio, decidió que lo mejor que podía hacer era mudarse a la derecha. Resulta difícil creer en la fuerza invencible del progreso cuando se ve al “Tea party” norteamericano pedir la supresión de la sanidad y de la escuela públicas, de los seguros sociales y del salario mínimo, y ganar las elecciones con semejante programa (y a la vista de lo que las encuestas auguran, hoy por hoy, para las próximas elecciones generales españolas).

—Uno de los elementos de conflicto ideológico en el Estado español es el de la activación o no de la memoria histórica más reciente. ¿No parece como si la derecha social y política, al no haber ajustado cuentas con su pasado franquista, quisiera imponer al resto de la sociedad el olvido sobre esos años de la dictadura?

—El temor a la memoria se basa en que ésta no tiene tan sólo la función de recuperar hechos del pasado, sino que cumple un papel esencial en la formación de nuestra conciencia. Lo que teme realmente la derecha no es que acabemos conociendo los nombres de todos los hombres y mujeres que fueron asesinados por el franquismo, sino que a partir de la recuperación de sus historias personales lleguemos a entender las razones por las que se les dio la muerte. O sea, las razones por las que actúa normalmente la derecha.

—¿En esta época de tertulianos y de sociología barata y epidérmica, la izquierda no debería fundamentarse en utilizar más la Historia para comprender y explicar realidades como la pluralidad nacional de nuestro Estado, la conformación de nuestras clases dominantes, la evolución europea, la historia de las personas en fin?

—Santiago Ramón y Cajal dijo en 1898: “Se necesita volver a escribir la historia de España para limpiarla de todas estas exageraciones con que se agiganta a los ojos del niño el valor y la virtud de su raza. Mala manera de preparar a la juventud al engrandecimiento de su patria, es pintar ésta como una nación de héroes, de sabios y de artistas insuperables”. Se necesita, además de eso, re-escribirla con nuevas perspectivas, que introduzcan nuevos problemas y presten atención a las voces silenciadas de las clases subalternas. Pero esa es una tarea a largo plazo, que el orden establecido hace todo lo posible por dificultar, en nombre del patriotismo, que, como dijo el Dr. Johnson, es con frecuencia “el último refugio de un sinvergüenza”.

—El rechazo a la huelga del 29-S en nuestros medios de comunicación más reaccionarios ha venido acompañado de una virulenta campaña antisindical. Ante este fenómeno, dentro de los sindicatos hemos reflexionado sobre la necesidad de comunicar más con la sociedad y de evitar que nuestra actividad caiga en una dinámica endogámica. Y por ello nos hemos de preguntar en esta entrevista por la salud de la investigación histórica del movimiento obrero y de sus organizaciones.

—El interés por la historia del movimiento obrero, que floreció en tiempos del franquismo, y que desempeñó entonces una eficaz influencia formativa, ha decaído considerablemente en la actualidad. No hay más que ver cómo el centenario de la CNT ha producido sobre todo refritos de vieja investigación. En la historia del franquismo y de la transición, por ejemplo, se habla sobre todo de personalidades y partidos. Parece haberse olvidado el papel fundamental de las luchas obreras, y la importancia que las huelgas tuvieron para la defensa, primero, y la recuperación posterior de nuestras libertades.

—Por otra parte, dentro de ese proceso de reflexión ha aparecido la necesidad de crear cultura, de reivindicar y difundir valores propios. ¿Qué papel podría tener la Historia como disciplina científica en este rearme ideológico?

—Por el momento, y mientras se realiza, a largo plazo, la tarea de reconstruir un relato histórico adecuado a las necesidades de nuestro tiempo, lo que necesitamos con urgencia es enseñar a “pensar históricamente”, por decirlo con las palabras de Pierre Vilar. Esto es, a analizar la realidad en una perspectiva global y en el medio o largo plazo, usando sobre todo las herramientas de la razón. Estamos empezando a tomar conciencia, por ejemplo, de que el hecho más importante de la historia de nuestro mundo en los últimos treinta años ha sido el proceso de desigualdad creciente que ha enriquecido a una minoría a costa de la mayoría: un proceso que Reagan y Thatcher iniciaron combatiendo contra los sindicatos, que podían dificultarlo.

—Hace ocho años, en el final de su libro La historia de los hombres: el siglo XX, proponía escoger los caminos que puedan conducirnos al ideal de una sociedad, en la que como dijo un gran historiador, haya “la mayor igualdad posible dentro de la mayor libertad posible”. ¿Qué salida a la crisis podría acercarnos a ese objetivo?

—Lo de “la mayor igualdad posible dentro de la mayor libertad posible” no es un objetivo a alcanzar, a corto o largo plazo —bastante daño nos hicieron en el pasado promesas como la de llegar a la sociedad socialista en equis años— sino un principio válido para guiar nuestra conducta día a día. En momentos como los de la grave crisis global que estamos viviendo, este principio debería llevarnos a objetivos en apariencia tan modestos, pero tan trascendentes, como el de luchar por mantener la escuela pública, la sanidad pública y el sistema de pensiones, o el de sostener que el único camino eficaz de salida de la crisis es el que pasa por un reparto más justo de las cargas fiscales que haga posible aumentar el gasto público productivo. Y en este terreno está claro que el papel de los sindicatos, de unos sindicatos capaces de ir más allá de los objetivos inmediatos de negociación para hacer oír su voz en los grandes debates, debería ser determinante.

Entrevista publicada en Tribuna de los servicios a la ciudadanía. – N. 7 (dic. 2010). – P. 18-19, tomada de http://larayasinfronteras.blogspot.com/2010/12/entrevista-al-catedratico-josep-fontana.html 

jueves, diciembre 16, 2010

El asalto a la educación pública

El asalto a la educación pública






Josep Fontana
Público

En el actual desguace del Estado del bienestar le ha tocado el turno a la educación pública, y en primer lugar a la superior. En Italia la reforma Gelmini se propone eliminar un gran número de profesores y reducir considerablemente los fondos destinados a la universidad y a la investigación. Ante las protestas de estudiantes y profesores, Berlusconi ha manifestado: “Los verdaderos estudiantes se sientan en su casa y estudian, los que salen a las calles son alborotadores”. El otro foco de protestas ha sido Gran Bretaña, donde una propuesta semejante va acompañada del anuncio de una subida brutal de las tasas universitarias, que dejaría la educación superior reducida a un privilegio para los hijos de las clases elevadas.

El asalto no se refiere solamente a las universidades. En Estados Unidos –y es bueno fijarse en lo que ocurre allí, porque es el anuncio de lo que nos puede llegar pronto– la escuela publica está siendo atacada por dos caminos distintos. En primer lugar, por la necesidad de reducir el gasto. Michael Bloomberg, el multimillonario alcalde de Nueva York, ha puesto al frente de sus escuelas a Cathleen Black, presidenta del grupo Hearst (que edita publicaciones como Cosmopolitan o Marie Claire), una ejecutiva sin ninguna preparación en el terreno de la educación, que ya ha anunciado que su tarea se va a centrar en reducir el gasto del sistema escolar público, que es el que usan los pobres. Bob Herbert, que sitúa estos hechos en el contexto de una Norteamérica en que coinciden el mayor paro y los mayores beneficios de las empresas financieras, advierte: “La guerra de clases de la que nadie quiere hablar sigue sin pausa”.

Hay una segunda línea de ataque, en que participa activamente la Bill and Melinda Gates Foundation, que combate la escuela pública como ineficaz, sin tomar en cuenta la pobreza de recursos con que funciona, y acusa de ello a los sindicatos del profesorado, que se niegan a aceptar el despido de los maestros menos capacitados. Su alternativa son las charter schools, que están “exentas de reglas locales o estatales que inhiben una administración y gestión flexibles”.

Lo que estos planteamientos suelen ocultar es que, detrás de los argumentos de coste y eficacia, hay el propósito de combatir una enseñanza independiente y crítica, que se pretende reemplazar por otra que inculque valores patrióticos y conformismo social. James Loewen explica, en su libro Lies My Teacher Told Me, que los profesores norteamericanos tienen que ir con cuidado cuando hablan en clase de temas como, por poner un ejemplo, la guerra de Vietnam. “He entrevistado a profesores de Enseñanza Secundaria que han sido despedidos, o han recibido amenazas de despido, por actos menores de independencia como los de proporcionar a los alumnos materiales que algunos padres consideran discutibles”. Lo cual, sabiendo que nadie va a acudir a defenderles, les empuja a “la seguridad de la autocensura”.

Las bibliotecas son otro escenario de esta lucha. No sólo las de las escuelas –donde la Asociación de bibliotecarios de Estados Unidos ha denunciado que basta con la queja de un solo padre para eliminar un libro–, sino las públicas en general. Kurt Vonnegut ha elogiado a aquellos bibliotecarios que “han sabido resistir enérgicamente a los energúmenos que han tratado de eliminar ciertos libros de sus estantes y que han destruido los registros de los lectores antes que revelar a la policía del pensamiento los nombres de las personas que los han consultado”.

En un sentido semejante va la decisión del actual Gobierno pospinochetista chileno de disminuir las horas de Geografía, Historia y Ciencias Sociales en las enseñanzas Primaria y Secundaria, que ha provocado manifestaciones de protesta de profesores y estudiantes. O el menosprecio por la presencia de las Humanidades en la universidad, que ha llevado a un crítico de Not for profit –el libro en que Martha C. Nussbaum sostiene que la enseñanza que desarrolla un pensamiento crítico es necesaria para la supervivencia de la democracia– a realizar afirmaciones como la de que “los académicos emplean su tiempo y energía escribiendo monografías ilegibles sobre temas sin interés alguno”.

La tendencia, tanto en la escuela como en la universidad, apunta en la dirección de limitarse a ofrecer una formación que se dedique a preparar para el ingreso inmediato en la empresa. Se trata de consolidar el tipo de “currículum oculto” de que habla Henry A. Giroux por el que “la clase dominante se asegura la hegemonía”, transmitiendo “formas de conocimiento, cultura, valores y aspiraciones que son enseñadas, sin que nunca se hable de ellas o se expliciten públicamente”.

Todo lo cual debería llevarnos a reflexionar sobre las motivaciones que hay detrás de estas políticas. La idea de que sólo se puede combatir el déficit por el procedimiento del recorte del gasto social, ha escrito hace pocos días el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, “es un intento de debilitar las protecciones sociales, reducir la progresividad del sistema de impuestos y disminuir el papel y el tamaño del Gobierno mientras se dejan determinados intereses establecidos, como los del complejo militar-industrial, tan poco afectados como sea posible”.

La educación pública es una parte esencial de nuestros derechos sociales y una garantía del futuro de nuestras libertades.

* Josep Fontana es historiador

Fuente: http://blogs.publico.es/dominiopublico/2809/el-asalto-a-la-educacion-publica/