Microhistoria de un mundo hecho pedazos
Por qué han de opinar los historiadores…
28 Febrero 2007
Entrevista a Justo Serna
JS: En efecto. Otro aspecto muy deplorable que hay en Internet, a parte de lo que antes señalaba, es la gravísima irritación con la que parecen vivir muchas personas, el empeño y el agravio con el que tantos parecen expresarse como si todo estuviera a punto de acabar. La verdad es que, salvo unas pocas cosas realmente importantes, las restantes hay que tomarlas con humor, con menor énfasis, con menor gravedad.
MC: Usted ha realizado varias publicaciones junto a Anaclet Pons, ¿cómo se encontró con este “compañero de viaje” o… cómo se toma la decisión de emprender un trabajo de publicaciones junto a otra persona?
JS: Yo le agradezco profundamente que me haga esta entrevista y agradezco que me plantee las cuestiones que me ha planteado. Únicamente, quería subrayar un aspecto que señalaba al principio y que considero fundamental. El de los géneros de opinión. Digamos que los géneros de opinión, la opinión en sí, está teniendo cada vez mayor crítica en los medios de comunicación porque se supone que hay un exceso de juicio, de interpretación y porque se supone que lo que realmente necesitamos es información. Pues bien, creo que es precisamente lo contrario. Nos sobran noticias, datos, informaciones, es decir, el elemento bruto de la comunicación. Por el contrario, lo que necesitamos cada vez más son criterios con los que orientarnos. Cuando leo a un articulista que ha sabido dar con el aspecto central de un tema, plantearlo en pocos folios y proporcionárselo al lector de la mejor manera posible lo agradezco muchísimo porque me sirve para reflexionar y para encontrar mis propios criterios como lector. Por tanto, creo que los historiadores y profesores deberíamos abandonar de vez en cuando las aulas para intervenir más en los debates públicos. Si no es así, puede haber “mercaderes” -por llamarlos de alguna manera- malintencionados que se ocupen de la opinión o del pasado o de la actualidad y que lo que hagan con el fin de intoxicar, de producir estrépito y, por tanto, de dificultar la comunicación. Desde luego, ser profesor no garantiza nada: pero, cuando estás acostumbrado a dirigirte a los estudiantes, la cautela es un requisito previo, una saludable contención. No hay nada peor que un profesor estridente, adocenado o gritón.
Por María Canelles
María Canelles: He oído decir que hay que ser trapero del tiempo, es decir, aprovechar cada retal de que podemos disponer en nuestro día a día, aprovechar cada minuto. Usted es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, investigador, escritor, colaborador en el Levante EMV, actualiza casi a diario un blog personal, tiene una página web muy desarrollada… Yo diría que usted es uno de esos traperos del tiempo, ¿cómo se organiza para realizar todas estas tareas? Justo Serna: Yo creo ser, fundamentalmente, lector. Hace treinta años contaba con todo el tiempo del mundo. Era estudiante de la Facultad y, durante el primer curso, tuvimos meses y meses de huelga. Durante esas semanas de vacación forzada, acostumbraba a perderme en los Jardines de Viveros. Me sentaba en un banco y me pasaba horas leyendo. Aquello fue un hábito, un ejercicio y una disciplina a propósito de lo que ya entonces me gustaba, de lo que quería descubrir y, en definitiva, aprender. Fue allí y en aquella circunstancia cuando me di cuenta de que me interesaban muchas cosas. No sólo la historia -que era lo que estaba estudiando- o no sólo filosofía, que era algo que, en principio, también me gustaba. Había un repertorio muy amplio de temas. Andando el tiempo -justamente hoy- cuento con menos horas para poder leer, pero creo seguir leyendo bastante y lo que escribo en el fondo es un traslado de reflexiones y de lecturas. Tengo la impresión de que he aprendido a administrarme bien el tiempo, básicamente porque hay un cierto bagaje previo, porque una lectura fertiliza a otra y porque creo que, al final, todo se compagina. Otra cosa, además, es la mezcla. Me explico. Me importa mucho –al menos, en este momento– qué contagio se produce entre una y otra lectura, qué secretos o evidentes vasos comunicantes hacen fluir la imaginación de un lado a otro. En el mundo académico estamos obligados a discernir, a no mezclar. Pero a mí me sigue tentando la indisciplina lectora y por eso me pregunto qué me lleva de una referencia a otra, qué me conduce de Karl von Clausewitz a Javier Marías. Y digo eso porque justamente en este momento que usted me entrevista estaba escribiendo algo en el que me dejaba arrastrar por parentescos insólitos y arbitrarios (sin duda): apelaciones de uno a otro, unos breves párrafos en los que partiendo del militar prusiano acabo en el escritor madrileño. En fin, lo dicho: indisciplina lectora.
MC: Usted ha sido colaborador habitual de El País entre 2000 y 2006, y ahora colabora en el Levante EMV. ¿Cómo se da el salto de historiador a colaborador en la sección de opinión? JS: Bien, yo creo que una cosa en la que no han reflexionado suficientemente los historiadores académicos -los profesores- es la responsabilidad pública que tienen. Cuando digo esto me refiero a las investigaciones que llevan a cabo -que se publican en forma de monografías históricas-, sino a la responsabilidad pública que tienen al crear opinión o al desentenderse de ello. El pasado sigue ejerciendo sobre nosotros una influencia determinante, nuestras imágenes de épocas anteriores siguen todavía afectando a nuestro comportamiento, a lo que somos en la actualidad. De hecho, los medios de comunicación o los políticos, entre otros, desentierran una y otra vez fenómenos de décadas atrás. Entonces, el historiador tiene una responsabilidad grave, gravísima, que no es otra que la de encauzar la opinión a propósito de ese pasado y, por tanto, la evitar tópicos, estereotipos, falsedades. Desde este punto de vista, una manera bastante eficaz de intervenir en la creación de opinión, lógicamente, es a través de las tribunas, columnas de la prensa en donde, de algún modo, uno reflexiona públicamente y en voz alta sobre aspectos de la actualidad pero vistos desde una óptica histórica, desde un enfoque de historiador. De ese modo, se ponen en relación épocas distintas: intentamos ver los parentescos de significado que hay entre los hechos de pasado y los hechos actuales.
MC: ¿Cómo puede uno saber, pues, si se tiene algo que transmitir y decidir (o no) si colaborar en un periódico? JS: Creo que la actualidad nos da suficientes motivos de preocupación y de reflexión. Sería extraña la semana en que no tuviéramos de qué escribir, en que no tuviéramos de qué hablar. Cualquier semana, cualquier día, en cualquier momento, la actualidad -a través de las cosas más espectaculares y también a partir de los elementos menores, cotidianos – te proporciona motivos de reflexión y, por tanto, elementos de análisis: precisamente para ser más conscientes de tu papel y de tu posición en el mundo, de tu circunstancia como ciudadano. También para hacer más explícita tu manera de conducirte sensata y adecuadamente en un contexto en donde hay mucho estruendo, mucho estrépito, mucho ruido y, por tanto, donde hay que orientarse. Ponerse a escribir es una manera de orientarse y, por tanto, de estructurar lo que puede ser una idea que está flotando. En el momento en que tú la escribes, la idea ya no flota. Se ha expresado y, por tanto, es a lo que llegas y es hasta donde alcanzas. Desde ese punto de vista, considero que las columnas -que suelen ser textos breves- te obligan a sintetizar, a concretar y, por tanto, a abordar un objeto bien determinado: te disciplinan sin dejarte llevar por la tentación de la idea inexpresada.
MC: ¿En qué se basa, entonces, para elegir el tema del que hablar? JS: Me baso en la sugestión que me produce un determinado tema o problema, me baso en la preocupación que me provoca un determinado hecho o acontecimiento, o me baso en la emoción que me despierta cualquier fenómeno en el que me sienta implicado.
MC: En estos momentos, usted es colaborador habitual del Levante EMV. ¿Se siente a gusto en este periódico? JS: Me siento muy a gusto, me tratan fenomenalmente bien.
MC: ¿Puede expresar con relativa libertad lo que desea decir o se ha encontrado con alguna ‘barrera’, censurándole el periódico determinados temas? JS: No, no me han censurado y, no es que me pueda expresar con relativa libertad, sino que me expreso con total libertad. Es decir, no hay ningún tipo de cortapisa, al menos que yo haya percibido. No hay ningún tipo de censura, al menos que yo haya visto. Y el único límite que pueda haber es, en todo caso, la capacidad que tenga uno para tratar adecuadamente los temas o la capacidad que tenga uno de saber expresarse. Porque, más allá de la prensa o de los periódicos, en ocasiones, los que escribimos en medios públicos nos censuramos a nosotros mismos, pero no porque el medio te lo imponga, sino porque crees que debes ser y expresar la cosas de determinada manera. Entonces, puede que haya censura, más bien puede que haya autocensura. No por el medio, sino por el tema que te obliga a ser contenido o por tus propias carencias.
MC: He observado que usted tiene un estilo muy particular, muy formal, con mucho léxico y estructuras complicadas en algunas ocasiones. ¿Dicho estilo se ha ido desarrollando con el paso del tiempo o lo ha creado usted con el propósito de conseguir un determinado perfil como colaborador? Es decir, ¿usted elige su estilo o su estilo le elige a usted? JS: Creo que el mío es un estilo personal en el sentido de que siempre procuro que haya unas gotas de erudición, un motivo de actualidad, una reflexión literaria, un análisis filosófico o moral -en la medida de mis posibilidades- del hecho que estemos tratando y, también que, en la medida de lo posible, todo eso que se cuenta esté hecho de la mejor manera, de la manera más cuidada. Con ello creo expresar respeto por el lector. Por tanto, el respeto por el lector no pasa por utilizar un lenguaje llano, vulgar o, simplemente, accesible, sino por tratar las cosas con el lenguaje que consideres mejor, el más adecuado al problema que estés abordando. En particular, creo que mi estilo se ha ido creando a lo largo del tiempo, a partir de leer a mis columnistas preferidos, a mis periodistas preferidos, a mis escritores preferidos. Probablemente yo sea un híbrido de todo eso: no siempre mejor, claro.
MC: Alguna vez he leído comentarios de gente criticando su estilo, se ve que complicado para muchos. ¿Qué opina usted de esto? JS: Es cierto que me han dicho que tengo un estilo plúmbeo, que escribo ladrillos… A otras personas, por el contrario, les gusta lo que escribo y cómo lo escribo. Si se me critica por mis formas -que generalmente suelen ser correctas, en el sentido del tratamiento cuidadoso de las personas y de los hechos- porque éstas producen ladrillos; si es ése el problema, no me importa.
MC: ¿Se ha planteado alguna vez emplear un lenguaje más estándar a raíz de estas críticas? JS: No, en absoluto. No voy a cambiar mi forma de escribir porque, de hecho, es la única con la que sé expresarme.
MC: He seguido alguna de sus participaciones en bitácoras de compañeros de profesión y he advertido que -supongo que como todo escritor- ha tenido algunos conflictos o disparidad de opiniones con ellos. Esto ha llevado en algunas ocasiones a que usted tuviera que soportar comentarios de muy mal gusto, ya sea por parte de los que discrepaban de su opinión o por parte de internautas aburridos. ¿Cómo soporta estos comentarios hostiles? JS: En Internet se está dando un fenómeno muy interesante y que, a la vez, entraña una serie de efectos perversos. El fenómeno interesante es el de la democratización de la opinión, es decir, el acceso masivo, universal, de los que antes eran -o éramos- lectores, a la condición de escritores. Cualquiera puede colgar un texto en Internet, cualquiera puede, de alguna manera, expresar un juicio o una reflexión atinada -o no- sobre ciertos hechos, igual que cualquiera puede opinar afinada o desafinadamente sobre lo que otros escriben. Yo he participado, en efecto, en ciertos foros o blogs de Internet, frecuentemente por amistad, por la relación que haya podido tener con el responsable del blog. Durante un año participé muy activamente en el blog de Arcadi Espada, en parte porque él me había invitado a participar, dado que le interesaban mis comentarios a sus propios comentarios. Justamente, en ese blog es donde, probablemente, he recibido las críticas más desaforadas en la forma y en el fondo, por los objetos que trataba y por las apostillas que yo podía hacer. Son críticas que, generalmente, vienen de personas que no firman con nombre y apellidos. Y éste es el posible elemento perverso que se está dando en Internet. El anonimato está bien siempre y cuando no implique agresión o censura al otro, por la razón de que el alias puede proteger la identidad de uno permitiendo expresarse con mayor libertad. Lo que no está nada bien es utilizarlo para agredir e infligir daño verbal a quien se expresa con nombre y apellidos. Creo que es un problema con el que hay que cargar, un lastre que debemos acarrear y no por eso voy a dejar de escribir en Internet.
MC: ¿Esto le afecta a usted personalmente? Es decir, ¿ha recibido en alguna ocasión un comentario que le haya dolido, llegando más allá del ámbito profesional? JS: Si dijera que me ha afectado, mentiría. Es decir, se han podido decir auténticas barbaridades de mi persona (desde luego, ése no debería ser parte del protocolo o del procedimiento en Internet, pero lo es). De todas formas, si me hubiera afectado, probablemente habría dejado de escribir en Internet. Creo que la crítica, la polémica -incluso la polémica en tonos graves y altisonantes-, el debate intelectual… son elementos necesarios. O lo diré de otro modo: las opiniones no son respetables por el hecho de ser opiniones. Alguien puede expresar un juicio sobre unos hechos y puede que ese juicio sea algo absolutamente detestable que debe ser combatido. Lo que sí hay que mantener siempre es la corrección con las personas. Éstas sí son respetables: no necesariamente las opiniones. Por tanto, que una opinión mía -por ejemplo- sea objeto de crítica y censura dura, durísima, no me parece mal. Otra cosa diferente podría parecerme si arremeten contra mi persona o utilizan en la discusión solamente argumentos ad hominem. Es decir, contra el individuo sin entrar en el fondo del asunto.
MC: ¿Ha cambiado en alguna ocasión su forma de pensar a raíz de uno de estos comentarios? JS: La verdad es que sí. Por lo menos, me ha hecho pensar más matizadamente, me ha hecho reflexionar de una manera más moderada y… a lo mejor más plúmbea (se ríe). Es decir, si en ocasiones he querido ser audaz diciendo algo, y alguien ha criticado el objeto que estaba abordando porque le parecía que yo lo planteaba mal, creo que me he vuelto mucho más moderado y mucho más reflexivo.
MC: En alguna ocasión incluso se lo ha tomado con humor, ¿no es así? JS: En efecto. Otro aspecto muy deplorable que hay en Internet, a parte de lo que antes señalaba, es la gravísima irritación con la que parecen vivir muchas personas, el empeño y el agravio con el que tantos parecen expresarse como si todo estuviera a punto de acabar. La verdad es que, salvo unas pocas cosas realmente importantes, las restantes hay que tomarlas con humor, con menor énfasis, con menor gravedad.
MC: Usted ha realizado varias publicaciones junto a Anaclet Pons, ¿cómo se encontró con este “compañero de viaje” o… cómo se toma la decisión de emprender un trabajo de publicaciones junto a otra persona?
JS: La investigación histórica es, generalmente, una tarea que produce unos rendimientos personales muy elevados, desde el punto de vista narcisista. Es decir, uno descubre cosas y se encuentra en el momento del descubrimiento sintiéndose como el primer lector o, al revés, como el último e insospechado lector de un documento antiguo. Esto es extraordinariamente placentero pero, a la vez, la investigación tiene momentos de soledad, momentos en el archivo donde no puedes compartir con nadie lo que estás descubriendo. Justamente, Anaclet Pons y yo evitamos esos tiempos muertos, ese tedio del investigador. Por tener una amistad personal fértil y antigua -y también como colegas- que nos ha producido unos buenos resultados -creo-, no sólo por lo que hayamos publicado, sino también por la estricta relación que entre nosotros se establece, por el esfuerzo personal que ponemos a la hora de interpretar, por la comunicación y el diálogo que establecemos a propósito de lo que vamos descubriendo. Todo esto es posible, básicamente, porque somos amigos desde hace mucho tiempo, nos conocemos desde que éramos niños. Por tanto, se han establecido entre nosotros una serie de sobreentendidos, de acuerdos, de rutinas que facilitan la comunicación y que te permiten disfrutar de las mismas cosas a pesar de tener caracteres muy diversos.
MC: No hace ni un mes que usted y Anaclet Pons publicaron el volumen Diario de un burgués, la primera entrega de la colección “Los libros de la memoria”. En él se describe el nacimiento de la cultura del viaje en el siglo XIX valenciano a través de la visión de un viajero empedernido que realizaba un dietario cada vez que emprendía un desplazamiento que le llevaba fuera de Valencia. ¿Cómo dieron con dicho manuscrito? JS: Dimos con el manuscrito a través de una referencia secundaria. Alguien lo citaba en algún texto pero sin extraerle todo el provecho. Es decir, era una nota a pie de página donde se aludía a un diario de un viajero junto a la referencia concreta del archivo. Fuimos a consultarlo -por pura curiosidad- y descubrimos lo que sin exagerar podemos llamar un “tesoro documental”, un gran depósito de informaciones de esa Europa del siglo XIX vista a través de la mirada y el enfoque de un burgués. Alguien distinguido, con dinero suficiente como para poder costearse todo tipo de desplazamientos y alguien que, cuando miraba y observaba el mundo, lo hacía como tantos y tantos otros burgueses de su tiempo. En principio, el protagonista no tiene nada de excepcional a la hora de expresarse, a la hora de mirar. Ve y escribe o transcribe el mundo como lo harían otros burgueses y eso es lo que le da encanto particular al texto, interés. Por supuesto, nosotros hemos intentado no sólo transcribir sus ideas, sus reflexiones y sus percepciones, sino también hemos tratado de reconstruir su propio mundo: a qué familia pertenecía, qué relaciones tenía, con quién se casó, cómo fue su descendencia, cómo administró su riqueza, su poder económico, cómo afrontó su quiebra… Todo ese rastreo documental lo hemos tenido que llevar a cabo más allá del manuscrito.
MC: ¿Se enfrentaron con alguna dificultad a la hora de recopilar la información? JS: No, ninguna dificultad. El documento está en el Archivo Municipal de Valencia y, justamente, ese depósito tiene documentos valiosísimos de varios siglos atrás que están abiertos y son accesibles a los investigadores. Por parte de los facultativos del archivo sólo encontramos facilidades.
MC: Hasta ahora sólo he podido encontrar elogios hacia Diario de un burgués pero ¿han recibido algún tipo de crítica o rechazo hacia esa visión del burgués refinado que sólo observa lo que entiende, lo que comparte y admira, ignorando por completo aquello que le incomoda o que no desea enfrentar? JS: Los primeros lectores que ha tenido el libro han sido muy generosos con nosotros y han calificado el texto como “magnífico”, “fantástico”, “excelente”… (y no estoy inventando las palabras). En fin, expresiones que son cariñosas y, probablemente, ejemplos de amistad, de relación y de deseo de apoyar o promocionar el libro. Ahora bien, ¿puede venir la crítica de aquello que el volumen no puede proporcionar? Es decir, lo que el viajero no registraba ni anotaba y que, por tanto, no podemos obligarle a decir. Creo que por ahí no va a venir la crítica porque, básicamente, nosotros lo anticipamos y señalamos en el propio libro. Esto es, de alguna manera, una crítica que nosotros le hacemos a él. Sabemos que no va a decirnos lo que no quiere expresar, lo que él, por contención, reserva o prudencia no quiere escribir y, por tanto, de lo privado o de lo estrictamente íntimo habla poquísimo. Los escasos elementos de intimidad que hemos podido incorporar en el libro son fruto de nuestra investigación en otros archivos y con otros documentos, no a partir de su manuscrito. Lo que él no dice de lo que estaba pasando en París o en Londres cuando él frecuentaba esas ciudades lo hemos podido restituir o reconstruir, en parte, con lo que sabemos a partir de otros documentos y otras lecturas. Por tanto, no creo que por ahí nos vengan las críticas al libro. En todo caso, toda crítica es bienvenida.
MC: Para finalizar, ¿hay algo que usted crea que he debido preguntarle y no lo he hecho? JS: Yo le agradezco profundamente que me haga esta entrevista y agradezco que me plantee las cuestiones que me ha planteado. Únicamente, quería subrayar un aspecto que señalaba al principio y que considero fundamental. El de los géneros de opinión. Digamos que los géneros de opinión, la opinión en sí, está teniendo cada vez mayor crítica en los medios de comunicación porque se supone que hay un exceso de juicio, de interpretación y porque se supone que lo que realmente necesitamos es información. Pues bien, creo que es precisamente lo contrario. Nos sobran noticias, datos, informaciones, es decir, el elemento bruto de la comunicación. Por el contrario, lo que necesitamos cada vez más son criterios con los que orientarnos. Cuando leo a un articulista que ha sabido dar con el aspecto central de un tema, plantearlo en pocos folios y proporcionárselo al lector de la mejor manera posible lo agradezco muchísimo porque me sirve para reflexionar y para encontrar mis propios criterios como lector. Por tanto, creo que los historiadores y profesores deberíamos abandonar de vez en cuando las aulas para intervenir más en los debates públicos. Si no es así, puede haber “mercaderes” -por llamarlos de alguna manera- malintencionados que se ocupen de la opinión o del pasado o de la actualidad y que lo que hagan con el fin de intoxicar, de producir estrépito y, por tanto, de dificultar la comunicación. Desde luego, ser profesor no garantiza nada: pero, cuando estás acostumbrado a dirigirte a los estudiantes, la cautela es un requisito previo, una saludable contención. No hay nada peor que un profesor estridente, adocenado o gritón.
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