martes, abril 06, 2010

Dando vueltas al Asunto: El historiador al desnudo

Dando vueltas al Asunto: El historiador al desnudo

por José M. García Leduc tomado de http://www.uprh.edu/exegesis/ano10/29/Garcia_Leduc.html




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José M. García Leduc es puertorriqueño, Doctor en Historia y Catedrático del Departamento de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Colegio Universitario de Humacao. Ha realizado estudios en la Universidad de Puerto Rico, el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y The Catholic University of America en Washington, D.C. Es colaborador de varias revistas como The Americas (Washington D.C.) y Exégesis, de cuya Junta Editorial es miembro.

El pasado 28 de enero de 1997 fuéinvestido por la Junta Académica del CUH con la distinción conocida como Lección Magistral.

El presente texto fue el discurso magistral pronunciado en esa ocación.

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Agradezco la generosidad de la honorable Junta Académica por concederme esta ‘lección magistral’ y asimismo agradezco también la generosidad de la Junta Editora de Exégesis por concebir y sugerir su otorgación como culminación a la celebración del Décimo Aniversario de la revista oficial del Colegio Universitario de Humacao. En los treinta-y-cuatro años de existencia de esta institución, Exégesis ha sido uno de los proyectos más acariciados, logrados y exitosos. La revista es hoy motivo de orgullo para el Colegio Universitario de Humacao y para la Universidad de Puerto Rico. Esto gracias a la dedicación y esfuerzos de los compañeros que durante estos diez años han constituido su Junta Editora, al constante y decidido apoyo de la Facultad, las honorables Junta Académica y Junta Administrativa y, desde luego, los Rectores del Colegio Universitario de Humacao: doña Elsa Berríos de Santos, don Félix Castrodad y don Roberto Marrero Corletto



Las lecciones magistrales, por su parte, son parte esencial de la tradición universitaria. Estimulan el quehacer intelectual y fortalecen la solidaridad y el sentido de identidad de los universitarios. Reitero el más profundo y sincero agradecimiento por la distinción de dirigirme a la Facultad que me honro en pertenecer desde el 1966.

Recientemente el compañero doctor Roberto Mori me preguntó cómo marchaba la ‘lección magistral’ y le contesté que estaba ‘dando vueltas al asunto’. Éste me sugirió que ese sería un magnífico título porque generalmente “después de dar vueltas al asunto se llega al punto”. Después de meditar sobre su perspicaz observación escogí el estrambótico título que describe muy bien mi estado de ánimo cuando me sorprendió la noticia sobre la ‘lección magistral’. El subtítulo alude al punto que voy a desarrollar.

Los treinta años de mi vida profesional han sido dedicados a la docencia y a la práctica modesta del ‘oficio’ de historiador, como lo llamó el ilustre historiador francés Marc Bloch 1. Reza el conocido refrán ‘zapatero a los zapatos’. Así, pues, después de ‘dar vueltas al asunto’ finalmente llegué al punto.

Voy aprovechar esta solemne ocasión para reflexionar sobre el ‘oficio’ de historiador y su quehacer: la construcción del conocimiento histórico. Reflexión vivencial enriquecida por el diálogo con mis estimados compañeros y maestros del Departamento de Humanidades.

Tomo como punto de partida las siguientes palabras del distinguido historiador británico Raphael Samuel señalando que:

Los historiadores no son dados, al menos en público, a la introspección sobre su trabajo, y exceptuando los momentos solemnes, como las conferencias inaugurales, por ejemplo, evitan la exposición general de sus objetivos. Tampoco intentan teorizar sus investigaciones. Sospechan de la ortodoxia, no les gustan las abstracciones y nada los hace más felices que poner en duda las opiniones recibidas o multiplicar las excepciones a la regla. Cuando se enfrentan a dificultades conceptuales buscan instintivamente los ‘hechos’ y, en vez de malgastar el tiempo en especulaciones filosóficas, prefieren poner manos a la obra. Ante todo se

consideran a sí mismos como investigadores... Los problemas de la historiografía --es decir, de la construcción del conocimiento histórico-- por lo general se dejan al cuidado de los filósofos, mientras los historiadores defienden su causa, como dijeron los fundadores de los Annales, ‘no por medio de artículos y disertaciones metodológicas, sino recurriendo a ejemplos y hechos’.2

Hoy se valida , por lo menos en apariencia, el primer señalamiento del fundador del famoso History Workshop, pues esta es una ocasión solemne. Sin embargo, me parece que la reticencia a la reflexión pública sobre la naturaleza de su ‘oficio’ se debe a que la delegan en los historiadores de mayor renombre, como es el caso de Samuel, porque son los que mejor lo representan y porque son los que disfrutan de una mayor exposición pública. No creo sea por descuido o inercia.

Las palabras de Samuel constituyen una caracterización, en ocasiones caricaturización, que abunda sobre limitaciones o defectos de los historiadores. Voy exponer mi lectura de algunos de sus señalamientos como un ejercicio de reflexión fiel a su requerimiento.

Primeramente, debo aclarar que algunos de los defectos acusados por Samuel, eran considerados virtudes que el historiador debía poseer cuando tomé mi primer curso de historiografía en 1965 en el Recinto Universitario de Río Piedras. Que conste que hago la observación como un reconocimiento del hecho y no como un reproche o abjuración pública de aquella enseñanza para congraciarme con la cosmética de las modas vigentes en la historiografía actual.

En realidad, el objetivo de aquel curso era entrenar investigadores más que formar historiadores. Esto lo ilustra el texto utilizado, el manual de Jacques Barzun y Henry F. Graff, The Modern Researcher (New York: Harcourt, Brace and World, Inc., 1962), que en el subtítulo se describe como “An instructive and urbane manual on how to gather and organize facts, check their accuracy, and report the findings simply, clearly, and gracefully.” Texto de un marcado carácter empirista o positivista preocupado casi exclusivamente por las técnicas de investigación y por la exaltación de la ‘objetividad pura’ como el valor más sagrado para el investigador.

Hoy puedo apreciar que esa noción de ‘objetividad’, aunque noble y bien intencionada, es para el historiador una ilusión o pretensión irrealizable. He aprendido a reconocer y a reconciliarme con el hecho que el historiador al investigar el pasado no puede anularse a sí mismo y que en la construcción histórica existen ‘mediaciones’ que impiden la neutralidad u ‘objetividad pura’ venerada por los historiadores positivistas en su empeño por hacer de la historia ‘una ciencia’ con una metodología de investigación lo más parecida posible a la metodología de las ciencias naturales.

Temprano en el siglo XIX Hegel (n. 1770-m. 1831) alertó incisivamente sobre lo ilusorio de esta pretensión observando que:

El historiador vulgar y mediocre que cree y pretende que su actitud es puramente receptiva, que se somete a lo que le es dado, en ningún momento es pasivo en su pensamiento, ya que aporta sus categorías y contempla los hechos a través de estas.3

Lamentablemente la historiografía positivista omitió esta temprana y saludable advertencia insistiendo en la fantasía de la ‘objetividad pura’ muchos años después de Hegel enunciarla. Dicho sea de paso que las palabras de Hegel no contemplan una descalificación general del conocimiento histórico aunque así pueda parecer a los practicantes del ‘oficio’ aún aferrados a esa ilusión. Todo lo contrario, pues como señala el Dr. Eliseo Cruz Vergara, Hegel fue “el primer pensador moderno que, con plena conciencia, defiende la posición de un conocimiento propio para la historia...”4

Relacionado con el importante y controversial asunto de la ‘objetividad’, es pertinente tomar en consideración el análisis que en años recientes hizo el filósofo francés Paul Ricoeur quien afirmó sin ambages que “la objetividad pura es una ficción”. Esto porque el historiador es parte de la historia que estudia y no puede aunque quisiera prescindir de su subjetividad cuando intenta conocer su objeto de estudio. Sin embargo, Ricoeur advierte que esa subjetividad es inherente al proceso del conocimiento y que, por lo tanto, no es en sí misma mala. Se convierte en mala solamente cuando el historiador permite que sus intereses y parcialidades deformen el conocimiento que aspira construir. Concluyendo que la objetividad que pretende el historiador no puede ser resultado de un intento de anularse a sí mismo porque es imposible, sino de un compromiso moral para evitar que sus intereses deformen o perviertan el resultado de su trabajo. Por lo que de acuerdo a Ricoeur, la objetividad es para el historiador un compromiso e imperativo moral y no un simple requerimiento metodológico.5

Ingeniosa y alentadora transposición que arroja por lo menos una gota de optimismo sobre este asunto que ha causado, y causa aún, tantos dolores de cabeza a los practicantes del ‘oficio’. Porque la objetividad es una preocupación omnipresente, difícil de soslayar e imposible de ignorar por el historiador que practica su ‘oficio’ responsablemente.

Regresando a nuestro punto de partida, parece a primera vista que a Raphael Samuel le preocupa que “ante todo los historiadores se consideren a sí mismos investigadores”. En lo que a mí respecta esto no constituye motivo alguno de preocupación. Todo lo contrario, pues estoy convencido que el ser investigador es un componente esencial del historiador y un elemento imprescindible de su quehacer. En la investigación radica la raíz misma del conocimiento histórico. Afirmar lo contrario es negar la subyacente etimología del vocablo historia, que en griego significa investigar; o despreciar la temprana definición de la disciplina por sus primeros practicantes en la Antigüedad clásica: Herodoto y Tucídides.6

Nadie se alarme o inquiete porque haya retrocedido cerca de 2 mil 500 años para fundamentar el juicio anterior. Pero si ese es el caso conviene tomar en consideración la siguiente observación del distinguido historiador italiano Arnaldo Momigliano, quien señala que:

Herodoto se encuentra aún presente entre nosotros por su método de estudiar el presente y el pasado aprovechando la evidencia de la tradición oral. Lo curioso es que Herodoto se haya verdaderamente convertido en padre de la historia en tiempos relativamente recientes.7

Herodoto fue quien primeramente empleó el término historia en su acepción actual como investigación y relato escrito de lo acontecido.8

La investigación es una constante indispensable en el quehacer del historiador desde sus primeros practicantes en la Antigüedad clásica hasta los más distinguidos practicantes contemporáneos del ‘oficio’. Así, por ejemplo, el gran medievalista e innovador historiador francés fallecido recientemente Georges Duby9, no dejó lugar a dudas sobre la indispensabilidad de la investigación para la construcción histórica en el interesante diálogo que sostuvo con el filósofo Guy Lardreau sobre la naturaleza de la disciplina histórica.10

Según Duby el historiador trabaja con las huellas o rastros, reales o imaginarios, dejados por los seres humanos y las sociedades en el espacio a través del tiempo. Estas radican en el paisaje o en el subsuelo, en los archivos o en las bibliotecas donde el historiador las encuentra en su búsqueda, indagación o investigación. En otras palabras, que para encontrarlas, interrogarlas, relacionarlas entre sí, el historiador primero tiene que buscar esas huellas. Aunque sea quien en última instancia le asigne desde su subjetividad un valor histórico, el historiador “no puede borrar estas huellas conscientemente... y está obligado a insinuar su invención, su parte de imaginación y creación.”11

Así, pues, me parece que el señalamiento de Raphael Samuel no tiene la intención de negar o restar importancia a la investigación en el quehacer del historiador o en la construcción del conocimiento histórico. Su objetivo parece que es otro, a saber: rechazar la pretensión de algunos historiadores de que son sólo investigadores excluyendo de paso la reflexión y teorización de su quehacer. Si ese es el caso concuerdo con la crítica de Samuel a esta posición, pues la reflexión y la teoría no deben enajenarse a priori del quehacer historiográfico.

En primer lugar, debe establecerse que la reflexión es fundamento indispensable en toda investigación seria. Debe radicar en el principio y en el final de toda investigación bien concebida para asegurar su pertinencia y relevancia. El qué se investiga debe siempre descansar sobre el por qué y el para qué se investiga. En otras palabras, que lo que se investiga no debe ser resultado de una elección accidental o superficial, sino consecuencia de una determinación fundamentada en la reflexión sobre su importancia y significación.

El filósofo español Julián Marías descubrió esa primera reflexión en el quehacer historiográfico de Herodoto. Señala que a partir de Herodoto la historia se define como “una disciplina de lo memorable” que “intenta que no pase todo lo que ha pasado, que se salve la memoria de algunas cosas, superando su constitutiva caducidad”.12 Pretensión que realiza el historiador seleccionando del pasado aquello que considera importante y, por lo tanto, que merece recordarse. Selección que descansa sobre juicios de valor que suponen esa primera reflexión que constituyen el a priori de la construcción histórica.

El resultado de toda investigación histórica debe igualmente conducir a una reflexión final que debe superar el mero listado de conclusiones. El historiador no debe rehuir este juicio de valor sobre el pasado que decidió recordar. En su polémico pero relevante libro Miseria de la teoría, Edward P. Thompson señala al respecto que:

Sólo nosotros, los que ahora vivimos podemos dar un “sentido” al pasado. Ahora bien, este pasado siempre ha sido, entre otras cosas, resultado de un razonamiento de valores. Al recuperar ese proceso, al mostrar cómo aconteció realmente la secuencia causal, debemos, hasta donde la disciplina lo permita, mantener nuestros juicios de valores en suspenso. Pero una vez recuperada esta historia quedamos en libertad para expresar nuestros juicios sobre ella.13

A lo que el influyente historiador británico, autor del clásico The Making of the English Working Class, añade que en un sentido ese juicio “no cambiará nada. Y no obstante, puede cambiarlo todo. Porque estamos diciendo que estos valores y no esos otros, son los que hacen que esta historia tenga sentido para nosotros, y que estos son los valores que tratamos de extender y apoyar en nuestro presente. Si lo logramos, volvemos a la historia y la dotamos de nuestras significa-ciones...”14

Al respecto es igualmente apropiado tomar en consideración las siguientes palabras del conocido historiador dominicano Frank Moya Pons:

El historiador interpreta, valora y juzga desde que comienza su trabajo hasta que lo termina. Valora cuando tiene que decidir cuál de las fuentes disponibles va a usar. Juzga cuando tiene que escoger entre uno y otro hecho, entre uno y otro proceso para destacarlo más o menos claramente. Interpreta cuando tiene que explicar, a partir de evidencias escasas, el devenir de los acontecimientos y cuando tiene que escoger un contexto significativo que, a su juicio, ofrezca un sentido para encontrar en aquel pasado que es su campo de estudio...15

En todo este proceso, que tan concisa y claramente describió el colega de la hermana República Dominicana, se encuentra la indispensable y necesaria reflexión del historiador sobre el pasado que decidió recordar y estudiar.

No obstante, Raphael Samuel destaca la alegada reticencia de los historiadores a teorizar sobre sus investigaciones; a abordar cuestiones de naturaleza filosófica; y a enfrentar el reto de las dificultades conceptuales. Estos alegadamente las rehuyen buscando “instintiva-mente refugio en los hechos”. Señalamientos que requieren algunas calificaciones.

Primeramente, éstos son de naturaleza indiscriminada. Me parece que aplican solamente a ciertos historiadores y no a todos. Como grupo aplican a aquellos historiadores creyentes en los postulados de la escuela positivista y a ciertas reformulaciones contemporáneas de ésta.16 Pero ciertamente no aplica a los historiadores que construyen su historia sobre otras bases teóricas. Así, por ejemplo, no aplica a los historiadores afiliados a las diferentes escuelas marxistas y a otras escuelas que no rehuyen este tipo de retos. Curiosamente la postura de los historiadores de la escuela positivista, que prefieren sólo narrar los hecho tal y como alegadamente acontecieron, descansa sobre un planteamiento filosófico aunque ellos rehuyen enfrentar este tipo de cuestiones. Paradoja imputada por sus críticos como Fernand Braudel, famoso historiador francés de la ‘escuela de los Annales’, quien observó que “esta historia narrativa siempre pretende relacionar‘las cosas exactamente tal cual sucedieron en realidad’...Sin embargo, de hecho, en su propio modo encubierto, la historia narrativa se trata de una interpretación, una auténtica filosofía de la historia.”17 Segundo, sospecho que la reticencia acusada por Samuel se debe más a la naturaleza del trabajo que realiza el historiador que al temor o a la incapacidad para enfrentar retos de este tipo, que en definitiva están más asociados a la filosofía que a la historia.

Georges Duby en su diálogo con el filósofo Guy Lardreau explicitó que no tenía mucha afición por las teorías, que practicaba su ‘oficio’ sin reflexionar mucho sobre él y que en su trabajo el historiador debe partir de lo concreto y no de abstracciones.18 Palabras que parecen confirmar ‘prima facie’ el señalamiento de Samuel, pero que parten de una concepción seria aunque debatible de la historiografía, respetable y respetada. Concepción que Duby compartió con sus maestros Marc Bloch y Lucien Febvre, fundadores de la famosa escuela francesa de los Annales en su primera etapa. Sin embargo, las apariencias pueden resultar engañosas. Duby practicó su ‘oficio’ con tal excelencia que es reconocido como uno de los grandes historiadores de este siglo.19 Su diálogo con Lardreau demuestra que, no empece a su afirmación, Duby conocía muy bien las teorías. Sus múltiples, originales e influyentes estudios sobre la Edad Media europea descansan sobre un andamiaje teórico y conceptual que revisa algunos postulados de la concepción marxista de la historia aplicados al momento histórico objetos de sus estudios. Esta última, dicho sea de paso, es la más importante e influyente de las teorías modernas sobre la historia.

Por mi parte, en lo que atañe a este asunto, suscribo las siguientes palabras del historiador catalán Alfonso Barceló reconociendo que:

los historiadores necesitan un instrumental teórico que les sirva de filtro y guía para su tarea de comprensión de las sociedades en movimiento...; deberán inventar o tomar prestado una serie de conceptos y relaciones que lo ayuden a comprender su objeto de trabajo.20

Los conceptos radican igualmente en la base de la construcción histórica como la investigación y la reflexión. Son el instrumento lógico por excelencia utilizado por los historiadores independientemente de la conciencia que tengan de ello y aunque se nieguen a aceptarlo.

En el ensayo “The Problem of Uniqueness in History”, Carey B. Joynt y Nicholas Rescher destacan el rol indispensable de los conceptos en el recuento y en el análisis histórico.21 Reconocen en los conceptos el instrumento por excelencia que permiten al historiador definir los hechos y seleccionar, dentro de la virtual infinitud de datos del pasado, los más importantes y relevantes de los que no lo son. Estos son absolutamente esenciales en el esfuerzo del historiador por definir e interpretar los hechos y elevar su trabajo sobre los límites de la mera crónica o simple narración.

Prácticamente casi toda la nomenclatura historiográfica, elaborada o tomada prestada de otras disciplinas por los historiadores para la construcción del conocimiento histórico, descansa sobre conceptos. Entendiendo por conceptos las ‘nociones’ o ‘categorías’ diseñadas para interrogar el pasado y construir contestaciones más o menos coherentes e inelegibles.22 Estos comprenden desde los más simples e inofensivos como ‘acontecimientos’, ‘hechos’, ‘procesos’, ‘períodos’, ‘épocas’ o ‘edades’ hasta otros más complejos y ofensivos como ‘clases sociales’, ‘conflictos y lucha de clases’, ‘bandoleros sociales’, ‘hegemonía’, ‘modo de producción’, ‘estructuras’, ‘globalización’, ‘corta y larga duración’, ‘progreso’, ‘ruptura’ y ‘discontinuidad’, por mencionar sólo algunos bien conocidos y frecuentemente utilizados.

Aprendí la indispensabilidad de los conceptos para la construcción histórica en 1969 en el seminario graduado de historiografía en The Catholic University of America en la traducción inglesa del texto del historiador francés Henri-Irénné Marrou, De la connaissance historique.23 Marrou utilizó la demostración adelantada por Benedetto Croce ilustrando cómo el más elemental hecho histórico (e. g., el asesinato de Julio César) requiere de la mediación de una serie de conceptos indispensables para su conocimiento.

El texto de Marrou merece especial mención porque lo escribió con el propósito explícito de entrenar historiadores que no temieran enfrentar retos de naturaleza filosófica para superar el marasmo en que el positivismo había sumido a muchos historiadores. Lo concibió como “una introducción filosófica a los estudios históricos”, abordando interrogantes fundamentales sobre la naturaleza, los límites y validez del conocimiento histórico. Afirmando con aplomo que:

Nadie se sorprenda si hablo como filósofo aunque soy historiador porque es mi derecho y mi deber. Ya es tiempo de reaccionar contra el complejo de inferioridad (y también complejo de superioridad, pues la psicología ha demostrado esta ambivalencia que la moral llama astucia de la soberbia) que los historiadores han mantenido por demasiado tiempo frente a la filosofía.24

Parodiando las famosas palabras de Platón, Marrou expresó que inscribiría en los Propileos de la Historia la máxima: “Que nadie entre si no es filósofo, si antes no ha reflexionado sobre la naturaleza de la historia y la condición del historiador”. Ingeniosa parodia que ha sido utilizada posteriormente por otros historiadores y filósofos.25

Este es un asunto extremadamente importante para los practicantes del ‘oficio’. El historiador debe equiparse con un marco teórico y conceptual que le faciliten analizar, ordenar y otorgar significado al pasado que estudia. Preferiblemente debe desarrollarlo ‘sui generis’, pero si es necesario puede tomarlo prestado de otras disciplinas afines, como la filosofía y las ciencias sociales, y hasta de otras más distantes como las ciencias naturales. Algo perfectamente consonante en un mundo donde el saber es cada vez más interdisciplinario. Considero que la posición del historiador debe ser de apertura a todo influjo saludable que amplíe su horizonte y de colaboración con los practicantes de otras disciplinas en aquellos proyectos en los que pueda aportar positivamente con las herramientas asociadas a su ‘oficio’.

Desde esta óptica me parece saludable la sugerencia del distinguido historiador puertorriqueño, doctor Fernando Picó, S. J., sobre la necesidad de enseñar técnicas literarias a los futuros historiadores para que desistan “de remendar la prosa positivista que tan mal le sirve a la disciplina”.26 Escribir bien, con ingenio y elegancia no está reñido con el rigor metodológico que debe caracterizar la construcción del conocimiento histórico. El historiador debe siempre aspirar a ser buen escritor. Es más, me parece que un atributo de los grandes historiadores de todas las épocas ha sido su capacidad para crear textos históricos de gran calidad literaria. Lo que explica porque algunos textos históricos superados como fuentes de saber mantengan aún su vigencia como objetos de lectura agradable y formativa.

Pienso, por mencionar dos de mi especial agrado, en The Decline and Fall of the Roman Empire del británico Edward Gibbon y en Casa-Grande y Senzala del brasileño Gilberto Freyre. El primero correspondiente a las décadas finales del siglo XVIII, es considerado la obra maestra de la historiografía de la ‘Ilustración’ y una de las más grandes de todas las escritas en la lengua inglesa por su gran calidad literaria.27 El segundo fue publicado en portugués por primera vez en 1933 y es aún lectura básica para los historiadores sobre todo por su gran calidad literaria porque ya ha sido superado en lo que respecta a su aportación al estudio de la esclavitud negra, el desarrollo y desintegración de las sociedades patriarcales.

Sin embargo, lo anterior no debe conducir a confundir la historiografía con otras formas de creación literaria como la ficción. Esto es si el historiador y la disciplina que practica aspiran a conservar sus identidades. El historiador como creador puede escoger otros géneros literarios, pero sus creaciones en éstos no pueden confundirse con su historiografía. Esto aunque sean relatos alegadamente basados en sus investigaciones. Cuando se opera esta metamorfosis hay que verlo y evaluarlo como, por ejemplo, novelista o cuentista según sea el caso.28

Soy admirador de la buena literatura y disfruto sobremanera la lectura de una novela bien escrita sobre un tema histórico, pero considero un grave error confundirla con un texto historiográfico. Acudo nuevamente al ejemplo de Georges Duby, quien otorgó una alta prioridad a la calidad literaria de sus textos y que consideraba a la historia primordialmente un arte literario. Sin embargo, Duby igualmente alertó sobre las diferencias existentes entre el historiador y el novelista expresando el desagrado que le causó la lectura de un libro de ficción muy bien escrito que aparentaba ser un texto historiográfico. Aunque lo describió como “un objeto hermoso”, sintió que presentaba a su “profesión trasvestida” porque “era una novela revestida con atributos de historia”.29

El asunto de la identidad es uno que el historiador no debe nunca perder de vista, aunque beba en otras fuentes o recale en otros puertos cuando sea menester, porque una cosa es ser historiador y otra , por ejemplo, ser filósofo, novelista o cuentista. Esto sin pretender menoscabar el valor de estos otros quehaceres. La delimitación de fronteras es aún indispensable porque son quehaceres diferentes y sus ‘artesanos’ manejan herramientas distintas aunque a veces la materia con que trabajen sea la misma, o sea, el pasado de los seres humanos.

La importancia de la filosofía para el historiador fue destacada antes cuando hice referencia al texto de Henri-Irénné Marrou. Regreso a este asunto porque muchas de las críticas a la historiografía emanan de ciertos sectores de la filosofía. Al respecto considero que el historiador y el filósofo se necesitan y se sostienen mutuamente. Que existe entre ambos más afinidad que antipatía, aunque en ocasiones no haya sido así y la desconfianza haya nublado sus relaciones.

Al respecto conviene tomar en consideración los comentarios del historiador francés Jacques Le Goff, quien después de alertar sobre las confusiones, demasiado burdas y mistificadoras, entre la historia y la filosofía de la historia, confiesa que comparte la desconfianza que sienten la mayoría de los historiadores hacia la filosofía de la historia.30 Desconfianza que considera tiene su raíz en la pretensión de la filosofía de la historia bien a someter el proceso histórico al imperio de una causa única o a reducir la explicación histórica a fórmulas preconcebidas o a concepciones concebidas apriorísticamente.

Sin embargo, Le Goff también alerta que lo anterior no significa que el historiador “debe alejarse de una reflexión teórica necesaria para el trabajo histórico”. Advirtiendo igualmente que:

los historiadores más propensos a remitirse únicamente a los hechos, no sólo ignoran que un hecho histórico resulta de un montaje, y que establecerlo exige un trabajo tanto histórico como técnico, sino que también y sobre todo están cegados por una filosofía inconsciente de la historia, a menudo sumaria e incoherente.31

Palabras que recuerdan las antes citadas de Fernand Braudel porque ambas denuncian la misma desviación.

Le Goff igualmente reconoce la desconfianza que existe en ciertos sectores de la filosofía hacia la historiografía, encarnada sobre todo en el filósofo austríaco-británico Karl Popper32, advirtiendo igualmente que esta desconfianza no debe servir al historiador de justificación para rechazar este tipo de reflexión. El historiador francés concluye que la tensión que ha dificultado el diálogo entre historiadores y filósofos ha sido generalmente consecuencia de la ignorancia de unos y otros sobre sus respectivos quehaceres. Situación que debe superarse definiendo ambos--historiadores y filósofos--campos comunes para “la reflexión teórica sobre la historia”. Diagnóstico y recomendación con los que me solidarizo.

Por otro lado, la alegada reticencia a enfrentar los retos de naturaleza filosófica, acusada por Raphael Samuel en las palabras punto de partida para esta reflexión, no siempre ha sido culpa de los historiadores. Los filósofos también han tenido su parte de responsabilidad. El filósofo polaco Adam Schaff se ha planteado este asunto con una excelente combinación de agudeza y delicadeza.33 Este señala que ciertamente los problemas de naturaleza teórica en la historiografía han preocupado más a los filósofos que a los historiadores por lo que su trabajo en este campo es cada vez más importante. Esto a pesar de la oposición de algunos historiadores que resienten esta participación y hasta rechazan esta ingerencia de los filósofos en su campo. Pero esta mayor participación en estos asuntos también ha incrementado la responsabilidad de los filósofos en la dilucidación de los problemas teóricos y metodológicos en la historiografía. Por lo que Schaff no se empacha al afirmar que “si los historiadores se nutren de las migajas de las teorías filosóficas en circulación, la principal responsa-bilidad por la confusión teórica que reina entre los historiadores, sobre todo cuando se trata de problemas que se encuen-tran en el límite de la historia y de la filosofía, hay que imputársela a la filosofía”.34

Adjudicación de culpa debatible y que ciertamente no agradará a algunos filósofos, pero que tiene el valor de señalar la responsabilidad que tienen en este crucial asunto. Responsabilidad que algunos de ellos no reconocen cuando se entretienen despedazando la historiografía y a los historiadores, como los Titanes despedazan a Dyónisos en la mitología griega. Pienso, por ejemplo, en el antes mencionado Karl Popper y más recientemente en el filósofo estadounidense Hayden White.35

Cuando Marc Bloch se refirió al historiador como un ‘artesano’ y a su quehacer como un ‘oficio’ lo hizo simbólicamente para destacar que debía dominar con excelencia la metodología y técnicas de trabajo desarrolladas por la disciplina como el artesano domina aquellas asociadas a su arte. No lo hizo para disuadir al historiador a enfrentar cuestiones de naturaleza teórica, pues sabía muy bien que tiene que, en algún momento y en cierta medida, plantearse interrogantes sobre cuáles son las bases teóricas del saber que aspiran construir. Esto independientemente de que en ocasiones busque el auxilio, orientación o guía de la filosofía para enfrentar estas interrogantes.36 Después de todo, no debe extrañar que el historiador deje correr su mirada hacia lo que tiene que decir la filosofía al respecto, pues como bien señala Adam Schaff, estas son interrogantes de naturaleza filosófica que radican en los límites que comparten la historiografía y la filosofía.37

Conviene reiterar que no todos los historiadores, como sentencia Raphael Samuel, desprecian o rehuyen enfrentar cuestiones de naturaleza teórica relacionadas con los fundamentos de sus construcciones. Esto lo demuestra la susceptibilidad que manifiestan cuando en otros campos se expresan opiniones que degradan o niegan el valor de su trabajo. Las críticas formuladas desde estos campos no han sido ignoradas o enfrentadas por algunos dignos practicantes del ‘oficio’ en nuestro tiempo. No han sido pasadas por alto las críticas de Karl Popper; Hayden White; del estructuralismo marxista al estilo de Althuser; o de algunas de las manifestaciones del llamado posmodernismo. Historiadores ‘bona fide’ como E. P. Thompson, Jacques Le Goff, Pierre Vilar38 o Josep Fontana39, entre otros, han enfrentado estos retos.

E. P. Thompson responde las críticas del empirismo lógico y del estructuralismo marxista afirmando sin empacho que Popper ni Althuser “muestran tener el menor conocimiento del modo de proceder inmediato del historiador” y que “ninguno de los dos entiende la naturaleza del conocimiento histórico”. Afirmaciones contun-dentes que acompaña de una defensa de la historia como disciplina autónoma con una lógica propia para la construcción del conocimiento histórico. Señalando que:

el estudio de la historia es un empeño muy antiguo, y sería sorprendente que fuera el único entre las ciencias y las humanidades que haya sido incapaz de desarrollar su propia disciplina durante varios miles de años, es decir su propio discurso de demostración.40

Discurso que descansa sobre una lógica propia, la ‘lógica histórica’, diferenciada de la física o de la analítica por la propia naturaleza cambiante y contradictoria de los fenómenos que estudia. Lógica histórica que E. P. Thompson define como “un método lógico de investigación adecuado a los materiales históricos, concebido en el mayor grado posible, para contrastar hipótesis relativas a estructuras, causaciones, etcétera, y para eliminar procedimientos autoconfirmatorios” consistente “en un diálogo entre concepto y dato empírico, diálogo conducido por hipótesis sucesivas, por un lado, e investigación empírica por el otro.”41

Estas reflexiones, de uno de los historiadores contemporáneos más prominentes y reconocidos, ratifican que no todos los historiadores rehuyen enfrentar los problemas teóricos asociados a la construcción del conocimiento histórico. Demuestran también que los abordan , primero, defendiendo la identidad y autonomía de la disciplina que practican, y, segundo, partiendo de sus puntos de vista como historiadores. Estos últimos pueden, en algunos casos, tener su raíz en la filosofía, pero aplicados creativamente a la disciplina histórica con el noble propósito de construir un conocimiento histórico válido.

E. P. Thompson es uno de los exponentes principales de una de las escuelas historiográficas más importantes e influyentes de este siglo: la escuela de los historiadores marxistas británicos. Historiadores que han aplicado creativamente el marxismo al análisis histórico apartándose de lo que algunos llaman marxismo dogmático o vulgar. Junto a Thompson se destacan en esta escuela historiadores de gran talla e influencia como Maurice Dobb, Rodney Hilton, Christopher Hill y Eric J. Hobsbawm.42

El historiador no debe rehuir el reto de definir las bases teóricas sobre la cual construye su historia. No debe ocultar sus preferencias y compromisos ideológicos. Descubrirlos es un imperativo moral insoslayable. Debe desnudarse sin empacho ante sus lectores, ante su audiencia. Así, pues, aprovecho la ocasión para desnudarme o descubrirme ante ustedes. En líneas generales, suscribo los postulados básicos sobre los cuales los historiadores marxistas británicos han construido su historia y expreso la gran admiración que siento por ellos sobre todo por Christopher Hill.

Algunos historiadores han pretendido descalificar los postulados básicos sobre los que se fundamenta esta escuela amparándose en criterios estrictamente políticos. Por mi parte, considero que las contradicciones o desviaciones del mal llamado ‘socialismo real’--entiéndase el estalinismo--ni la desintegración de la Unión Soviética invalidan la aplicación creativa del marxismo en la construcción del conocimiento histórico. Esto es lo que han hecho los historiadores marxistas británicos desde 1946 cuando Maurice Dobb publicó su obra, Studies in the Development of Capitalism, en la que “sometió a prueba y reformuló las hipótesis y el análisis de Marx sobre los orígenes y el desarrollo histórico del capitalismo como modo de producción específico”.43 El pensamiento de Marx no ha sido para ellos una camisa de fuerza para repetir y citar dogmáticamente, sino un punto de referencia teórico para aplicarlo o renovarlo creativa y elásticamente al análisis y a la construcción histórica. En otras palabras, que para ellos el marxismo no ha sido un canon dogmático, infalible e inflexible, como han pretendido los defensores del llamado por sus críticos ‘marxismo vulgar’.44

Desde sus orígenes los historiadores marxistas británicos han construido su historia sin ataduras dogmáticas o totalizantes a uno de los supuestos peor entendido y, por lo mismo, más criticados: el llamado ‘determinismo’ económico.45 Han reformulado los conceptos de clases sociales y lucha de clases visualizándolos como fenómenos complejos, donde el factor económico es importante pero no absolutamente determinante, y colocándolos en el centro de la dinámica histórica de las sociedades.46

Reitero que considero que esta aplicación creativa y elástica del marxismo a la construcción histórica no puede desautorizarse por las contingencias operándose en el orden político mundial o por las contradicciones y desviaciones del ‘socialismo real’. Aclarando que esto no significa que asuma la posición del avestruz. Reconozco el fundamento del desencanto o desilusión que el escolasticismo marxista y el ‘socialismo real’ provocaron en no pocos historiadores que buscaban en el marxismo el marco teórico para aplicar en el análisis y la construcción histórica. Ambos merecen ser repudiados como desviaciones y deformaciones de un cuerpo doctrinal que no ha perdido aún su potencial como punto de referencia teórico flexible para el análisis del pasado y el presente de las sociedades. Hay que separar el trigo de la paja. No puede caerse en el error del que bota la bañera con todo en vez de botar sólo el agua sucia.47

El revisionismo de los llamados viejos esquemas o del ‘paradigma marxista’ que hoy predomina en algunos círculos intelectuales deslumbrados por el hechizo del ‘posmodernismo’ ha generado más confusión y zozobra que claridad y sosiego entre los historiadores. Algunos pitonisos embriagados por el supuesto triunfo del capitalismo hasta han proclamado el fin de la historia y de la disciplina histórica.48 Presagios desventurados que la generosidad obliga a catalogarlos sólo como excentricidades en vez de aberraciones sensacionalistas que la realidad misma se ha encargado de desmentir. La historia sigue su curso. La disciplina ni sus practicantes no han almacenado aún sus ‘herramientas’. La construcción de una visión coherente del pasado es hoy un ejercicio intelectual e imperativo social tan indispensable como lo fue en el pasado.

Lo anterior no tiene el propósito de descalificar como totalidad al revisionismo como una posición intelectual e historiográfica responsable. Pero considero que lo es sólo cuando hace algo más que rechazar o destruir. Cuando construye sus propias alternativas o modelos teóricos que sustituyan los que descalifica o rechaza. Respeto las posiciones y las construcciones de aquellos historiadores no-marxistas o distanciados del marxismo, que no han cedido a la tentación de caer en un ‘antimarxismo vulgar’; o sea, igualmente ‘vulgar’ que el escolasticismo marxista que dicen combatir. Así, por ejemplo, distingo y respeto el trabajo historiográfico del historiador Georges Duby y del filósofo-historiador Michele Foucault.

No he dejado dudas al respecto relacionado con el primero de éstos por las múltiples referencias a sus trabajos y opiniones. Duby nunca fue marxista, pero reconoció al marxismo como “un instrumento de análisis, con una increíble eficacia heurística” y destacó su aportación al desarrollo de la historiografía francesa. Lo reconoció como una teoría “que se puede aplicar a determinados lugares del campo epistemológico, pero no a otros”. Lo consideró como un punto de partida para “pegar, rectificar; pero no [para] renegar...”49

El compañero, doctor Carlos Rojas Osorio, me enseñó a reconocer en Michele Foucault una de las figuras capitales del pensamiento contemporáneo.50 Su genio y versatilidad permitieron que dejara su impronta tanto en la filosofía como en la historiografía vinculando ambas disciplinas, redefiniendo conceptos y las relaciones entrambas. Simbiosis que en cierta ocasión lo llevó a describir sus obras como “fragmentos filosóficos en unos talleres históricos”.51 Lo innovador de su historiografía le granjeó entre los practicantes del ‘oficio’ tanto admiradores como detractores.52

Foucault estuvo originalmente afiliado a los círculos intelectuales y políticos marxistas franceses.53 Ni la ruptura con estos círculos o la negación de algunos postulados fundamentales del marxismo, lo llevaron a posiciones de lo que denominamos ‘antimarxismo vulgar’. Reconoció que:

Es imposible hacer historia actualmente sin utilizar una serie interminable de conceptos ligados directa o indirectamente al pensamiento de Marx y sin situarse en un horizonte que ha sido descrito y definido por Marx.54

Además, afirmó que:

“En caso límite se podría preguntar qué diferencia podría haber entre ser historiador y ser marxista”.55

En un momento histórico de abjuraciones y negaciones, Michele Foucault no se limitó a diferir de Marx, sino que asimiló aspectos importantes de su pensamiento sobre la historia. Al respecto historiador francés Paul Veyne y el doctor Rojas coinciden en destacar que siempre construyó su historia desde el lado de los oprimidos y marginados.56

En Puerto Rico se deja sentir la influencia de la historiografía de Foucault en algunos practicantes del ‘oficio’ que ensayan aplicarlo en algunos de sus trabajos.57 Doy la bienvenida y mis parabienes a estos ensayos innovadores sin dejar de alertar sobre las dificultades inherentes en el método de Foucault para hacer historia. El método de la ‘arqueología’ y de la ‘genealogía’ aplicados por Foucault pueden resultar tan deslumbrantes y fascinantes como para ocultar la dificultad de su aplicación por aquellos que carecen de las extraordinarias herramientas intelectuales de su progenitor. Hacer historia al estilo de Foucault no es tarea fácil porque, como señaló Paul Veyne, éste fue un individuo genial que apenas comenzamos a entender y a apreciar.58

El historiador Eugene Genovese es otro que admiro y respeto por el valor inherente a su obra historiográfica. Esto a pesar de los cambios operados en años recientes en sus posiciones políticas y creencias. En los años de los sesentas y setentas Genovese fue el historiador más combatido y perseguido por la derecha en los Estados Unidos por sus convicciones y militancia comunista. En años recientes se ha distanciado de esas posiciones siguiendo los pasos de su esposa--la historiadora Elizabeth Fox--hasta los templos de la Iglesia Católica para oir la misa.59

Sin embargo, estos cambios en nada desmerecen el valor de su obra historiográfica encarnada en clásicos como The Political Economy of Slavery; The World Slaveholders Made; y Roll, Jordan, Roll. The World the Slaves Made. Este último es un libro fascinante y verdaderamente hermoso, fue el tercer más mencionado entre más de mil doscientos títulos por los historiadores estadounidenses en una encuesta practicada en 1994 por la Organization of American Historians sobre las obras que consideraban más influyentes y relevantes.60

Nunca he dejado de expresar mi respeto y admiración por la obra historiográfica del historiador cubano Leví Marrero, que con su presencia contribuyó y prestigió al Colegio Universitario de Humacao. Las diferencias ideológicas no impidieron que proclamara en las páginas de Exégesis la grandeza y el valor incuestionable de su monumental obra Cuba: economía y sociedad (XIII volúmenes).61 Suscribo la apreciación del Dr. James J. Parsons quien la considera “uno de los mejores y más exhaustivos estudios históricos que jamás se hayan escrito sobre la América Latina” y a su autor como “un erudito multidimensional que reta toda clasificación”.62

Así, pues, finalizo esta reflexión expresando orgullo por el ‘oficio’ que modestamente practico y por todos aquellos colegas que lo dignifican practicándolo con el rigor y la honestidad intelectual que la moral profesional requieren. Esto independientemente de los marcos teóricos de su preferencia, de sus creencias, convicciones o ideologías. Gracias por la generosidad y el extraordinario honor e inolvidable satisfacción de escucharme.



Notas

1. Bloch, Marc. The Historian Craft, traducción del francés de Peter Putman, New York: Vintage Books-Random House, 1953; y Geremek, Bronislaw. Marc Bloch, historiador y resistente, traducción del francés por Nora Pugano, Buenos Aires: Editorial Biblos, 1990.

2. Samuel, Raphael. “Historia y teoría”, en Raphael Samuel, ed., Historia popular y teoría socialista, traducción del inglés de Jordi Beltrán, Barcelona: Crítica-Grijalbo, 1984, 48.

3. Hegel, G. W. F. Lecciones sobre filosofía de la historia. Citado en Schaff, Adam. Historia y verdad, traducción del alemán de Ignasi Vidal Sanfeliú, 2nd. ed., Barcelona: Crítica-Grijalbo, 1983, 335.

4. Cruz Vergara, Eliseo. “Sobre la metodología del conocimiento histórico en Hegel”, en Ramos, Francisco José, ed. Hacer pensar, Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1994, 67.

5. Ricoeur, Paul. Histoire e vérité. Citado por Schaff, Op. cit., 338-342.

6. García Gual, Carlos. Figuras helénicas y géneros literarios, Madrid: Mondadosi, 1991, 103-106.

7. Momigliano, Arnaldo D. Studies in Historiography, New York: Harper and Row, 1966, 141. Texto citado traducido del inglés por el autor. 8. García Gual, Op. cit., 105.

9. El País Digital. Madrid, España (miércoles, 4 de diciembre de 1996). Información suministrada por el compañero, Dr. Vicente Reynal.

10. Duby, Georges y Lardreau, Guy. Diálogo sobre la historia, traducción del francés de Ricardo Artola, Madrid: Alianza Editorial, 1988, 34-45.

11. Ibid., 40-41.

12. Marías, Julián. “El saber histórico en Herodoto”. Obras, IV, Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente, 1969, 443-448.

13. Miseria de la teoría, traducción del inglés de Joaquim Sempre, Barcelona: Crítica-Grijalbo, 1981, 72-73.

14. Ibid., 72-73.

15. Moya Pons, Frank. “La historia: teoría y método”, Estudios Sociales, XXIX, 106 (Octubre-diciembre, 1996), 15.

16. Ver por ejemplo la propuesta al respecto de Stone, Lawrence, “History and Post-modernism”, Past and Present, 131 (May 1991), 217-218.

17. Braudel, Fernand. “The Situation of History in 1950”. Citado por White, Hayden. El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, traducción del inglés de Jorge Vigil Rubio, Barcelona: Ediciones Paidós, 1992, 49.

18. Duby y Lardreau, Op. cit., 38.

19. Ver Cirlot, Victoria. “Muere Georges Duby, el medievalista que integra la vida cotidiana a la Historia” y Millán, José Antonio. “Duby o el crucero de la historia”. El País Digital, Madrid (miércoles, 4 de diciembre de 1996. Textos gracias a la cortesía del compañero, Dr. Vicente Reynal.

20. Barceló, Alfonso. “Historia y teoría económica (Esbozo de una dinámica intersistemas)” , en A. [Autores] V. [Varios], Hacia una nueva historia, Madrid: Akal-Universitaria, 1985, 35.

21. Joynt, Carey B. y Rescher, Nicholas. “The Problem of Uniqueness in History”, en Nadel, George H., ed. Studies in the Philosophy of History. Selected Essays from ‘History and Theory’, New York: Harper and Row, 1965, 14-15.

22. Thompson, E. P. Miseria de la teoría, 74, nota no. 8.

23. Marrou, Henri-Irénne. The Meaning of History, traducción del francés de Robert J. Olsen, Baltimore: Helicon Press, 1966, 152-162.

24. Ibid., 10. Traducción del texto en inglés por el autor.

25. Ibid., 11. Ver por ejemplo Schaff, Op. cit., [7].

26. Picó, Fernando. “La constitución del narrador en algunos textos historiógraficos: algunos ejemplos”, en Vega, Ana Lydia; Picó, Fernando; Gelpí, Juan G.; y Cancel, Mario. Historia y literatura, San Juan: ‘Historias’ y ‘Posdata’, 1995, 96.

27. Gay, Peter y Wexler, Victor G., eds. Historians at Work, II, New York: Harper and Row, 1972, 351-354.

28. Este es el caso del historiador puertorriqueño José Curet, quien, recientemente, publicó una novela sobre el asesinato de José Pérez Moris, periodista español caudillo del ‘incondicionalismo’ en Puerto Rico en las décadas finales del siglo XIX. Curet, José. Crimen en la Calle Tetuán, Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1996.

29. Duby y Lardreau, Op. cit.,, 45-46 y 48-49.

30. Le Goff, Jacques. Pensar la historia. Modernidad, presente y progreso, traducción del francés de Marta Vasallo, Barcelona: Paidós, 1991, 23-24.

31. Ibid., 23.

32. Popper, Karl R. La miseria del historicismo, traducción del inglés por Pedro Schwartz, Madrid: Taurus, 1961. Le Goff cataloga este ensayo de ‘panfleto’ con toda la carga peyorativa que conlleva la expresión.

33. Schaff, Op. cit., 79-80.

34. Ibid., 80.

35. White, Hayden. Tropic of Discourse: Essays in Cultural Criticism, Baltimore: John Hopkins University Press, 1992, 101-120; y, sobre todo, El concepto de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica.

36. Bloch, Op. cit., 3-19.

37. Schaff, Op. cit., 80.

38.Vilar, Pierre. Iniciación al vocabulario del análisis histórico, traducción del francés de M. Dolors Folch, 3a. ed., Barcelona: Crítica-Grijalbo, 1981.

39. Fontana, Josep. Historia: análisis del pasado y proyecto social, Barcelona: Crítica-Grijalbo, 1982; y La historia después del fin de la historia. Reflexiones acerca de la situación actual de la ciencia histórica, Barcelona: Crítica-Grijalbo, 1992.

40.

Thompson, Op.cit., 66.

41.

Ibid., 66-67.

42.

Kaye, Harvey J. The British Marxist Historians: An Introductory Analysis, New York: St. Martin Press, 1995; y Fontana, Op. cit., 242-244.

43.

Kaye, Op. cit., 23.

44. Le Goff, Op. cit., 12.

45.

Kaye, Op. cit., 4-6.

46.

Ibid., 232-241.

47. Ver una aprecia-ción similar en Duby y Lardreau, Op. cit., 110.

48. Ejemplo clásico de este fenómeno es el ensayo de Francis Fukuyama, “The End of History”, The National Interest (Verano 1989). Ver una reacción crítica en Fontana, La historia después del fin de la historia; y en Graham, Jr., Otis L. “Premature Reports: ‘The End of History’, O. A. H. Newsletter (Organization of American Historians), 18, 2 (May 1990), 2 y 23.

49. Duby y Lardreau, Op. cit., 102-107.

50. Rojas Osorio, Carlos. Foucault y el pensamiento contemporáneo, Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995.

51. Cita en Restrepo, Luis Alberto. Pensar la historia, Medellín: Editorial Percepción, 1987, 162-163.

52. Le Goff, Op. cit., 101-103; y Vilar, Pierre. Economía, derecho e historia, Barcelona: Ariel, 1983, 105.

53. Rojas Osorio, Op. cit., 18; y Poster, Mark. Foucault, marxismo e historia. Modo de producción versus modo de información , traducción del inglés de Ramón Alcalde, Buenos Aires: Pidós, 1987, 13-63.

54. Cita en Rojas Osorio, Op. cit., 259. Ver además, Duby y Lardreau, Op. Cit., 101-128.

55. Cita en Rojas Osorio, Op. cit., 259.

56. Rojas Osorio, Carlos. ‘Foucault, historia y azar’, [3]. Ensayo inédito consultado gracias a la cortesía del autor.

57. La IV Reunión Anual de la Asociación Puertorriqueña de Historiadores (Ponce: Universidad Interamericana de Puerto Rico, 4 y 5 de octubre de 1996) contó con el panel “Foucault, Historia y Literatura: Nuevas Perspectivas” en que se presentaron varias interesantes ponencias: Altagracia, Carlos D. “Miedo y poder en la época de Miguel de la Torre, 1823-1837”; Galarza, Dagmar C. “El poder; fisuras al interior de la ‘Mano Dura Contra el Crimen’”; y Pabón Battle, Luis H. “La historia funcional: un espectro entre Camus y Focault [sic.]”.

58. Citado por Restrepo, Op. cit., 162.

59. Surowiecki, James. “Genovese’s March: The Radical Reconstruction of a Southern Historian”, Linguafranca (The Review of Academic Life), 7, 1(December-January, 1997), 36-52.

60. Thelen, David. “The Practice of American History”, The Journal of American History, 81, 3 (December, 1994), 81.

61. García Leduc, José M. “Leví Marrero: un sitial distinguido en la historiografía latinoamericana”, Exégesis, 2, 5 (Mayo-agosto de 1988), 44.

62. Parsons, James J. “Leví Marrero sobre Cuba”, reseña bibliográfica traducida del inglés por Annabel Marrero, incluida como introducción en Marrero, Leví. Cuba: economía y sociedad. Azúcar, ilustración y conciencia (1763-1868) (V), XIII, Madrid: Editorial Playor, S. A., 1987, v.

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