domingo, julio 25, 2010

Joan W. Scott: el género como categoría para el análisis histórico

Posted by Anaclet Pons en Enero 9, 2009
Los historiadores americanos suelen empezar el año, como hemos anunciado, con su reunión anual. En esos primeros días, los allí reunidos despliegan una frenética actividad en todos los órdenes. El resto de asociados se solazan con las fiestas y repasan el último número de la American Historical Review, una publicación que aparece cada dos meses y cuyo último número corresponde a diciembre de 2008.
En esta ocasión, el tema central, lo que llaman el AHR Forum, está dedicado con toda justicia a Joan W. Scott:  “Revisiting Gender: A Useful Category of Historical Analysis”. Esto es lo que incluye:
Introduction
A History of “Gender”, a cargo de Joanne Meyerowitz, profesora de History and American Studies  en Yale
A Paradigm of Our Own: Joan Scott in Latin American History, de Heidi Tinsman, historiadora de la UCI
An Archipelago of Stories: Gender History in Eastern Europe, por Maria Bucur-Deckard, profesora asociada en Indiana
The Three Ages of Joan Scott, de Dyan Elliott, historiadora de la Northwestern
Chinese History: A Useful Category of Gender Analysis, por  Gail Hershatter (UCSC) y Wang Zheng (Ann Arbor)
Y, para concluir, Unanswered Questions, el texto de la misma  Joan W. Scott


Bien. Por si alguien no tiene acceso a ese número, les ofrezco algunos párrafos de este último artículo:
Cuando presenté mi artículo  sobre el “Género” a la AHR en 1986, su título era “¿Es el género una categoría útil para el análisis histórico?” Los editores me hicieron cambiarlo, poniendo el título en modo afirmativo,   porque, según me dijeron, las interrogaciones no estaban permitidas para rotular un  artículo. Diligentemente, cumplí con esa convención, aunque pensé que con la revisión perdía cierta fuerza retórica. Unos veinte años más tarde, los artículos preparados para este foro parecen responder afirmativamente a la pregunta, y lo hacen con una rica variedad de ejemplos extraídos de las últimas investigaciones históricas . Al mismo tiempo, sugieren que las cuestiones de género  nunca han sido respondidas por completo  y, de hecho, quiero insistir en que el término género sólo es útil como pregunta.
He leído los artículos, de modo que no sería de gran ayuda recordar  los ceños fruncidos  que saludaron la presentación inicial de mi  ensayo, en un seminario en el Instituto de Estudios Avanzados en el otoño de 1985.  Los historiadores de Princeton acudieron a oírme  hablar  -mi primera intervención como nueva integrante   del Instituto–  y los profesores, todos varones, estaban consternados. Con los brazos cruzados con fuerza sobre  sus pechos,  se mostraban a sí mismos  tan y tan lejos  en sus sillas que se quedaron sin  palabras. Más tarde, me llegaron algunos de sus   comentarios  por boca de algunas de mis amigas y colegas.  Eso es filosofía, no  historia, manifestaba Lawrence Stone a quien quisiera escucharle.   Me ahorré las reacciones más negativas, que eran evidentes en ese silencio ensordecedor. Evidentemente, la academia no estaba lista ni para el género ni para la teoría posestructuralista que me había servido para  formular esas ideas. Estaba conmocionada, pero impertérrita, pues  pensar en estas nuevas formas era demasiado interesante como para devolverme a la historia ortodoxa.
En las reunión de la American Historical Association de diciembre, la reacción al  texto fue  totalmente diferente: las respuestas de las feministas, de quienes se ocupaban de la historia de las mujeres, así como  de nuestro  creciente grupo de   seguidores, fueron críticas pero comprometidas. Estaba dando voz –no inventando– a algunas de las ideas y preguntas que el movimiento feminista había planteado, buscando formas de convertir las cuestiones políticas en  históricas. El ensayo era  una amalgama de dos tipos  de influencias  procedentes, por un lado, de la historia  y, por  otro, de la  literatura. Desde la historia, era producto de esas tempranas e increíbles   Berkshire Conferences on the History of Women de la década de los  setenta. Fue allí donde escuché por primera vez mencionar  las cuestiones de género, en una conversación con  Natalie Zemon Davis, quien nos recordó que “la mujer” siempre se definía  en relación con los hombres. “Nuestro objetivo”, dijo, “es comprender la importancia de los sexos, de los grupos de género en el pasado histórico. Nuestro objetivo es descubrir la gama de roles sexuales  y del simbolismo sexual en  distintas sociedades y épocas, para averiguar qué significado tienen y cómo funcionan para mantener el orden social o para promover el cambio ” (“Women’s History’ in Transition: The European Case”,  Feminist Studies 3, no. 3–4, 1976, pág. 90).   Del lado literario, era  resultado del tiempo que pasé en la  Brown University a principios de los ochenta, trabajando con feministas desde el posestructuralismo y la crítica psicoanalítica, como  Elizabeth Weed, Naomi Schor, Mary Anne Doane  y Ellen Rooney. Ellas me enseñaron cómo pensar operando de forma productiva con  la idea de diferencia, a comprender que las diferencias de sexo no estaban  establecidas de forma natural, sino que se habían generado  a través del lenguaje, y me enseñaron también a  analizar el lenguaje  como algo volátil, como un sistema mudable cuyos significados no pueden ser fijados de una vez por todas.
Creo que es justo que las autoras de los artículos que componen este forum nos recuerden que  no fui yo la que dio origen al concepto de género,  ni siquiera  entre los historiadores, y que mi papel fue el de ocupar un lugar en el que convergían  varias líneas de pensamiento. “Joan Scott” no es, desde esta perspectiva, una persona, sino un marcador, la representante de un esfuerzo colectivo en el que yo (Joan Scott,  la persona)  sólo era una parte. Probablemente esa sea la razón por la que el artículo ha perdurado:   había una resonancia familiar, incluso para los lectores que no estaban de acuerdo con todos sus argumentos y que no tenían intención de   seguir sus sugerencias. Estableció algunos términos con los que hemos tenido que lidiar,   algunas teorías con las que nos hemos tenido  comprometer y,  sobre todo, captó algo de la excitación de aquellos tiempos: un camino más allá de las ideas que se ha convertido en sofocante o rancio, abriéndonos a diversos  conocimientos que aún teníamos que producir. Hablar de  “Género” es plantearse problemas  históricos, no es un programa ni un tratado metodológico. Es sobre todo una invitación a pensar críticamente acerca de cómo los significados de los cuerpos sexuados   se producen, se despliegan  y cambian; y eso, a fin de cuentas,  es lo que explica  su longevidad.
(…)
El “lenguaje de género” no se puede  codificar en los diccionarios, ni su significado puede ser fácilmente asumido o traducido. No se reduce a ninguna cantidad conocida  de lo  masculino o femenino, de hombre o de mujer. Es precisamente ese significado particular el que necesitamos separar  en  los materiales históricos que examinamos. Cuando el género es una pregunta abierta sobre cómo se establecieron esos sentidos, lo que significaban  y en qué contextos, sigue siendo una categoría útil para el análisis histórico. Tal vez aquella pregunta, la  que tuve  que quitar en el título del artículo de  la AHR,  tendría que haberse  mantenido después de todo, aunque sólo fuera para recordarnos que el género es una pregunta que sólo se responde gradualmente  a través de las investigaciones de los estudiosos, los historiadores entre ellos”.
Hasta aquí. Aprovechemos la ocasión para citar el último libro de Scott, que crítica la norma francesa de 2004 que prohibía la manifestación externa de la filiación religiosa: The Politics of the Veil (PUP, 2007, 208 págs).
La autora sostiene que la ley es un síntoma dl e fracaso de Francia a la hora de integrar a sus antiguos colonizados  como ciudadanos de pleno derecho. Analiza asimismo la larga historia de racismo que hay tras la ley, así como  las barreras ideológicas que se levantan contra la asimilación musulmana. Por supuesto, subraya  las conflictivas aproximaciones  a la sexualidad que se sitúan en el centro del debate – cómo los  partidarios franceses de la prohibición ven la apertura  sexual  como   el estándar de la normalidad, la emancipación y la individualidad, mientras el pudor sexual implícito en el pañuelo sería prueba de que los musulmanes nunca pueden ser plenamente franceses. Scott sostiene que la norma,  alejada de la conciliación religiosa y las diferencias étnicas, sólo las exacerba. Muestra cómo la insistencia en la homogeneidad ya no es viable para Francia – ni para Occidente en general-  y cómo  crea el auténtico “choque de civilizaciones” que se dice que constituye la raíz de estas tensiones.
El volumen no tuvo una gran repercusión, pero al menos podemos citar un par de reseñas, una recogida en un medio  francés y otra en uno  anglosajón.

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