domingo, marzo 15, 2009

La historia entrevista de Antonio Polito a Eric Hobsbawm


Reseñas de libros/No ficción

Tomado de http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=731&r=

La historia entrevista Por Justo Serna, sábado, 03 de marzo de 2001 Un libro en el que se recoge una larga entrevista de Antonio Polito a Eric Hobsbawm, y en donde este último se pronuncia polémicamente sobre el pasado siglo XX y sobre el porvenir que cabe esperar, sobre la disciplina histórica y sobre el compromiso político, propio y ajeno. Cuando llegaba el equinoccio, cuando los libros irrumpían en la Feria, cuando llegaba la primavera editorial y con ella las novedades bibliográficas se sucedían una tras otra, un viejo historiador volvía reaparecer ante su público español haciéndose un hueco entre la avalancha de volúmenes. Dada la cantidad, no es improbable que pudiera pasar desapercibido. Entre los hechos que conspiran contra un libro está precisamente la propia competencia mercantil, aquel mecanismo del que dependen tanto su inmediata difusión como su irremediable caducidad. La imprenta –no lo hemos olvidado— multiplica hasta el vértigo el número de los textos, algunos imprescindibles y otros simplemente innecesarios. A pesar de esa saturación creciente y de las dificultades que entraña, el amable librero que nos conoce, que sabe de nuestros gustos e inclinaciones, que nos atiende, nos puede ayudar, nos puede orientar. Yo, por mi parte, que no soy librero ni comercio con papel impreso, me atrevo a suplantarlo ante ustedes. ¿En calidad de qué? ¿En calidad de lo que sé o de lo que no sé?



Verán, quiero pronunciarme como lector, es decir, quiero que me tomen como compinche suyo, como ese camarada del que nos fiamos simplemente porque ha recorrido ya el trecho –ese libro-- que otros deben transitar después; deseo pronunciarme también como historiador, porque es ésa mi competencia profesional y es en virtud de ella por lo que les pido crédito, paciencia y atención; pero quiero pronunciarme, en fin, como ciudadano desconcertado, como ese conmilitón que avanza hacia adelante sin saber exactamente dónde está el frente. Justamente porque ignoramos dónde está el frente, justamente porque ignoramos cuál es el centro de operaciones, es por lo que tal vez sea cabal fiarse de quienes han acumulado experiencia. En las antiguas culturas a los ancianos se les rendía tributo y homenaje porque se esperaba conseguir de ellos la tutela, el consejo, la guía, la dirección de los jóvenes arrogantes. Pues bien, lo que les propongo ahora es fiarse de un viejo, de un viejo atendible y discutible que es, además, historiador, y que acumula las injurias del tiempo, los sedimentos del siglo y que ha sobrevivido brava y tranquilamente a los errores que cometió, a las ideas de las que participó y a los desvaríos comunes de su época. Me refiero, claro está, al británico Eric Hobsbawm.

Con este producto editorial (...), Hobsbawm y Polito recuperan dos venerables tradiciones culturales que nos vienen de la Grecia clásica: la del historiador como observador, cuya etimología (histor) es precisamente la del testigo que transmite lo que ha visto o lo que le han contado; y la del diálogo (platónico, ¿recuerdan?) como vía de conocimiento e ilustración

Ustedes probablemente habrán reparado en ello. En los anaqueles y en los expositores de nuestras librerías, en esa feria primaveral de la que hablaba, se multiplican los libros-balance, esos volúmenes que en formato diverso y con registros distintos nos presentan el estado de cosas, una evaluación de nuestra centuria. Coincidiendo con el cambio de siglo --con la consumación de un agitado y vertiginoso siglo--, coincidiendo con la despedida del milenio, los ciudadanos, los historiadores y los lectores nos interrogamos acerca de lo que ha sido nuestro tiempo y cuál es el futuro probable que nos aguarda. En el libro Entrevista sobre el siglo XXI Hobsbawm es interrogado polémica y amablemente por Antonio Polito, un correligionario con el que comparte ideas y léxico, concepciones y pasado. Había el riesgo de recaer en el argot, de charlar con el lenguaje propio y peculiar del marxismo, de incurrir en la pereza verbal de los adeptos y adherentes. Sin embargo, Hobsbawm y Polito se dirigen a un lector que no tiene por qué participar de sus ideas y de su vocabulario. Esa predisposición es de agradecer, sobre todo si tenemos en cuenta que fue norma común entre los seguidores del marxismo hablar empleando el lenguaje particular de la concepción y la corriente, un vicio escolástico que era precisión filológica y adhesión ideológica. Desde que cayera el Muro de Berlín ya no podemos incurrir en estos excesos, puesto que, como nos advirtiera Ralf Dahrendorf, el fin del sovietismo trae también aparejada la unificación del lenguaje.

El investigador de ochenta y tantos años se extiende sobre los desvaríos y los hallazgos de esta época, sobre lo vivido, sobre la disciplina histórica, sobre los hombres y las mujeres, sobre las masas y la ciudadanía, sobre los medios de comunicación, sobre la democracia y sobre las utopías que han alumbrado lo mejor y lo peor de este tiempo. Con este producto editorial –con un libro en el que se transcriben las declaraciones de alguien que ha conocido el siglo, que lo ha experimentado, lo ha gozado y lo ha padecido--, Hobsbawm y Polito recuperan dos venerables tradiciones culturales que nos vienen de la Grecia clásica: la del historiador como observador, cuya etimología (histor) es precisamente la del testigo que transmite lo que ha visto o lo que le han contado; y la del diálogo (platónico, ¿recuerdan?) como vía de conocimiento e ilustración. A juicio de Josep Fontana, que es quien prologa el volumen, el historiador británico es uno de los grandes, alguien cuya fama ya no tiene rival entre los investigadores vivos. El introductor, que anota y nos informa muy brevemente acerca de ciertos datos personales y contextuales, se excede, se excede en la celebración y en algún ditirambo, y arremete contra otros historiadores a los que nadie ha convocado ni citado. Ese breve prefacio, que empezó bien, no llega a cumplir una función meramente documental y se precipita en la mención avinagrada de algunos de los adversarios del introductor, de Josep Fontana, sin que esas alusiones desempeñen más tarde ningún papel en la conversación transcrita.

Se supo atrapado por la Guerra Fría, advirtió las consecuencias perversas del bolchevismo que profesaba, pero logró distanciarse del estalinismo, que tantos hechizos despertó entre los militantes de su generación, para al final mantenerse fiel a un ideario genéricamente progresista que ha acabado por perder buena parte de sus recursos doctrinales y analíticos

Podremos no estar de acuerdo con las opiniones de Hobsbawm, podremos disentir de sus juicios, podremos oponernos a sus evaluaciones y a sus prudentes predicciones hechas sobre la base de lo probable. Pero lo que no podremos negar es la saludable lozanía de un anciano comunista que, sin arrepentirse de su condición, sin abdicar de su enfoque, reúne lo mejor de la tradición británica, el exquisito liberalismo de trato que le hace sociable, amable, alguien bien distinto de esos otros cascarrabias que, enfurecidos, ven derrumbarse el mundo de su juventud y las metas con que soñaron. Por ello, se puede escuchar con placer a una persona que en la senectud admite sus dudas, se sobrepone a algunos de sus errores pasados, a un anciano que se corrige y que enmienda algunos de sus desatinos. De hecho, esos aciertos y tropiezos son los del siglo, los de tantos y tantos intelectuales del siglo que vivieron bajo el influjo del sovietismo sabiendo que la esperanza y el horror tenían la misma sede.

Así, la trayectoria de Hobsbawm compendia la suerte de una colectividad más vasta, una colectividad que padeció la persecución y que también calló estratégicamente ante los crímenes del propio lado. De origen judío, es decir, procedente de un linaje sometido a persecución y muerte, se asentó en Inglaterra, en donde se naturalizó. Se hizo marxista, militó en el Partido Comunista y emprendió una vasta investigación que le llevó a iluminar los avances y las conquistas de las clases populares del ochocientos. Esta decisión nos ha rendido beneficios historiográficos, ya que gracias a Hobsbawm hemos aprendido muchas cosas sobre el pasado de los trabajadores. Pero es a la vez una elección moralmente discutible –y él mismo admite esta ambivalencia--, ya que al hacerlo así evitó durante mucho tiempo el incómodo siglo XX, el siglo de los horrores totalitarios a los que algunos de sus camaradas contribuyeron, el siglo del que se ocupó ya en la vejez.

Lo que afirma y lo que sostiene para el nuevo siglo son las palabras de alguien bien informado y poco más, de alguien al que no se le puede pedir mucho más. ¿Valía la pena dedicarse a esta tarea? (...) Otra cosa diferente es cuando el historiador se pronuncia sobre el presente y los juicios que el hoy le suscita. Pues bien, es esta parte la más interesante del volumen

“Por esa razón prefería especializarme en el siglo XIX –admite— más que en el XX. Porque veía que lo que procedía del Partido Comunista soviético sobre el devenir de la historia contemporánea no era aceptable. Por eso –apostilla-- no quise verme envuelto en debates que podrían haberme situado del otro lado o me habrían hecho entrar en conflicto con mi conciencia de estudioso”. ¿Qué cabe decir ante esta sincera e inaceptable afirmación, tan propia, tan característica de intelectuales que estuvieron aquejados de simpatía prosoviética? Se supo atrapado por la Guerra Fría, advirtió las consecuencias perversas del bolchevismo que profesaba, pero logró distanciarse del estalinismo, que tantos hechizos despertó entre los militantes de su generación, para al final mantenerse fiel a un ideario genéricamente progresista que ha acabado por perder buena parte de sus recursos doctrinales y analíticos.

Si el libro es una Intervista sul nuovo secolo –tal y como se titula en italiano-- ¿sobre qué temas se pronuncia y cuáles son los juicios que vierte en el volumen? Llama la atención que Polito acuda a Comte, a un Comte parafraseado por Hobsbawm, para sostener la legitimidad de la predicción. Darse ese aval es ciertamente discutible. Como se recordará, Comte esperaba que la ciencia le permitiera ver para prever; esperaba dar con las leyes de funcionamiento de la sociedad, como si del orden natural de la física del ochocientos se tratara, y así hacer posible una predicción razonable. Para él, la previsión científica era parte de la tarea general de la dominación, del dominio al que el positivismo nos sometería. Desde mi punto de vista, evocar ahora la predicción comtiana es un error. ¿Por qué razón? Porque esa esperanza se funda en la idea mecanicista de ley, en la convicción de que la tarea del saber es dar con la leyes de funcionamiento del orden, de un orden previsible. Justamente por eso, Hobsbawm desmiente de manera implícita a su interlocutor y se desentiende del aval comtiano que le había recordado Polito.

Como alternativa a ese mecanicismo, el historiador decide fundar su prospectiva en un hábito cotidiano, el hábito común de prever para orientar nuestra acción. Es decir, en vez de apelar a la autoridad dudosa de Comte, prefiere basarse en la costumbre corriente que tendríamos los humanos de imaginar escenarios futuros para obrar previsiblemente. Desde ese punto de vista, pues, se cree autorizado, como cualquiera de nosotros, a hacer predicciones razonables sobre la próxima centuria. ¿Algo que objetar? Lo que Hobsbawm aventura se basa en el conocimiento del pasado y dice fundarse en lo probable. No le falta el derecho a emprender esa tarea, pero que la haga no significa que evite los desatinos, puesto que un historiador no posee títulos particulares, competencia especial, para acertar en la descripción de lo venidero. Por tanto, lo que afirma y lo que sostiene para el nuevo siglo son las palabras de alguien bien informado y poco más, de alguien al que no se le puede pedir mucho más. ¿Valía la pena dedicarse a esta tarea? Tal vez lo más razonable que debiera hacer un historiador cuando se le pide el adelanto del porvenir, la prospección de lo que está por suceder, sea reservarse, aceptar la falibilidad de nuestra averiguación. Como dijera Norberto Bobbio en 1989 inmediatamente después de la caída del Muro, cuando la sovietología había fracasado sin paliativos, en cuestión de sociedad y de relaciones humanas “es mejor no hacer predicciones”. Generalmente, la prospectiva a la que nos atrevemos acaba mal, acaba desmentida y refutada por la obstinada fuerza de lo imprevisible.

Frente a quienes se obstinan en posiciones apocalípticas, aquejados de un izquierdismo ciego, Hobsbawm se pronuncia como el historiador de las clases trabajadoras que han visto mejorar su suerte, como el historiador que descree de los Old Good Times

Otra cosa diferente es cuando el historiador se pronuncia sobre el presente y los juicios que el hoy le suscita. Pues bien, es esta parte la más interesante del volumen, no porque estemos de acuerdo con sus opiniones, algunas de ellas muy desacertadas, sino porque revelan y expresan los puntos de vista de un investigador comprometido, adherido a un ideario remotamente comunista, de un investigador que no elude hablar de sí y de su mundo. En ese sentido, no se apea de su anticapitalismo, de su defensa de la soberanía nacional, de su celebración de la pasión política, de su recelo ante el consumismo. Pero, lejos de mostrar la pereza rutinaria de quienes sólo ven lo peor, se afirma en un optimismo matizado: el siglo XX –dice—“ha sido, a la vez, el peor y el mejor de los siglos. Ha matado a más gente que ningún otro, pero al mismo tiempo, ahora que termina, hay más gente viva y vive mejor, y tiene más esperanzas y mayores oportunidades”. Frente a quienes se obstinan en posiciones apocalípticas, aquejados de un izquierdismo ciego, Hobsbawm se pronuncia como el historiador de las clases trabajadoras que han visto mejorar su suerte, como el historiador que descree de los Old Good Times.

Ese optimismo es de agradecer, desde luego, porque es la mejor predisposición que un abuelo puede dejar a un nieto. Dentro de muchos años, cuando todos seamos ya octogenarios, ciudadanos e historiadores octogenarios, rodeados de nietecitos alborotadores --como el pequeño Roman del que nos habla Hobsbawm con ternura de abuelo--, querremos seguir aprendiendo, querremos seguir manteniendo ese optimismo moderado que le caracteriza como lector y como ciudadano. Su libro es una entrevista sobre la historia, es decir, son dos personas las que concurren para tratar acerca de un tiempo más o menos remoto. Pero es la suya --y la nuestra también-- una historia entrevista, un pasado y un devenir que adivinamos confusamente, que nos atrevemos a conjeturar, que sólo sospechamos para provecho y guía de nuestros nietos.

1 comentario:

Unknown dijo...

Profunda entrevista de Antonio Polito al maestro Eric Hobsbawm, sobre la historia, lo vivido, sus amores, el siglo XX, breve como el lo denominaba y terrible y una perpectiva para el XXI. valiosa contribución, seguramente
la más valiosa manera de conocer al historiador humanista que perteneció al partido comunista inglés casi hasta el final.