jueves, noviembre 13, 2008

Entrevista Bertrand Badie


Artículo tomado de Label France. Enero del 2000. No. 38

En este final de siglo, los fenómenos de regionalización y mundialización están poniendo en tela de juicio el concepto mismo de estado nación, fundamento de las relaciones internacionales y principal marco de existencia y ejercicio de la soberanía y de la democracia de las comunidades humanas contemporáneas. Las reflexiones de Bertrand Badie, profesor del Instituto de Estudios Políticos de París, ayudan a pensar un mundo postsoberano.

Label France: ¿Cómo se ha difundido por el mundo el modelo político y administrativo del estado nación?

Bertrand Badie: El estado nación, tal como aparece hoy en día en el derecho internacional, es un sistema político singular inventado en Europa occidental, que tardó seis siglos (del siglo XIII al XIX) en afirmarse en todo el continente. Cuando nació el estado en Francia, España e Inglaterra, coexistía aún con otros sistemas políticos, es decir, las ciudades, el Imperio1 y el Papado, de los cuales tuvo que emanciparse. Después penetró en otros espacios de cultura occidental: las Américas, con la independencia de Estados Unidos y la de las sociedades de América Latina, en las que el estado nación fue triunfando como modo de organización política, a medida que iban alcanzando la independencia.
"Vemos cómo se constituyen
nuevas formas
de solidaridades transnacionales"

En un tercer momento, el modelo de estado nación se difundió, parcial pero profundamente, hacia imperios situados en la periferia cercana o lejana de Europa y víctimas del poder emergente del modelo europeo. La política de estos imperios consistió precisamente en introducir de forma selectiva la receta del vencedor para establecerse o intentar establecerse. Así paulatinamente, a finales del siglo XIX, se llevó a cabo la estatalización del imperio otomano, que desembocó en la Turquía de Kemal de los años 20. También en Persia, Afganistán y en sistemas diferentes tales como el reino Birmano, el de Siam y sobre todo el Japón del Meiji, en el siglo XIX, que tan sólo sería derrotado en 1945.

Por último, la ola más importante cuantitativamente fue la de la descolonización de Asia y África, en los años 50 y sobre todo 60. Consagró el nacimiento de estados naciones que reflejaban el modelo occidental y principalmente francés.

¿Qué efectos tiene el actual fenómeno de mundialización en los fundamentos y las funciones del estado nación? ¿Acaso está condenado a desaparecer ante la competencia de estas nuevas formaciones infra o supranacionales?

La mundialización no es como suele decirse un fenómeno principalmente económico. El origen de la mundializción es una importantísima revolución técnica, que implica la abolición de la distancia gracias a los avances en materia de comunicaciones. Esto ha tenido un gran efecto en el ámbito político ya que la distancia ha dejado de ser, como lo había sido durante siglos, un recurso del gobierno. La autoridad del estado nación se basaba en parte en esa distancia, ya que daba un sentido al territorio nacional -justa medida de la comunicación posible dentro de una comunidad humana- y la función mediadora del estado, en cuanto los individuos querían comunicarse entre sí. Con la extraordinaria proliferación de las relaciones transnacionales, que se establecen entre individuos más allá de las fronteras y por encima del control de los estados, esto ya no tiene sentido hoy en día. Por ello, se está produciendo un despliegue de las funciones del estado nación: su nueva perspectiva política es gobernar en un sistema en el que la comunicación se le escapa y en el que debe llevar a cabo la regulación de esta multiplicación de las relaciones internacionales.
"El gran reto será organizar
diferentes niveles de ciudadanía"

Todos los agentes potenciales, empezando por los agentes económicos, se han aprovechado de la mundialización. Esta capacidad de los individuos de invertir y realizar intercambios directamente fuera del control del estado ha provocado un brote de neoliberalismo. Pero además del mercado, se han desarrollado formas transnacionales de solidaridad. Gracias a la inmediatez de la imagen, la información y la comunicación, todos los individuos se encuentran directamente implicados en los asuntos interiores de los estados vecinos o lejanos.

La mundialización permite que surjan un gran número de agentes en la escena internacional con una acción propia, incluso una voluntad política propia -es el caso de las ONG- o que van a presionar al estado para que intervenga en el escenario internacional -es el caso de la opinión pública. Así pues, asistimos a la constitución de un amplio espacio público que asume las cuestiones internacionales, paralelo al sistema interestatal y fuera del control de los estados.

¿Puede ejercerse la soberanía fuera del marco del estado?

No es fácil responder a la cuestión del futuro del estado, ya que con el progreso tecnológico, el estado refuerza también sus medios de acción, coerción y comunicación. Más que del fin del estado, yo hablaría de una profunda transformación, que se mantiene junto a otros organismos internacionales no estatales, a pesar de perder una de sus características esenciales, es decir, el principio de soberanía.

Precisamente, ¿qué papel desempeñarán estos nuevos organismos, y cómo se articulará con el del estado nación?

La articulación entre estos dos tipos de entidades se ha convertido en una de las cuestiones más importantes de las relaciones internacionales contemporáneas. El estado dispone de varias ventajas. Es un socio privilegiado: es mucho más fácil negociar con un estado que con un flujo transnacional. En todo caso, se puede negociar con una firma multinacional, ya que es el tipo de agente transnacional más parecido a la racionalidad estatal, pero no con un flujo migratorio, o con inversores individuales, y aún menos con organizaciones mafiosas.

Es uno de los dramas de los nuevos conflictos internacionales: las milicias o los señores de la guerra no desean negociar o intentar dinámicas de pacificación, mientras que el estado nación está reconocido por el derecho y las organizaciones internacionales, ambos interestatales. Y ambos entes, aunque no estén institucionalizados, suelen participar de forma decisiva en la acción internacional.

Pero, a otro nivel, están constituyéndose redes transnacionales de comunicación que hacen que circule la información, a menudo muy a pesar de los estados, cuyos dignatarios desearían que se silenciase tal o cual violación de los derechos humanos divulgada por las ONG, haciendo que la diplomacia económica de ciertos estados resulte vergonzosa.

Entonces, entre estos diferentes tipos de entidades se produce un juego de contactos en el ámbito público internacional. Pero este último no cumple tan sólo el papel de fiscal general de un orden internacional cuya ética es a menudo cuestionable. También emprende causas humanitarias y ha sido uno de los grandes iniciadores de una cierta evolución en este sentido de la diplomacia de los estados nacionales. Gracias a esto, la diplomacia de los derechos humanos empieza a cobrar sentido y las políticas diplomáticas estatales aceptan ahora, bajo la presión de esta opinión pública internacional, ocuparse de las guerras civiles, los conflictos internos, los procesos de depuración étnica. Sin embargo, el conjunto de estas interacciones sigue siendo imprevisible.

¿Piensa usted que el estado nación, marco en el que se ejerce la democracia en Europa, ha quedado obsoleto o es perfectible?

El advenimiento de la ciudadanía confirió a la comunidad política nacional el estatuto de comunidad deliberativa. Y, en el contexto de fines del siglo XIX y de gran parte del XX, esto era necesario para construir y ultimar la democracia. Es necesario admitir hoy en día que las comunidades políticas nacionales son cada vez menos deliberativas porque las decisiones importantes ya no se sitúan a escala de las comunidades políticas nacionales; algunas de ellas se toman ya a escala de la Unión Europea, o incluso a escala mundial. Ahora bien, aunque es evidente que están apareciendo formas de integración regional e internacional, a éstas les cuesta producir nuevas comunidades políticas deliberativas. Es necesario construir una nueva ciudadanía a escala de vastos conjuntos regionales. De ahí el carácter fundamental de la ciudadanía europea.

Además, esta ciudadanía desconectada del territorio nacional va acompañada de un impulso de una ciudadanía de proximidad. Existen, por lo tanto, varios estratos de ciudadanía: local, nacional por supuesto, regional pero también transnacional. Por lo tanto, el gran reto será organizar estos niveles de ciudadanía. Ya que, en nuestra mente francesa y jacobina2, la ciudadanía no puede corresponder más que a una relación jerárquicamente superior a las demás: el ciudadano es ante todo ciudadano de un estado. A partir de ahora, esta ciudadanía múltiple deberá ser posible y democrática. De no ser así, el nivel de integración regional y mundial se dejará en manos de la tecnocracia, y el nivel nacional seguirá siendo el del ciudadano, aunque su facultad de deliberación será totalmente ilusoria.

¿Existe una especificidad francesa en cuanto a la comprensión y el análisis de todos estos fenómenos?

En Francia, nos preocupa especialmente el problema del estado y de su devenir, ya que, aunque Francia no haya inventado el estado, ha creado el modelo de estado nación, que se difundió ampliamente en la época de las Luces y de la Revolución Francesa. Ahora que este modelo de estado nación ha sido desafiado, nos encontramos en primera línea.

Mis colegas extranjeros suelen considerar que mis análisis traducen más una obsesión francesa que una cuestión capital y determinante de la evolución del planeta. Es cierto que tal vez nos cueste más imaginar un mundo postsoberano, en el que el estado debería dejar nuevas responsabilidades en manos de la sociedad civil y de las redes transnacionales. Pero la cuestión fundamental de la articulación entre el espacio público internacional y el ámbito de los estados concierne a todo el mundo. Las crispaciones sobre la soberanía no son un hecho exclusivo de Francia. Después de todo, los Estados Unidos, que se consideran muy emancipados con respecto a esta cultura del estado, son los principales oponentes, junto con China, a la creación de la Corte Penal Internacional, que tal vez sea una de las primeras creaciones institucionales postsoberanas3. Asimismo, los países del tercer mundo, que no pertenecen más que superficialmente a esta cultura del estado nación, se sienten ligados a algunos de los atributos que la mundialización cuestiona directamente. Se trata de corrientes fundamentalmente conservadoras. Pero más allá de esta respuesta reaccionaria, también hay respuestas novadoras. El papel de Francia en Europa y el mundo consiste tal vez en mostrar el camino de estas innovaciones, un punto que me parece importante y en el que creo que, en nombre de las Luces y de la Revolución Francesa, tenemos cosas capitales que decir: sustituir progresivamente la idea de estado soberano por la de estado responsable.

Declaraciones recogidas por
Pauline Sain
y
Stéphane Louhaur

1. El Sacro Imperio Germánico existió de 862 a 1806. Su territorio correspondía a Alemania, Austria, Suiza, el norte de Italia, Bohemia y una parte del este de la Francia actual.
2. Durante la Revolución Francesa, republicanos partidarios de una democracia con poderes centralizados.
3. Véase
el artículo de Mireille Delmas-Marty sobre la justicia internacional.

Selección bibliográfica

Un monde sans souveraineté, de Bertrand Badie, col. Espace politique, ed. Fayard, París, 1999.
Les mutations de l'Etat-nation en Europe à l'aube du XXIe siècle, col. Sciences et techniques de la démocratie, ed. Consejo de Europa, Estrasburgo, 1999.
La mondialisation, de Olivier Dollfus, col. La bibliothèque du citoyen, ed. Presses de Sciences politiques, París, 1997.
La souveraineté à l'épreuve de la mondialisation, de Elie Cohen, ed. Fayard, París, 1996.
La greffe de l'Etat, dir. por Jean-François Bayard, ed. Karthala, París, 1996.
La fin des territoires, de Bertrand Badie, ed. Fayard, París, 1995.
L'espace monde, de Oliver Dollfus, ed. Economica, París, 1994.

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