José Edgardo Cal Montoya: “La historia es implacable”
tomado de http://www.prensalibre.com/revista_d/historia-implacable_0_863913945.html
Es crítico. Analítico. Es un investigador interesado y comprometido con la historia del país. De esa forma pretende contribuir a resolver los problemas que actualmente afronta la sociedad.
Ha efectuado profundos estudios sobre la relación entre el Estado y la Iglesia del país durante el siglo XIX, así como investigaciones de historiografía nacional y centroamericana e historia política de El Salvador en los siglos XIX y XX.
“De niño fui solitario, quizás por mi condición de hijo único. Siempre me gustaron los libros. Vivía en ese mundo, leyendo”, cuenta.
En la actualidad, Cal Montoya analiza El autócrata, un libro de Carlos Wyld Ospina, y también investiga la política del Gobierno de Estados Unidos de confiscar lectura comunista en Guatemala luego de la caída del presidente Jacobo Árbenz Guzmán, una operación denominada PB History. “Estados Unidos destinó gran cantidad de recursos para ello. Hay evidencias en los mismos archivos desclasificados del FBI y de la CIA”, explica.
En esta entrevista, el académico brinda su visión sobre la problemática nacional, tomando como base la historia.
¿Cuáles son los problemas que acarreamos desde el siglo XIX?
Mucho de lo que enfrentamos, en efecto, tiene raíces en ese siglo. El principal es que no hemos logrado un Estado incluyente. Esto pasa por varios motivos, desde los intereses económicos hasta la falta de voluntad para resolver el problema agrario.
¿Quiénes son esas personas excluidas a las que usted se refiere?
La mayor parte de la población, pues carece de condiciones de equidad y que ni siquiera tiene la posibilidad de acceder a los bienes más básicos.
¿Esto pasa porque no existe una adecuada distribución de la riqueza?
Por supuesto. Eso, desde el siglo XIX, es un obstáculo. Tenemos un modelo de Estado patrimonial, construido para cuidar los intereses de particulares y no de generar una sociedad incluyente.
¿Cómo se puede cambiar el sistema actual?
Primero hay que interesarse por la historia. Es entonces cuando uno se puede preguntar si este es el sistema que conviene y, de esa forma, se podrán generar propuestas para hacer cambios profundos.
¿Usted cree que los políticos actuales se parecen en cierta forma a los del siglo XIX?
Sí. Aún persiste ese caudillismo, esa figura de hombre fuerte, de compra y venta de favores políticos, con intenciones de estar en el poder para favorecer a familiares... Todo eso que estamos viendo es de la época colonial y se institucionalizó en el siglo XIX. Eso es vivir del Estado. Para ellos es un gran negocio, su modus vivendi. La política guatemalteca es una inversión.
¿Cuán importante es escribir sobre la Historia?
Es vital, pues permite que una sociedad reflexione sobre sí misma y sobre sus problemas fundamentales. Sirve para dotarnos de posibilidades para construir un mejor futuro. Si no conocemos nuestra historia, no podremos pensar en un proyecto social incluyente y justo.
Pero parece que la humanidad no ha aprendido nada, pues tiende a repetir. Le pongo un ejemplo: las guerras.
Cuando se establece esa reflexión crítica llegamos a la conclusión de que, en efecto, tenemos mucho que aprender. Hay que enfrentarse al pasado y tener lecciones para construir una mejor sociedad. Uno de los problemas que puede surgir es que se emplee la historia como un instrumento político o de adhesión.
¿Eso quiere decir que se pueden cometer abusos con la Historia?
Claro. La Historia es un saber científico. La manera en que la sociedad la apropia es un proceso complejo. Por eso los historiadores tenemos la responsabilidad de evocar una serie de visiones sobre un tema específico. Pierre Nora, historiador francés, decía que quienes nos dedicamos a esta profesión tenemos la función de vigilancia académica, racional, crítica y ciudadana sobre la construcción y usos que se le dan a la historia.
¿Cree que en Guatemala los historiadores tienen un papel relevante como en otros países?
No, porque este país no está preparado para debatir ni discutir. Creo que los medios de comunicación tienen cierta culpa de eso, pues plasman una visión de la Historia meramente anecdótica, no una que permita reflexionar y que genere soluciones.
Todo lo contrario sucede, por ejemplo, en México, España y Francia, donde los historiadores son influyentes y contribuyen a formar opinión pública.
Muchos historiadores, como usted menciona, han llegado a tener una enorme influencia. ¿Podrían, incluso, llegar a ser complacientes?
Es una pregunta interesante, porque implica relaciones con el poder. Se debe analizar cómo un historiador se relaciona con distintos sectores sociales y si recoge distintas voces y no solo una, y si no usa sus conocimientos para defender ciertas posturas políticas. Considero que nuestra labor tiene que ir bastante apegada a la ética.
Si no, mire el caso de Jorge Ubico, a quien muchos tienen como una figura mítica, como un hombre probo. Pero si se investigan los informes de la Embajada de Estados Unidos, uno se da cuenta de que en esa época se había convertido en uno de los mayores terratenientes de Guatemala, comprando bienes con precios fijados por él mismo.
Cuénteme sobre los estudios que ha efectuado sobre las relaciones entre el Estado y la Iglesia durante el siglo XIX.
Es un tema que me apasiona y tiene mucho que ver en lo que conversamos al principio. Esa relación entre el Estado y la Iglesia nos permite entender el modelo actual que gobierna hasta nuestros días. Los liberales de 1871 pregonaban su preocupación por construir un Estado moderno, aunque, lo que en realidad querían era crear una nueva élite gobernante con gran potencial económico. Para eso tuvieron que pasar encima de otros, entre ellos los conservadores, y además, era vital para sus intereses diluir la influencia política y económica de la Iglesia.
Para empezar, Justo Rufino Barrios expulsó a los jesuitas.
Sí. Ellos tenían una relación fuerte con el Estado conservador. Tenían, asimismo, una gran influencia social y cultural. Los liberales no lograron quitarles todo el poder a los católicos, pero sí pudieron construir un Estado laico y, de paso, permitieron el ingreso de un fenómeno nuevo en el imaginario colectivo, que fue el de otras confesiones religiosas, como la venida de la Iglesia Presbiteriana en 1882.
¿Con el paso del tiempo la Iglesia Católica recuperó su influencia?
Se recuperó, pero ya no es una institución parestatal, sino que se convirtió en una privada. No es como cuando el Estado hacía respetar a la Iglesia y viceversa.
¿Eso es bueno o malo?
Más allá de establecer un juicio de ese tipo, lo importante es entender que un modelo de Estado laico condujo a que los guatemaltecos tuvieran ciertos rasgos de modernidad, pues la Iglesia dejó de tener poder de decisión en la política. A mi criterio, las instituciones religiosas deben permanecer en lo privado y no incidir en las decisiones que tienen que ver en lo público.
En teoría.
Bueno, sí, pues en la práctica es diferente.
¿Considera que en este siglo la Iglesia incide en la política?
Tuvo un papel importante en el siglo recién terminado. Ahora, a partir de la crisis y de los escándalos que ha tenido, sobre todo en temas relacionados con la moral sexual, ha sido cuestionada.
¿Siente libertad de hacer críticas?
No con total libertad, pero sí se puede hacer mucho más que antes. En Guatemala no existe tolerancia ni respeto a la diversidad de ideas. Muchos quieren que su opinión se imponga sobre el resto. Eso sucede por nuestra herencia autoritaria. Considero que el disenso debe formar parte de nuestra cultura.
De hecho, el historiador guatemalteco Severo Martínez, por citar un ejemplo, tuvo que salir exiliado debido a sus estudios.
Martínez plantea una visión crítica de la historia. En La patria del criollo habla de cómo los ladinos y los indígenas fueron explotados. Escribir sobre eso en la década de 1970 era muy fuerte, por la guerra interna, pero rompió paradigmas. Es una obra criticable, porque predomina el ideario político que tenía el autor, pero aún así es válido e incluso un clásico y referente, no solo en la historiografía guatemalteca, sino dentro de las ciencias sociales de Centroamérica y Latinoamérica.
PERFIL
- Nació en Jutiapa, el 27 de abril de 1973.
- Tiene una maestría en Filosofía por la Universidad Rafael Landívar y un doctorado en Historia Europea y del Mundo Mediterráneo por la Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España.
- Domina el español, inglés y gallego. Tiene conocimientos, además, de francés e italiano.
- Ha efectuado estudios sobre la relación Iglesia-Estado en el siglo XIX, así como de historiografía guatemalteca y centroamericana e historia política de El Salvador en los siglos XIX y XX.
- Imparte cátedra en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala.
- Desde el 2010 es miembro de número de la Academia de Geografía e Historia de este país. También pertenece a la Real Academia de la Historia de España.
- Nació en Jutiapa, el 27 de abril de 1973.
- Tiene una maestría en Filosofía por la Universidad Rafael Landívar y un doctorado en Historia Europea y del Mundo Mediterráneo por la Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España.
- Domina el español, inglés y gallego. Tiene conocimientos, además, de francés e italiano.
- Ha efectuado estudios sobre la relación Iglesia-Estado en el siglo XIX, así como de historiografía guatemalteca y centroamericana e historia política de El Salvador en los siglos XIX y XX.
- Imparte cátedra en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala.
- Desde el 2010 es miembro de número de la Academia de Geografía e Historia de este país. También pertenece a la Real Academia de la Historia de España.
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