tomado de http://www.prensalibre.com/opinion/Ramon-Iglesia-estudios-historicos_0_859714077.html
Llegado el momento, parado frente a un auditorio nacional e internacional, aclaré aspectos de carácter teórico-histórico útiles como herramientas del pensamiento para estudiar nuestra historia, discutir nuevas ideas y transmitir nuevos conceptos. La idea era provocar nuevos análisis acerca del quehacer del historiador en nuestro medio. “Nuevos” entre comillas, dije, porque los mismos ya habían sido planteados con claridad meridiana hacía muchas décadas por un joven historiador español llegado a nuestra América en días aciagos para su patria.
El nombre de Ramón Iglesia Parga es poco conocido en Guatemala. Sin embargo, se ha escrito de él que “fue uno de los hombres de mayor sensibilidad y de gusto por la historia, y uno de los más reconocidos de la vida y obra de Bernal Díaz del Castillo”. Nació en Santiago de Compostela, en 1905, y falleció en Madison, Wisconsin, en 1949. Después de estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, convertido en 1926 en una brillante promesa de la Sección Hispanoamericana del Centro de Estudios Históricos y gran especialista en el campo de la invasión española a América, tuvo que abandonar el trabajo académico para combatir al fascismo en el ejército leal al legítimo Gobierno de la República en el que fue capitán y comandante de las Brigadas Internacionales.
Al triunfar las fuerzas franquistas, Iglesia se exilió en México, llegando entre el “nutrido y lúcido haz de intelectuales, escritores y artistas” que tanto contribuyó al desarrollo cultural de ese país. Siendo miembro del Colegio de México, catedrático del Centro de Estudios Históricos y profesor de la UNAM, asistió como ponente al Congreso de Historia celebrado en la Universidad de Morelia en 1940. Sus impresiones de este Congreso las publicó en cuatro cortos ensayos de historia de gran riqueza científica, con los siguientes títulos: Izquierdas y derechas en la concepción de la Historia; Sobre el estado actual de las ciencias históricas; La Historia y sus limitaciones; y El estado actual de los estudios históricos. Después de releer lo escrito por Ramón Iglesia, constaté que sus principales reflexiones y observaciones continuaban vigentes en Guatemala y Centroamérica, siendo útiles para los posibles debates que se llevarían a cabo en el VIII Congreso de La Antigua. Según Iglesia, los congresos de Historia permiten enfrentamientos productivos cuando las divergencias son positivas. Surgen conflictos cuando las interpretaciones de la Historia reflejan puntos de vista antagónicos, no sólo porque muchos obedecen a los intereses de la clase poderosa sino cuando los postulados de los representantes de la izquierda marxista son políticamente rígidos y esquemáticos. Mi discurso en el Congreso de La Antigua tenía la finalidad de aclarar mis propias ideas, pero sabía que molestaría a mis “colegas”. Así que medité bien mis palabras, procurando que fueran útiles para los fines del conocimiento histórico.
Sobre un joven historiador de 70 años...
Del 10 al 14 de julio de 2006 tuvo lugar en la ciudad de Antigua Guatemala el VIII Congreso de Historiadores Centroamericanos. Una antigua alumna mía de la Escuela de Historia de la Usac, quien se encontraba en la junta directiva de los organizadores del evento, sugirió que fuera yo quien pronunciara el discurso académico de Inauguración del Congreso y su moción fue aceptada. Cuando me lo comunicó el joven historiador José Cal, le contesté: “¡Aléjate, Satanás, que de mí hoy no tendrás!”. http://www.prensalibre.com/opinion/joven-historiador-anos_0_851314886.html
Dije que lo pensaría, ya que por cuestiones políticas me resistía a aceptar la invitación. Yo había salido de Guatemala en octubre de 1963 a estudiar Agronomía a Rumanía y había regresado en diciembre de 1974 con una licenciatura y doctorado en Historia en la Universidad de Leipzig, Alemania Oriental.
Me había ido con deseos de comerme el mundo, pero mi experiencia personal bajo sistemas autoritarios “socialistas” había sido tan traumática, que lo único que deseaba al regresar era dedicarme por completo a la investigación y enseñanza de la historia. Los comisarios políticos estalinistas locales me lo impidieron.
La promesa que se me hizo, de que podía expresar libremente mi pensamiento, me decidió a aceptar. Por consiguiente, me presté a decir en voz alta lo que pensaba desde hacía muchos años. No me faltaban ganas de decir algunas verdades, respaldadas por “mis pergaminos” como profesional: de 1970 a 1974, siendo aún estudiante de historia trabajé como Asistente Científico en el Grupo de Investigación sobre América Latina, del Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Leipzig; de regreso en Guatemala fui catedrático-cofundador de la Escuela de Historia, en 1975; en 1978 fui co-fundador y primer director del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), de la Antigua, y fundador-editor de nuestra revista Mesoamérica (que con más de 50 números llegó a ser hasta hace poco una de las revistas científicas de Historia, Antropología y afines, más prestigiosas de América Latina); fui Profesor Invitado de la Universidad de Tulane, en Nueva Orleans; había dado conferencias en prestigiosas universidades; fui durante cinco años Investigador de Historia de la Universidad de Estocolmo; en 1985 la Asociación de Periodistas de Guatemala me concedió el honroso Premio Quetzal de Oro por el mejor libro publicado ese año (Café y Campesinos en Guatemala).
En el 2006 había ya escrito más de 10 libros de historia (Desarrollo Económico y Social de Guatemala, 1868-1885; El Imperialismo Alemán en Guatemala, 1976; Introducción a la Historia Agraria de Guatemala; Café y campesinos en Guatemala; Agrarismo en Guatemala, 2004; 500 Años de Lucha por la Tierra. Estudios sobre Propiedad Rural y Reforma Agraria en Guatemala; Oro, terror y colonización en Guatemala; Los dominicos y los franciscanos en la Tierra de Guerra; Tambores de guerra y conquista de Nojpeten; y La conquista de la nación maya itzaj) y estaba elaborando varios más. En pocas palabras, como historiador profesional podía impartir una buena lección a mis “colegas” que me habían impedido trabajar en mi país como catedrático del conocimiento histórico.
Los enemigos de la Historia
Existe en Guatemala una larga tradición de desconocimiento y falta de respeto a la Historia y a los historiadores. La mayor parte de la población aún no se ha enterado de que en un país civilizado el conocimiento de la Historia produce estadistas, ciudadanos honestos, votantes inteligentes, personas educadas y progresistas. http://www.prensalibre.com/opinion/enemigos-Historia_0_847115302.html
Armando Saitta, historiador italiano autor de cinco volúmenes sobre la Historiografía Universal (Fondo de Cultura, 1989), mostraba la cara del sabio que no tenía que mendigar favores políticos de nadie, al afirmar que los eruditos hacinadores de hechos y nociones carentes de significado son incapaces de realizar operaciones mentales complejas y explicar los acontecimientos que constituyen la sustancia del auténtico proceder historiográfico. Según el profesor Saitta, aquel que modifica los hechos históricos deliberadamente no es un historiador, sino un falsario. Un simple aficionado a la Historia convertido en un publicista político y propagandista puede pavonearse como un sabihondo y hasta presumir de escribir libros de historia, pero a costa de falsificar, mutilar y desvirtuar los hechos históricos. Con espíritu cáustico y conflictivo, estos individuos sienten la imperiosa y enfermiza necesidad de ejercer en exclusiva la función de guías de la enseñanza de la Historia. En más de una ocasión han dañado la seriedad del estudio y aprendizaje científico de la Historia. Y es por eso, señala Saitta, “que debe distinguirse el historiador serio que procede a la verificación de los hechos con todas las reglas del arte, y el diletante, el improvisador, el periodista que no lleva a cabo esa verificación o que lo hace con poco cuidado y con menores precauciones”. Estos sujetos insidiosos por subjetivos y parciales, que con sus juicios deforman la realidad e invalidan la legitimidad de la historia contemporánea, son los enemigos de la Historia.
La Historia debe no solo relatarse desde una perspectiva razonable, haciéndose un balance crítico de los acontecimientos ocurridos, dice Saitta, sino también debe evitarse caer en la trampa de las generalizaciones simplificadoras mañosamente manipuladas por sus enemigos de la Historia. Los hechos históricos solo podrán alumbrar el porvenir en la medida en que comprendamos los momentos disímiles y contradictorios del pasado. “¿Cuál es el fin esencial de la Historia?”, se pregunta Saitta, y responde: “Comprobar los hechos y reconstruirlos, indudablemente; pero, sobre todo, explicarlos”.
Reflexionemos más sobre la Historia
Si deseamos meditar más sobre el significado de la Historia Política y la Historia Social de los pueblos es necesario viajar hacia sus orígenes históricos. Y es que nunca antes se había registrado en Guatemala, de manera tan clara, un interés tan marcado por la Historia como el año 2012 que está por expirar. Parece que era el secreto mejor guardado de muchos que, ahora más que nunca, desean ir más allá del simple recuento calendárico de nuestro pasado maya. Paulo Sylos Labini, renombrado científico social italiano formado en las universidades de Harvard y Cambridge, http://www.prensalibre.com/opinion/Reflexionemos-Historia_0_834516559.html
escribió en su prestigiosa obra Saggio sulle classi sociali (Roma,
1974), que un estudioso no puede ser ajeno al objeto de su estudio, pero
que el investigador de la Historia y los científicos sociales de
diverso pelaje se hallan siempre condicionados por el ambiente del que
proceden, por su educación escolar, por su sensibilidad social y
política, que, en conjunto, son los factores determinantes en la
formación de su ideología.
En casos históricos de relevancia máxima, grandes hombres se han
colocado bajo la piel de los desposeídos y han adoptado su ideología.
Porque todos tenemos una ideología, lo aceptemos o no, y es esta la que,
en muchos casos, suele distorsionar nuestros análisis científicos y
nuestra conciencia histórica. El investigador de la Historia que se
considera “objetivo”, neutral, “al margen de la contienda”, dice Labini,
“es en resumidas cuentas un personaje patético víctima de una ideología
sin saberlo e impotente para controlar las presiones de la misma”. El
arma estratégica de un historiador es ser intelectualmente honesto. “Es
decir, debe y puede pretender ver todos los aspectos de un determinado
problema, incluso los aspectos que le desagradan, y no solo los que se
concilian con su ideología o son útiles para sus ideas políticas”.
(Labini)
En “La Historia Social y los historiadores” (como debió titularse mi pasada columna) menciona Casanova a Leopold von Ranke, según dice erróneamente identificado como padre del historicismo y la historia positivista. El historicismo pretende demostrar que existen leyes en el desarrollo histórico y que los fenómenos históricos se producen de manera singular e individual. Ranke “encuentra en la narración la forma más precisa y correcta de elaborar su discurso”, escribe Casanova.
“Dado que la Historia solo podía ser comprendida a través del comportamiento humano guiado por ideas conscientes, había determinados terrenos de la existencia humana que caían fuera de la incumbencia del historiador. Las masas, las clases sociales, la cultura popular no tenían interés histórico. Solo el reino de las élites, de aquellos que tomaban decisiones, formulaban y ejecutaban la política, constituía un asunto legítimo de estudio. […] Una Historia, en definitiva, política, al servicio de los poderes legitimados, que rechazaba la teoría y que tenía a la narrativa como hilo conductor”.
La apología del poder político que representaba Ranke ha tenido en Guatemala muchos discípulos desde el siglo XIX hasta el presente, en contra de la Historia Social, cuyas claves nos las proporciona nuestro maestro Manuel Tuñón de Lara.
En “La Historia Social y los historiadores” (como debió titularse mi pasada columna) menciona Casanova a Leopold von Ranke, según dice erróneamente identificado como padre del historicismo y la historia positivista. El historicismo pretende demostrar que existen leyes en el desarrollo histórico y que los fenómenos históricos se producen de manera singular e individual. Ranke “encuentra en la narración la forma más precisa y correcta de elaborar su discurso”, escribe Casanova.
“Dado que la Historia solo podía ser comprendida a través del comportamiento humano guiado por ideas conscientes, había determinados terrenos de la existencia humana que caían fuera de la incumbencia del historiador. Las masas, las clases sociales, la cultura popular no tenían interés histórico. Solo el reino de las élites, de aquellos que tomaban decisiones, formulaban y ejecutaban la política, constituía un asunto legítimo de estudio. […] Una Historia, en definitiva, política, al servicio de los poderes legitimados, que rechazaba la teoría y que tenía a la narrativa como hilo conductor”.
La apología del poder político que representaba Ranke ha tenido en Guatemala muchos discípulos desde el siglo XIX hasta el presente, en contra de la Historia Social, cuyas claves nos las proporciona nuestro maestro Manuel Tuñón de Lara.
DE HISTORIA E HISTORIADORES
Saber ganar en la Historia
“Saber y ganar” es un exitoso programa de la televisión en España, donde el más sabihondo de los concursantes, al responder correctamente todas las preguntas que se le hacen puede obtener el dinero necesario para comprarse los garbanzos de meses. En el campo de la Historia la fase de erudición crítica culminó a fines del siglo XIX. tomado de http://www.prensalibre.com/opinion/Saber-ganar-Historia_0_826117451.html
Desde entonces hasta nuestros días, el debate en torno a nombres y temas individuales es pura pedantería, exhibicionismo de la peor especie y no Historia. Este tipo de conocimientos, como señala Manuel Muñón de Lara en un fascículo titulado Por qué la Historia (Aula Abierta, Salvat Editores, 1985), sólo “evoca en muchas mentes las horas agridulces de la infancia en las que era imprescindible aprenderse de memoria la lista, tan larga como incomprensible, de los reyes godos o el relato escueto de las guerras púnicas, cuyos personajes no nos decían nada y cuya significación quedaba fuera de nuestro alcance. Andando el tiempo se va uno haciendo a la idea de que la famosa historia, enojoso ejercicio memorístico, es una acumulación de datos que no nos va a servir para nada y que, en el fondo, no nos importa”. Nos recuerda que la Historia como asignatura es tenida aún por muchos jóvenes como algo engorroso que debe aprobarse en la secundaria para poder continuar estudios superiores.La erudición, aunque indispensable, no lleva por sí sola demasiado lejos. El estudio de los hechos aislados y su comprobación no pueden sustituir el conocimiento crítico de la Historia. El estudio de los hechos individuales supone negarle su condición de ciencia a la Historia. De ahí que los educadores de la asignatura escolar considerada horrible por muchos jóvenes, deben contrarrestar su apatía enseñándoles que la Historia es más que el simple relato de nombres, fechas y hechos del pasado; y que los hechos trascendentales del pasado tienen referentes en el mundo real de la actualidad. Efectivamente, hoy en día vivimos acontecimientos importantísimos, completamente nuevos en la historia del mundo; la mayor parte de los pueblos deben enfrentarse con amplios y trágicos problemas, la mayoría de los cuales la humanidad desconocía. Por esta razón, la reconstitución del pasado es, más que nunca, un fin en sí. Se inspira por un interés actual y tiende hacia un fin actual.
El historiador debe buscar la aceptación del estudioso de la escuela secundaria y del lector en general, dándole voz y protagonismo al hombre que trabaja por su sustento y su desarrollo, incursionando una y otra vez en lo que comúnmente llamamos Historia Universal, pero que específicamente es la historia social y la historia política de los pueblos. “Nuestra vida cotidiana solo es posible gracias a la experiencia que hemos ido acumulando por medio de nuestra memoria”, dice Muñón. “La Historia es la gran memoria colectiva de los hombres, acumulada en el transcurso de los tiempos. Su conocimiento es una condición imprescindible para la liberación de la humanidad; por eso hay que ponerla al alcance de las grandes mayorías”.
Bajo la piel del historiador
Me cuentan que en Guatemala se ha puesto “de moda” la Historia. Noticia muy satisfactoria en un país en donde sus historiadores son producto de nuestra imaginación. Quienes suelen discernir sobre la conducta humana pasada y presente son geólogos, médicos forenses, antropólogos, periodistas, sociólogos y hasta psicólogos clínicos. Ramón Iglesia afirmaba: “Los historiadores nacen, no se hacen”. A diferencia de él, Manuel Tuñón de Lara decía: “En cada uno de nosotros puede estar escondido un historiador”. tomado de http://www.prensalibre.com/opinion/piel-historiador_0_817718279.html
El marcado contraste de opinión obliga a regresar al pasado, para distinguir con más claridad entre la ilusión y la realidad. Por ejemplo, ¿qué opinaba Polibio (Grecia, 200 a 118 a. C.) al respecto? Se considera a Polibio “la cabeza más clara de historiador del Mundo Antiguo” antes de que se conociera a Tucídides. Según escribió Polibio: “La Historia ofrece el mejor medio de preparación para los que han de tomar parte en los asuntos públicos” y “un estadista que ignora la forma en que se originan los acontecimientos es como un médico que no conoce las causas de las enfermedades que se propone curar”.
En 1974, Arnaldo Momigliano, historiador italiano, escribió una memorable reseña al libro sobre Polibio de F. W. Walbank (Essays in Ancient and Modern Historiography), que tituló La piel del historiador. Dice en ella que Polibio “creía en el uso de la inteligencia para fines prácticos”, desechando “narraciones emotivas y sentimentales” mientras conocía de primera mano lugares y hombres de significación histórica e investigaba las causas de los hechos. Como escritor, le mortificaba saber que era leído por personas que “no se caracterizaban por la rapidez de su comprensión”, pero aunque el mundo en que vivía no era democrático y sin atractivos, la “globalización” llevada a cabo por Roma en su mejor época imperialista “hacía posible y a la vez necesario un nuevo tipo de historiografía”.De acuerdo con James T. Schotwell, Polibio “es por excelencia el historiador entre los historiadores de la Antigüedad, y en nuestros propios días, cuando las ideas científicas que propugnó han logrado, por fin, la supremacía, su figura emerge del lugar relativamente oscuro que le corresponde por sus méritos literarios, y se revela como un moderno entre los antiguos, crítico aunque no fríamente escéptico, trabajando hacia principios constructivos y consciente de las exigencias normales de la ciencia”.
No es entonces extraño que los aristócratas romanos apreciaran el talento del griego Polibio. Este se distinguió como un hombre que buscó y encontró“nuevas técnicas narrativas para registrar la simultaneidad de los acontecimientos”. Comprendió que intelectualmente los poderosos tienen un estado mental de idiotas, que les conduce a dedicar buena parte de su tiempo al saqueo y destrucción de pueblos considerados inferiores. Aprovechando su vida parasitaria, sus hijos estudian la Historia, para preservar sus hábitos de opresores y explotadores de esclavos y de siervos. “Para los aristócratas romanos”, escribió Momigliano, “la gloria sólo era real si sus antepasados habían contribuido a ella y se podía esperar que las generaciones futuras participaran de ella”. Fueron las enseñanzas del historiador Polibio.
Las claves de la Historia
La vida moderna está llena de claves: Claves ocultas del poder mundial, que descubren al Club Bilderberg, la Masonería, el Papado, la irrupción de la irracionalidad en los “Fundamentalismos”; Claves del éxito, que enseñan a mejorar una empresa comercial, una carrera universitaria, una existencia solitaria en la gran ciudad; hasta lo que aquí interesa comprender: las Claves de la Historia. http://www.prensalibre.com/opinion/claves-Historia_0_809319079.html
Las claves de la Historia están en las valiosas reflexiones teóricas
sobre los factores y problemas que influyen en la evolución de la
Humanidad, hechas por los más sobresalientes historiadores. Estas claves
deben conducir a la comprensión de nuestra realidad presente, su
relación con nuestro pasado y las fórmulas que permitirán labrar un
mejor futuro para nuestra Guatemala. Para otros países, lamentablemente,
no siempre los pronósticos sobre el futuro hecho por prominentes
historiadores han sido correctos. Errores de apreciación bajo la
influencia del marxismo ortodoxo han erosionado las claves históricas,
desprestigiando la investigación científica de los mecanismos sociales
que emanciparían a la humanidad de sus cadenas.
En la actualidad, una gran conflictividad social amenaza al campesinado guatemalteco. Las claves de nuestra historia están en las leyes y en las medidas represivas adoptadas por los sectores poderosos para mantener a raya a quienes se oponen y luchan contra el orden jerarquizado imperante. Nuevamente los poderosos de siempre se muestran dispuestos a defender a sangre y fuego sus intereses. Ellos obligan a buscar la Historia Social, que estimula la reflexión sobre la lucha existencial, la manera de pensar, de sentir y de comportarse de los pueblos. El historiador que analiza objetivamente el acontecer histórico no debe pretender dividir a la humanidad en buenos y malos, sino simplemente colocar a cada quien en el lugar que le corresponde estar desde el punto de vista de la construcción social de la realidad. El historiador no inventa claves. Simplemente analiza los grandes conflictos sociales que acompañan la marcha de la humanidad en su desarrollo económico y político.
La actual población guatemalteca está dividida. Está constituida de exitosos empresarios ricos y riquísimos; de decenas de miles de sus seguidores afanados por ingresar a su selecto club; y de millones de campesinos con hambre de tierras y gente misérrima del medio urbano, que carecen de bases mínimas de alimentación, educación y sanidad. Históricamente, todo lo anterior proviene de la manera como se ha producido la acumulación de capitales y cómo los beneficios están distribuidos injustamente en la sociedad. La ignorancia imperante en Guatemala desde el siglo XIX ha sido hábilmente creada y manipulada por tiranos incapaces de administrar el Estado cafetalero que establecieron, recurriendo al terror y la demagogia social para alcanzar una ficticia prosperidad. La respuesta social de quienes comprenden lo que sucede ha sido siempre ponerse en pie de lucha por sus derechos pisoteados. La Historia enseña que los pueblos hambrientos de justicia lucharán siempre contra las estructuras de su opresor poder político, característicos de toda sociedad donde existan tiranías de clase y burocráticas. Esta lucha social es la clave más importante de la Historia
En la actualidad, una gran conflictividad social amenaza al campesinado guatemalteco. Las claves de nuestra historia están en las leyes y en las medidas represivas adoptadas por los sectores poderosos para mantener a raya a quienes se oponen y luchan contra el orden jerarquizado imperante. Nuevamente los poderosos de siempre se muestran dispuestos a defender a sangre y fuego sus intereses. Ellos obligan a buscar la Historia Social, que estimula la reflexión sobre la lucha existencial, la manera de pensar, de sentir y de comportarse de los pueblos. El historiador que analiza objetivamente el acontecer histórico no debe pretender dividir a la humanidad en buenos y malos, sino simplemente colocar a cada quien en el lugar que le corresponde estar desde el punto de vista de la construcción social de la realidad. El historiador no inventa claves. Simplemente analiza los grandes conflictos sociales que acompañan la marcha de la humanidad en su desarrollo económico y político.
La actual población guatemalteca está dividida. Está constituida de exitosos empresarios ricos y riquísimos; de decenas de miles de sus seguidores afanados por ingresar a su selecto club; y de millones de campesinos con hambre de tierras y gente misérrima del medio urbano, que carecen de bases mínimas de alimentación, educación y sanidad. Históricamente, todo lo anterior proviene de la manera como se ha producido la acumulación de capitales y cómo los beneficios están distribuidos injustamente en la sociedad. La ignorancia imperante en Guatemala desde el siglo XIX ha sido hábilmente creada y manipulada por tiranos incapaces de administrar el Estado cafetalero que establecieron, recurriendo al terror y la demagogia social para alcanzar una ficticia prosperidad. La respuesta social de quienes comprenden lo que sucede ha sido siempre ponerse en pie de lucha por sus derechos pisoteados. La Historia enseña que los pueblos hambrientos de justicia lucharán siempre contra las estructuras de su opresor poder político, característicos de toda sociedad donde existan tiranías de clase y burocráticas. Esta lucha social es la clave más importante de la Historia
¿Mandamos a la Historia de paseo?
En 1976, el historiador político francés Jean Chesneaux nos sorprendió con su provocadora obra Du passé faisons table rase, publicada por la Editorial Masperó. http://www.prensalibre.com/opinion/Mandamos-Historia-paseo_0_805119547.html
En ella se pregunta en voz alta, sobre el emplazamiento que ocupa el saber histórico como arma en la vida social; sobre si combate a favor del orden establecido o contra él; sobre si es un artículo de consumo para paladares exquisitos, que lo degustan en libros, la televisión o el turismo o, más bien, si la Historia se ha convertido en “una necesidad colectiva”, una referencia al pasado que actúa en todo el cuerpo social.Ya desde mis inicios en 1965, como estudiante de Historia en la ciudad de Leipzig, antigua República Democrática Alemana, se me enseñó a reflexionar para dar respuesta a las mismas interrogantes que se haría el colega francés instalado confortablemente en su cátedra. Al igual que Jean Chesneaux, muchos jóvenes estudiantes aprendimos a rechazar el capitalismo por ser un sistema deshumanizado, lleno de contradicciones políticas y sociales. Personalmente aprendí también a rechazar las contradicciones fundamentales del marxismo teórico y sus ambigüedades cotidianas. Mi posición social como estudiante extranjero era privilegiada, pero políticamente, aunque me importara, estaba al margen de lo que sucedía en el país. El aislamiento, sin embargo, ayuda a arribar a conclusiones definitivas sobre los problemas más determinantes del conocimiento histórico; sobre el carácter científico de la Historia, su objetividad y universalidad; y, lo más importante, con honestidad, ayuda a comprender que un historiador debe romper con los esquemas ideológicos caducos, pero debe actuar históricamente en la sociedad a la que pertenece.
Un historiador académico no debe tirar por la borda sus conocimientos históricos y encerrarse en su gabinete de trabajo que convierte en su laboratorio personal, creyendo que sus escritos deben ser “apolíticos”, “neutrales”. Considerar que eso es ser “objetivo” y “científico”, como si la sociedad y sus problemas cotidianos pertenecieran a otro mundo, es actuar erróneamente, ser un oportunista más. Por supuesto que cada quien es libre de darle a su vida y a su profesión el rumbo que desea, pero si se trata de un historiador, actuar de espaldas a la realidad social significa no comprender los procesos sociales y lo indispensables que son los análisis de clases.
Chesneaux, al clarificar políticamente su posición como marxista y comunista, sugiere que acepta formulaciones políticas cuestionadas e históricamente inexactas. Sin embargo, frente a los historiadores sin ideología definida, tiene la ventaja de encontrarse en un campo de lucha militante, fuera del ámbito libresco de la irracionalidad. Todo el mundo sabe en Guatemala que en el país existen, desde hace siglos, condiciones de opresión y desigualdad. Nadie espera que los historiadores actúen radicalmente para ponerle fin a dichas condiciones, que se pongan al frente de un movimiento revolucionario. Sin embargo, la pasividad, dejar que las cosas sigan como están, contribuye al funcionamiento de la sociedad existente. En este caso, hay que mandar a paseo no a la Historia, pero sí a los historiadores inútiles.
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