Autobiografía de un historiador que nunca se ha puesto unos vaqueros
El Viejo Topo
Tomado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43629
Estas tres razones esenciales, sucintamente explicitadas, pueden ser
fundamentadas con algo más de espacio mediante el siguiente decálogo:
1. Años interesantes es presentado por Hobsbawm como una autobiografía y es, efectivamente, una autobiografía.
No hay aquí ninguna vacía tautología. La cantidad de publicaciones (o
afines) presentadas como biografías o autobiografías pero que, en el
mejor de los supuestos, son de hecho narración descuidada, ficción
urgente, especulación interesada, justificación política, re o
deconstrucción histórica, desvarío ególatra, negocio, apuesta o cálculo
textil-industrial, etc. -largo etcétera-, se aproxima, según los últimos
y documentados estudios conocidos, al tercer elemento de la serie
aléfica de los infinitos. AI no está ni puede estar incluido, bajo
ningún punto de vista y sea cual sea la perspectiva de análisis, es ese
denso, poco veraz y escandaloso dominio.
2. La modestia no postiza que acompaña al autor.
No es frecuente encontrar negro sobre blanco, ya en los compases
iniciales de la narración (p.9), y más tratándose de un ensayo de uno de
los grandes científicos sociales de los siglos XX y XXI, una reflexión
tan prudente como la reflejada en el siguiente apunte:
“(...)
si por lo que fuese mi nombre desapareciese completamente de la vista,
como ocurrió con la lápida de mis padres en el Cementerio Central de
Viena que hace cinco años anduve buscando en vano, no se produciría
ninguna laguna en el relato de lo sucedido en la historia del siglo XX,
ni en Gran Bretaña ni en ninguna otra parte”.
E, igualmente, refiriéndose a su trabajo y éxito como historiador en los años sesenta:
“(...) Ese fue el motivo del triunfo a mediados de los años sesenta de la maravillosa obra La formación de la clase obrera en Inglaterra,
de E.P.Thomson, que elevó a su autor, con todo merecimiento, pero para
sorpresa general, a la fama internacional prácticamente de la noche a la
mañana. Durante algún tiempo los profesores de más edad se quejaron de
que los estudiantes no leían prácticamente ningún otro libro. Yo no
tenía ni el genio de Edward ni su carisma ni sus ventas, pero también
escribía sobre los temas, y con los mismo sentimientos, que atraían a
los lectores universitarios radicales” (p. 282).
O, finalmente y transitando por el mismo sendero, al hacer referencia a su marxismo juvenil, EJH no nos oculta que:
“Mi marxismo era, y en cierta medida sigue siendo,
el adquirido a partir de los únicos textos entonces disponibles fuera
de las bibliotecas universitarias, las obras y las antologías de los
“clásicos” distribuidas sistemáticamente, publicadas (y traducidas en
ediciones locales fuertemente subvencionadas) bajo los auspicios del
Instituto Marx-Engels de Moscú” (p. 97). [cursiva mía]
3. Joyas dispersas en las páginas de AI.
Botón de muestra. En los momentos finales de uno de los capítulos más
hermosos de AI (“Un niño en Viena”, pp.19-33), EJH da cuenta de un
réplica de su madre ante un comentario suyo sobre el comportamiento de
un familiar: “Nunca hagas nada, ni por asomo, que dé la impresión de que
te avergüenzas de ser judío.” Hobsbawm señala que, desde entonces, ha
intentado llevar siempre este principio a la práctica, “aunque a veces
suponga verdaderamente un esfuerzo muy arduo, a la luz de la actuación
del gobierno de Israel” (p.33). La condición asumida de “judío no
judío”, no de “judío renegado”, no impide al autor de La era de la revolución señalar, con coraje cívico modélico y razonable, que:
a) No ve que existan razones ni que tenga la obligación moral de observar las prácticas de una religión ancestral.
b) Mucho menos, desde luego, la de servir ciegamente a una pequeña nación-Estado militarista y políticamente agresiva.
c) Ni incluso asumir la postura del judío que, con la fuerza de la
Shoah, señala Hobsbawm, “afirma ante la conciencia mundial unos derechos
exclusivos como víctima de una persecución. El bien y el mal, la
justicia y la injusticia, no puede abanderarlos ni un sola raza ni una
única nación” (p.33).
4. Las reflexiones históricas documentadas como marco del relato.
Los ejemplos son constantes, dado que EHJ no ha pretendido escribir un
relato autobiográfico donde el ámbito personal degenere en cotilleo, en
detalle insustancial o en chafardería televisiva, pero si tuviese que
escoger algunos de ellos no tendría apenas dudas: los capítulos cuarto
(“Berlín: la muerte de la república de Weimar”) y quinto (“Berlín:
marrón y roja”) no sólo son buenos sino que son excelentes. Así, las
páginas dedicadas a su temprano compromiso político o a la tesis
(¿tesis?) del socialfascismo son de lectura obligada. Los momentos, las
circunstancias vividas eran, además, tiempos difíciles, muy difíciles:
“(...) El reparto de propaganda electoral a favor del KPD no era cosa
de broma, especialmente durante los días posteriores al incendio del
Reichstag. Tampoco lo era votar comunista, aunque el 5 de marzo esa
siguió siendo la opción de más de un trece por ciento del electorado.
Teníamos derecho a tener miedo, pues no sólo arriesgábamos nuestra piel
sino también la de nuestros padres” (p. 79).
5. All that jazz!
EJH fue crítico musical con seudónimo en el New Statesman and Nation y autor de un documentado libro sobre jazz (The Jazz Scene).
En AI nos regala comentarios de interés, dispersos aquí y allá, en
absoluto obviables, de una música “con una fuerte capacidad de
emocionar” y que, como ha señalado él mismo, en repetidas ocasiones, le
abrió en su faceta de historiador un campo de análisis histórico de sumo
interés para su aproximación y entendimiento de los fenómenos
culturales populares. Aunque de hecho, señala Hobsbawm, el jazz no es
una música popular, una curiosa melodía de Cole Porter sobre amor y
revolución (p.118) acompañó sus combativas actividades políticas
universitarias en la década de los treinta.
La misma elección del seudónimo para sus críticas musicales no fue casual:
“(...) escribí bajo el seudónimo de Francis Newton, en homenaje a
Frankie Newton, uno de los pocos músicos de jazz del que se sabe que era
comunista, un trompetista excelente, aunque no una superestrella, que
tocó con Billie Holliday en la maravillosa sesión de Commodore Records
de la que saldría ‘Strange Fruit’ ” (p. 212).
6. Cambridge.
Los capítulos 7 y 8 están dedicados a narrar su experiencia en la
Universidad de Cambridge. Nada de ellos merece ser pasado por alto. Sus
referencias a John Cornford, James Klugmann, J.D.Bernal -a pesar de ser
“totalmente negado para la música” (p.173)- o Margot Heinemann son
exquisitas. De esta última -“una de las personas más increíbles que
jamás he conocido”-, EJH comenta:
“(...) A través de una vida
ejemplar, con sus consejos y su sentido de la camaradería, tuvo
probablemente más influencia en mí que cualquier otra persona que haya
conocido” (p. 120).
7. Las razones de una militancia.
EJH se hizo comunista en 1932, si bien no ingresó en el partido hasta
su llegada a Cambridge en 1936. Permaneció en él durante medio siglo. En
las páginas 125-145 da cuenta de esta experiencia política decisiva en
su vida, si bien admite que “la cuestión de por qué tantos años de
militancia es a todas luces procedente en una autobiografía, pero no es
de interés histórico general” (p.125). Para mostrar la importancia
decisiva del movimiento en la historia del siglo XX, EJH sostiene que
“no ha habido un triunfo de una ideología comparable desde las
conquistas (más lentas y menos globales) del islam en los siglos VII y
VII de nuestra era” (p.125). Su admiración por el comunismo italiano, en
sus varias tendencias (Togliatti, Amendola) es patente en sus
reflexiones. Tampoco son marginales sus comentarios al “maravilloso
poema de Brecht, An die Nachgeborenen [A los hombres futuros]”.
Igualmente es de cita obligada este pasaje sobre un mitin de la Pasionaria en el París de 1936:
“(...) Aun así, los discursos no son una parte significativa de mis
recuerdos como comunista, con la excepción de uno que tuvo lugar en
Paris durante los primeros meses de la guerra civil española pronunciado
por Dolores Ibárruri, La Pasionaria, un discurso extenso, ella vestida
de negro, como una viuda, en medio del silencio cargado de tensa emoción
de la abarrotada pista cubierta del Velódromo de Invierno. Aunque
apenas nadie del público comprendiera el español sabíamos perfectamente
que nos decía...” (p. 130)
Los retratos de Georgi Dimitrov (“si no abandoné el partido en 1956 fue,
entre otras cosas, porque el movimiento producía este tipo de hombres y
mujeres” (p.136)) y de Ephraim Feuerlicht, Franz Marek -“probablemente
no haya otro hombre por el que sienta tanta admiración”, p.137- están
entre lo mejor de este capítulo.
8. Retratos de contemporáneos.
También aquí son numerosos los ejemplos que deberían apuntarse. Si
tuviera que escoger entre ellos, no vacilaría: las páginas dedicadas a
E.P.Thomson (pp.201 ss), la breve referencia a B. Russell (p.219) o su
reflexión sobre el ex-líder del partido laborista Tony Benn (pp.250-251)
estarían en mi antología de clásicos coetáneos vistos por EJH.
9. Su aproximación al nuevo laborismo.
EJH que en absoluto mantiene ni ha mantenido posiciones políticas
digamos radicales en sus últimos años, apunta con esmero crítico a las
tortuosas políticas del partido laborista británico del último período.
Es de lectura obligada en este campo el cap.16 (“Un observador
político”) y especialmente las págs.256-257 donde Hobsbawm argumenta,
con neta moderación, sobre el sentido de sus observaciones críticas: el
llamado nuevo laborismo merece ser discutido no por la aceptación
realista del marco en el que se interviene políticamente, “sino por
aceptar demasiados presupuestos ideológicos de la teología económica del
mercado libre dominante” (p.256), entre ellos, y fundamentalmente, la
creencia según la cual la gestión eficaz de los asuntos sociales sólo
puede conseguirse a través de la conducta y comportamiento empresarial.
10. La ecuanimidad de juicio.
Basta para ello seguir con atención las varias aproximaciones de EJH a
la fenecida República Democrática Alemana (p.52 y ss), o la equilibrada
aproximación a Mijail Gorbachov (pp.258-259) o los capítulo dedicados a
Francia (“La Marsellesa”, cap.19) o España e Italia (“De Franco a
Berlusconi”, cap.20).
En síntesis: el lector está
ante la autobiografía, excelentemente escrita, de unos de los grandes
historiadores vivos, con vida apasionante y comprometida, sin tendencia
alguna al detalle personal inesencial y que señala la paradoja de que
después de medio siglo de guerra fría anticomunista los únicos
movimientos que han causado muerte entre ciudadanos en el territorio del
Imperio son sus propios fanáticos de la derecha extrema y los
fundamentalistas sunnitas que otrora financió deliberadamente el “mundo
libre” contra los soviéticos” (p.259). Por eso, concluye Hobsbawm, la
humanidad tal vez tenga que lamentar que, ante la alternativa socialismo
o barbarie proclamada por Rosa Luxemburg, la decisión tomada por los
élites dirigentes parece apoyar la segunda opción planteada por la
revolucionaria alemana. Por eso, finaliza Hobsbawm s relato, señalando:
“Pero no abandonemos las armas ni siquiera en los momentos más
difíciles. La injusticia social debe seguir siendo denunciada y
combatida. El mundo no mejorará por sí solo” (p.379).
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