lunes, febrero 25, 2013

Autobiografía de un historiador que nunca se ha puesto unos vaqueros. Reseña de "Años interesantes. Una vida en el siglo XX" de Eric Hobsbawm

 
Autobiografía de un historiador que nunca se ha puesto unos vaqueros

El Viejo Topo

Tomado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43629
 

Eric Hobsbawm, Años interesantes. Una vida en el siglo XX. Crítica, Barcelona 2003. Traducción de Juan Rabasseda-Gascón, 411 páginas.

Hay tres razones básicas iniciales para recomendar la lectura atenta de estos Años interesantes (AI) de Eric Hobsbawm (EJH) -tal vez, como ha señalado Orlando Figes, el historiador vivo más conocido del mundo-: la primera razón, apuntada por Perry Anderson, aparece en la contraportada de la edición castellana: las cualidades de este ensayo son tales que “es casi imposible leerlo sin relacionarlo enseguida con su obra de historiador. Nos encontramos con una especie de quinto volumen [los cuatro son sus “Eras”], escrito en un registro más personal, de un proyecto continuo que podría llamarse simplemente “la Era de EJH”.” Quien haya leído cualquiera de los cuatro volúmenes a los que se refiere Anderson (o todos ellos), comprenderá que no hay mejor recomendación concebible que la apuntada por el autor de Las antinomias de Gramsci. Estamos ante una nueva vuelta por el siglo XX de la mano del autor de la Historia del siglo XX. La segunda razón es visual: el curioso semblante de EJH en la fotografía de la portada, y su no menos singular gesto, pide a gritos susurrados sumergirse en la lectura de la autobiografía de un historiador -que sigue sosteniendo que el comunismo continúa vigente como motivación y como utopía-, cuya vida se inició en Alejandría en 1917, transcurrió en Viena y Berlín durante años decisivos para la historia europea, para desembocar algo más tarde en Londres y Cambridge. Finalmente, en tercer lugar, porque AI pertenece a la excelente aunque escasamente amueblada categoría de libros que exigen una relectura inmediata después de haber sido leído por primera vez y una localización no muy alejada de la mesa de estudio, sea cual sea el estudio en el cual uno (o una) se encuentra o encontrará inmerso.
Estas tres razones esenciales, sucintamente explicitadas, pueden ser fundamentadas con algo más de espacio mediante el siguiente decálogo:
1. Años interesantes es presentado por Hobsbawm como una autobiografía y es, efectivamente, una autobiografía.
No hay aquí ninguna vacía tautología. La cantidad de publicaciones (o afines) presentadas como biografías o autobiografías pero que, en el mejor de los supuestos, son de hecho narración descuidada, ficción urgente, especulación interesada, justificación política, re o deconstrucción histórica, desvarío ególatra, negocio, apuesta o cálculo textil-industrial, etc. -largo etcétera-, se aproxima, según los últimos y documentados estudios conocidos, al tercer elemento de la serie aléfica de los infinitos. AI no está ni puede estar incluido, bajo ningún punto de vista y sea cual sea la perspectiva de análisis, es ese denso, poco veraz y escandaloso dominio.
2. La modestia no postiza que acompaña al autor.
No es frecuente encontrar negro sobre blanco, ya en los compases iniciales de la narración (p.9), y más tratándose de un ensayo de uno de los grandes científicos sociales de los siglos XX y XXI, una reflexión tan prudente como la reflejada en el siguiente apunte:
“(...) si por lo que fuese mi nombre desapareciese completamente de la vista, como ocurrió con la lápida de mis padres en el Cementerio Central de Viena que hace cinco años anduve buscando en vano, no se produciría ninguna laguna en el relato de lo sucedido en la historia del siglo XX, ni en Gran Bretaña ni en ninguna otra parte”.

E, igualmente, refiriéndose a su trabajo y éxito como historiador en los años sesenta:
“(...) Ese fue el motivo del triunfo a mediados de los años sesenta de la maravillosa obra La formación de la clase obrera en Inglaterra, de E.P.Thomson, que elevó a su autor, con todo merecimiento, pero para sorpresa general, a la fama internacional prácticamente de la noche a la mañana. Durante algún tiempo los profesores de más edad se quejaron de que los estudiantes no leían prácticamente ningún otro libro. Yo no tenía ni el genio de Edward ni su carisma ni sus ventas, pero también escribía sobre los temas, y con los mismo sentimientos, que atraían a los lectores universitarios radicales” (p. 282).

O, finalmente y transitando por el mismo sendero, al hacer referencia a su marxismo juvenil, EJH no nos oculta que:
“Mi marxismo era, y en cierta medida sigue siendo, el adquirido a partir de los únicos textos entonces disponibles fuera de las bibliotecas universitarias, las obras y las antologías de los “clásicos” distribuidas sistemáticamente, publicadas (y traducidas en ediciones locales fuertemente subvencionadas) bajo los auspicios del Instituto Marx-Engels de Moscú” (p. 97). [cursiva mía]

3. Joyas dispersas en las páginas de AI.
Botón de muestra. En los momentos finales de uno de los capítulos más hermosos de AI (“Un niño en Viena”, pp.19-33), EJH da cuenta de un réplica de su madre ante un comentario suyo sobre el comportamiento de un familiar: “Nunca hagas nada, ni por asomo, que dé la impresión de que te avergüenzas de ser judío.” Hobsbawm señala que, desde entonces, ha intentado llevar siempre este principio a la práctica, “aunque a veces suponga verdaderamente un esfuerzo muy arduo, a la luz de la actuación del gobierno de Israel” (p.33). La condición asumida de “judío no judío”, no de “judío renegado”, no impide al autor de La era de la revolución señalar, con coraje cívico modélico y razonable, que:
a) No ve que existan razones ni que tenga la obligación moral de observar las prácticas de una religión ancestral.
b) Mucho menos, desde luego, la de servir ciegamente a una pequeña nación-Estado militarista y políticamente agresiva.
c) Ni incluso asumir la postura del judío que, con la fuerza de la Shoah, señala Hobsbawm, “afirma ante la conciencia mundial unos derechos exclusivos como víctima de una persecución. El bien y el mal, la justicia y la injusticia, no puede abanderarlos ni un sola raza ni una única nación” (p.33).
4. Las reflexiones históricas documentadas como marco del relato.
Los ejemplos son constantes, dado que EHJ no ha pretendido escribir un relato autobiográfico donde el ámbito personal degenere en cotilleo, en detalle insustancial o en chafardería televisiva, pero si tuviese que escoger algunos de ellos no tendría apenas dudas: los capítulos cuarto (“Berlín: la muerte de la república de Weimar”) y quinto (“Berlín: marrón y roja”) no sólo son buenos sino que son excelentes. Así, las páginas dedicadas a su temprano compromiso político o a la tesis (¿tesis?) del socialfascismo son de lectura obligada. Los momentos, las circunstancias vividas eran, además, tiempos difíciles, muy difíciles:
“(...) El reparto de propaganda electoral a favor del KPD no era cosa de broma, especialmente durante los días posteriores al incendio del Reichstag. Tampoco lo era votar comunista, aunque el 5 de marzo esa siguió siendo la opción de más de un trece por ciento del electorado. Teníamos derecho a tener miedo, pues no sólo arriesgábamos nuestra piel sino también la de nuestros padres” (p. 79).

5. All that jazz!
EJH fue crítico musical con seudónimo en el New Statesman and Nation y autor de un documentado libro sobre jazz (The Jazz Scene). En AI nos regala comentarios de interés, dispersos aquí y allá, en absoluto obviables, de una música “con una fuerte capacidad de emocionar” y que, como ha señalado él mismo, en repetidas ocasiones, le abrió en su faceta de historiador un campo de análisis histórico de sumo interés para su aproximación y entendimiento de los fenómenos culturales populares. Aunque de hecho, señala Hobsbawm, el jazz no es una música popular, una curiosa melodía de Cole Porter sobre amor y revolución (p.118) acompañó sus combativas actividades políticas universitarias en la década de los treinta.
La misma elección del seudónimo para sus críticas musicales no fue casual:
“(...) escribí bajo el seudónimo de Francis Newton, en homenaje a Frankie Newton, uno de los pocos músicos de jazz del que se sabe que era comunista, un trompetista excelente, aunque no una superestrella, que tocó con Billie Holliday en la maravillosa sesión de Commodore Records de la que saldría ‘Strange Fruit’ ” (p. 212).

6. Cambridge.
Los capítulos 7 y 8 están dedicados a narrar su experiencia en la Universidad de Cambridge. Nada de ellos merece ser pasado por alto. Sus referencias a John Cornford, James Klugmann, J.D.Bernal -a pesar de ser “totalmente negado para la música” (p.173)- o Margot Heinemann son exquisitas. De esta última -“una de las personas más increíbles que jamás he conocido”-, EJH comenta:
“(...) A través de una vida ejemplar, con sus consejos y su sentido de la camaradería, tuvo probablemente más influencia en mí que cualquier otra persona que haya conocido” (p. 120).

7. Las razones de una militancia.
EJH se hizo comunista en 1932, si bien no ingresó en el partido hasta su llegada a Cambridge en 1936. Permaneció en él durante medio siglo. En las páginas 125-145 da cuenta de esta experiencia política decisiva en su vida, si bien admite que “la cuestión de por qué tantos años de militancia es a todas luces procedente en una autobiografía, pero no es de interés histórico general” (p.125). Para mostrar la importancia decisiva del movimiento en la historia del siglo XX, EJH sostiene que “no ha habido un triunfo de una ideología comparable desde las conquistas (más lentas y menos globales) del islam en los siglos VII y VII de nuestra era” (p.125). Su admiración por el comunismo italiano, en sus varias tendencias (Togliatti, Amendola) es patente en sus reflexiones. Tampoco son marginales sus comentarios al “maravilloso poema de Brecht, An die Nachgeborenen [A los hombres futuros]”.
Igualmente es de cita obligada este pasaje sobre un mitin de la Pasionaria en el París de 1936:
“(...) Aun así, los discursos no son una parte significativa de mis recuerdos como comunista, con la excepción de uno que tuvo lugar en Paris durante los primeros meses de la guerra civil española pronunciado por Dolores Ibárruri, La Pasionaria, un discurso extenso, ella vestida de negro, como una viuda, en medio del silencio cargado de tensa emoción de la abarrotada pista cubierta del Velódromo de Invierno. Aunque apenas nadie del público comprendiera el español sabíamos perfectamente que nos decía...” (p. 130)

Los retratos de Georgi Dimitrov (“si no abandoné el partido en 1956 fue, entre otras cosas, porque el movimiento producía este tipo de hombres y mujeres” (p.136)) y de Ephraim Feuerlicht, Franz Marek -“probablemente no haya otro hombre por el que sienta tanta admiración”, p.137- están entre lo mejor de este capítulo.
8. Retratos de contemporáneos.
También aquí son numerosos los ejemplos que deberían apuntarse. Si tuviera que escoger entre ellos, no vacilaría: las páginas dedicadas a E.P.Thomson (pp.201 ss), la breve referencia a B. Russell (p.219) o su reflexión sobre el ex-líder del partido laborista Tony Benn (pp.250-251) estarían en mi antología de clásicos coetáneos vistos por EJH.
9. Su aproximación al nuevo laborismo.
EJH que en absoluto mantiene ni ha mantenido posiciones políticas digamos radicales en sus últimos años, apunta con esmero crítico a las tortuosas políticas del partido laborista británico del último período. Es de lectura obligada en este campo el cap.16 (“Un observador político”) y especialmente las págs.256-257 donde Hobsbawm argumenta, con neta moderación, sobre el sentido de sus observaciones críticas: el llamado nuevo laborismo merece ser discutido no por la aceptación realista del marco en el que se interviene políticamente, “sino por aceptar demasiados presupuestos ideológicos de la teología económica del mercado libre dominante” (p.256), entre ellos, y fundamentalmente, la creencia según la cual la gestión eficaz de los asuntos sociales sólo puede conseguirse a través de la conducta y comportamiento empresarial.
10. La ecuanimidad de juicio.
Basta para ello seguir con atención las varias aproximaciones de EJH a la fenecida República Democrática Alemana (p.52 y ss), o la equilibrada aproximación a Mijail Gorbachov (pp.258-259) o los capítulo dedicados a Francia (“La Marsellesa”, cap.19) o España e Italia (“De Franco a Berlusconi”, cap.20).
En síntesis: el lector está ante la autobiografía, excelentemente escrita, de unos de los grandes historiadores vivos, con vida apasionante y comprometida, sin tendencia alguna al detalle personal inesencial y que señala la paradoja de que después de medio siglo de guerra fría anticomunista los únicos movimientos que han causado muerte entre ciudadanos en el territorio del Imperio son sus propios fanáticos de la derecha extrema y los fundamentalistas sunnitas que otrora financió deliberadamente el “mundo libre” contra los soviéticos” (p.259). Por eso, concluye Hobsbawm, la humanidad tal vez tenga que lamentar que, ante la alternativa socialismo o barbarie proclamada por Rosa Luxemburg, la decisión tomada por los élites dirigentes parece apoyar la segunda opción planteada por la revolucionaria alemana. Por eso, finaliza Hobsbawm s relato, señalando:
“Pero no abandonemos las armas ni siquiera en los momentos más difíciles. La injusticia social debe seguir siendo denunciada y combatida. El mundo no mejorará por sí solo” (p.379).

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