Blog de historia social desarrollado por el Dr. Juan José Marín con el fin de establecer un espacio de diálogo y trabajo colectivo
lunes, marzo 30, 2009
Reportaje al historiador Eric Hobsbawm sobre la crisis global y las amenazas para la democracia
“Además de injusto, el mercado absoluto es inviable”
Tomado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=83057
Martín Granovsky
Página 12
Eric Hobsbawm aparece en la puerta de la embajada de Alemania en Londres. Son poco más de las tres de la tarde en la hermosa Belgrave Square y las banderas de las embajadas se adivinan por detrás de las copas de los árboles. Lleva anteojos, la gorra puesta, un abrigo no muy pesado. Saluda. Tiene manos grandes y huesudas, pero no parecen las manos de un viejo. Ninguna deformación de artritis las atacó. Muy pronto una pequeña prueba demuestra que las piernas de Hobsbawm también están en buena forma. Baja con agilidad los tres escalones que llevan del palier a la vereda. Parece ver bien. Tiene un bastón en la mano derecha. No se apoya en él, pero quizá lo use como un seguro, por si trastabilla, o como un sensor de alerta temprana que detecta escalones, charcos y, de inmediato, el cordón de la vereda. Hobsbawm es alto y flaco. Uno ochenta y pico. No pide ayuda. El chofer del Foreign Office le abre la puerta izquierda del Jaguar negro. Entra en el auto con facilidad. El coche es grande, por suerte, y cabe, pero el viaje igual es corto.
–Vino un historiador alemán, por eso estoy en la embajada, y debo volver –avisa–. Llegó de visita a Londres y quiso conversar con algunos de nosotros. Sé que vamos a Canning House. Está bien. Poco trayecto, ¿no?
El auto da media vuelta a Belgrave Square y se detiene frente a otro palacete blanco de tres escalones, porche rodeado de columnas y puerta de madera pesada. Por algún motivo mágico el conductor de pelo blanco con mechón sobre la cara, traje azul y sonrisa como la del ayudante del inspector Morse de Oxford, ya le abre a Hobsbawm. Entre esas construcciones tan parecidas, la elegancia del Jaguar lo asemeja a un carruaje recién lustrado. El cochero sonríe cuando Hobsbawm desciende. El profesor le devuelve la simpatía mientras trepa con facilidad hasta un hall oscuro. Ya entró en Canning House y a la derecha ve una enorme imagen de José de San Martín. A la izquierda del pasillo, una gran sala. El té ya está servido. Es decir, el té, las masas y una torta. Otro cuadro del mismo tamaño que el de San Martín. Es Simón Bolívar. Y también es Bolívar el caballero del busto sobre el aparador.
¿Cuánto té habrán tomado Bolívar y San Martín antes de salir de Londres a Sudamérica, a principios del siglo XIX, para cumplir su plan de independencia?
Hobsbawm apura la primera taza y quiere ser él quien arroje la primera pregunta.
–¿Cómo está la Argentina? –interroga pero no tanto, porque no espera y comenta–. El año pasado Cristina estuvo por venir a Londres para una reunión de presidentes progresistas y pidió verme. Yo dije que sí, pero ella no vino. No fue su culpa. Estaba en medio de la confrontación con la Sociedad Rural.
Hobsbawm habla un inglés sin la afectación ni el tartamudeo de algunos académicos del Reino Unido. Pero acaba de pronunciar “Sociedad Rural” en castellano.
–¿Qué pasó con ese conflicto? –pregunta.
Tras la explicación correspondiente, el profesor inclina la cabeza, más curioso que antes, mientras con la mano derecha su tenedor intenta cortar la tarta de manzana. Es una tarea difícil. Entonces se desconcentra de la tarta y fija la mirada esperando, ahora sí, alguna pregunta.
–El mundo está complejo –afirma sin embargo manteniendo la iniciativa–. No quiero caer en slogans, pero es indudable que el Consenso de Washington murió. La desregulación salvaje ya no sólo es mala: es imposible. Hay que reorganizar el sistema financiero internacional. Mi esperanza es que los líderes del mundo se den cuenta de que no se puede renegociar la situación para volver atrás sino que hay que rediseñar todo hacia el futuro.
–La Argentina experimentó varias crisis, la última fuerte en 2001. En 2005 el presidente Néstor Kirchner, de acuerdo con el gobierno brasileño, que también lo hizo, pagó al FMI y desenganchó a la Argentina del organismo para que el país no siguiera sometido a sus condicionalidades.
–Es que a esta altura se necesita otro FMI absolutamente distinto, con otros principios, que no dependa sólo de los países más desarrollados y en el que una o dos personas toman las decisiones. Es muy importante lo que están proponiendo Brasil y la Argentina para cambiar el sistema actual. ¿Cómo están las relaciones entre ustedes?
–Muy bien.
–Eso es muy importante. Manténganlas. Las buenas relaciones entre gobiernos como los de ustedes son muy importantes en medio de una crisis que también implica riesgos políticos. Para los standards norteamericanos, los Estados Unidos están girando a la izquierda y no a la extrema derecha. Eso también es bueno. La Gran Depresión llevó políticamente al mundo a la extrema derecha en casi todo el planeta, con excepción de los países escandinavos y los Estados Unidos de Roosevelt. Incluso en el Reino Unido llegó a haber miembros del Parlamento que eran de extrema derecha.
–¿Y qué alternativa aparece?
–No lo sé. ¿Sabe cuál es el drama? El giro a la derecha tuvo dónde recostarse: en los conservadores. El giro a la izquierda también tuvo en qué descansar: en los laboristas.
–Los laboristas gobiernan el Reino Unido.
–Sí, pero me gustaría hacerle un planteo más general. Ya no existe la izquierda tal como era.
–¿La extraña?
–Lo señalo.
–¿A qué se refiere cuando dice “la izquierda tal como era”?
–A las distintas variantes de la izquierda clásica. A los comunistas, naturalmente. Y a los socialdemócratas. ¿Pero sabe qué pasa? Todas las variantes de la izquierda precisan del Estado. Y durante décadas de giro a la derecha conservadora, el control del Estado se hizo imposible.
–¿Por qué?
–Muy sencillo. ¿Cómo controla usted el Estado en condiciones de globalización? Conviene recordar que a principios de los ’80 no sólo triunfaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher. En Francia, François Mitterrand no logró una victoria.
–Había ganado la presidencia en 1974 y repitió en 1981.
–Es así. Pero cuando intentó una unidad de izquierdas para nacionalizar un sector mayor de la economía, no tuvo el poder suficiente para hacerlo. Fracasó por completo. La izquierda y los partidos socialdemócratas se retiraron de la escena, derrotados, convencidos de que nada podía hacerse. Y entonces, no sólo en Francia sino en todo el mundo, quedó claro que el único modelo que podía imponerse con poder real era el capitalismo absolutamente libre.
–Libre sí. ¿Por qué dice “absolutamente”?
–Porque con libertad absoluta para el mercado, ¿quién atiende a los pobres? Esa política, o la política de la no política, es la que se desarrolló con Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Y funcionó –dentro de su lógica, claro, que no comparto– hasta la crisis que comenzó en el 2008. Frente a la situación anterior la izquierda no tenía alternativa. ¿Y frente a ésta? Fijémonos, si quiere, en la izquierda más clásica de Europa. Es muy débil en Europa. O está fragmentada. O desapareció. Refundación Comunista en Italia es débil y las otras ramas del ex Partido Comunista Italiano están muy mal. Izquierda Unida en España también está cayendo de la ladera de la colina. Algo quedó en Alemania. Algo en Francia, con el Partido Comunista. Ni esas fuerzas, y menos aún la izquierda más extrema, como los trotskistas, y ni siquiera una socialdemocracia como la que describí antes, alcanzan todavía como respuesta a esta crisis y a sus peligros. La misma debilidad de la izquierda aumenta los riesgos.
–¿Qué peligro ve?
–En períodos de gran descontento como el que empezamos a vivir, el gran peligro es la xenofobia, que alimentará y a su vez será alimentada por la extrema derecha. ¿A quién buscará esa extrema derecha? Buscará atraer a los “estúpidos” ciudadanos que cuidan su trabajo y temen perderlo. Y digo estúpidos irónicamente, quiero aclararle. Porque ahí reside otro fracaso evidente del fundamentalismo de mercado. Dejó libertad para todo. ¿Y la verdadera libertad de trabajo? ¿La de cambiarlo y mejorar en todos los aspectos? Esa libertad no la respetó porque, para el fundamentalismo de mercado, habría resultado políticamente intolerable. También habrían sido políticamente intolerable la libertad absoluta y la desregulación absoluta en materia laboral, al menos en Europa. Yo temo una era de depresión.
–¿Usted no tiene dudas, ya, de que entraremos en depresión?
–Si lo desea podemos hablar técnicamente, como los economistas, y cuantificar trimestres. Pero no hace falta. ¿Qué otra palabra puede usar uno para denominar un tiempo en el que muy velozmente millones de personas pierden su empleo? De cualquier manera, hasta el momento no veo un escenario de una extrema derecha ganando por mayoría en elecciones, como ocurrió en 1933 cuando Alemania eligió a Adolf Hitler. Es paradójico, pero con un mundo muy globalizado un factor impedirá la inmigración, que a su vez suele ser la excusa para la xenofobia y el giro hacia la extrema derecha. Y ese factor es que la gente emigrará menos –hablo en términos masivos– al ver que en los países desarrollados la crisis es tan vasta. Volviendo a la xenofobia, el problema es que aunque la extrema derecha no gane podría ser muy importante en la fijación de la agenda pública de temas y terminaría por imprimirle una cara muy fea a la política.
–Dejemos a un lado la economía por el momento. Pensando en política, ¿qué cosa disminuiría el riesgo de xenofobia?
–Me parece bien, vamos a la práctica. El peligro disminuiría con gobiernos que gocen de la suficiente confianza política por parte del pueblo por su capacidad de restaurar el bienestar económico. La gente debe ver a los políticos como gente capaz de garantizar la democracia, los derechos individuales y al mismo tiempo coordinar planes eficaces para salir de la crisis. Ahora que hablamos de este tema, ¿sabe que veo a los países de América latina sorprendentemente inmunes a la xenofobia?
–¿Por qué?
–Yo le pregunto si es así. ¿Es así?
–Es posible. No diría que son inmunes si uno piensa, por ejemplo, en el tratamiento racista de un sector de Bolivia hacia Evo Morales, pero al menos en los últimos 25 años de democracia, por tomar la antigüedad de la democracia argentina, la xenofobia y el racismo nunca fueron masivos ni nutrieron partidos de extrema derecha, que son muy pequeños. No pasó ni siquiera con la crisis del 2001, que culminó el proceso de destrucción de millones de empleos, a pesar de que la inmigración boliviana ya era muy importante en número. Ahora, no hablamos de los cantos de las hinchadas de fútbol, ¿no?
–No, yo lo pienso en términos masivos.
–Entonces las cosas parecen ser como usted las piensa, profesor. Y, como en otros lugares del mundo, el pensamiento de la extrema derecha aparece por ejemplo con la crispación sobre la seguridad y la inseguridad en las calles.
–Sí, América latina es interesante. Yo lo intuyo. Fíjese el país más grande, Brasil. Lula mantuvo algunas líneas de estabilidad económica de Fernando Henrique Cardoso, pero extendió enormemente los servicios sociales y la distribución. Algunos dicen que no es suficiente...
–¿Y usted qué dice?
–Que no es suficiente. Pero que lo que Lula hizo, lo hizo. Y es muy significativo. Lula es el verdadero introductor de la democracia en Brasil. Y nadie lo había hecho nunca en la historia de ese país. Por eso hoy tiene el 70 por ciento de popularidad, a pesar de los problemas previos a las últimas elecciones. Porque en Brasil hay muchos pobres y nadie jamás hizo tantas cosas concretas por ellos, desarrollando a la vez la industria y la exportación de productos elaborados. Aunque la desigualdad sigue siendo horrorosa. Pero hacen falta muchos años para cambiar más las cosas. Muchos.
–Y usted piensa que serán años de depresión mundial.
–Sí. Lamento decirlo, pero apostaría a que habrá depresión y que durará algunos años. Estamos entrando en depresión. ¿Sabe cómo se da cuenta uno? Hablando con gente de negocios. Bueno, ellos están más deprimidos que los economistas y que los políticos. Y a la vez, esta depresión es un gran cambio para la economía, capitalista global.
–¿Por qué está tan seguro?
–Porque no hay vuelta atrás hacia el mercado absoluto que rigió en los últimos 40 años, desde la década de 1970. Ya no es una cuestión de ciclos. El sistema debe ser reestructurado.
–¿Le puedo preguntar otra vez por qué está tan seguro?
–Porque ese modelo no sólo es injusto: ahora es inviable. Las nociones básicas según las cuales las políticas públicas debían ser abandonadas, ahora están siendo dejadas de lado. Fíjese lo que hacen, y a veces lo que dicen, dirigentes importantes de países de-sarrollados. Están intentando reestructurar las economías para salir de la crisis. No estoy elogiando. Estoy describiendo un fenómeno. Y ese fenómeno tiene un elemento central: ya nadie siquiera se anima a pensar que el Estado puede no ser necesario para el desarrollo económico. Ya nadie dice que bastará con dejar que fluya el mercado, con su libertad total. ¿No ve que el sistema financiero internacional ya ni funciona? En un sentido, esta crisis es peor que la de 1929-1933, porque es absolutamente global. Los bancos ni funcionan.
–¿Dónde vivía usted en ese momento, a comienzos de los años ’30?
–Nada menos que en Viena y Berlín. Era un chico. Qué horroroso ese momento. Hablemos de cosas mejores, como Franklin Delano Roosevelt.
–Usted lo rescató en una entrevista con la BBC al principio de la crisis.
–Sí, y rescato los motivos políticos de Roosevelt. En política aplicó el principio de “Nunca más”. Con tantos pobres, con tantos hambrientos en los Estados Unidos, nunca más el mercado como factor exclusivo de asignación de recursos. Por eso decidió realizar su política de pleno empleo. Y de ese modo no solamente atenuó los efectos sociales de la crisis sino sus eventuales efectos políticos de fascistización sobre la base del miedo masivo. El sistema de pleno empleo no modificó de raíz la sociedad, pero funcionó durante décadas. Funcionó razonablemente bien en los Estados Unidos, funcionó en Francia, produjo la inclusión social de mucha gente, se basó en el bienestar combinado con una economía mixta que tuvo resultados muy razonables en el mundo de la segunda posguerra. Algunos Estados fueron más sistemáticos, como Francia, que implantó el capitalismo dirigido, pero en general las economías eran mixtas y el Estado estaba presente de un modo u otro. ¿Podremos hacerlo de nuevo? No lo sé. Lo que sé es que la solución no estará solo en la tecnología y el desarrollo económico. Roosevelt tuvo en cuenta el costado humano de la situación de crisis.
–Es decir que para usted las sociedades no se suicidan.
(Piensa) –No deliberadamente. Sí pueden ir cometiendo errores que las llevan a terribles catástrofes. O al desastre. ¿Con qué razonabilidad, durante estos años, se podía creer que el crecimiento con tal nivel de burbuja sería ilimitado? Tarde o temprano se terminaría y algo debía ser hecho.
–De manera que no habrá catástrofe.
–No me interesan las predicciones. Mire, si viene, viene. Pero si hay algo que se pueda hacer, hagámoslo. Uno no puede perdonarse no haber hecho nada. Por lo menos un intento. El desastre sobrevendrá si nos quedamos quietos. La sociedad no puede basarse en una concepción automática de los procesos políticos. Mi generación no se quedó quieta en los años ’30 y ’40. En Inglaterra yo crecí, participé activamente de la política, fui académico estudiando en Cambridge. Y todos estábamos muy politizados. Nos tocó muy de cerca la Guerra Civil española. Por eso fuimos firmemente antifascistas.
–Le tocó a la izquierda de todo el mundo. También en América latina.
–Claro, fue un tema muy fuerte para todos. Y nosotros, en Cambridge, veíamos que los gobiernos no hacían nada por defender a la República. Por eso reaccionamos contra las viejas generaciones y los gobiernos que las representaban. Años después entendí la lógica de por qué el gobierno del Reino Unido, donde nosotros estábamos, no hizo nada contra Francisco Franco. Ya tenía la lucidez de saberse un imperio en decadencia y tenía conciencia de su debilidad. España funcionó como una distracción. Y los gobiernos no debieron haberla tomado así. Se equivocaron. El alzamiento contra la República fue uno de los hechos más importantes del siglo XX. Recién después, en la Segunda Guerra...
–Poco después, ¿no? Porque el fin de la Guerra Civil española y la invasión alemana de Checoslovaquia ocurren en el mismo año.
–Es verdad. Le decía que recién después el liberalismo y el comunismo hicieron causa común. Se dieron cuenta de que, si no, eran débiles frente al nazismo. Y en el caso de América latina el modelo de Franco influyó más que el de Benito Mussolini, con sus ideas conspirativas de la sinarquía, por ejemplo. No lo tome como una disculpa a Mussolini, por favor. El fascismo europeo en general es una ideología inaceptable, opuesta a valores universales.
–Usted habla de América latina...
–Pero no me pregunte de la Argentina. No sé lo suficiente de su país. Todos me preguntan por el peronismo. Para mí está claro que no puede ser mirado como un movimiento de extrema derecha. Fue un movimiento popular que organizó a los trabajadores y eso quizás explique su permanencia en el tiempo. Ni los socialistas ni los comunistas pudieron establecer una base fuerte en el movimiento sindical. Sé de las crisis que sufrió la Argentina y sé algo de su historia, del peso de la clase media, de su sociedad avanzada culturalmente dentro de América latina, fenómeno que creo que todavía se mantiene. Sé de la edad de oro de los años ’20 y sé de los ejemplos obscenos de desigualdad comunes a toda América latina.
–Usted siempre se definió como un hombre de izquierda. ¿También sigue teniendo confianza en ella?
–Sigo en la izquierda, sin duda con más interés en Marx que en Lenin. Porque seamos sinceros, el socialismo soviético falló. Fue una forma extrema de aplicar la lógica del socialismo, así como el fundamentalismo de mercado fue una forma extrema de aplicación de la lógica del liberalismo económico. Y también falló. La crisis global que comenzó el año pasado es, para la economía de mercado, equivalente a lo que fue la caída del Muro de Berlín en 1989. Por eso me sigue interesando Marx. Como el capitalismo sigue existiendo, el análisis marxista aún es una buena herramienta para analizarlo. Al mismo tiempo, está claro que no solo no es posible sino que no es deseable una economía socialista sin mercado ni una economía en general sin Estado.
–¿Por qué dice lo último?
–Si uno mira la historia y mira el presente, no tiene ninguna duda de que los problemas principales, sobre todo en medio de una crisis profunda, deben y pueden ser solucionados por la acción pública. El mercado no está en condiciones de hacerlo.
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domingo, marzo 29, 2009
En el XIX, Marx ya vaticinó la globalización" ENTREVISTA: ERIC HOBSBAWM Historiador
ENTREVISTA: ERIC HOBSBAWM Historiador
"En el XIX, Marx ya vaticinó la globalización"
JOSÉ ANDRÉS ROJO - Barcelona - 13/11/2007
El incombustible pensador marxista visita Barcelona para hablar de Europa y reflexiona sobre algunos episodios esenciales del siglo XX, critica los fundamentalismos de todo tipo y muestra la complejidad del fenómeno terrorista
Eric Hobsbawm tiene 90 años y es un referente indiscutible en el mundo de los historiadores. Autor de Historia del siglo XX. 1914-1991, Guerra y paz en el siglo XXI y su autobiografía Años interesantes, entre otros muchos títulos, defiende el poder de las ideas de Marx para analizar lo que ocurre en el mundo actual. Ayer, junto a Donald Sassoon y Josep Fontana, participó en un ciclo sobre Europa que organiza el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Así que pidió no hablar del Viejo Continente, pero trató de otras múltiples cuestiones.
"Putin ha logrado que los gánsteres obedezcan al Estado ruso"
"Hay países donde los grupos terroristas juegan un papel político"
- Weimar y Hitler. "Era inevitable politizarse en aquellos días. Vivía entonces en Alemania, y no podía ser socialdemócrata (eran muy moderados), ni nacionalista (era inglés y judío), ni me interesaba el sionismo. Así que me alisté en una asociación juvenil que, aunque se llamara socialista, estaba marcada por los comunistas. Asistí al colapso de la República de Weimar y participé activamente (lo que suponía correr muchos riesgos) en las elecciones de 1933 que ganó Hitler. Fue entonces cuando salí a Inglaterra y empecé a estudiar en Cambridge".
- Treinta años de guerra. "Con la guerra de 1914 terminó el mundo de la gran cultura burguesa. Vinieron después más de treinta años de guerras, revoluciones, inestabilidad y crisis, una época catastrófica. Cuando terminó la II Guerra Mundial entramos en una aceleración de la economía, la sociedad y la cultura que no ha cesado. No fue un salto, fue un crecimiento continuado. Internet lo ha transformado todo, y sólo tiene 15 años".
- El poder del marxismo. "Los marxistas creían que la clase obrera iba a crecer, cuando lo que ha pasado es que ha decrecido y que países como Estados Unidos o Inglaterra incluso se están desindustrializando. La lucha política basada en la lucha de las clases ya no es muy efectiva. Pero Marx sobrevive en su concepción materialista de la historia y en su análisis del capitalismo. En el siglo XIX ya vaticinó la globalización, y cuando se celebraba el 150 aniversario del Manifiesto Comunista, las crisis económicas del sureste asiático y de Rusia en 1997 y 1998 confirmaban sus predicciones. El poder del marxismo sigue intacto. No así muchas ideas políticas de Marx que obedecían, más que al análisis, a sueños de igualdad".
- La revolución rusa. "El socialismo triunfó en países atrasados y su obsesión fue modernizarlos. En la Unión Soviética la idea era desencadenar una rápida industrialización, y si para hacerlo era necesario recurrir a procedimientos autoritarios, pues adelante. No quiero justificar los campos de trabajos forzados, que son injustificables, pero los logros fueron extraordinarios. Durante la II Guerra Mundial, la Unión Soviética no sucumbió, sino que derrotó al enemigo más poderoso: el ejército alemán. No lo hizo movilizando a las masas. Lo consiguió porque era un país industrializado con notables avances tecnológicos y con gente preparada. El modelo para conseguir una industrialización tan rápida fue el de la economía de guerra. El precio fue no lograr que la economía tuviera una dinámica propia".
- Putin y los gánsteres. "No se comprende sin la crisis de 1991. Entonces se vio claro que el afán de hacer de Rusia un Estado capitalista a toda velocidad era incluso más difícil que industrializar un país atrasado. Fue tal el cataclismo que Putin por lo menos ha conseguido que el Estado funcione. Si la economía cayó en manos de los gánsteres, lo que ha conseguido es que éstos obedezcan al Estado".
- Los fundamentalismos. "Afecta a todas las religiones. En el caso islámico, la revolución que triunfó en Irán tenía una fuerte voluntad de consolidar un Estado, centralizarlo y modernizarlo. Los fundamentalistas judíos son desde 1967 los más acérrimos defensores de Israel y reclaman sus ambiciones imperialistas. Y no hay que olvidar el giro fundamentalista de los católicos con los últimos papas y de las comunidades protestantes en Estados Unidos".
- El terrorismo islamista. "Su poder militar es mínimo. El atentado en Nueva York no llegó a desestabilizar la ciudad salvo durante unas horas. Hay que subrayar que hay lugares (Afganistán, Pakistán, el Oriente Medio) donde los grupos terroristas juegan políticamente un papel importante, y no se los puede despreciar. Otra cosa es el terrorismo islamista en nuestros países. Responde a una reacción antiimperialista, y no quieren que en sus países se imponga el capitalismo occidental. En Inglaterra, los terroristas reaccionan también contra la religión heredada de sus padres, más moderada. Suelen pertenecer a las élites, y su educación es superior a la media de sus países".
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Hobsbawm espiado por el MI5
El MI5 no ayuda a Hobsbawm
06/03/2009
Tomado de http://www.elpais.com/articulo/opinion/MI5/ayuda/Hobsbawm/elpepiopi/20090306elpepiopi_3/Tes
Con la elegancia propia de un caballero inglés, que sabe reconocer el trabajo bien hecho aunque sea el del enemigo, el historiador Eric Hobsbawm ha pedido a los servicios secretos británicos que le permitan acceder a los documentos incluidos en el expediente que lleva su nombre. Tiene ya 91 años, y quiere consultar las puntillosas anotaciones de los agentes que lo espiaron para contrastar con su propia versión de los hechos, y poder así aproximarse mejor a lo que de verdad pasó. La idea se le ocurrió al preparar una nueva versión de su autobiografía, Años interesantes: una vida
Eric Hobsbawm
Nacimiento: 1917 Lugar: (Alejandría)
Hobsbawm sabe, por su larga experiencia en los archivos, cuántas cosas se pueden llegar
a olvidar que los documentos conservan, gracias a su frío, meticuloso y exhaustivo empeño en ajustarse a
la literalidad de lo que sucede. El historiador británico se afilió en 1936, a los 15 años, al partido comunista y, cuando estudiaba en Cambridge, sus ideas izquierdistas le facilitaron la relación con el grupo de espías en el que trabajaron, para
la Unión Soviética y en plena guerra fría, Anthony Blunt y Kim Philby. El MI5, la rama doméstica del espionaje británico, lejos de sentirse halagado por el interés del historiador en el rigor de su trabajo a la hora de seguir sus pasos, se niega a dejarle ver su expediente por razones de seguridad nacional.
Que sea el historiador marxista de mayor prestigio internacional no tiene que significar que por ello pusiera en peligro a su país. Hobsbawm, incapaz de matar a una mosca y menos de amenazar
la seguridad de su país, no se explica tanta precaución. Lo que seguramente quiere encontrar en esos informes son detalles (no las grandes líneas de su vida, que las conoce bien y las ha contado).
El MI5 no da su brazo a torcer, pero Hobsbawm tiene ahora un cómplice, el laborista lord Lipsey, miembro vitalicio de la Cámara alta. Éste no tiene muy buena opinión de los espías británicos. Estaban obsesionados por perseguir a los comunistas, ha dicho, cuando debían haberse ocupado de los potencialmente más peligrosos, los trotskistas. Si no dejan ver a Hobsbawm su expediente, afirma, es porque el MI5 quiere "evitar exponer su propia ineptitud".
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El MI5 considera a Eric Hobsbawm materia reservada
El espionaje británico niega al historiador el acceso a su expediente
PATRICIA TUBELLA - Londres - 03/03/2009
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El mundo ha reconocido en él a uno de los más importantes historiadores del último siglo, su vasta obra de investigación es una referencia obligada y su biografía de riguroso intelectual marxista le mereció en su día el muy restringido honor real de Compañero de Honor por sus "servicios a la nación". Las credenciales que exhibe Eric Hobsbawm a sus 91 años no parecen sin embargo impresionar a los servicios de espionaje británicos, cuya rama doméstica (MI5) se empecina en denegarle el acceso a su propio expediente, amparándose en nebulosas razones de seguridad nacional.
Eric Hobsbawm
Tomado de http://www.elpais.com/articulo/cultura/MI5/considera/Eric/Hobsbawm/materia/reservada/elpepicul/20090303elpepicul_3/Tes
El nonagenario historiador ha solicitado esos documentos para corregir posibles errores en su autobiografía, cuya primera edición fue publicada en 2002. En ella se recoge su filiación al hoy difunto Partido Comunista británico desde 1936, o sus años de universitario izquierdista en el campus de Cambridge, donde entró en contacto con aquella cantera de espías encabezada por Anthony Blunt. Pero "hasta donde alcanza mi conocimiento, nunca he estado implicado en ningún asunto que concierna a la seguridad del país", aduce sorprendido por el veto. El caso Hobsbawm sí se ha convertido en un asunto de interés nacional.
El laborista lord Lipsey, miembro vitalicio de la Cámara alta, utilizaba ese foro la semana pasada para reclamar al Gobierno que resuelva el absurdo. Antiguo consejero especial del primer ministro James Callaghan, durante los años setenta, Lipsey pudo "comprobar cómo los servicios de espionaje estaba ansiosos por recabar información sobre los comunistas -entonces un partido que no representaba una amenaza para nadie- mientras obviaban a las sectas trotskistas que sí encarnaban una amenaza potencial para la seguridad nacional". El lord laborista concluye que el MI5 quiere en realidad "evitar exponer su propia ineptitud".
La actual legislación británica sobre protección de datos permite al ciudadano solicitar el acceso a los archivos secretos sobre su persona, pero también ampara a la agencia de seguridad para denegarlos por diversos motivos, entre ellos si considera que la seguridad nacional puede verse lesionada. Tras dirigir su petición al MI5, en junio de 2007, Hobsbawm recibió una negativa como respuesta. "La única razón que se me ocurre es que no quieren revelar quién me delató a las autoridades", señala. Igual de sorprendente le resulta la apostilla de la carta remitida por el MI5. "No debe concluir de nuestra respuesta que poseamos o no cualquier dato personal sobre usted".
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Obituario Carlos Semprún, escritor e historiador
Carlos Semprún, escritor e historiador
EL PAÍS 25/03/2009
Tomado http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Carlos/Semprun/escritor/historiador/elpepinec/20090325elpepinec_1/Tes
El escritor, dramaturgo y periodista Carlos Semprún Maura falleció el lunes 23 de marzo en París a consecuencia de un paro cardiaco. Tenía 82 años. En la actualidad, Semprún era columnista de Libertad Digital. Nacido en Madrid en 1926, era hijo del diplomático republicano José María Semprún y Gurrea, hermano de Jorge, que fuera ministro de Cultura con el Gobierno de Felipe González, y nieto del cinco veces presidente del Gobierno, Antonio Maura.
Carlos Semprún vivió fuera de España desde 1936 y solía escribir en francés. En los primeros años de Diario 16 ejerció de crítico de cine. En París cursó estudios de Filosofía en la Universidad de La Sorbona.
Durante la II Guerra Mundial combatió contra los nazis junto a los partisanos de la Resistencia francesa. En 1942 se afilió al Partido Comunista de España (PCE) y un año después fue deportado al campo de concentración de Buchenwald. Liberado tras el final de la guerra, mantuvo su residencia en París.
Compromiso político
Desde 1945 a 1952 trabajó para la Unesco y ese año inició una intensa actividad clandestina en el PCE. Sin embargo, tras la entrada de los tanques soviéticos en Budapest, se dio de baja en este partido y evolucionó a posturas que, con el tiempo, fueron muy críticas con la izquierda.
Hombre prolífico, fue autor de más de 70 obras de teatro en francés, muchas para la radio y una docena puestas en escena, algunas de éxito, como L'homme couché y Le bleu de l'eau-de-vie. Como novelista, entre sus obras destacan El año que viene en Madrid, El exilio fue una fiesta, El ladrón de Madrid, Las barricadas solitarias y, como ensayista, Revolución y contrarrevolución en Cataluña, así como el libro de cuentos Polvo de líneas y otros cuentos.
FE DE ERRORES
Carlos Semprún Maura no estuvo deportado en el campo de concentración de Buchenwald, como se citaba en la necrológica publicada el 25 de marzo. Quien estuvo deportado fue su hermano Jorge.
EL PAÍS 25/03/2009
Tomado http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Carlos/Semprun/escritor/historiador/elpepinec/20090325elpepinec_1/Tes
El escritor, dramaturgo y periodista Carlos Semprún Maura falleció el lunes 23 de marzo en París a consecuencia de un paro cardiaco. Tenía 82 años. En la actualidad, Semprún era columnista de Libertad Digital. Nacido en Madrid en 1926, era hijo del diplomático republicano José María Semprún y Gurrea, hermano de Jorge, que fuera ministro de Cultura con el Gobierno de Felipe González, y nieto del cinco veces presidente del Gobierno, Antonio Maura.
Carlos Semprún vivió fuera de España desde 1936 y solía escribir en francés. En los primeros años de Diario 16 ejerció de crítico de cine. En París cursó estudios de Filosofía en la Universidad de La Sorbona.
Durante la II Guerra Mundial combatió contra los nazis junto a los partisanos de la Resistencia francesa. En 1942 se afilió al Partido Comunista de España (PCE) y un año después fue deportado al campo de concentración de Buchenwald. Liberado tras el final de la guerra, mantuvo su residencia en París.
Compromiso político
Desde 1945 a 1952 trabajó para la Unesco y ese año inició una intensa actividad clandestina en el PCE. Sin embargo, tras la entrada de los tanques soviéticos en Budapest, se dio de baja en este partido y evolucionó a posturas que, con el tiempo, fueron muy críticas con la izquierda.
Hombre prolífico, fue autor de más de 70 obras de teatro en francés, muchas para la radio y una docena puestas en escena, algunas de éxito, como L'homme couché y Le bleu de l'eau-de-vie. Como novelista, entre sus obras destacan El año que viene en Madrid, El exilio fue una fiesta, El ladrón de Madrid, Las barricadas solitarias y, como ensayista, Revolución y contrarrevolución en Cataluña, así como el libro de cuentos Polvo de líneas y otros cuentos.
FE DE ERRORES
Carlos Semprún Maura no estuvo deportado en el campo de concentración de Buchenwald, como se citaba en la necrológica publicada el 25 de marzo. Quien estuvo deportado fue su hermano Jorge.
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Historias bélicas de niños viejos: Un viaje, en forma de libro, a las vivencias infantiles de la Guerra Civil y el exilio
REPORTAJE
Historias bélicas de niños viejos
Un viaje, en forma de libro, a las vivencias infantiles de la Guerra Civil y el exilio
TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 27/03/2009
Tomado de http://www.elpais.com/articulo/cultura/Historias/belicas/ninos/viejos/elpepicul/20090327elpepicul_1/Tes
La guerra pone las vidas patas arriba. Los niños se comportan como viejos y los viejos pueden parecer niños. Margarita García Zornoza (Madrid, 1935) se camuflaba en los portales donde las estraperlistas de cabezas rapadas vendían aceite y pan de contrabando y desplegaba todas las tácticas de contravigilancia de las que era capaz. "Tenía 8 años, pero uno deja de ser niño bajo esas circunstancias. Yo soy más niña ahora que nunca", aclara.
Juego de moda: fusilar
Margarita García no reconoció a su madre en 1943. Le pareció "una bruja"
Entre 1936 y 1939, murieron 414.000 menores por diferentes causas
Demasiado pequeña para recordar la guerra, que pasó en Murcia con sus abuelos maternos, rememora nítidamente aquellas sesiones de mercadeo clandestino donde las estraperlistas le contaban las vejaciones que sufrían cada vez que eran detenidas durante la posguerra: "Les daban aceite de ricino a litros, les cortaban el pelo, las maltrataban y abusaban de ellas". Revive también el día de 1943 cuando "una bruja depauperada" intentó besarla y ella se negó. Era su madre, una republicana enferma y debilitada por las miserias de dos guerras consecutivas -la española y la mun-dial-, que retornaba de Francia gracias a los auspicios de la Cruz Roja Internacional. Volvía para morir. Pero no lo hizo. Se recuperó y en el 45, emocionada con el final de la guerra, marchó de nuevo a Francia con sus dos hijos usando un extraño pasaporte, que sólo le autorizaba a salir de España y no a regresar.
Por la infancia francesa de aquella niña de la guerra que fue Margarita Zornoza pasó Jorge Semprún, amigo de la familia, cuando era Federico González. Tras una nueva mudanza a Venezuela, a los 24 años descubrió que su padre no había desaparecido durante la guerra civil al leer en una revista que triunfaba en la radio y la televisión de Perú. Luciano García había sido uno de los 13 refugiados en la Embajada de Chile en Madrid en 1939, que abandonó hacia el exilio tras la mediación de Pablo Neruda. Margarita Zornoza tardó décadas en reencontrarle pero fue más afortunada que los que perdieron a sus padres.
Los niños, como ella, son también blanco de las bombas y de la propaganda en las guerras totales -y la española lo fue-. La historiadora Verónica Sierra (Guadalajara, 1978) ha rastreado en las vivencias infantiles durante la Guerra Civil y la posguerra en Palabras huérfanas (Taurus). Desmonta de entrada una errónea creencia: los niños soldado no son una anomalía moderna inventada en África. La historiadora recuerda que Garibaldi reclutó menores de entre 12 y 15 años y que Napoleón alistó adolescentes. España también tuvo sus niños soldado: la quinta del biberón, formada por jóvenes alistados con menos de 18 años, diezmada en la batalla del Ebro.
En los tres años del conflicto murieron por diferentes causas 414.000 niños, según cifras de Ramón Salas Larrazábal. Otro grupo herido por la historia fue el de los 30.000 evacuados hacia otros países (Francia, Reino Unido, Bélgica, Suiza, Dinamarca, Rusia y México) para librarse de los horrores bélicos. El hambre era uno de ellos. Eso explica las permanentes referencias a la comida que hacen los niños en las cartas que envían a los familiares que dejaron atrás. Eso explica el gesto de Laura García Pindado, que incluyó migas de pan en una carta desde Rusia dirigida a sus tíos. "Te mando unas miguitas de pan blanco, que en la de mi mamá no me he acordado", anotó en la parte interior del sobre.
Un gesto pueril y solidario que conmovió a la historiadora mientras preparaba el libro, que reconstruye historias de niños a partir de cartas, diarios, cuadernos, redacciones o dibujos. No fue el único que la sobrecogió. Las cartas de súplica firmadas por pequeños que desean averiguar el paradero de sus padres. Algunas de las cuales, según descubrió Sierra, jamás llegaron a su destino.
El 5 de febrero de 1938, Ignacio Ruano escribió: "Apreciable camarada Joaquín Bustos: la presente es para decirle en nombre de un niño español que se halla en Rusia por causa de la guerra de España, tuve que desalojar y llevamos un año en Rusia del cual no he podido hallar el paradero de mis padres, y deseo que ustedes podrán encontrarles. Mi madre se llama Magdalena Pajares. Mi padre Daniel Ruano y un hermano de 16 años, Alejandro Ruano".
La tercera historia que escoge la historiadora es la de una niña evacuada a Francia que se encuentra que la colonia infantil no es tal y escribe a sus padres rogando que la rescaten cuanto antes. Consciente de que eso, con la que está cayendo, tal vez sea una petición imposible, acaba pidiendo papel, lápiz y sellos para, al menos, garantizarse la comunicación con la familia.
Juego de moda: fusilar
El libro de Verónica Sierra refleja también la capacidad infantil para remontar traumas e integrar el horror en su cotidianeidad, como descubrió el general Mola, uno de los sublevados, en agosto de 1936 y anotó en su diario: "Me ha chocado el juego que se llevaban unos chiquillos. Dos de ellos iban con escopetas de juguete. Los demás cogían a otro prisionero y lo conducían ante los armados. Éstos le gritaban al preso: '¡Viva España!, ¡viva España!', y como el preso no contestara (el juego era no contestar), los de las escopetas apuntaban y el pelotón imitaba el fusilamiento". Debió ser un juego de moda porque también lo captó la cámara del fotógrafo Agustí Centelles. La infancia fue además un arma de la guerra propagandística. El Gobierno republicano organizó evacuaciones para poner los niños a salvo y aireó imágenes de escuelas bombardeadas por la aviación franquista. Por parte franquista, la salida de menores se atacó como un "robo" y su vuelta a casa se consideró una acción estratégica, aireada en carteles como el siguiente: "La España rota y roja te arrebató ese hijo. La España de Franco te lo devuelve. Ellos y nosotros cumplimos nuestros designios diversos. Ellos destruyen la familia. Nosotros edificamos la sociedad sobre ella".
Historias bélicas de niños viejos
Un viaje, en forma de libro, a las vivencias infantiles de la Guerra Civil y el exilio
TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 27/03/2009
Tomado de http://www.elpais.com/articulo/cultura/Historias/belicas/ninos/viejos/elpepicul/20090327elpepicul_1/Tes
La guerra pone las vidas patas arriba. Los niños se comportan como viejos y los viejos pueden parecer niños. Margarita García Zornoza (Madrid, 1935) se camuflaba en los portales donde las estraperlistas de cabezas rapadas vendían aceite y pan de contrabando y desplegaba todas las tácticas de contravigilancia de las que era capaz. "Tenía 8 años, pero uno deja de ser niño bajo esas circunstancias. Yo soy más niña ahora que nunca", aclara.
Juego de moda: fusilar
Margarita García no reconoció a su madre en 1943. Le pareció "una bruja"
Entre 1936 y 1939, murieron 414.000 menores por diferentes causas
Demasiado pequeña para recordar la guerra, que pasó en Murcia con sus abuelos maternos, rememora nítidamente aquellas sesiones de mercadeo clandestino donde las estraperlistas le contaban las vejaciones que sufrían cada vez que eran detenidas durante la posguerra: "Les daban aceite de ricino a litros, les cortaban el pelo, las maltrataban y abusaban de ellas". Revive también el día de 1943 cuando "una bruja depauperada" intentó besarla y ella se negó. Era su madre, una republicana enferma y debilitada por las miserias de dos guerras consecutivas -la española y la mun-dial-, que retornaba de Francia gracias a los auspicios de la Cruz Roja Internacional. Volvía para morir. Pero no lo hizo. Se recuperó y en el 45, emocionada con el final de la guerra, marchó de nuevo a Francia con sus dos hijos usando un extraño pasaporte, que sólo le autorizaba a salir de España y no a regresar.
Por la infancia francesa de aquella niña de la guerra que fue Margarita Zornoza pasó Jorge Semprún, amigo de la familia, cuando era Federico González. Tras una nueva mudanza a Venezuela, a los 24 años descubrió que su padre no había desaparecido durante la guerra civil al leer en una revista que triunfaba en la radio y la televisión de Perú. Luciano García había sido uno de los 13 refugiados en la Embajada de Chile en Madrid en 1939, que abandonó hacia el exilio tras la mediación de Pablo Neruda. Margarita Zornoza tardó décadas en reencontrarle pero fue más afortunada que los que perdieron a sus padres.
Los niños, como ella, son también blanco de las bombas y de la propaganda en las guerras totales -y la española lo fue-. La historiadora Verónica Sierra (Guadalajara, 1978) ha rastreado en las vivencias infantiles durante la Guerra Civil y la posguerra en Palabras huérfanas (Taurus). Desmonta de entrada una errónea creencia: los niños soldado no son una anomalía moderna inventada en África. La historiadora recuerda que Garibaldi reclutó menores de entre 12 y 15 años y que Napoleón alistó adolescentes. España también tuvo sus niños soldado: la quinta del biberón, formada por jóvenes alistados con menos de 18 años, diezmada en la batalla del Ebro.
En los tres años del conflicto murieron por diferentes causas 414.000 niños, según cifras de Ramón Salas Larrazábal. Otro grupo herido por la historia fue el de los 30.000 evacuados hacia otros países (Francia, Reino Unido, Bélgica, Suiza, Dinamarca, Rusia y México) para librarse de los horrores bélicos. El hambre era uno de ellos. Eso explica las permanentes referencias a la comida que hacen los niños en las cartas que envían a los familiares que dejaron atrás. Eso explica el gesto de Laura García Pindado, que incluyó migas de pan en una carta desde Rusia dirigida a sus tíos. "Te mando unas miguitas de pan blanco, que en la de mi mamá no me he acordado", anotó en la parte interior del sobre.
Un gesto pueril y solidario que conmovió a la historiadora mientras preparaba el libro, que reconstruye historias de niños a partir de cartas, diarios, cuadernos, redacciones o dibujos. No fue el único que la sobrecogió. Las cartas de súplica firmadas por pequeños que desean averiguar el paradero de sus padres. Algunas de las cuales, según descubrió Sierra, jamás llegaron a su destino.
El 5 de febrero de 1938, Ignacio Ruano escribió: "Apreciable camarada Joaquín Bustos: la presente es para decirle en nombre de un niño español que se halla en Rusia por causa de la guerra de España, tuve que desalojar y llevamos un año en Rusia del cual no he podido hallar el paradero de mis padres, y deseo que ustedes podrán encontrarles. Mi madre se llama Magdalena Pajares. Mi padre Daniel Ruano y un hermano de 16 años, Alejandro Ruano".
La tercera historia que escoge la historiadora es la de una niña evacuada a Francia que se encuentra que la colonia infantil no es tal y escribe a sus padres rogando que la rescaten cuanto antes. Consciente de que eso, con la que está cayendo, tal vez sea una petición imposible, acaba pidiendo papel, lápiz y sellos para, al menos, garantizarse la comunicación con la familia.
Juego de moda: fusilar
El libro de Verónica Sierra refleja también la capacidad infantil para remontar traumas e integrar el horror en su cotidianeidad, como descubrió el general Mola, uno de los sublevados, en agosto de 1936 y anotó en su diario: "Me ha chocado el juego que se llevaban unos chiquillos. Dos de ellos iban con escopetas de juguete. Los demás cogían a otro prisionero y lo conducían ante los armados. Éstos le gritaban al preso: '¡Viva España!, ¡viva España!', y como el preso no contestara (el juego era no contestar), los de las escopetas apuntaban y el pelotón imitaba el fusilamiento". Debió ser un juego de moda porque también lo captó la cámara del fotógrafo Agustí Centelles. La infancia fue además un arma de la guerra propagandística. El Gobierno republicano organizó evacuaciones para poner los niños a salvo y aireó imágenes de escuelas bombardeadas por la aviación franquista. Por parte franquista, la salida de menores se atacó como un "robo" y su vuelta a casa se consideró una acción estratégica, aireada en carteles como el siguiente: "La España rota y roja te arrebató ese hijo. La España de Franco te lo devuelve. Ellos y nosotros cumplimos nuestros designios diversos. Ellos destruyen la familia. Nosotros edificamos la sociedad sobre ella".
Setenta años de la victoria de Franco
TRIBUNA: JULIÁN CASANOVA
Setenta años de la victoria de Franco
JULIÁN CASANOVA 29/03/2009
tomado de http://www.elpais.com/articulo/opinion/Setenta/anos/victoria/Franco/elpepiopi/20090329elpepiopi_5/Tes
Se cumplen ahora 70 años del final de la Guerra Civil, de aquel parte oficial emitido desde el cuartel general de Franco el 1 de abril de 1939 y difundido con la voz del locutor y actor Fernando Fernández de Córdoba.
El fin de la República fue un triunfo de Hitler y una derrota de las democracias europeas
Atrás había quedado una guerra de casi 1.000 días que dejó cicatrices duraderas en la sociedad española. El total de víctimas mortales se aproximó a 600.000, de las cuales 100.000 corresponden a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000 a la violencia en la zona republicana. Medio millón de personas se amontonaban en las prisiones y campos de concentración. El éxodo que emprendió la población vencida dejó también huella. "La retirada", como se conoció a ese gran exilio de 1939, llevó a Francia a unos 450.000 refugiados en el primer trimestre de ese año, de los cuales 170.000 eran mujeres, niños y ancianos. Unos 200.000 volvieron en los meses siguientes, para continuar su calvario en las cárceles de la dictadura franquista.
Franco logró lo que se proponía: una guerra de exterminio y de terror en la que se asesinaba a miles en la retaguardia para que no pudieran levantar cabeza en décadas. Forjado en el africanismo, la contrarrevolución y el anticomunismo, nunca concedió el más mínimo respiro a los vencidos o a sus oponentes. De palabra y de obra. "No sacrificaron nuestros muertos sus preciosas vidas para que nosotros podamos descansar", declaraba en la inauguración del Valle de los Caídos en abril de 1959. Recordar la guerra, siempre en guardia contra el enemigo, no cambiar nada, confiar siempre en esas fuerzas armadas que tan bien habían servido a la nación española, utilizar la religión católica como refugio de su tiranía y crueldad. Ésa era la receta.
Ni Hitler ni Mussolini llegaron al poder por medio de una guerra civil. Ésa fue una gran ventaja que, desde el punto de vista de la política interior, sólo Franco pudo gozar. La guerra actuó como punto de unión entre todos los que prestaron su apoyo al Estado franquista. El Ejército, la Falange, la Iglesia católica, representaban a esos vencedores, y de ellos salieron durante años el alto personal dirigente, las autoridades locales y los fieles siervos de la Administración.
España comenzó los años treinta con una República y acabó la década sumida en una dictadura derechista y autoritaria. Bastaron tres años de guerra para que la sociedad española padeciera una oleada de violencia y de desprecio por la vida del otro sin precedentes. Por mucho que se hable de la violencia que precedió a la Guerra Civil, para tratar de justificar su estallido, está claro que en la historia del siglo XX español hubo un antes y un después del golpe de Estado de julio de 1936. Además, tras el final de la Guerra Civil, en 1939, durante al menos dos décadas no hubo ninguna reconstrucción positiva, tal y como ocurrió en los países de Europa occidental después de 1945.
Cuando empezó la Guerra Civil española, los poderes democráticos estaban intentando a toda costa "apaciguar" a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La República se encontró, por lo tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situación internacional tan favorable a sus intereses. Las dictaduras dominadas por Gobiernos autoritarios de un solo hombre y de un único partido estaban sustituyendo entonces a las democracias en muchos países europeos, y si se exceptúa el caso ruso, todas esas dictaduras salían de las ideas del orden y de la autoridad de la extrema derecha. Seis de las democracias más sólidas del continente fueron invadidas por los nazis al año siguiente de acabar la Guerra Civil. España no era, en consecuencia, una excepción ni el único país donde el discurso del orden y del nacionalismo extremo se imponía al de la democracia y de la revolución.
Las dictaduras que emergieron en Europa en esos años tuvieron que enfrentarse a movimientos de oposición de masas, y para controlarlos necesitaron poner en marcha nuevos instrumentos de terror. Ya no bastaba con la prohibición de partidos políticos, la censura o la negación de los derechos individuales. Un grupo de criminales se hizo con el poder. Y la brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentración. La victoria de Franco fue también una victoria de Hitler y de Mussolini. Y la derrota de la República fue asimismo una derrota para las democracias.
El descubrimiento de esa historia de vencedores y vencidos, de víctimas y verdugos, ha suscitado un agrio debate en la sociedad española en los últimos años. Pese a las miles de páginas escritas por historiadores, que no dejan duda alguna sobre la existencia y definición de esos crímenes políticos, algunos de los mitos fundacionales de la dictadura tienen todavía común aceptación en las opiniones y recuerdos de un amplio sector de la población. En ese conflicto entre diferentes memorias, el proyecto de cambio político y social de la República quedó sepultado en la gran tumba que el franquismo cavó desde abril de 1939. Y ahí sigue arrinconado, 70 años después.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.
Setenta años de la victoria de Franco
JULIÁN CASANOVA 29/03/2009
tomado de http://www.elpais.com/articulo/opinion/Setenta/anos/victoria/Franco/elpepiopi/20090329elpepiopi_5/Tes
Se cumplen ahora 70 años del final de la Guerra Civil, de aquel parte oficial emitido desde el cuartel general de Franco el 1 de abril de 1939 y difundido con la voz del locutor y actor Fernando Fernández de Córdoba.
El fin de la República fue un triunfo de Hitler y una derrota de las democracias europeas
Atrás había quedado una guerra de casi 1.000 días que dejó cicatrices duraderas en la sociedad española. El total de víctimas mortales se aproximó a 600.000, de las cuales 100.000 corresponden a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000 a la violencia en la zona republicana. Medio millón de personas se amontonaban en las prisiones y campos de concentración. El éxodo que emprendió la población vencida dejó también huella. "La retirada", como se conoció a ese gran exilio de 1939, llevó a Francia a unos 450.000 refugiados en el primer trimestre de ese año, de los cuales 170.000 eran mujeres, niños y ancianos. Unos 200.000 volvieron en los meses siguientes, para continuar su calvario en las cárceles de la dictadura franquista.
Franco logró lo que se proponía: una guerra de exterminio y de terror en la que se asesinaba a miles en la retaguardia para que no pudieran levantar cabeza en décadas. Forjado en el africanismo, la contrarrevolución y el anticomunismo, nunca concedió el más mínimo respiro a los vencidos o a sus oponentes. De palabra y de obra. "No sacrificaron nuestros muertos sus preciosas vidas para que nosotros podamos descansar", declaraba en la inauguración del Valle de los Caídos en abril de 1959. Recordar la guerra, siempre en guardia contra el enemigo, no cambiar nada, confiar siempre en esas fuerzas armadas que tan bien habían servido a la nación española, utilizar la religión católica como refugio de su tiranía y crueldad. Ésa era la receta.
Ni Hitler ni Mussolini llegaron al poder por medio de una guerra civil. Ésa fue una gran ventaja que, desde el punto de vista de la política interior, sólo Franco pudo gozar. La guerra actuó como punto de unión entre todos los que prestaron su apoyo al Estado franquista. El Ejército, la Falange, la Iglesia católica, representaban a esos vencedores, y de ellos salieron durante años el alto personal dirigente, las autoridades locales y los fieles siervos de la Administración.
España comenzó los años treinta con una República y acabó la década sumida en una dictadura derechista y autoritaria. Bastaron tres años de guerra para que la sociedad española padeciera una oleada de violencia y de desprecio por la vida del otro sin precedentes. Por mucho que se hable de la violencia que precedió a la Guerra Civil, para tratar de justificar su estallido, está claro que en la historia del siglo XX español hubo un antes y un después del golpe de Estado de julio de 1936. Además, tras el final de la Guerra Civil, en 1939, durante al menos dos décadas no hubo ninguna reconstrucción positiva, tal y como ocurrió en los países de Europa occidental después de 1945.
Cuando empezó la Guerra Civil española, los poderes democráticos estaban intentando a toda costa "apaciguar" a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La República se encontró, por lo tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situación internacional tan favorable a sus intereses. Las dictaduras dominadas por Gobiernos autoritarios de un solo hombre y de un único partido estaban sustituyendo entonces a las democracias en muchos países europeos, y si se exceptúa el caso ruso, todas esas dictaduras salían de las ideas del orden y de la autoridad de la extrema derecha. Seis de las democracias más sólidas del continente fueron invadidas por los nazis al año siguiente de acabar la Guerra Civil. España no era, en consecuencia, una excepción ni el único país donde el discurso del orden y del nacionalismo extremo se imponía al de la democracia y de la revolución.
Las dictaduras que emergieron en Europa en esos años tuvieron que enfrentarse a movimientos de oposición de masas, y para controlarlos necesitaron poner en marcha nuevos instrumentos de terror. Ya no bastaba con la prohibición de partidos políticos, la censura o la negación de los derechos individuales. Un grupo de criminales se hizo con el poder. Y la brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentración. La victoria de Franco fue también una victoria de Hitler y de Mussolini. Y la derrota de la República fue asimismo una derrota para las democracias.
El descubrimiento de esa historia de vencedores y vencidos, de víctimas y verdugos, ha suscitado un agrio debate en la sociedad española en los últimos años. Pese a las miles de páginas escritas por historiadores, que no dejan duda alguna sobre la existencia y definición de esos crímenes políticos, algunos de los mitos fundacionales de la dictadura tienen todavía común aceptación en las opiniones y recuerdos de un amplio sector de la población. En ese conflicto entre diferentes memorias, el proyecto de cambio político y social de la República quedó sepultado en la gran tumba que el franquismo cavó desde abril de 1939. Y ahí sigue arrinconado, 70 años después.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.
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Moriscos, la historia incómoda
TRIBUNA: JUAN GOYTISOLO
Moriscos, la historia incómoda
La España oficial y académica evita abordar el cuarto centenario de uno de los hechos más ominosos de nuestra historia: la expulsión en 1609 de cientos de miles de compatriotas de antecedentes musulmanes
JUAN GOYTISOLO 15/03/2009
Tomado de http://www.elpais.com/articulo/opinion/Moriscos/historia/incomoda/elpepiopi/20090315elpepiopi_14/Tes
Esclavitud, exterminio, castración o destierro eran las alternativas estudiadas para los moriscos
Con el personaje de Ricote, Cervantes dio voz a la España que pedía libertad de conciencia
En el pasado de todos los países alternan los episodios embarazosos y los que son motivo de patriótica exaltación. El cuarto centenario de la expulsión de los moriscos en el reinado de Felipe III se incluye, como es obvio, entre los mencionados en primer lugar. Fuera de la fundación El Legado Andalusí y de los historiadores convocados por éste el próximo mes de mayo, la España oficial y académica se ha encastillado en un precavido silencio que revela su manifiesta incomodidad.
Lo acaecido de 1609 a 1614 es desde luego poco glorioso y constituye el primer precedente europeo de las limpiezas étnicas más o menos sangrientas del pasado siglo. Las medidas "profilácticas" recetadas por el duque de Lerma con el apoyo decisivo de la jerarquía eclesiástica encabezada por el patriarca Ribera, fueron objeto de un largo, incierto y controvertido debate político-religioso cuyas etapas, aunque sea a vuela pluma, conviene recordar: 1499, conversión forzosa de los granadinos por el cardenal Cisneros; 1501-02, pragmática del mismo dando a elegir a los musulmanes del reino de Castilla entre el exilio y la conversión: los mudéjares del Medioevo pasaron a ser así, pura, y simplemente, moriscos; 1516, se les fuerza a abandonar su vestimenta y costumbres, aunque la medida queda en suspenso por espacio de diez años; 1525-26, conversión por edicto de los de Aragón y Valencia; 1562, una junta compuesta de eclesiásticos, juristas y miembros del Santo Oficio prohíbe a los granadinos el uso de la lengua árabe; 1569-70, rebelión de la Alpujarra y guerras de Granada... A partir del aplastamiento de los moriscos y de la ejecución de Aben Humeya, la política de Felipe II consistió en dispersar a los granadinos y en reasentarlos en Castilla, Murcia y Extremadura, lejos de las costas meridionales y de las posibles incursiones turcas.
Tantas vacilaciones y cambios de rumbo reflejaban las contradicciones existentes entre una jerarquía eclesiástica muy poco respetuosa de la ética universal cristiana y los intereses de una parte de la nobleza peninsular, para la que la expulsión de quienes trabajaban sus tierras significaba la ruina de la agricultura. Como sabemos por la historiografía desde fines del siglo XIX, la cruzada político-religiosa fue objeto entre bastidores de una áspera controversia. Mientras algunos se oponían a la expulsión y predicaban el catecumenado y la asimilación gradual, los elementos más duros del episcopado se decantaban por propuestas más contundentes: la esclavitud, el exterminio colectivo o la castración de todos los, varones y su deportación a la isla de los Bacalaos, esto es, a Terranova. Al destierro a la más cercana orilla africana, sostenido por la mayoría de los miembros del Consejo de Estado, un santo obispo opuso una argumentación impecable: puesto que el llegar a Argel o a Marruecos, los moriscos renegarían de la fe cristiana, lo más caritativo sería embarcarles en naves desfondadas a fin de que naufragaran durante el trayecto y salvaran sus almas.
En el debate que enfrentó durante décadas a -perdóneseme el anacronismo- palomas y halcones, éstos contaron con la pluma elocuente de propagandistas como fray Jaime de Bleda, González de Cellorigo, fray Marcos de Guadalajara y, sobre todo, de Pedro Aznar de Cardona, para quien la expulsión cerraba definitivamente el largo e ignominioso paréntesis abierto por la invasión de 711: la católica España lo sería, por obra de Lerma y del Tercer Filipo, sin excepción alguna. Junto a los alegatos de índole religiosa, se esgrimían otros de orden demográfico: el peligro que suponía el gran crecimiento de la población morisca en abrupto contraste con el estancamiento o caída del de los cristianos viejos en razón del celibato eclesiástico, la enclaustración femenina en los conventos, las guerras de Flandes y la emigración a América. Dicha argumentación, resucitada hoy por los ultras de la identidad europea, fue irónicamente resumida por el Berganza cervantino en el Coloquio de los perros.
El problema morisco y la terapéutica radical del mismo han sido objeto de numerosos y bien documentados estudios en el último medio siglo por historiadores tan diversos como Américo Castro, Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Mercedes García-Arenal, Bernard Vincent, Louis Cardaillac, Márquez Villanueva y un largo etcétera. Gracias a ellos, conocemos las reflexiones que hoy denominaríamos cívicas de quienes se opusieron al bando de expulsión de hace cuatro siglos. Muy significativamente, la mayoría de ellos formaba parte de la, no por desdibujada menos visible, comunidad de cristianos nuevos de origen judío, cuya defensa de la asimilación de los moriscos era asimismo un alegato pro domo, en la medida en que contradecía e impugnaba los muy poco cristianos estatutos de limpieza de sangre. La reivindicación del comercio, del trabajo y del mérito frente a la "negra honra" de los cristianos viejos, apuntaba al objetivo de detener la ya perceptible decadencia española y las largas "vacaciones históricas" que se prolongarían por espacio de dos siglos, hasta las Cortes de Cádiz, pese a las políticas más sensatas de Olivares y de los ministros ilustrados del XVIII. González de Cellorigo, cuyo memorial dirigido al monarca -De la política necesaria y útil restauración de la república de España- condensa en el título su contenido regeneracionista, y la excelente Historia de la rebelión y castigo de los moriscos, de Luis de Mármol y Carvajal -evocadora de una tragedia humana que hubiera podido evitarse con planteamientos más pragmáticos-, se ajustan a la corriente del pensamiento erasmista al que se adscribían los partidarios de una modernización de la ensimismada sociedad hispana.
En una obra de próxima publicación y que acabo de leer por gentileza de su autor -Moros, moriscos y turcos en Cervantes-, Francisco Márquez Villanueva analiza con su habitual competencia los escritos, en su mayoría inéditos, del humanista Pedro de Valencia, discípulo y testamentario del hebraísta Benito Arias Montano. Su Tratado acerca de los moriscos de España, desconocido hasta su publicación en 1979, y que no llegó a mis manos sino en fecha reciente, quizá sea, visto con la perspectiva del tiempo, la defensa mejor razonada de la causa de los expulsos. Judeoconverso, como Arias Montano, y enemigo de la escolástica y de la ideología tridentina, denuncia con energía "el agravio que se les hace (a los moriscos) en privarlos de sus tierras y en no tratarlos con igualdad de honra y estimación con los demás ciudadanos y naturales". Como fray Luis de León (recuérdese lo "de generaciones de afrenta que nunca se acaba"), Pedro de Valencia se alza contra los estatutos del cardenal Siliceo y propugna una política de matrimonios mixtos de moriscos y cristianos viejos para "persuadir a los ciudadanos de la república, que todos son hermanos de un linaje y de una sangre".
El espectáculo de decenas de millares de mujeres y hombres bautizados a quienes se separaba de sus hijos mientras imploraban misericordia a Dios y al rey y proclamaban en vano su voluntad de permanecer en su patria, resultaba para algunos cristianos sinceros difícil de soportar. Las condiciones brutales de la expulsión y las matanzas llevadas a cabo de quienes huían de ella fueron acogidas con tristeza y compasión por una minoría pensante, y con clamores de odio y con vítores por aquellos que, como Gaspar de Aguilar, las convirtieron en cantares de gesta.
La mayoría de los moriscos se refugiaron, con muy diversa fortuna, en el Magreb, y los naturales de Hornachos crearon en Marruecos la llamada república de Salé, con la esperanza ilusoria de congraciarse con el rey y retornar algún día a España. Los del Valle de Ricote fueron autorizados a emigrar voluntariamente durante un lapso de cuatro años por la frontera francesa y a dirigir sus pasos a otros países europeos. Aunque totalmente asimilados, el favorito de Felipe III firmó, sin que le temblara el pulso, su orden de destierro colectivo en 1614. El episodio del morisco Ricote -el encuentro con su paisano Sancho Panza- en la Segunda Parte del Quijote, permitió a Cervantes, maestro en el arte de la astucia, recoger la voz de quienes fueron víctimas, de tan salvaje atropello.
"Salí -dice el morisco- de nuestro pueblo, entré en Francia y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia".
¡Libertad de conciencia! De refilón, y como quien no quiere la cosa, el autor del Quijote pone el dedo en la llaga. Los despiertos centinelas del Santo Oficio eran todo oídos pero a buen relector sobran más palabras.
Juan Goytisolo es escritor.
Moriscos, la historia incómoda
La España oficial y académica evita abordar el cuarto centenario de uno de los hechos más ominosos de nuestra historia: la expulsión en 1609 de cientos de miles de compatriotas de antecedentes musulmanes
JUAN GOYTISOLO 15/03/2009
Tomado de http://www.elpais.com/articulo/opinion/Moriscos/historia/incomoda/elpepiopi/20090315elpepiopi_14/Tes
Esclavitud, exterminio, castración o destierro eran las alternativas estudiadas para los moriscos
Con el personaje de Ricote, Cervantes dio voz a la España que pedía libertad de conciencia
En el pasado de todos los países alternan los episodios embarazosos y los que son motivo de patriótica exaltación. El cuarto centenario de la expulsión de los moriscos en el reinado de Felipe III se incluye, como es obvio, entre los mencionados en primer lugar. Fuera de la fundación El Legado Andalusí y de los historiadores convocados por éste el próximo mes de mayo, la España oficial y académica se ha encastillado en un precavido silencio que revela su manifiesta incomodidad.
Lo acaecido de 1609 a 1614 es desde luego poco glorioso y constituye el primer precedente europeo de las limpiezas étnicas más o menos sangrientas del pasado siglo. Las medidas "profilácticas" recetadas por el duque de Lerma con el apoyo decisivo de la jerarquía eclesiástica encabezada por el patriarca Ribera, fueron objeto de un largo, incierto y controvertido debate político-religioso cuyas etapas, aunque sea a vuela pluma, conviene recordar: 1499, conversión forzosa de los granadinos por el cardenal Cisneros; 1501-02, pragmática del mismo dando a elegir a los musulmanes del reino de Castilla entre el exilio y la conversión: los mudéjares del Medioevo pasaron a ser así, pura, y simplemente, moriscos; 1516, se les fuerza a abandonar su vestimenta y costumbres, aunque la medida queda en suspenso por espacio de diez años; 1525-26, conversión por edicto de los de Aragón y Valencia; 1562, una junta compuesta de eclesiásticos, juristas y miembros del Santo Oficio prohíbe a los granadinos el uso de la lengua árabe; 1569-70, rebelión de la Alpujarra y guerras de Granada... A partir del aplastamiento de los moriscos y de la ejecución de Aben Humeya, la política de Felipe II consistió en dispersar a los granadinos y en reasentarlos en Castilla, Murcia y Extremadura, lejos de las costas meridionales y de las posibles incursiones turcas.
Tantas vacilaciones y cambios de rumbo reflejaban las contradicciones existentes entre una jerarquía eclesiástica muy poco respetuosa de la ética universal cristiana y los intereses de una parte de la nobleza peninsular, para la que la expulsión de quienes trabajaban sus tierras significaba la ruina de la agricultura. Como sabemos por la historiografía desde fines del siglo XIX, la cruzada político-religiosa fue objeto entre bastidores de una áspera controversia. Mientras algunos se oponían a la expulsión y predicaban el catecumenado y la asimilación gradual, los elementos más duros del episcopado se decantaban por propuestas más contundentes: la esclavitud, el exterminio colectivo o la castración de todos los, varones y su deportación a la isla de los Bacalaos, esto es, a Terranova. Al destierro a la más cercana orilla africana, sostenido por la mayoría de los miembros del Consejo de Estado, un santo obispo opuso una argumentación impecable: puesto que el llegar a Argel o a Marruecos, los moriscos renegarían de la fe cristiana, lo más caritativo sería embarcarles en naves desfondadas a fin de que naufragaran durante el trayecto y salvaran sus almas.
En el debate que enfrentó durante décadas a -perdóneseme el anacronismo- palomas y halcones, éstos contaron con la pluma elocuente de propagandistas como fray Jaime de Bleda, González de Cellorigo, fray Marcos de Guadalajara y, sobre todo, de Pedro Aznar de Cardona, para quien la expulsión cerraba definitivamente el largo e ignominioso paréntesis abierto por la invasión de 711: la católica España lo sería, por obra de Lerma y del Tercer Filipo, sin excepción alguna. Junto a los alegatos de índole religiosa, se esgrimían otros de orden demográfico: el peligro que suponía el gran crecimiento de la población morisca en abrupto contraste con el estancamiento o caída del de los cristianos viejos en razón del celibato eclesiástico, la enclaustración femenina en los conventos, las guerras de Flandes y la emigración a América. Dicha argumentación, resucitada hoy por los ultras de la identidad europea, fue irónicamente resumida por el Berganza cervantino en el Coloquio de los perros.
El problema morisco y la terapéutica radical del mismo han sido objeto de numerosos y bien documentados estudios en el último medio siglo por historiadores tan diversos como Américo Castro, Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Mercedes García-Arenal, Bernard Vincent, Louis Cardaillac, Márquez Villanueva y un largo etcétera. Gracias a ellos, conocemos las reflexiones que hoy denominaríamos cívicas de quienes se opusieron al bando de expulsión de hace cuatro siglos. Muy significativamente, la mayoría de ellos formaba parte de la, no por desdibujada menos visible, comunidad de cristianos nuevos de origen judío, cuya defensa de la asimilación de los moriscos era asimismo un alegato pro domo, en la medida en que contradecía e impugnaba los muy poco cristianos estatutos de limpieza de sangre. La reivindicación del comercio, del trabajo y del mérito frente a la "negra honra" de los cristianos viejos, apuntaba al objetivo de detener la ya perceptible decadencia española y las largas "vacaciones históricas" que se prolongarían por espacio de dos siglos, hasta las Cortes de Cádiz, pese a las políticas más sensatas de Olivares y de los ministros ilustrados del XVIII. González de Cellorigo, cuyo memorial dirigido al monarca -De la política necesaria y útil restauración de la república de España- condensa en el título su contenido regeneracionista, y la excelente Historia de la rebelión y castigo de los moriscos, de Luis de Mármol y Carvajal -evocadora de una tragedia humana que hubiera podido evitarse con planteamientos más pragmáticos-, se ajustan a la corriente del pensamiento erasmista al que se adscribían los partidarios de una modernización de la ensimismada sociedad hispana.
En una obra de próxima publicación y que acabo de leer por gentileza de su autor -Moros, moriscos y turcos en Cervantes-, Francisco Márquez Villanueva analiza con su habitual competencia los escritos, en su mayoría inéditos, del humanista Pedro de Valencia, discípulo y testamentario del hebraísta Benito Arias Montano. Su Tratado acerca de los moriscos de España, desconocido hasta su publicación en 1979, y que no llegó a mis manos sino en fecha reciente, quizá sea, visto con la perspectiva del tiempo, la defensa mejor razonada de la causa de los expulsos. Judeoconverso, como Arias Montano, y enemigo de la escolástica y de la ideología tridentina, denuncia con energía "el agravio que se les hace (a los moriscos) en privarlos de sus tierras y en no tratarlos con igualdad de honra y estimación con los demás ciudadanos y naturales". Como fray Luis de León (recuérdese lo "de generaciones de afrenta que nunca se acaba"), Pedro de Valencia se alza contra los estatutos del cardenal Siliceo y propugna una política de matrimonios mixtos de moriscos y cristianos viejos para "persuadir a los ciudadanos de la república, que todos son hermanos de un linaje y de una sangre".
El espectáculo de decenas de millares de mujeres y hombres bautizados a quienes se separaba de sus hijos mientras imploraban misericordia a Dios y al rey y proclamaban en vano su voluntad de permanecer en su patria, resultaba para algunos cristianos sinceros difícil de soportar. Las condiciones brutales de la expulsión y las matanzas llevadas a cabo de quienes huían de ella fueron acogidas con tristeza y compasión por una minoría pensante, y con clamores de odio y con vítores por aquellos que, como Gaspar de Aguilar, las convirtieron en cantares de gesta.
La mayoría de los moriscos se refugiaron, con muy diversa fortuna, en el Magreb, y los naturales de Hornachos crearon en Marruecos la llamada república de Salé, con la esperanza ilusoria de congraciarse con el rey y retornar algún día a España. Los del Valle de Ricote fueron autorizados a emigrar voluntariamente durante un lapso de cuatro años por la frontera francesa y a dirigir sus pasos a otros países europeos. Aunque totalmente asimilados, el favorito de Felipe III firmó, sin que le temblara el pulso, su orden de destierro colectivo en 1614. El episodio del morisco Ricote -el encuentro con su paisano Sancho Panza- en la Segunda Parte del Quijote, permitió a Cervantes, maestro en el arte de la astucia, recoger la voz de quienes fueron víctimas, de tan salvaje atropello.
"Salí -dice el morisco- de nuestro pueblo, entré en Francia y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia".
¡Libertad de conciencia! De refilón, y como quien no quiere la cosa, el autor del Quijote pone el dedo en la llaga. Los despiertos centinelas del Santo Oficio eran todo oídos pero a buen relector sobran más palabras.
Juan Goytisolo es escritor.
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Memoria histórica ‘on line’ en Alemania: testimonios de casi 600 trabajadores forzados en el nazismo
Domingo, 29 de marzo de 2009 - 21:26 h
Memoria histórica ‘on line’ en Alemania
Un archivo en internet reúne los testimonios de casi 600 trabajadores forzados en el nazismo Una rosa en el lugar en el que se eregirá el monumento a los gitanos exterminados por el nazismo, en Berlín / Foto: EFEPaola Álvarez / Berlín28/03/2009 | 21:45 h. (actualizado a las 22:54 h.)
Reinhard F. tenía 14 años cuando le obligaron a dejar la escuela y le enviaron a hacer trabajos forzados en una granja. Era 1937, los nazis estaban en el poder y las familias sinti, los gitanos como él, no tenían muchas alternativas. Setenta años después, aún se indigna al recordar los malos tratos a los que le sometían los miembros de las Juventudes Hitlerianas.
Tomado de http://www.xornal.com/artigo/2009/03/28/mundo/memoria-historica-on-line-alemania/2009032821453843095.html
“Un grupo de unos 20 o 30 me vio un día cuando iba a hacer un recado. Eché a correr por la explanada donde estaban las vacas, pero me atraparon. Como no me podían pegar todos a la vez, se iban turnando en grupos de tres o cuatro. No sé cuánto tiempo estuvieron así. Me agoté incluso de gritar”, relata Reinhard con la calma que otorga la resignación, hasta que pierde los nervios por un momento: “Eran chicos de mi edad, tenían mi edad los que me hicieron eso. Y aún tengo que ver en televisión a políticos que aseguran que no tuvieron nada que ver con la guerra, que eran muy jóvenes y solo estuvieron afiliados a las Juventudes Hitlerianas. Bien, pues ellos también eran de los peores”, dice enojado. Tras los malos tratos en la granja, Reinhard aún vivió lo peor. Trasladado de prisión en prisión desde 1941, al entonces joven sinti le enviaron a los campos de concentración de Auschwitz, Monowitz, Riedeltau, Blechhammer y Mauthausen, donde fue liberado en 1945. Después, una historia de emigración constante, la de un apátrida inhabilitado para trabajar en busca de una vida.
Más de 2.000 horas
La historia de Reinhard es una entre doce millones. Esa es la cifra oficial de trabajadores forzados registrados durante los años del nacionalsocialismo alemán. Más allá de los tristemente conocidos trabajos en los campos de concentración, también se les empleó en empresas –pequeñas, medianas y grandes–, en el campo y hasta como sirvientes particulares de personalidades. Después de décadas de esfuerzo e investigación, el Museo de Historia de Berlín y la Universidad Humboldt, en colaboración con decenas de instituciones de otros países, han elaborado un archivo on line con la historia oral de casi 600 de estas víctimas de los nazis. Son más de 2.000 horas de testimonios, 35.000 páginas de historias recogidas en 25 idiomas. Vídeos, fotos, biografías y documentos permiten constatar que la discriminación por parte de los pupilos de Hitler no tenía límite, igual que su barbarie. A través de las 590 entrevistas, realizadas entre el 2005 y el 2006, conocemos trayectorias como la de la bielorrusa Anna P., que con 14 años vio cómo los nazis se llevaban a todos los jóvenes de su pueblo, incluidas ella y su hermana, enviadas a una granja en Austria. O la de la ucraniana Iwanowna B., obligada a trabajar en lugares tan dispares como una fábrica de cosméticos y otra de armamento, o incluso la del novelista y exministro de Cultura Jorge Semprún, quien tras haberse unido a la resistencia francesa fue capturado en 1943 y enviado al campo de concentración de Buchenwald.
Recuerdo conjunto y común
“Para los que fuimos trabajadores forzados es importante que este archivo de testigos no haga diferencias ni establezca una jerarquización de víctimas entre judíos y no judíos, entre polacos, checos, ucranianos, rusos, italianos... Todos ellos representan el sistema de trabajos forzados alemán y son ejemplo de las historias de sufrimiento y supervivencia que conforman un recuerdo conjunto y común”, asegura Felix Kolmer, testigo directo y vicepresidente del Comité Internacional de Auschwitz.
Al archivo on line en su totalidad (al que se accede a través de la página www.zwangsarbeit_archiv.de ) solo tienen acceso docentes y estudiantes universitarios que trabajen en el tema, aunque se hacen excepciones con personas que puedan tener un interés especial en conocer las historias, bien porque les hayan tocado de cerca, bien porque crean necesario acercarse a ellas. Y además, con todo el material se elabora un DVD que se venderá al público el próximo otoño. “Al fin y al cabo, además de una ayuda al análisis histórico, la intención del proyecto es contar la historia de las personas que sufrieron ese martirio”, explican sus responsables. Son historias que han estado ocultas demasiado tiempo y que este archivo pretende poner ahora a disposición de todos los que estén interesados en escucharlas. Para que las voces y las caras de sus protagonistas no se pierdan entre las páginas de los libros de historia.
viernes, marzo 20, 2009
Entrevista a Theotonio Dos Santos, economista e investigador brasileño
El Neoliberalismo está en proceso de decadencia, pero todavía es difícil enterrarlo
Yásser Gómez
sangreenlasideas.blogspot.com
Tomado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=82528
Theotonio Dos Santos es economista e investigador brasileño. Profesor de la Universidad Federal Fluminense. Presidente de la Cátedra y Red UNESCO y Universidad de las Naciones Unidas sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible e integrante de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. Estuvo en Lima, donde clausuró un seminario sobre los 80 años de la publicación del libro Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana de José Carlos Mariátegui. Era necesario conocer la opinión del destacado intelectual brasileño, cuando el mundo sufre una de las más grandes crisis financieras de la historia. Por eso, lo entrevistamos al día siguiente del seminario. Theotonio nos recibió en su casa, ubicada en un barrio de clase media al sur de Lima.
- Esta crisis mundial provocada por los especuladores financieros del Wall Street ¿Significa el fin del Neoliberalismo o sólo es un traspiés de esta fase del capitalismo?
- Es un golpe muy profundo al Neoliberalismo, porque demuestra claramente, que la idea del Estado mínimo, del equilibrio fiscal, monetario, cambiario no tiene ninguna vigencia. La verdad es que, en el funcionamiento concreto de la economía capitalista contemporánea está basada en los grandes monopolios y en la fuerte intervención estatal, el capitalismo estatal, no hay espacio para una doctrina de Estado mínimo y de vuelta a un ideal de libre mercado que nunca existió, ni tiene la posibilidad de existir. Entonces, todo eso compromete muy profundamente al Neoliberalismo como ideología, porque como ciencia nunca tuvo realmente ninguna calidad científica. Está en proceso de decadencia, pero todavía es difícil enterrarlo, porque el gran capital y los políticos se han comprometido con estos ideales -si se les puede llamar así- neoliberales. Y hay una búsqueda de garantizar un libre mercado, que en el fondo es mucho más, no tanto una política de libre mercado, pero sí un intento de salvar lo máximo posible al sector privado y particularmente al sector financiero. Todavía hay una política fuerte en esa dirección, el gobierno de los EE.UU. está entregando recursos colosales al sector bancario a nombre de que el Estado no debe asumir el control completo de la situación, sino que simplemente apoyar al propio sector financiero que es el culpable de todo esto. Ahora mismo existe una discusión grande sobre como los bancos norteamericanos van a utilizar los recursos y por qué los bancos deben recibirlos y que hacer con estos. Entonces, todos estos recursos gigantescos que se están invirtiendo para mantener liquidez en los EE.UU., terminan en manos del sector financiero privado, que pasa a una etapa superior de capital monopólico. Los cinco mayores bancos controlan la mitad del movimiento interbancario mundial y ahora van a fortalecerse mucho como potencias oligopólicas, además han quebrado gran parte de los más importantes bancos.
Y tienen que quebrar, porque el sector financiero existente en el mundo, se ha generado en función de la especulación y por lo tanto no corresponde a ningún valor efectivo. Estos activos tan grandes no existen. Es una situación absurda, inflacionaria, porque todo lo que se produce en el sector productivo se pasa al sector financiero y por lo tanto, la gente que vive de ese sector -que es una gente inútil para la sociedad en general- son los que manejan estos falso activos. Eso tiene que ser reajustado para que se pueda volver a una etapa de crecimiento significativo. Desgraciadamente la acción del Estado, es en el sentido de conservar estos activos falsos. Y la sociedad se amaga a contribuir para que esos activos falsos continúen existiendo.
- ¿Cuál es la influencia económica que tiene China sobre los EE.UU.?
- De esta crisis China va a salir como una potencia mundial mucho más fuerte, primero porque ella tiene liquidez. En una situación donde no hay liquidez, es evidente que tiene un poder muy grande al ofrecer liquidez para los sectores que les parezca interesante. Hasta ahora no ha entregado su liquidez al gobierno norteamericano, sino que está buscando aprovecharse de la situación para comprar empresas, para fortalecerse dentro del sistema financiero internacional. Creo que con eso va a salir de la crisis como un poder financiero muy grande. El hecho de que tenga alrededor de unos 600 mil millones de dólares de activos en bonos norteamericanos, son reservas. Claro le da también un poder muy grande en los EE.UU.. El gobierno norteamericano depende mucho de China en este momento, en el sector financiero además del aspecto comercial. China va a usar esto para tener un rol más importante en las instituciones internacionales. En este momento el gobierno de China está empezando a tomar medidas en ese sentido y esta realmente hablando de una reestructuración del sistema financiero mundial con un rol creciente de China y del grupo conocido como los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) además de otros centros y polos de poder mundial.
Se refuerza mucho como poder asiático, que es la versión más dinámica del mundo hoy. Japón profundiza sus crisis, mientras China se desarrolla. La moneda china tiene una perspectiva muy superior a la moneda japonesa, porque está muy devaluada. Entonces la gente sabe que es una moneda que sólo puede valorizarse y por lo tanto hay una preferencia por el yuan muy grande. La situación de China es de una potencia en ascenso, entre otras cosas como resultado de la crisis.
- ¿Qué significa el Banco del Sur como propuesta financiera antihegemónica? ¿Qué hubiese sucedido si este banco estaría consolidado hoy?
- Si hubiéramos avanzado más en el Banco del Sur ya estuviésemos operando, sería una circunstancia muy favorable, porque con estos recursos como quería y quiere el gobierno de Venezuela. Usar gran parte de las reservas como capital del Banco del Sur, pero hay resistencias, por lo menos de parte de Brasil y de otros países de utilizar las reservas. Sólo quieren mantener dentro de los capitales básicos puestos por ellos, que da una suma de unos 10 mil millones de dólares. Pero, si nosotros pudiéramos tomar de las reservas, aunque sea un 10 por ciento, podríamos operar con unos 30 mil millones de dólares. Y eso le daría al Banco del Sur una condición de intervenir en esta crisis con mucha fuerza, garantizar liquidez para casi toda la región con 30 mil millones de dólares de préstamos se estaría fortaleciendo mucho la liquidez de la región y dirigida a inversiones del sector social, infraestructura y a sectores que son estratégicas en este momento. Pero desgraciadamente las negociaciones son lentas, los bancos centrales están en contra, están aceptando eso porque los gobiernos están peleando, aunque hay mucho miedo de operar con mayor autonomía. Hay una debilidad histórica de nuestra clase dominante, porque son clases dominantes, dominadas, dependientes, subordinadas, enajenadas y ellos continúan dominando nuestro sistema financiero, nuestros bancos centrales, que son los que residen realmente la utilización de los grandes recursos de la nación. Lamentablemente no se ha podido avanzar en el Banco del Sur, sino estaríamos con un poder de negociación muy fuerte.
Se está avanzando a paso lento y en unos tres años el banco estará operando con un cierto rigor y la propia dinámica del banco va a empujar a que se disponga más recursos. Entonces, hay una dinámica pero inferior a la que debería haber, por falta de voluntad política de gran parte de nuestros gobiernos.
- En Venezuela además de la extracción de importantes yacimientos de hidrocarburos ¿Hay algún avance respecto a la industrialización, para que dejen de ser un exportador de materias primas? Sobre todo hoy que el precio internacional del petróleo ha bajado bruscamente.
- En cuanto a la sustitución de una economía rentista del petróleo por una economía productiva, hay un esfuerzo muy grande en esa dirección. En el sector alimentario que ha desarrollado un plan de seguridad alimentaria bastante fuerte, en infraestructuras como el acero, también un desarrollo grande de las refinerías e industrialización del petróleo y otras inversiones en sectores básicos de economía pesada. El gobierno venezolano está nacionalizando gran parte de ese sector y articulando dentro de un cierto grado de planeamiento. Pero algunos ejemplo: Venezuela compraba leche y productos lácteos, en este momento está atendiendo su mercado interno e incluso ya se inició la exportación de estos productos, que es una fuente fundamental alimentaria para la población. Carne también se está patrocinando un desarrollo importante del ganado y maíz, se está aproximando de una situación de compra solamente de Venezuela e incluso se pretende exportar. Es algo absurdo que países como Venezuela o México tengan que importar maíz, que deberían ser exportadores. Pero como el maíz es subsidiado por el gobierno norteamericano casi en un 50%, es poco competitivo producir maíz, pero como están usando mucho maíz para producir combustible, eso está ejerciendo cierta presión sobre el precio del maíz, independientemente del hecho que está subsidiado.
Además el maíz es un absurdo como fuente de energía, porque gasta alrededor de 70% de la energía que crea, entonces, sólo logra producir 30 % de energía, es algo absurdo.
Son diversos los productos que Venezuela tiene una política para crear una producción nacional en el sector alimentario, en el sector de infraestructura y también en otros niveles de consumo. Como es el caso de las refinerías que producen un tipo de producto que usa la petroquímica, que es de consumo de clase media en general. Se está avanzando mucho en la política de conversión de Venezuela en un país productivo.
- ¿Se debe definir a los gobiernos progresistas de América Latina como regímenes neoliberales con rostro humano? ¿Existe un proyecto alternativo estructural en lo económico y productivo?
- Gran parte de los esfuerzos que los países están haciendo se está orientando más para tener una cierta independencia económica. En el caso de Venezuela hay muchas propuestas y experiencias socializantes a nivel productivo. Como la creación de las empresas sociales, en que la idea del planeamiento de la actividad y concepción de la empresa, parten de una visión solidaria y no de mercado. Esto se está aplicando en sectores significativos. En el caso del maíz, para generar una fuerte producción nacional del maíz, no se puede aceptar las condiciones del mercado internacional, porque con ese subsidio tan fuerte se hace poco viable tener un desarrollo del maíz y de sus derivados a nivel nacional. Entonces ahí se toma una decisión por razones de alimentación para el pueblo.
Se está haciendo una política muy grande de revalorización de los productos de la región, de las formas de alimentación basada en los productos regionales, porque es una cuestión cultural muy importante.
Y en las comunas donde existe una actividad muy fuerte se está desarrollando un concepto de planeamiento realizado por los integrantes de la comuna. Eso está muy avanzado, hay comunas en todo el país, hay millares de consejos comunales que están practicando un planeamiento de sus actividades frente a un gran sistema de financiamiento que tiene el gobierno venezolano. Las comunas están en un nivel de planeamiento casi óptimo -digamos- desde el punto de vista de su capacidad de gestión. Lo que ellos quieren y pueden hacerlo porque tienen financiamiento estatal del banco comunal, préstamos a fondo perdido. Entonces, los Consejos Comunales están planteando la reestructuración de la vida de la gente.
Los Consejos Comunales están a niveles locales 8 a 10 conforman una comunidad más amplia con un planeamiento que ellos mismos producen, claro que el Estado ayuda mucho en el nivel de concepción de cómo debe ser. Pero son ellos los que proponen y deciden los proyectos. Están hechos con la experiencia que la gente está acumulando de cómo hacer la gestión de la vida de la comunidad. Y mucha gente joven está en la dirección de las comunas con una visión muy amplia de cuáles son los aspectos estratégicos que deben ser atacados.
Esta es una experiencia de gran profundidad socializante porque camina hacia una democracia participativa. Respecto a este proceso se han creado leyes menores (no constitucionales) que lo consolidan. Por ejemplo, el rol de las nacionalidades y comunidades indígenas en Bolivia, Ecuador es una propuesta. En Bolivia tiene una dinámica más fuerte y en toda la región existe un movimiento de abajo hacia arriba en el sentido de consolidar una acción local muy grande.
La revolución cubana también tiene mucha experiencia en ese campo, los poderes locales en Cuba tienen mucha influencia en el aspecto económico, social y cultural. Hay una inversión muy fuerte en lo que se llama recursos humanos, es decir que se está formando gente en acción técnica y cultural a nivel local muy fuerte. Hoy casi todas las ciudades cubanas tienen universidades y también es la meta de Venezuela. Y llegar a las comunas. Esto permite una gran formación de recursos humanos.
- ¿Ha habido progresos en el Mercosur en cuanto a la integración económica?
- Se ha avanzado mucho. Te doy un ejemplo claro. Hace veinte años las exportaciones de Brasil para América Latina equivalían al 5% hoy es de 23%. Eso demuestra como la dinámica del comercio ha aumentado mucho y se está avanzando en otros sectores, menos de lo que se debería. Porque no se han desarrollado de manera suficiente las instituciones de tipo educacional, social. La integración es un éxito y muy difícil que retroceda, porque son muchos los sectores económicos que tienen en la integración latinoamericana su objetivo estratégico.
- ¿Cuál es su balance económico de los dos periodos presidenciales de Luis Ignacio Lula Da Silva?
- El primer periodo de Lula fue muy dominado por las concepciones neoliberales en la macroeconomía. Al final de su primer periodo empezó a cambiar con la caída de Paloche que era el ministro de Economía, pero el Banco Central resiste todavía. Es una fuerza neoliberal muy grande, es como una toma del Estado por parte del sector financiero que consigue recibir como intereses un tercio del presupuesto del Estado. En el segundo periodo el gobierno dirigió más recursos al sector social, 12 millones de familias reciben las Bolsas Familia y otras políticas sociales fuertes. Podría ser mucho más si el Banco Central sería asumido a favor del desarrollo económico y las necesidades sociales de la población. Hay una nueva dirección en políticas de desarrollo e inversión social que ha refinado la figura de Lula.
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Yásser Gómez. Periodista. Editor de Mariátegui. La revista de las ideas.
domingo, marzo 15, 2009
La historia entrevista de Antonio Polito a Eric Hobsbawm
Reseñas de libros/No ficción
Tomado de http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=731&r=
La historia entrevista Por Justo Serna, sábado, 03 de marzo de 2001 Un libro en el que se recoge una larga entrevista de Antonio Polito a Eric Hobsbawm, y en donde este último se pronuncia polémicamente sobre el pasado siglo XX y sobre el porvenir que cabe esperar, sobre la disciplina histórica y sobre el compromiso político, propio y ajeno. Cuando llegaba el equinoccio, cuando los libros irrumpían en la Feria, cuando llegaba la primavera editorial y con ella las novedades bibliográficas se sucedían una tras otra, un viejo historiador volvía reaparecer ante su público español haciéndose un hueco entre la avalancha de volúmenes. Dada la cantidad, no es improbable que pudiera pasar desapercibido. Entre los hechos que conspiran contra un libro está precisamente la propia competencia mercantil, aquel mecanismo del que dependen tanto su inmediata difusión como su irremediable caducidad. La imprenta –no lo hemos olvidado— multiplica hasta el vértigo el número de los textos, algunos imprescindibles y otros simplemente innecesarios. A pesar de esa saturación creciente y de las dificultades que entraña, el amable librero que nos conoce, que sabe de nuestros gustos e inclinaciones, que nos atiende, nos puede ayudar, nos puede orientar. Yo, por mi parte, que no soy librero ni comercio con papel impreso, me atrevo a suplantarlo ante ustedes. ¿En calidad de qué? ¿En calidad de lo que sé o de lo que no sé?
Verán, quiero pronunciarme como lector, es decir, quiero que me tomen como compinche suyo, como ese camarada del que nos fiamos simplemente porque ha recorrido ya el trecho –ese libro-- que otros deben transitar después; deseo pronunciarme también como historiador, porque es ésa mi competencia profesional y es en virtud de ella por lo que les pido crédito, paciencia y atención; pero quiero pronunciarme, en fin, como ciudadano desconcertado, como ese conmilitón que avanza hacia adelante sin saber exactamente dónde está el frente. Justamente porque ignoramos dónde está el frente, justamente porque ignoramos cuál es el centro de operaciones, es por lo que tal vez sea cabal fiarse de quienes han acumulado experiencia. En las antiguas culturas a los ancianos se les rendía tributo y homenaje porque se esperaba conseguir de ellos la tutela, el consejo, la guía, la dirección de los jóvenes arrogantes. Pues bien, lo que les propongo ahora es fiarse de un viejo, de un viejo atendible y discutible que es, además, historiador, y que acumula las injurias del tiempo, los sedimentos del siglo y que ha sobrevivido brava y tranquilamente a los errores que cometió, a las ideas de las que participó y a los desvaríos comunes de su época. Me refiero, claro está, al británico Eric Hobsbawm.
Con este producto editorial (...), Hobsbawm y Polito recuperan dos venerables tradiciones culturales que nos vienen de la Grecia clásica: la del historiador como observador, cuya etimología (histor) es precisamente la del testigo que transmite lo que ha visto o lo que le han contado; y la del diálogo (platónico, ¿recuerdan?) como vía de conocimiento e ilustración
Ustedes probablemente habrán reparado en ello. En los anaqueles y en los expositores de nuestras librerías, en esa feria primaveral de la que hablaba, se multiplican los libros-balance, esos volúmenes que en formato diverso y con registros distintos nos presentan el estado de cosas, una evaluación de nuestra centuria. Coincidiendo con el cambio de siglo --con la consumación de un agitado y vertiginoso siglo--, coincidiendo con la despedida del milenio, los ciudadanos, los historiadores y los lectores nos interrogamos acerca de lo que ha sido nuestro tiempo y cuál es el futuro probable que nos aguarda. En el libro Entrevista sobre el siglo XXI Hobsbawm es interrogado polémica y amablemente por Antonio Polito, un correligionario con el que comparte ideas y léxico, concepciones y pasado. Había el riesgo de recaer en el argot, de charlar con el lenguaje propio y peculiar del marxismo, de incurrir en la pereza verbal de los adeptos y adherentes. Sin embargo, Hobsbawm y Polito se dirigen a un lector que no tiene por qué participar de sus ideas y de su vocabulario. Esa predisposición es de agradecer, sobre todo si tenemos en cuenta que fue norma común entre los seguidores del marxismo hablar empleando el lenguaje particular de la concepción y la corriente, un vicio escolástico que era precisión filológica y adhesión ideológica. Desde que cayera el Muro de Berlín ya no podemos incurrir en estos excesos, puesto que, como nos advirtiera Ralf Dahrendorf, el fin del sovietismo trae también aparejada la unificación del lenguaje.
El investigador de ochenta y tantos años se extiende sobre los desvaríos y los hallazgos de esta época, sobre lo vivido, sobre la disciplina histórica, sobre los hombres y las mujeres, sobre las masas y la ciudadanía, sobre los medios de comunicación, sobre la democracia y sobre las utopías que han alumbrado lo mejor y lo peor de este tiempo. Con este producto editorial –con un libro en el que se transcriben las declaraciones de alguien que ha conocido el siglo, que lo ha experimentado, lo ha gozado y lo ha padecido--, Hobsbawm y Polito recuperan dos venerables tradiciones culturales que nos vienen de la Grecia clásica: la del historiador como observador, cuya etimología (histor) es precisamente la del testigo que transmite lo que ha visto o lo que le han contado; y la del diálogo (platónico, ¿recuerdan?) como vía de conocimiento e ilustración. A juicio de Josep Fontana, que es quien prologa el volumen, el historiador británico es uno de los grandes, alguien cuya fama ya no tiene rival entre los investigadores vivos. El introductor, que anota y nos informa muy brevemente acerca de ciertos datos personales y contextuales, se excede, se excede en la celebración y en algún ditirambo, y arremete contra otros historiadores a los que nadie ha convocado ni citado. Ese breve prefacio, que empezó bien, no llega a cumplir una función meramente documental y se precipita en la mención avinagrada de algunos de los adversarios del introductor, de Josep Fontana, sin que esas alusiones desempeñen más tarde ningún papel en la conversación transcrita.
Se supo atrapado por la Guerra Fría, advirtió las consecuencias perversas del bolchevismo que profesaba, pero logró distanciarse del estalinismo, que tantos hechizos despertó entre los militantes de su generación, para al final mantenerse fiel a un ideario genéricamente progresista que ha acabado por perder buena parte de sus recursos doctrinales y analíticos
Podremos no estar de acuerdo con las opiniones de Hobsbawm, podremos disentir de sus juicios, podremos oponernos a sus evaluaciones y a sus prudentes predicciones hechas sobre la base de lo probable. Pero lo que no podremos negar es la saludable lozanía de un anciano comunista que, sin arrepentirse de su condición, sin abdicar de su enfoque, reúne lo mejor de la tradición británica, el exquisito liberalismo de trato que le hace sociable, amable, alguien bien distinto de esos otros cascarrabias que, enfurecidos, ven derrumbarse el mundo de su juventud y las metas con que soñaron. Por ello, se puede escuchar con placer a una persona que en la senectud admite sus dudas, se sobrepone a algunos de sus errores pasados, a un anciano que se corrige y que enmienda algunos de sus desatinos. De hecho, esos aciertos y tropiezos son los del siglo, los de tantos y tantos intelectuales del siglo que vivieron bajo el influjo del sovietismo sabiendo que la esperanza y el horror tenían la misma sede.
Así, la trayectoria de Hobsbawm compendia la suerte de una colectividad más vasta, una colectividad que padeció la persecución y que también calló estratégicamente ante los crímenes del propio lado. De origen judío, es decir, procedente de un linaje sometido a persecución y muerte, se asentó en Inglaterra, en donde se naturalizó. Se hizo marxista, militó en el Partido Comunista y emprendió una vasta investigación que le llevó a iluminar los avances y las conquistas de las clases populares del ochocientos. Esta decisión nos ha rendido beneficios historiográficos, ya que gracias a Hobsbawm hemos aprendido muchas cosas sobre el pasado de los trabajadores. Pero es a la vez una elección moralmente discutible –y él mismo admite esta ambivalencia--, ya que al hacerlo así evitó durante mucho tiempo el incómodo siglo XX, el siglo de los horrores totalitarios a los que algunos de sus camaradas contribuyeron, el siglo del que se ocupó ya en la vejez.
Lo que afirma y lo que sostiene para el nuevo siglo son las palabras de alguien bien informado y poco más, de alguien al que no se le puede pedir mucho más. ¿Valía la pena dedicarse a esta tarea? (...) Otra cosa diferente es cuando el historiador se pronuncia sobre el presente y los juicios que el hoy le suscita. Pues bien, es esta parte la más interesante del volumen
“Por esa razón prefería especializarme en el siglo XIX –admite— más que en el XX. Porque veía que lo que procedía del Partido Comunista soviético sobre el devenir de la historia contemporánea no era aceptable. Por eso –apostilla-- no quise verme envuelto en debates que podrían haberme situado del otro lado o me habrían hecho entrar en conflicto con mi conciencia de estudioso”. ¿Qué cabe decir ante esta sincera e inaceptable afirmación, tan propia, tan característica de intelectuales que estuvieron aquejados de simpatía prosoviética? Se supo atrapado por la Guerra Fría, advirtió las consecuencias perversas del bolchevismo que profesaba, pero logró distanciarse del estalinismo, que tantos hechizos despertó entre los militantes de su generación, para al final mantenerse fiel a un ideario genéricamente progresista que ha acabado por perder buena parte de sus recursos doctrinales y analíticos.
Si el libro es una Intervista sul nuovo secolo –tal y como se titula en italiano-- ¿sobre qué temas se pronuncia y cuáles son los juicios que vierte en el volumen? Llama la atención que Polito acuda a Comte, a un Comte parafraseado por Hobsbawm, para sostener la legitimidad de la predicción. Darse ese aval es ciertamente discutible. Como se recordará, Comte esperaba que la ciencia le permitiera ver para prever; esperaba dar con las leyes de funcionamiento de la sociedad, como si del orden natural de la física del ochocientos se tratara, y así hacer posible una predicción razonable. Para él, la previsión científica era parte de la tarea general de la dominación, del dominio al que el positivismo nos sometería. Desde mi punto de vista, evocar ahora la predicción comtiana es un error. ¿Por qué razón? Porque esa esperanza se funda en la idea mecanicista de ley, en la convicción de que la tarea del saber es dar con la leyes de funcionamiento del orden, de un orden previsible. Justamente por eso, Hobsbawm desmiente de manera implícita a su interlocutor y se desentiende del aval comtiano que le había recordado Polito.
Como alternativa a ese mecanicismo, el historiador decide fundar su prospectiva en un hábito cotidiano, el hábito común de prever para orientar nuestra acción. Es decir, en vez de apelar a la autoridad dudosa de Comte, prefiere basarse en la costumbre corriente que tendríamos los humanos de imaginar escenarios futuros para obrar previsiblemente. Desde ese punto de vista, pues, se cree autorizado, como cualquiera de nosotros, a hacer predicciones razonables sobre la próxima centuria. ¿Algo que objetar? Lo que Hobsbawm aventura se basa en el conocimiento del pasado y dice fundarse en lo probable. No le falta el derecho a emprender esa tarea, pero que la haga no significa que evite los desatinos, puesto que un historiador no posee títulos particulares, competencia especial, para acertar en la descripción de lo venidero. Por tanto, lo que afirma y lo que sostiene para el nuevo siglo son las palabras de alguien bien informado y poco más, de alguien al que no se le puede pedir mucho más. ¿Valía la pena dedicarse a esta tarea? Tal vez lo más razonable que debiera hacer un historiador cuando se le pide el adelanto del porvenir, la prospección de lo que está por suceder, sea reservarse, aceptar la falibilidad de nuestra averiguación. Como dijera Norberto Bobbio en 1989 inmediatamente después de la caída del Muro, cuando la sovietología había fracasado sin paliativos, en cuestión de sociedad y de relaciones humanas “es mejor no hacer predicciones”. Generalmente, la prospectiva a la que nos atrevemos acaba mal, acaba desmentida y refutada por la obstinada fuerza de lo imprevisible.
Frente a quienes se obstinan en posiciones apocalípticas, aquejados de un izquierdismo ciego, Hobsbawm se pronuncia como el historiador de las clases trabajadoras que han visto mejorar su suerte, como el historiador que descree de los Old Good Times
Otra cosa diferente es cuando el historiador se pronuncia sobre el presente y los juicios que el hoy le suscita. Pues bien, es esta parte la más interesante del volumen, no porque estemos de acuerdo con sus opiniones, algunas de ellas muy desacertadas, sino porque revelan y expresan los puntos de vista de un investigador comprometido, adherido a un ideario remotamente comunista, de un investigador que no elude hablar de sí y de su mundo. En ese sentido, no se apea de su anticapitalismo, de su defensa de la soberanía nacional, de su celebración de la pasión política, de su recelo ante el consumismo. Pero, lejos de mostrar la pereza rutinaria de quienes sólo ven lo peor, se afirma en un optimismo matizado: el siglo XX –dice—“ha sido, a la vez, el peor y el mejor de los siglos. Ha matado a más gente que ningún otro, pero al mismo tiempo, ahora que termina, hay más gente viva y vive mejor, y tiene más esperanzas y mayores oportunidades”. Frente a quienes se obstinan en posiciones apocalípticas, aquejados de un izquierdismo ciego, Hobsbawm se pronuncia como el historiador de las clases trabajadoras que han visto mejorar su suerte, como el historiador que descree de los Old Good Times.
Ese optimismo es de agradecer, desde luego, porque es la mejor predisposición que un abuelo puede dejar a un nieto. Dentro de muchos años, cuando todos seamos ya octogenarios, ciudadanos e historiadores octogenarios, rodeados de nietecitos alborotadores --como el pequeño Roman del que nos habla Hobsbawm con ternura de abuelo--, querremos seguir aprendiendo, querremos seguir manteniendo ese optimismo moderado que le caracteriza como lector y como ciudadano. Su libro es una entrevista sobre la historia, es decir, son dos personas las que concurren para tratar acerca de un tiempo más o menos remoto. Pero es la suya --y la nuestra también-- una historia entrevista, un pasado y un devenir que adivinamos confusamente, que nos atrevemos a conjeturar, que sólo sospechamos para provecho y guía de nuestros nietos.
viernes, marzo 13, 2009
"Carta a Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos de América" de Carlos Marx, 1864
Escrito por Carlos Marx entre el 22 y el 29 de noviembre de 1864
Karl Marx
www.ddooss.org/articulos/textos/Marx.htm
Publicado en "The Bee-Hive. Traducido del inglés. Newspaper", núm. 169, del 7 de enero de 1865. El "Mensaje" de la Asociación Internacional de Trabajadores a A. Lincoln, Presidente de los EE.UU., con motivo de su segunda elección al cargo de Presidente, fue escrito por Marx de acuerdo con la decisión del Consejo General, en el momento más álgido de la guerra civil de los EE.UU., este "Mensaje" tuvo mucha significación.
Muy señor mío:
Saludamos al pueblo americano con motivo de la reelección de Ud. por una gran mayoría. Si bien la consigna moderada de su primera elección era la resistencia frente al poderío de los esclavistas, el triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡muera el esclavismo!
Desde el comienzo de la titánica batalla en América, los obreros de Europa han sentido instintivamente que los destinos de su clase estaban ligados a la bandera estrellada. ¿Acaso la lucha por los territorios que dio comienzo a esta dura epopeya no debía decidir si el suelo virgen de los infinitos espacios sería ofrecido al trabajo del colono o deshonrado por el paso del capataz de esclavos?
Cuando la oligarquía de 300.000 esclavistas se abrevió por vez primera en los anales del mundo a escribir la palabra «esclavitud» en la bandera de una rebelión armada, cuando en los mismos lugares en que había nacido por primera vez, hace cerca de cien años, la idea de una gran República Democrática, en que había sido proclamada la primera Declaración de los Derechos del Hombre [1] y se había dado el primer impulso a la revolución europea del siglo XVIII, cuando, en esos mismos lugares, la contrarrevolución se vanagloriaba con invariable perseverancia de haber acabado con las «ideas reinantes en los tiempos de la creación de la constitución precedente», declarando que «la esclavitud era una institución caritativa, la única solución, en realidad, del gran problema de las relaciones entre el capital y el trabajo», y proclamaba cínicamente el derecho de propiedad sobre el hombre «piedra angular del nuevo edificio», la clase trabajadora de Europa comprendió de golpe, ya antes de que la intercesión fanática de las clases superiores en favor de los aristócratas confederados le sirviese de siniestra advertencia, que la rebelión de los esclavistas sonaría como rebato para la cruzada general de la propiedad contra el trabajo y que los destinos de los trabajadores, sus esperanzas en el porvenir e incluso sus conquistas pasadas se ponían en tela de juicio en esa grandiosa guerra del otro lado del Atlántico.
Por eso la clase obrera soportó por doquier pacientemente las privaciones a que le había condenado la crisis del algodón [2], se opuso con entusiasmo a la intervención en favor del esclavismo que reclamaban enérgicamente los potentados, y en la mayoría de los países de Europa derramó su parte de sangre por la causa justa. Mientras los trabajadores, la auténtica fuerza política del Norte, permitían a la esclavitud denigrar su propia república, mientras ante el negro, al que compraban y vendían, sin preguntar su asenso, se pavoneaban del alto privilegio que tenía el obrero blanco de poder venderse a sí mismo y de elegirse el amo, no estaban en condiciones de lograr la verdadera libertad del trabajo ni de prestar apoyo a sus hermanos europeos en la lucha por la emancipación; pero ese obstáculo en el camino del progreso ha sido barrido por la marea sangrienta de la guerra civil [3]. Los obreros de Europa tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la Independencia [4] en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación de la burguesía, la guerra americana contra el esclavismo inaugurará la era de la dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera en que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la misión de llevar a su país a través de los combates sin precedente por la liberación de una raza esclavizada y la transformación del régimen social.
NOTAS
[1] Se trata de la "Declaración de la independencia" adoptada el 4 de julio de 1776, en el Congreso de Filadelfia, por los delegados de 13 colonias inglesas en América del Norte. Se proclama en ella que las colonias norteamericanas se separan de Inglaterra para constituir una república independiente: los Estados Unidos de América. En dicho documento se formulan principios democrático-burgueses, como la libertad del individuo, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la soberanía del pueblo, etc. Sin embargo, la burguesía y los grandes propietarios de tierras norteamericanos vulneraban desde el comienzo los derechos democráticos proclamados en la Declaración, apartaban a las masas populares de la participación en la vida política y conservaron la esclavitud. Los negros, que formaban una parte considerable de la población de la república, quedaron privados de los derechos humanos elementales.-
[2] La crisis del algodón fue provocada por el cese de los envíos de algodón desde América por causa del bloqueo de los Estados esclavistas meridionales por la flota del Norte durante la guerra civil. Una gran parte de la industria de tejidos de algodón de Europa estuvo paralizada, lo cual repercutió gravemente en la situación de los obreros. Pese a todas las privaciones, el proletariado europeo apoyaba resueltamente a los Estados del Norte.-
[3] La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y los sublevados Estados esclavistas del Sur. La clase obrera se Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores esclavistas, e impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.-
[4] La guerra de la Independencia de las colonias norteamericanas de Inglaterra (1775-1783) contra la dominación inglesa debió su origen a la aspiración de la joven nación burguesa norteamericana a la independencia y a la supresión de los obstáculos que impedían el desarrollo del capitalismo. Como resultado de la victoria de los norteamericanos se formó un Estado burgués independiente: los Estados Unidos de América.-
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