La tradición que poseemosHay
quienes afirman que los historiadores vivimos únicamente en la búsqueda
y el relato del pasado, e incluso solo “se acuerdan” de nosotros a la
hora de lo que consideran “la historia”. Quienes nos dedicamos a la
Historia compartimos un patrimonio cultural, ideológico y político que
siempre se construye en presente, en estrecha relación con intereses y
contribuciones muy actuales. Desde el hoy y para el mañana se escribe la
Historia, y en tal dimensión se forma a los investigadores y maestros
de la disciplina.
El tema de la ética, y en particular de la
ética del trabajo académico, es en mi criterio el primer asunto a
evaluar con los jóvenes estudiantes. Mis maestros en esta universidad me
formaron en la convicción de que el saber histórico y axiológico valía
de muy poco, sino se llevaba a las praxis de vida. Conocer la Historia
como explicación y compromiso, resulta imprescindible si de investigar,
enseñar o divulgar se trata. Por demás, pensar en el oficio y el deber
del historiador y la historiadora cubanos siempre será, necesariamente,
una tarea de futuro
El debate sobre el oficio y el deber del
historiador, recorre la propia Historia de la disciplina, en un país
donde ciencia y cultura nacen en intensa articulación con la lucha
política por la liberación nacional y la emancipación social. Este
debate es parte indisoluble de la forja de la nación, desde los mismos
albores de su concepción, en el marco del primer proyecto de autoctonía
diseñado a finales del Siglo XVIII, por la intelectualidad de la
oligarquía criolla. Historia y política, están estrechamente
interconectadas en Cuba, como parte inseparable de la peculiar tradición
cubana que se forjó en la unidad de los hombres de la cultura con el
ejercicio de la política.
Ahora en julio vamos a conmemorar los
250 años de la resistencia de los habaneros y en general de los
pobladores del occidente cubano en 1762, frente al ataque, asedio y toma
de la capital por los ingleses. Cuando se produce este hecho histórico,
los ocupantes extranjeros encuentran ya la psicología y cultura de
resistencia de la sociedad criolla. Un año antes, el historiador José
Martín Félix de Arrate y Acosta (1697-1766), había terminado su obra
Llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales1,
dedicada a enaltecer La Habana. El criollo Arrate y Acosta frente al
ataque inglés, no vaciló en poner su fortuna al servicio de la defensa
de la ciudad que amaba, fijando desde tan temprana época, cuál es el
deber y el
hacer de los historiadores.
Aponte y Maceo
El
proyecto primigenio de la oligarquía y en este el lugar de la memoria
histórica, en su diseño excluyente, racista y blanco por excelencia, fue
mestizándose como parte del proceso de transculturación
2, al contacto con la inteligencia y la cultura nacida de lo popular, de lo negro, mestizo y blanco pobre.
Estamos
por celebrar ahora, a partir de este 15 de marzo, el bicentenario de la
conspiración organizada por el revolucionario e intelectual autodidacta
José Antonio Aponte y Ulabarra (¿-1812). Aponte negro culto, tallador
de oficio, antiesclavista y antirracista, hijo de Changó, presidente del
Cabildo Changó Teddun
3
, será el líder de la primera conspiración independentista y
abolicionista de carácter nacional, con presencia de libertos, y
esclavos, de negros, mulatos y blancos. A diferencia de las
sublevaciones de esclavos donde la rebeldía de los explotados no se
organizaba en ideas o proyectos de continuidad, Aponte tenía un proyecto
ideológico y político para una Cuba sin el dominio colonial, donde se
destaca como eje fundamental la liberación de los esclavos, los derechos
de los libertos y demás sectores de campesinos, pequeño burgueses,
artesanos y braceros, y su red de conspiradores se extendió
presumiblemente hasta Remedios, Puerto Príncipe, Bayamo, Jiguaní,
Holguín y Baracoa . En conexión con la situación antillana Aponte
confiaba en obtener ayuda del rey haitiano Henry Christopher
(1767-1820), y del general dominicano Gil Narciso
4.
La conspiración de Aponte anuncia el arribo al liderazgo del movimiento
emancipador de los sujetos populares. Incansable lector, Aponte poseía
una nutrida biblioteca para la época -cuando la posesión de libros por
su rareza y alto costo estaba vedada al pueblo humilde-, y en ella se
podían encontrar títulos como el Don Quijote de la Mancha, de Cervantes.
Delatados, e l jefe de la conspiración y cinco de sus capitanes fueron
ahorcados el 9 de abril de 1812, y sus cabezas se colgaron públicamente
en la capital como escarmiento.
La Historia hecha desde los
llamados sectores subalternos, y más certeramente desde las clases
explotadas, tiene en Aponte su precursor. Cuando abortan la
conspiración, entre la documentación ocupada por las autoridades
colonialistas, se destaca un significativo Libro de Pinturas, que
contenía la cosmogonía histórico cultural del líder revolucionario, y
que hasta hoy motiva la imaginación. Perdido el libro en el proceso, la
lectura del legajo judicial que trata sobre el citado libro,
permite situar el potencial de
su criticismo social
5,
su visión de sí mismo, de la Historia de los negros, de la cultura y la
política de su época, y cómo era utilizado en las reuniones y
propaganda conspirativas. El Libro de Pinturas de Aponte en su
concepción y realización, se nos revela como la primera obra cubana que
reivindica el papel y el lugar de los negros en la Historia que le fue
contemporánea.
La “casualidad” en la Historia muchas veces es
hija de causalidades profundas. Sesenta y seis años después de la
sublevación de Peñas Altas, en 1878, en el oriente del país, el mulato
General Antonio Maceo y Grajales (1845-1897) escenificó en los Mangos de
Baraguá, la protesta que llenó de gloria combativa el fin de la primera
guerra de independencia. Maceo calificó el Pacto del Zanjón, acuerdo de
paz firmado el 10 de febrero de 1878, como
una rendición vergonzosa y por su parte inaceptable.
Y aun cuando no pudo lograr en aquel momento un rescate del proceso de
lucha armada que salvara la Guerra de los Diez Años, la que pasó a ser
conocida como Protesta de Baraguá, resultó la respuesta política que
volvió a colocar en primer plano los objetivos básicos de la revolución
contenidos en el Manifiesto del 10 de Octubre de 1868, dados a conocer
por el padre de la patria Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo
(1818-1874): La total y absoluta independencia de Cuba y la definitiva
abolición de la esclavitud, objetivos por lo que pelearon los cubanos y
cubanas desde tiempos de José Antonio Aponte.
José Martí
Quien primero se percató de la importancia histórica de la gesta de Aponte fue José Martí y Pérez (1853-1895).
Eres más malo que Aponte
se decía indistintamente, en la colonia en que creció el Apóstol, a
niños muy majaderos, a los necios y hasta a los criminales. Los
mecanismos de la hegemonía ideológico-cultural colonialista habían
actuado con eficiencia en el interés de borrar la imagen de este criollo
revolucionario. Sin embargo, la sensibilidad patriótica y la
inteligencia de Martí, le llevan a cuestionar el mito racista y
maldiciente, buscar la información verídica, revaluar y dignificar el
movimiento conspirativo que lideró, todo lo que se deduce de un
fragmento conservado donde anotó:
¿Qué se sabía del negro conspirador Aponte, muerto en 1812, con ocho de sus compañeros? Vivía en la Calle de Jesús Peregrino… 6
Para
Martí, tan minucioso en el estudio y la promoción de la Historia
nacional, la Guerra de los Diez Años constituyó un objeto priorizado de
búsquedas y evaluaciones. Sobre los disensos y los rencores acumulados
por los combatientes, alrededor de la firma del Pacto del Zanjón, vio
con nitidez el eje de coherencia histórica que representaba la Protesta
de Baraguá. El peso político e ideológico que sustentaba Baraguá era
definitorio en los marcos de la nueva Revolución, de la Guerra
Necesaria, que preparaba.
Martí reclama como condición del
historiador, el conocimiento pleno del hombre, el humanismo con un claro
sentido de dignificación social. Resulta evidente
7
la atención que le merecía la Historia en sus dos dimensiones
esenciales: La Historia real en tanto consideró siempre de suma
importancia para los pueblos, el conocimiento de sus orígenes y
evolución, como factor esencial para la formación de sus valores
patrios; junto al análisis del devenir de la sociedad, para el
pronóstico de los posibles caminos del progreso social, y en tanto, la
elaboración y puesta en práctica de proyectos de cambios revolucionarios
y de organización de la sociedad
8 .
En
Martí como en Carlos Marx (1818-1883), si los hombres hacen la
Historia, esto requiere de una conciencia y voluntad capaz de hacerla. Y
precisamente tal unidad dialéctica asentó el vínculo raigal de la
mirada histórica martiana con el marxismo. Y ello nos permite
comprender, incluida la voluntad y la obra política de los partidos
revolucionarios, cómo se produce en Cuba la articulación del marxismo
con la mejor y más radical tradición intelectual nacional.
Julio Antonio Mella
En
la profundidad martiana descubre Julio Antonio Mella (1903-1929) el
tránsito de enriquecimiento que lo articula el marxismo. Cuando a
finales de 1925 escribió sus
Glosas al pensamiento de José Martí, aporta el más medular ensayo del pensamiento revolucionario cubano de la primera mitad del pasado siglo XX.
Mella desde José Martí y Vladimir Ilich Lenin (1870-1924), negó en
Glosas
las lecturas nostálgicas por el pasado heroico, muy comunes en la
intelectualidad de entonces, y rebatió las posiciones ultraizquierdistas
que rechazaban con criterio nihilista el ayer, considerando que todo
empezaba a partir de ellos y terminaba en ellos mismos. Debate este en
el que continúa la labor de defensa del ideario nacional revolucionario
que sus maestros Alfredo López Rojas (1894-1926) y Carlos Baliño y López
(1848-1926), desarrollaron en el seno del movimiento obrero y en los
círculos socialistas y marxistas. Defendió las tesis leninistas sobre la
permanencia, el rescate y el enriquecimiento de la tradición
democrática y popular que se hallaba presente en nuestras naciones, y en
consecuencia, la incorporación de estos elementos en la elaboración de
la táctica y la estrategia de la lucha revolucionaria.
En
Glosas,
Mella expresa su concepción sobre el enfoque materialista y dialéctico
de la Historia, el carácter determinante –siempre en última instancia-,
del factor económico en el devenir de la sociedad, y la teoría de la
lucha de clases como motor de la Historia.
En este sentido
desbrozó el camino de la historiografía cubana hacia un modo superior de
compresión e investigación, y aportó el primero y más original ensayo
político-filosófico marxista de la primera mitad del Siglo XX cubano.
Mella reconoce el papel de las ideas en la lucha, y al mismo tiempo
señala la necesidad de la acción concreta. Junto a las trincheras de
ideas -en perfecta consecuencia con Martí - sitúa las trincheras de
piedras. La vinculación entre teoría y práctica, entre la idea y la
acción, constituiría para Julio Antonio Mella la clave de la
transformación social y este es el mensaje que traslada a sus
contemporáneos.
Fidel Castro Ruz
Desde una profunda
lectura de la Historia patria y universal pudo el joven Fidel Castro
Ruz (1926- ), proyectar el programa cultural revolucionario de
La Historia me absolverá.
Fue su aporte la reevaluación de la Historia de la nación, de América
Latina y el movimiento revolucionario, a la altura de los conocimientos y
con las herramientas existentes en la segunda mitad del siglo XX. Fidel
da una lección de cómo la obra precedente –en teoría y cultura
histórica-, puede y debe ser recolocada en las necesidades y retos de
cada época. Martiano y mellista, convencido marxista y leninista, hizo
lo que el momento y la necesidad demandaban, utilizó el estudio
minucioso de la Historia de Cuba, de la Historia de las ideas, la
Historia política y la militar en particular, para criticar la propia
teoría revolucionaria, innovarla y saltar con ella sobre las
circunstancias.
El pensamiento de Fidel como sumun contemporáneo
de la tradición ideológico –cultural progresiva y revolucionaria
cubana, y en tanto unidad de la teoría y la práctica
9,
se expresa en seis direcciones esenciales: (1) El estudio de los
acontecimientos en su dialéctica, según las leyes objetivas del proceso
histórico, la cultura y el espíritu de lucha de los hombres y mujeres,
(2) El papel sustantivo del sujeto histórico, del sujeto individual, y
definitivamente del sujeto colectivo, del pueblo. (3) La misión
formadora del conocimiento histórico, desde un compromiso práctico
transformador, la función de la Historia en la formación de la memoria
histórica y la definición praxiológico valorativa de los sujetos. (4) La
misión proyectiva de la Historia, el aporte al diagnóstico y al
pronóstico. (5) La unidad de lo local, lo nacional y lo internacional.
(6) La unidad del pensamiento histórico con la actitud y la práctica de
la transformación revolucionaria.
Esta perspectiva de la Historia fue expresada por el líder de la Revolución Cubana desde el propio año de la liberación:
Venimos a hablar no de la historia que pasó, sino de la historia que estamos viviendo, afirmó en junio de 1959
10.
Cinco años después, al referirse a la epopeya de Céspedes y los
patriotas cubanos de las guerras de independencia, fijaría la principal
clave histórica para entender y asumir la Historia nacional: ¡Nosotros
entonces habríamos sido como ellos, ellos hoy habrían sido como
nosotros!
11
En su discurso en el acto de conmemoración del centenario del inicio de
nuestras gestas independentistas, el 10 de octubre de 1968, ratificaría
Fidel la continuidad dialéctica del proceso revolucionario cubano y la
comprensión -más allá de contradicciones y los errores circunstanciales-
de la magnitud de las tareas históricas que han sumido los
revolucionarios en cada etapa de lucha de nuestro pueblo.
La tradición de que somos portadores constituye una importante
fortaleza,
pero ello no es suficiente. El oficio y deber también se deben expresar
en el análisis del momento actual que tal tradición fertiliza. Y ello
nos conducirá, si trabajamos con honradez, a un posicionamiento claro y
definitorio sobre los asuntos de nuestra actualidad profesional, local y
nacional. En tal punto, estaremos en la posibilidad de compartir
nuestra verdad, debatirla y enriquecerla en el afán patriótico de
mejoramiento colectivo, que nace de los padres de la ciencia, la cultura
y la política cubanas. Sin este ejercicio personal de criticidad
refrendado en nuestros actos, es muy difícil investigar y enseñar
Historia.
Oficio y deber, ciencia y conciencia en el historiador y la historiadora cubanos12
Los retos de la contemporaneidad
Hoy sin dudas, asistimos en el país a un rearme de la historia como
proyecto científico y como proyecto social, avanza la excelencia de la
historiografía cubana, y sobre todo está en marcha una notable
recuperación del papel de las disciplinas históricas en el currículo
docente de la enseñanza general y universitaria, aspecto este que se
precisó con particular fuerza en los objetivos aprobados por la Primera
Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba, el pasado enero
13
. Este crecimiento con calidad, tiene por correlato el compromiso de la
inmensa mayoría de los historiadores e historiadoras con la sociedad
revolucionaria.
Tan positivo escenario regocija y a la vez
impone para avanzar con paso seguro, repensar los aciertos y fijar las
debilidades y sus cursos de solución. Es que los logros del momento
actual se entienden con mucha más plenitud, si los vemos en su
movimiento real, como aciertos en el concierto de las contradicciones
existentes, en medio de los crecimientos humanos y organizacionales por
adelantar, las fragilidades a resolver y los consensos a construir. En
Cuba por demás, nada escapa al cruento enfrentamiento con el imperio
estadounidense y sus aliados ideológicos y políticos.
La subversión contrarrevolucionaria
La utilización del campo intelectual y de la Historia es de vieja data.
Frances Stonor Saunders ha documentado suficientemente la guerra
cultural de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados
Unidos, desde antes del triunfo de la Revolución Cubana, cuando
patrocinaba la revista
History, publicada por la Sociedad de Historiadores Americanos
14.
Contra Cuba existe una definida dirección de la propaganda y la
subversión ideológico-cultural anticubana, que se desenvuelve en el
terreno de la Historia, en el intento de reescribirla, tergiversarla y
manipularla. Apuestan al sueño de una
glasnost “cubana”, que
destruya el imaginario histórico y cercene la memoria de lo que hemos
sido y somos. A tal diseño se destinan millones de dólares en unos y
otros proyectos de “estudio”, información”, “eventos”, libros y
artículos “de ciencia” y “premios”.
La propaganda visceral,
literalmente mentirosa y grosera, no es lo que caracteriza la labor de
los servicios enemigos dirigida contra la Historia y los historiadores.
Esto último solo ha quedado como producción residual en el estercolero
de la mafia cubano americana. Generalmente los libros de propaganda
contrarrevolucionaria con camuflaje de libros de “historia”, cumplen el
llamado el principio de la verosimilitud. Presentan sus embustes desde
hechos reales, pues en públicos cultos como el que ha formado la
Revolución Cubana, el mensaje tendencioso, para que tenga alguna
verosimilitud, debe partir de acontecimientos que de una u otra manera
ocurrieron.
El principio de la desinformación está dirigido a
minimizar y/o desfigurar la realidad histórica, para mencionar lo
imprescindible y destacar solo aquello que les interesa. El principio de
la silenciación combina silencio y olvido alrededor de unas y otras
realidades de la Cuba colonial y neocolonial, la omisión de aspectos
sustantivos y de aportes del movimiento revolucionario y de sus líderes,
son metodologías recurrentes. Difícilmente detectables, los silencios
se enmascaran como “olvidos”. Constituyen el reverso y la otra cara del
recuerdo y están indisociablemente unidos a la acción de
construcción-destrucción de la memoria histórica. El silencio oscila
entre las barreras de ocultación y las de lo indecible. Sobre temas
históricos, la desinformación y el silencio pretenden eliminar la
memoria de explotación, inequidades y dependencia, en aras de maquillar y
reforzar la identidad de los grupos portadores del pasado
burgués-capitalista.
La vaguedad y la simplificación
complementan el sistema de principios de los servicios de la propaganda
imperialista. En tanto huyen de explicaciones precias, y pretende dar
una respuesta “sencilla” a problemas complejos y controvertidos
15.
El desprecio por la Historia combativa, la descalificación del papel de
las masas populares a favor de las élites, y el anticomunismo, se
mantienen como ejes fundamentales de la labor ideológica
contrarrevolucionaria. Alegan que los comunistas hemos inventado una
historia teleológica
16
. Es sistemático el ataque dirigido a descalificar al movimiento
comunista durante la república, y a la Revolución después del triunfo de
1959. Una línea principal de esta modalidad agresiva, centra el ataque a
la figura del Comandante en Jefe Fidel.
La voluntad de formar a
nuestras jóvenes generaciones en la tradición combativa y
revolucionaria, se acusa por ser una enseñanza “oficialista”,
“ideologizada” y “politizada”. Método recurrente es vendernos como
“novedosos” y “problematizadores”, textos articulados con la peor
propaganda contrarrevolucionaria.
Montada en la ola
“postmoderna”, la propuesta desmovilizadora manipula este movimiento
científico y literario contemporáneo. Abundan las exhortaciones a romper
con el estudio de los macro-relatos -de los procesos históricos y del
marxismo entendido como macro-teoría-, para sobrevalorar la importancia
de la microhistoria y presentarnos una suerte de micro-microhistorias,
que nos enajenen de las visiones de conjunto. Se nos propone
menospreciar el enfoque de clase y sus interconexiones, frente a la
emergencia de los no menos importantes estudios de género, racialidad, y
otras diversidades. Las categorías duras de la teoría y metodología
marxista, se acusan también de “ideologizadas”, a favor de un lenguaje
aséptico que evade el conflicto fundamental entre explotados y
explotadores, entre opresores y oprimidos.
Los libros de la
historia prefabricada por la contrarrevolución, presentan tres niveles
de realización. Primero: Lo que dice el autor -lo intencional que no
necesita interpretación- que se centra en lecturas reduccionistas y
tendenciosas, cuando no hipercriticistas. Segundo: Lo sobreañadido, en
tanto intencionalidad subyacente de desmontar la historia, cuestionar y
atacar sus valores y personalidades, para sembrar dudas sobre un ayer
que nos acompaña en el hoy. Tercero: Lo simbólico en la estimulación y
fabricación de mitos y hechos-estigmas, cuyo carácter extra verbal se
dirige a la psiques para prejuiciar y sembrar desconcierto.
La
mejor carta de presentación de la literatura orientada por las agencias
enemigas, es que esta se publicite bajo la autoría de un nacional. Y hay
que decir con plena claridad, que nuestros enemigos conocen bien el
espurio oficio de comprar, comprometer, e instigar,
emplean sus mejores profesionales, ideólogos, psicólogos, filósofos, especialistas, cientos de hombres capaces, confirma el profesor de Historia, ex-agente de la CIA y combatiente de la Seguridad del Estado cubano Raúl Antonio Capote
17.
No solo está la nómina de la “disidencia” con sus tarifas mercenarias.
Existe la contaminación, el cortejo y la influencia sobre individuos
proclives a ser manipulados desde los errores cometidos por burocracia,
insensibilidad o maledicencia, las aspiraciones insatisfechas, los
individualismos a ultranza, las miserias humanas y los traumas
personales. También como ha ocurrido y ocurre en muchos otros procesos
revolucionarios, en Cuba hay Súper-revolucionarios tan, pero tan a la
izquierda de la izquierda, que sin argumentos convincentes para sus
prédicas hipercriticistas, terminan
echando mano a
los mismos recetarios de la propaganda contrarrevolucionaria. Es
importante establecer que en este punto del camino recorrido, no hay
ingenuidades. Se es o no se es.
La demostración argumentada y el
juicio de ciencia, hijas siempre de la firmeza, son los ingredientes
esenciales para fundamentar la denuncia de las vilezas con falso ropaje
histórico.
Mirarnos hacia dentro
Los retos que enfrentamos no solo parten de la agresividad de los servicios de subversión imperialista,
del ataque enemigo
. Aún hay mucho que hacer para perfeccionar nuestro trabajo profesional
y sus circunstancias. Las problemáticas en curso ocupan varias áreas
del propio saber histórico, de la investigación, enseñanza, docencia,
formación y capacitación de los profesionales de la historia, así como
del siempre trascendente tema de la introducción y publicación de los
resultados, su divulgación e impacto social.
Las cualidades del
debate revolucionario, deben acabar de imponerse en nuestro medio, como
el antídoto imprescindible para evitar, entre quienes compartimos la
misma trinchera, las discusiones bizantinas, las objeciones que no se
explican y los desencuentros culposos. La crítica a los resultados y a
las instituciones, no puede asumirse como ataque personal a los autores y
directivos de uno u otro proyecto. No todos tenemos el don de la mesura
y la afabilidad, pero estamos obligados al menos, al trato respetuoso, y
sobre todo a manifestar una posición proactiva, atenta y abierta en el
ejercicio de la opinión.
Porque somos humanos perfectibles, los
errores nos acompañan a unos más a otros menos, el problema está en la
actitud que asumamos para reducirlos al mínimo. Lo definitivo siempre
será el saberse situar en el campo de la honestidad y justicia.
Urge aprender a distinguir el libelo de la propaganda enemiga, de la
obra historiográfica seria y fundamentada, aun cuando en ella se revelen
cursos teórico metodológicos, y posicionamientos que no compartimos,
incluidos aquellos de naturaleza política o ideológica.
Vivimos
en un país y en un mundo con un universo cada día más diverso. Hay que
felicitar que se publiquen y circulen obras de autores nacionales y
extranjeros, incluidos ensayos históricos, que nos brindan esa
pluralidad. De colegas que viven en el país, escritores, filósofos,
historiadores, y muchos otros especialistas extranjeros y cubanos que
radican en el exterior, de las más disímiles tendencias filosóficas,
políticas y teórico metodológicas. Estos autores no son
el enemigo
como afirma cierto pensamiento censor que aún persiste. Nadie posee la
verdad absoluta, esta se construye en sucesivos consensos colectivos. En
esta dirección es útil recordar que la historia del pensamiento
revolucionario en ciencia y política, el marxismo -y en Cuba los más
sólidos legados axiológicos, ideológicos y politológicos martianos y
fidelistas-, se fundaron y construyeron en medio de la fertilización
enriquecedora con lo mejor y más progresivo de cada época, en la lucha
de ideas, en debate y crítica tanto con los adversarios, como con los
compañeros de ruta.
Tenemos aún entre nosotros a quienes
pretenden escribir –o que se escriba- la Historia, al ritmo del último
discurso de la dirección del país. Hay que evidenciar de manera clara y
pertinente a tales acomodadores de la historia, que no pocas veces
apelando “a buenas intenciones”, a patrioterismos y oportunismos,
intentan sustituir la riqueza del movimiento real, con propuestas
retocadas por lo que consideran “políticamente correcto”.
Hay
colegas que no conocen los aportes más novedosos de la teoría, la
metodología e historiografía nacional e internacional, y se justifican
con toda clase argumentos sobre las cortas ediciones cubanas, la débil
importación de títulos publicados en el extranjero, los costos de los
libros, el aislacionismo informativo en esta área académica, la falta de
contacto con especialistas extranjeros, o la débil conexión a Internet;
pero más allá del peso de una u otra realidad, lo cierto es que no se
ocupan de explotar al máximo todos los recursos y canales que existen en
las instituciones gubernamentales y en las asociaciones de la sociedad
civil, menos de diseñar por sí mismos vías de acceso, intercambio y
financiación.
No faltan los “miméticos”, la diferencia es que si
ayer fueron miméticos a la izquierda dogmática que nos llegaba del
marxismo oficial soviético, hoy lo son al “centro” o definitivamente “a
la derecha” que nos llega incluso, desde algunas ilustradas izquierdas
recicladas en la socialdemocracia y el liberalismo.
La Historia
no está libre de algunos de los déficits de desarrollo que persisten en
el actual despliegue de las ciencias sociales del país. Un hacer muy
individualizado, donde el papel de los colectivos de ciencia debe crecer
en el ámbito de la construcción colectiva del conocimiento. La labor
investigativa de algunas facultades de historia, no logra saltar los
muros de los centros de educación superior, para acercarse a las
necesidades de sus entornos territoriales. Es notable la ausencia del
trabajo en redes, y la poca presencia de los centros de investigación
histórica y de los historiadores e historiadoras, en los incipientes
resultados del trabajo multidisciplinario en el Polo de las Humanidades.
El Programa Nacional de Historia está dado a ocupar el papel
coordinador y promotor a nivel de país, de todo el conjunto de
instituciones académicas, universidades y asociaciones científicas, que
trabajan con las disciplinas históricas, pero aún este mecanismo no
logra rebasar el ámbito de lo orgánico-administrativo. Tal Programa
precisa convertirse realmente en el articulador por excelencia, de las
prioridades temáticas y los recursos nacionales destinados a la
investigación histórica. Muchos compañeros y compañeras ni saben que
existe.
A la altura de las circunstancias
La
historiografía y la enseñanza de la historia, se abren a los retos de la
construcción de una idealidad socialista cercada desde el mercado y
agredida por los centenarios enemigos de la patria, que precisa de los
viejos y nuevos saberes históricos, de la tradición, los principios y
las calidades de nuestros fundadores, de la inteligencia y el trabajo
corporativo de los historiadores e historiadoras de todas las
generaciones revolucionarias. El nudo ideológico y orgánico que articula
la tradición de ciencia y conciencia en nuestro país, con el privilegio
de la sólida mirada que aporta el marxismo, resulta decisivo para
cumplir la misión social de la disciplina.
Si resulta vital el
trabajo del historiador y la historiadora, en el terreno de fundamentar
las claves de nuestro presente, en la defensa y construcción de la
cosmovisión científica, cultural y moral de la cubanidad revolucionaria;
más aún se impone la función pronóstica, el imprescindible aporte de
certezas y experiencias, para participar en el diseño del programa de
futuro posible.
Debemos utilizar más la crítica y el debate,
tanto en la prensa como en los espacios académicos, pero sobre todo hay
que ejercitar las inconformidades en la construcción de alternativas
concretas. No hay aprendizaje colectivo sin práctica y esfuerzo
individual, y la transformación de las circunstancias que nos sean
adversas no tiene que realizarlas segundos o terceros. Hay que entender
que nuestra acción, por muy modesta que sea, suma al protagonismo
definitivo del pueblo en Revolución.
El mundo académico cubano
es bien nutrido. Tenemos una recién inaugurada y muy prometedora
Academia de la Historia de Cuba, la cincuentenaria y fortalecida
Academia de Ciencias de Cuba, el prestigioso colectivo de investigadores
del Instituto de Historia de Cuba, otros acreditados equipos en más de
40 universidades y centros de estudios, que desarrollan programas de
investigación y docencia de la Historia. Poseemos la Unión Nacional de
Historiadores de Cuba (UNHIC), y los historiadores e historiadoras
también nos nucleamos en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC), y la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe
(ADHILAC). Si desde las misiones, particularidades, y ritmos de cada
sujeto institucional o asociativo, nos integramos y marchamos unidos, no
habrá problemática interna, insuficiencia o reto que no podamos
resolver. Ni cima del conocimiento o tarea de construcción socialista
que no logremos conquistar.
Notas:
1
José Martín Félix de Arrate y Acosta: Llave del Nuevo Mundo.
Antemural de las Indias Occidentales, Editorial Comisión Nacional
Cubana de la UNESCO, La Habana, 1964.
2 Fernando Ortiz: Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963, p 98 -104
3
Ver: Franco, José Luciano: La conspiración de Aponte. En: Ensayos
históricos,. Ciencias Sociales, La Habana, 1974; Gloria García: Ob cit,
p 66-74
4 María del Carmen Barcia: Los ilustres apellidos: negros en La Habana colonial, Ediciones Boloña, La Habana, 2008, p 292-293.
5
Jorge Pavez O: El Libro de Pinturas, de José Antonio Aponte. Texto,
conspiración y clase: el Libro de Pinturas y la política de la historia
en el caso de Aponte, Anales de Desclasificación, Vol. 1: La derrota
del área cultural No. 2, 2006, p 671.
6 José Martí y Pérez: Obras Completas, Tomo 22, Editora Nacional de Cuba; La Habana, 1966, p 247.
7
Se ha dicho, con razón, que no hay en la obra martiana una teoría de
la Historia acabada ni sistemáticamente expuesta. Véase Julio Le
Riverend: “Martí en la Historia, Martí historiador” en,
Anuario del Centro de Estudios Martianos,.La Habana, 1985, n. 8, p. 176.
8
Ver: Olivia Miranda Francisco:Historia, cultura y política en el
pensameinto revolucionario martaiano, Editorial Academia, La Habana,
2002, p 107-121
9
Dolores Guerra y otros: Presentación. En Fidel Castro y la Historia
como ciencia (selección temática 1959-2003), Centro de Estudios
Martianos, La Habana, 2007, p 9 y ss.
10 Dolores Guerra y otros: Ob cit, p 13.
11
Ver: Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer
Secretario del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba y
Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el acto celebrado en la
escalinata de la Universidad de La Habana honrando a los mártires del
13 de marzo, 13 de marzo de 1965. Departamento de Versiones
Taquigráficas del Gobierno Revolucionario,
www.cuba.cu/gobierno/discursos/ 1968 /esp/f 1010 68e.html
12
Intervención en la inauguración de la Conferencia de estudios
históricos organizada por la Federación de Estudiantes Universitarios
(FEU) de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona,
Ciudad Escolar Libertad, La Habana, 12 de marzo del 2012.
13
Ver: Partido Comunista de Cuba. Objetivos de Trabajo del PCC
aprobados por la Primera Conferencia Nacional, Editora Política; la
Habana, 2012, p 7.
14 Frances Stonor Saunders: La CIA y la guerra fría cultural, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003, p 197.
15
Héctor Hernández Pardo y Reynaldo Infante Uricazo: Análisis de
información internacional y medios dedifusión, Editoria Pueblo y
Educación, La Haban, 1991, p 139.
16 Enrique Ubieta Gómez: Cuba: Revolución o reforma, Casa Editora Abril, La Habana, 2012, p 15.
17 Raúl Antonio Capote: Enemigo, Editorial José Martí, La Habana, 2011, p 188.
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