Tomado
de http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2385 22/02/09
Seongjin Jeong
entrevistó para el diario coreano Hankyoreh (22 de enero 2009)
a nuestro amigo y miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO Robert
Brenner, que nos hizo llegar el original inglés del texto. Quien ha hecho
en los últimos 10 años los análisis histórico-económicos acaso más
profundos y premonitorios sobre la naturaleza de la vida económica capitalista
mundial del final del siglo XX, se confirma aquí como uno de los más lúcidos y
penetrantes analistas del presente. SP.
La mayoría de analistas califican la
presente crisis como crisis financiera. ¿Está usted de acuerdo con esta
denominación?
Es comprensible que los analistas de la crisis hayan situado el punto de partida en la banca y el mercado de valores. Pero el problema es que no han ido más allá. Empezando por el propio secretario del Tesoro, Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, han sostenido que la crisis puede explicarse en simples términos de problemas en el sector financiero. Al mismo tiempo, aseveran que la economía real subyacente es fuerte, que los llamados fundamentos están en forma. La desorientación no podría ser mayor. El principal origen de la crisis actual está en el declive del dinamismo de las economías avanzadas desde 1973 y, especialmente, desde 2000. El crecimiento económico en los EEUU, Europa occidental y Japón se ha deteriorado seriamente en cada ciclo en términos de indicadores macroeconómicos muy estándar: PIB, inversión, salarios reales, etc. Aún más, el ciclo económico recién acabado, desde 2001 hasta 2007, ha sido, con mucho, el más endeble desde el período de posguerra, y ello a pesar del mayor estímulo económico público de la historia de los EEUU en tiempo de paz.
¿Cómo explicaría el debilitamiento a largo plazo de la economía real desde 1973, lo que usted llama la larga caída?
Es comprensible que los analistas de la crisis hayan situado el punto de partida en la banca y el mercado de valores. Pero el problema es que no han ido más allá. Empezando por el propio secretario del Tesoro, Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, han sostenido que la crisis puede explicarse en simples términos de problemas en el sector financiero. Al mismo tiempo, aseveran que la economía real subyacente es fuerte, que los llamados fundamentos están en forma. La desorientación no podría ser mayor. El principal origen de la crisis actual está en el declive del dinamismo de las economías avanzadas desde 1973 y, especialmente, desde 2000. El crecimiento económico en los EEUU, Europa occidental y Japón se ha deteriorado seriamente en cada ciclo en términos de indicadores macroeconómicos muy estándar: PIB, inversión, salarios reales, etc. Aún más, el ciclo económico recién acabado, desde 2001 hasta 2007, ha sido, con mucho, el más endeble desde el período de posguerra, y ello a pesar del mayor estímulo económico público de la historia de los EEUU en tiempo de paz.
¿Cómo explicaría el debilitamiento a largo plazo de la economía real desde 1973, lo que usted llama la larga caída?
Lo que lo explica es sobre todo un
declive profundo y duradero de la tasa de rendimiento en inversión de capital
desde finales de los sesenta. La incapacidad de recuperar la tasa de beneficio
es lo más destacable a la vista de la enorme caída de los salarios reales
durante el período. La causa principal, aunque no la única, del declive de la
tasa de beneficio ha sido una tendencia persistente a la sobrecapacidad en las
industrias manufactureras mundiales. Lo que ha ocurrido es que nuevos poderes
industriales fueron ingresando, uno tras otro, al mercado mundial: Alemania y
Japón, los nuevos países industrializados del noreste asiático, los tigres del
sureste asiático y, finalmente, el Leviatán chino. Esas economías de desarrollo
tardío producían los mismos bienes que ya producían las economías más
tempranamente desarrolladas, pero más baratos. El resultado ha sido un exceso
de oferta en relación con la demanda en una industria tras otra, y eso ha
implicado precios y, por lo mismo, beneficios bajos. Las empresas que han
sufrido reducción de beneficios, además, no han abandonado dócilmente sus
industrias. Han intentado conservar su lugar recurriendo a la capacidad de
innovación, aumentando la inversión en nuevas tecnologías. Huelga decir que eso
no ha hecho más que empeorar la sobrecapacidad. A causa de la caída de su tasa
de rendimiento, los capitalistas obtenían plusvalías cada vez menores de sus
inversiones. De ahí que no tuvieran más opción que aminorar el crecimiento en
maquinaria, equipo y empleo; y, al tiempo, a fin de restaurar la rentabilidad,
contener las indemnizaciones por desempleo, mientras los gobiernos reducían el
gasto social. Pero la consecuencia de todos estos recortes de gasto ha sido un
problema de demanda agregada a largo plazo. La persistente endeblez de la
demanda agregada ha sido el origen inmediato de la endeblez a largo plazo de la
economía.
La crisis, en realidad, ha sido
provocada por el estallido de la histórica burbuja inmobiliaria, que se ha
estado inflando durante toda la década. ¿Cómo juzga su importancia?
La burbuja inmobiliaria debe
entenderse en relación con la sucesión de burbujas de precios de activos que ha
sufrido la economía desde mediados de los noventa y, especialmente, con el
papel de la Reserva Federal estadounidense en alimentar dichas burbujas. Desde
el principio de la larga caída, las autoridades económicas públicas han
intentado capear el problema de una demanda insuficiente incentivando el
aumento del préstamo, tanto público como privado. De entrada, recurrieron al
déficit presupuestario, evitando así recesiones verdaderamente profundas. Pero,
con el tiempo, los gobiernos conseguían inducir cada vez menos crecimiento
económico de lo que tomaban a préstamo. En efecto, a fin de conjurar el tipo de
profundas crisis que han acosado históricamente al sistema capitalista, han
tenido que aceptar la tendencia hacia el estancamiento. Durante los primeros
noventa, los gobiernos en los EEUU y Europa, encabezados por la administración
Clinton, intentaron célebremente romper su adicción al endeudamiento, poniendo
todos proa de consuno hacia el territorio de los presupuestos equilibrados. La
idea era dejar que el mercado libre gobernara la economía. Pero, como aún no se
había recuperado la rentabilidad, la reducción de los déficits asestó un duro
golpe a la demanda y contribuyó a producir, entre 1991 y 1995, la peor de las recesiones
y el más bajo crecimiento de la era de posguerra. Para lograr que la economía
volviera a una senda de crecimiento, las autoridades estadounidenses acabaron
adoptando un enfoque aplicado por primera vez en el Japón de fines de los
ochenta. Mediante la imposición de tipos de interés bajos, la Reserva Federal
facilitaba el préstamo al tiempo que incentivaba la inversión en activos
financieros. Al dispararse los precios de los activos, las empresas y familias
obtendrían enormes aumentos de riqueza, al menos sobre el papel. Estarían, por
tanto, en condiciones de tomar préstamos a una escala titánica, de incrementar
infinitamente la inversión y el consumo y, así, conducir la economía. El
déficit privado, pues, vino a substituir al déficit público. Lo que podría
llamarse keynesianismo de precios de activos sustituyó al keynesianismo
tradicional. Por tanto, durante la última docena de años hemos asistido a un
extraordinario espectáculo en la economía mundial, y es que la continuación de
la acumulación de capital ha dependido literalmente de unas oleadas de
especulación de dimensiones históricas cuidadosamente alimentadas y
racionalizadas por los diseñadores ─y reguladores─ de las políticas
públicas: primero, la burbuja del mercado de valores de finales de
los noventa, y después, las burbujas de los mercados inmobiliario y crediticio de
los primeros años 2000.
Usted fue profético al prever la actual crisis, así como la recesión de 2001.
¿Cuál es su perspectiva respecto a la economía mundial? ¿Empeorará o se
recuperará antes del final de 2009? ¿Espera que la actual crisis sea tan severa
como la gran depresión?
La crisis actual es más seria que la
peor de las recesiones previas del período de posguerra, la que se dio entre
1979 y 1982, y es concebible que rivalice con la Gran Depresión, a pesar de que
no hay modo de saberlo realmente. Quienes se dedican a la realización de
pronósticos económicos subestimaron su virulencia porque sobreestimaron la
solidez de la economía real, sin comprender hasta qué punto dependía ésta de
una acumulación de deuda fundada en las burbujas de los precios de los activos.
En los EEUU, el crecimiento del PIB durante el reciente ciclo económico de
2001-07 ha sido, con mucho, el más bajo de la época de posguerra. No ha
aumentado el empleo en el sector privado. El incremento de maquinaria y equipo
ha sido cerca de un tercio más bajo que el de la posguerra. Los salarios reales
se han mantenido prácticamente estancados. Por primera vez desde la Segunda
Guerra Mundial, no se han registrados aumentos en el ingreso medio familiar. El
crecimiento económico ha ido a parar íntegramente al consumo personal y a la
inversión en residencia, lo que ha sido posible por el crédito fácil y el
aumento de los precios de la vivienda. El resultado económico ha sido esta
endeblez, aun a pesar del enorme estímulo de la burbuja inmobiliaria y de los
enormes déficits federales de la administración Bush. La vivienda por sí sola
sumó casi un tercio del crecimiento del PIB y cerca de la mitad del aumento del
empleo entre 2001 y 2005. Era, por tanto, esperable que cuando reventara la
burbuja inmobiliaria, cayeran el consumo y la inversión en residencia y se
hundiera la economía.
Muchos sostienen que la actual es
una típica "crisis Minsky", no una crisis marxiana, aduciendo que la
explosión de la burbuja financiera especulativa ha jugado un papel central en
ella. ¿Cómo les respondería?
Es ocioso contraponer así los
aspectos reales y financieros de la crisis. Como he resaltado, es una crisis
marxiana: hunde sus raíces en una caída a largo plazo de la tasa de beneficio y
en la incapacidad de recuperación de la misma, lo que está en el origen
principal de la disminución de la acumulación de capital hasta ahora. En 2001,
la tasa de beneficio de las empresas no financieras fue la menor del período de
posguerra, con la excepción de 1980. Las empresas no han tenido, por tanto,
otra opción que contener la inversión y el empleo, pero eso ha agravado el
problema de la demanda agregada, nublándose así el clima económico. Esto es lo
que explica el extremadamente bajo crecimiento observable en el ciclo económico
que acaba de terminar. Sin embargo, para comprender el colapso actual hay que
demostrar la conexión entre la endeblez de la economía real y el desplome
financiero. El vínculo principal es la que se da entre la cada vez mayor
dependencia del préstamo para que la economía siga funcionando y la
predisposición pública, todavía mayor, a confiar en las subidas de los precios
de los activos para lograr mantener vida la dinámica del préstamo. La condición
básica de las burbujas en los mercados inmobiliario y crediticio era la
perpetuación de un coste bajo del préstamo. La endeblez de la economía mundial,
especialmente después de las crisis de 1997-98 y 2001, además de las enormes
adquisiciones de dólares por parte de gobiernos asiáticos para mantener al
mismo nivel sus divisas y el crecimiento del consumo estadounidense, provocó
unos tipos de interés insólitamente bajos. Al mismo tiempo, la Reserva Federal
mantuvo los tipos de interés a corto plazo más bajos que nunca desde los años
cincuenta. Como prestaban tan barato, los bancos estaban dispuestos a conceder
préstamos a especuladores cuyas inversiones provocaban un precio cada vez más
alto de activos de todo tipo y un rendimiento en el préstamo (tipos de interés
de los bonos) cada vez menor. Sintomáticamente, los precios de la vivienda se
dispararon y el rendimiento en términos reales de los bonos del tesoro estadounidense
se hundió. Pero como los rendimientos cayeron cada vez más, a las instituciones
del mundo que dependían de los rendimientos del préstamo les resultó cada vez
más difícil obtener beneficios suficientes. Los fondos de pensiones y las
compañías de seguros fueron golpeados de forma particularmente dura, pero
también se vieron afectados los fondos hedgede cobertura y los
bancos de inversión. Esas instituciones se mostraron más que dispuestas a
realizar enormes inversiones en unas obligaciones respaldadas por
hipotecas subprime más que dudosas a causa de los
insólitamente elevados rendimientos ofrecidos y con desprecio de unos riesgos
no menos insólitamente elevados. Lo cierto es que no lograron sacar tajada
suficiente. Su masiva adquisición de obligaciones hipotecariamente respaldadas
es lo que facilitó a los institutos bancarios generadores de hipotecas seguir
realizando préstamos a prestatarios cada vez menos calificados. La burbuja
inmobiliaria alcanzó proporciones históricas y permitió que prosiguiera la
expansión económica. Ni que decir tiene, eso no podía durar mucho. Cuando
cayeron los precios de la vivienda, la economía real entró en recesión y el
sector financiero se desplomó, porque el dinamismo de una y de otro se fundaba
en la burbuja inmobiliaria. Lo vemos ahora es que la recesión está empeorando
el desplome, porque contribuye a exacerbar la crisis inmobiliaria. Y que el
desplome está intensificando la recesión, porque está dificultando el acceso al
crédito. Precisamente es esa interacción entre una crisis de la economía real y
una crisis del sector financiero que se alimentan mutuamente lo que hace que el
despeñadero hacia la depresión se resista a todas las políticas intentadas por
las autoridades y que el potencial de catástrofe resulte tan evidente.
Aun concediendo que el capitalismo
de posguerra hubiera entrado en un período de larga caída en los años setenta,
parece innegable que la ofensiva capitalista neoliberal ha impedido el
empeoramiento de la caída de la producción desde los ochenta.
Si por neoliberalismo se entiende el
giro hacia las finanzas y la desregulación, no veo cómo puede haber ayudado eso
a la economía. Pero si por neoliberalismo se entiende el desmedido asalto de
los empresarios y los gobiernos a los salarios obreros, a las condiciones
laborales y al estado del bienestar, la cosa ofrece pocas dudas: se ha impedido
que la caída de la tasa de beneficio haya sido todavía peor. Con todo, la
ofensiva de la patronal no esperó hasta la denominada era neoliberal de los
ochenta. Comenzó con el despertar de la caída de la rentabilidad, iniciada a
principios de los setenta, de la mano del keynesianismo. No condujo, empero, a
la recuperación de la tasa de beneficio, y no hizo sino exacerbar el problema
de la demanda agregada. El debilitamiento de la demanda agregada terminó por
obligar a las autoridades económicas a adoptar formas de estímulo económico más
potentes y temerarias: el "keynesianismo de precios de activos" que
condujo al actual desastre.
Hay quien ha defendido que un nuevo
paradigma de "financiarización" o "capitalismo financiero"
ha provocado un llamado "resurgimiento del capital" (Gerard Dumeneil)
desde los ochenta hasta el presente. ¿Qué piensa de las tesis de la
"financiarización" o "capitalismo financiero"?
La idea del capitalismo financiero
es una contradicción en los términos, porque, genéricamente hablando ─hay
excepciones significativas, como el préstamo al consumidor─, el beneficio
financiero sostenido depende de la obtención de beneficios sostenidos en la
economía real. Para responder a la caída de la tasa de beneficio, algunos
gobiernos, encabezados por el de los EEUU, incentivaron el giro hacia las
finanzas mediante la desregulación del sector financiero. Pero, como la
economía real seguía languideciendo, el principal resultado de la desregulación
fue la intensificación de la competencia en el sector financiero, lo que hizo
más difícil la obtención de beneficios e incentivó una especulación aún mayor y
la adopción de riesgos. Destacados ejecutivos de bancos de inversión y
fondos hedgeestaban en condiciones de obtener fabulosas fortunas,
ya que sus remuneraciones dependían de los beneficios a corto plazo. Podían
asegurarse temporalmente altos rendimientos mediante la expansión de sus
préstamos basados en activos e incrementando el riesgo. Pero esa forma de hacer
negocio, tardara más o menos en verse, era a expensas de la salud financiera a
largo plazo de las propias empresas, y en el caso más espectacular, condujo a
la caída de los bancos de inversión más importantes de Wall Street. Todas y
cada una de las sedicentes expansiones financieras habidas desde los años
setenta han terminado rápidamente en una desastrosa crisis financiera y han
precisado de enormes rescates públicos. Lo que vale para el boom crediticio
del tercer mundo en los años 70 y principios de los 80, no menos que para el
auge del ahorro y el crédito, la manía de compra apalancada de
empresas y la burbuja de los bienes raíces comerciales de los 80, o
para la burbuja del mercado de valores de la segunda mitad de los 90 y, huelga
decirlo, para las burbujas inmobiliaria y crediticia de los primeros años 2000.
El sector financiero parecía dinámico sólo porque los gobiernos estaban
dispuestos a hacer lo que hiciera falta para apoyarlo.
El keynesianismo o estatismo parece
presto a volver como el nuevo Zeitgeist [espíritu de la época]. ¿Cuál es su
valoración general del keynesianismo o estatismo renaciente? ¿Puede contribuir
a resolver o, cuando menos, aliviar la actual crisis?
Los gobiernos actualmente no tienen otra opción que la de volver al keynesianismo y al estado para intentar salvar la economía. Después de todo, el libre mercado se ha demostrado totalmente incapaz de impedir o hacer frente a la catástrofe económica, por no hablar de asegurar la estabilidad y el crecimiento económicos. De aquí que las elites del mundo político, que todavía ayer celebraban la desregulación de los mercados financieros, se hayan vuelto de un día para otro y sin excepción keynesianas. Pero hay razones para dudar de que el keynesianismo –en el sentido de enormes déficits públicos y crédito fácil para hinchar la demanda— pueda llegar a tener el impacto que muchos esperan. Lo cierto es que durante los últimos siete años, y merced a la burbuja inmobiliaria cebada por el préstamo y el gasto de la Reserva Federal y por los déficits presupuestarios de la administración Bush, hemos asistido a lo que probablemente sea el mayor estímulo económico keynesiano de la historia en tiempos de paz. Y sin embargo, no ha alcanzado sino para lograr el ciclo económico más endeble de la época de posguerra. Ahora el desafío es mucho mayor, todavía. A medida que colapsa la burbuja inmobiliaria y que la obtención de crédito se hace más y más más difícil, los hogares reducen el consumo y la inversión en residencia. Por consecuencia, caen los beneficios empresariales. Lo que trae consigo recortes salariales y un ritmo acelerado de despido de trabajadores, lo cual, a su vez, genera una espiral descendente de demanda y rentabilidad a la baja. Las familias han contado durante largo tiempo con el aumento de los precios de la vivienda para estar en condiciones de que les presten más y han ahorrado para ello. Pero ahora, forzadas por a acumulación de deudas, tienen que reducir el préstamo y aumentar el ahorro; y eso, en el preciso instante en que la economía más necesita que consuman. Lo presumible es que le grueso del dinero que el estado ponga en manos de las familias será destinado al ahorro, no al consumo. Si el keynesianismo a duras penas logró activar la vida económica en la fase de expansión, ¿qué puede esperarse que haga en medio de la peor recesión desde los años treinta? Para obtener un efecto significativo en la economía, la administración Obama tendrá probablemente que pensar en una enorme oleada de inversiones públicas directas o indirectas; en realidad, en una forma de capitalismo de estado. No obstante, acometer esa tarea en serio exige superar enormes obstáculos políticos y económicos. La cultura política estadounidense es tremendamente hostil a la empresa pública. Por otro lado, el nivel de gasto y endeudamiento que todo eso implicaría podría amenazar al dólar. Hasta ahora, los gobiernos del Este asiático han financiado alegremente los déficits externos y públicos estadounidenses, a fin de mantener, a un tiempo, el consumo estadounidense y sus propias exportaciones. Pero con una crisis que está llegando a afectar hasta a China, esos gobiernos podrían ver menguada su capacidad de financiación de los déficits estadounidenses, sobre todo porque estos últimos se han disparado a una magnitud sin precedentes. La perspectiva verdaderamente aterradora que asoma en el horizonte es el desplome del dólar.
Los gobiernos actualmente no tienen otra opción que la de volver al keynesianismo y al estado para intentar salvar la economía. Después de todo, el libre mercado se ha demostrado totalmente incapaz de impedir o hacer frente a la catástrofe económica, por no hablar de asegurar la estabilidad y el crecimiento económicos. De aquí que las elites del mundo político, que todavía ayer celebraban la desregulación de los mercados financieros, se hayan vuelto de un día para otro y sin excepción keynesianas. Pero hay razones para dudar de que el keynesianismo –en el sentido de enormes déficits públicos y crédito fácil para hinchar la demanda— pueda llegar a tener el impacto que muchos esperan. Lo cierto es que durante los últimos siete años, y merced a la burbuja inmobiliaria cebada por el préstamo y el gasto de la Reserva Federal y por los déficits presupuestarios de la administración Bush, hemos asistido a lo que probablemente sea el mayor estímulo económico keynesiano de la historia en tiempos de paz. Y sin embargo, no ha alcanzado sino para lograr el ciclo económico más endeble de la época de posguerra. Ahora el desafío es mucho mayor, todavía. A medida que colapsa la burbuja inmobiliaria y que la obtención de crédito se hace más y más más difícil, los hogares reducen el consumo y la inversión en residencia. Por consecuencia, caen los beneficios empresariales. Lo que trae consigo recortes salariales y un ritmo acelerado de despido de trabajadores, lo cual, a su vez, genera una espiral descendente de demanda y rentabilidad a la baja. Las familias han contado durante largo tiempo con el aumento de los precios de la vivienda para estar en condiciones de que les presten más y han ahorrado para ello. Pero ahora, forzadas por a acumulación de deudas, tienen que reducir el préstamo y aumentar el ahorro; y eso, en el preciso instante en que la economía más necesita que consuman. Lo presumible es que le grueso del dinero que el estado ponga en manos de las familias será destinado al ahorro, no al consumo. Si el keynesianismo a duras penas logró activar la vida económica en la fase de expansión, ¿qué puede esperarse que haga en medio de la peor recesión desde los años treinta? Para obtener un efecto significativo en la economía, la administración Obama tendrá probablemente que pensar en una enorme oleada de inversiones públicas directas o indirectas; en realidad, en una forma de capitalismo de estado. No obstante, acometer esa tarea en serio exige superar enormes obstáculos políticos y económicos. La cultura política estadounidense es tremendamente hostil a la empresa pública. Por otro lado, el nivel de gasto y endeudamiento que todo eso implicaría podría amenazar al dólar. Hasta ahora, los gobiernos del Este asiático han financiado alegremente los déficits externos y públicos estadounidenses, a fin de mantener, a un tiempo, el consumo estadounidense y sus propias exportaciones. Pero con una crisis que está llegando a afectar hasta a China, esos gobiernos podrían ver menguada su capacidad de financiación de los déficits estadounidenses, sobre todo porque estos últimos se han disparado a una magnitud sin precedentes. La perspectiva verdaderamente aterradora que asoma en el horizonte es el desplome del dólar.
¿Cuál es su valoración general de la
victoria de Obama en las últimas elecciones a la presidencia? ¿Piensa que Obama
es el "mal menor", comparado con la administración Bush? Muchos
consideran a Obama el Franklin D. Roosevelt del siglo XXI. Obama promete un
"nuevo New Deal". ¿Cree usted que los progresistas anticapitalistas
pueden dar apoyo crítico a algunas medidas de este "nuevo New Deal"?
El triunfo de Obama en las
elecciones debe ser bienvenido. Una victoria de McCain habría sido una victoria
para el Partido Republicano y habría dado un enorme impulso a las fuerzas más
reaccionarias de la escena política estadounidense. Se habría visto como un
aprobado al hipermilitarismo y al imperialismo de la administración
Bush, así como a su programa explícito de eliminación de lo que queda de
sindicalismo, estado de bienestar y protección ambiental. Dicho esto, Obama es,
como Roosevelt, un demócrata de centro, de quien no puede esperarse que, por sí
propio, haga gran cosa en defensa de los intereses de una inmensa mayoría que
seguirá estando sometida a un desapoderado asalto empresarial empeñado en
recuperar sus menguantes beneficios mediante la reducción del empleo, de las
indemnizaciones, etc. Obama apoyó el titánico rescate del sector financiero,
que acaso represente el mayor expolio al contribuyente estadounidense de la
historia norteamericana, sobre todo porque se concedió sin contrapartidas para
poner brida a los bancos. También apoyó el rescate de la industria
automovilística, aun a sabiendas de que estaba a enormes reducciones de las
indemnizaciones para los trabajadores. El balance es de Obama, como de
Roosevelt, sólo puede esperarse que tome acciones resueltas en defensa del
pueblo trabajador si se le empuja por la vía de la acción directa desde abajo.
La administración Roosevelt sólo aprobó el grueso de la legislación progresista
del New Deal, incluyendo la Ley Wagner y la Seguridad Social, arrastrado por la
presión de una gigantesca y masiva oleada de huelgas. Algo parecido puede acaso
esperarse de Obama.
Según Rosa Luxemburg y, más
recientemente, David Harvey, el capitalismo supera su tendencia a la crisis
mediante la expansión geográfica. Según Harvey, ello a menudo se incentiva mediante
inversiones enormes en infraestructura para apoyar al capital privado, a menudo
a la inversión extranjera directa. ¿Cree usted que el capitalismo puede
encontrar una solución a la crisis actual, en la terminología de Harvey,
mediante un "arreglo espacio-temporal-espacial"?
Ésta es una cuestión compleja. Para
empezar, creo que es verdadera –y de importancia decisiva— la afirmación, según
la cual la expansión geográfica ha sido un elemento esencial en todas las
oleadas de acumulación de capital que registra la historia Puede decirse que el
crecimiento del volumen de la fuerza de trabajo y el crecimiento del espacio
geográfico son condiciones sine qua non, esenciales, del
crecimiento capitalista. El auge de la posguerra es un buen ejemplo, porque se
dieron espectaculares expansiones del capital en el sur y el suroeste de los
EEUU y en una Europa occidental y un Japón devastados por la guerra. Las
inversiones de los EEUU jugaron un papel decisivo, no sólo en los propios EEUU,
sino también en la Europa occidental de la época. Sin duda, la expansión de la
fuerza de trabajo y del área geográfica capitalista era indispensable para las
altas tasas de beneficio que hicieron tan dinámico el boom de
posguerra. Desde un punto de vista marxista, éste fue un ciclo clásico de
acumulación de capital, e implicó, necesariamente, tanto la integración de
enormes masas de trabajadores fuera del sistema, especialmente del agro
precapitalista en Alemania y en Japón, como la incorporación o reincorporación
de espacios geográficos adicionales a una escala enorme. Sin embargo, yo creo
que, vista en perspectiva, la pauta mostrada por el largo declive al que hemos
venido asistiendo desde finales de los sesenta y principios de los setenta, ha
sido diferente. Es cierto que el capital ha respondido a la rentabilidad
menguante mediante la expansión exterior, intentando combinar técnicas
avanzadas con mano de obra barata. Se calla por sabido que el Este asiático
constituye el caso principal: representa indudablemente un momento de alcance
histórico-universal, una transformación esencial, del capitalismo. Pero a pesar
de que la expansión al Este asiático puede interpretarse como respuesta a una
rentabilidad menguante, no ha sido, en mi opinión, una solución satisfactoria.
Porque, a fin de cuentas, la nueva producción industrial que tan
espectacularmente ha surgido en el Este asiático, a despecho de que produzca más
barato, se solapa demasiado con lo que se produce en el resto del mundo. El
problema es que, a escala sistémica, eso exacerba más que resuelve el problema
de sobrecapacidad. En otras palabras: la globalización ha sido una respuesta a
la rentabilidad menguante; pero como las nuevas industrias, lejos de ser
esencialmente complementarias en la división mundial del trabajo, son
redundantes, el resultado ha sido la persistencia de los problemas de
rentabilidad. El balance, creo yo, es que para resolver realmente el problema
de rentabilidad que ha asolado durante tanto tiempo al sistema ─lenta
acumulación de capital y generación de niveles de préstamo cada vez mayores
para mantener la estabilidad─, el sistema necesitaba una crisis que había sido
durante tan largo tiempo aplazada. Y como el problema es la sobrecapacidad,
enormemente agravada por la acumulación de deuda, lo que aún se necesita, según
la visión clásica, es una depuración sistémica, esto es, la purga de las
empresas de costes altos y beneficios bajos, con el consiguiente abaratamiento
de los medios de producción y la reducción del precio de la mano de obra. Ésta
de la crisis es la vía histórica por la que el capitalismo ha logrado restaurar
la tasa de beneficio y sentar las bases necesarias para una acumulación de
capital más dinámica. Durante el periodo de posguerra se logró evitar las
crisis; el coste de evitarlas fue la incapacidad para reactivar la
rentabilidad, lo que llevó a empeorar la situación de estancamiento. La crisis
actual es la depuración que nunca sucedió.
Entonces, ¿cree usted que sólo la
crisis puede resolver la crisis? Ésta es una respuesta marxiana clásica.
Creo que es lo más probable. La
analogía sería como sigue. De entrada, a principios de los años treinta, el New
Deal y el keynesianismo resultaron ineficaces. En realidad, a pesar de la
amplitud temporal de toda una década, no lograron sentar las bases de un
nuevo boom, como se vio con la caída en la profunda recesión de
1937-38. Pero, finalmente, como resultado de la larga crisis de los treinta, se
llegó a la purga de los costes altos y de los medios de producción con
beneficios bajos, lo que terminó por sentar las bases para unas tasas de
beneficio altas. De manera que, a fines de los años treinta, podía decirse que
la tasa potencial de beneficio era alta y que todo lo que se necesitaba era un
estímulo de la demanda. Esa demanda, huelga decirlo, vino a proporcionarlas el
enorme gasto armamentístico de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, durante la
guerra se obtuvieron tasas de beneficio altas, y esas tasas altas sentaron las
bases necesarias para el ulterior boom postbélico. Pero yo
creo que, aun si se hubieran ensayado, los déficits keynesianos no habrían
podido funcionar en 1933, porque antes era necesario, por decirlo en términos
marxianos, una crisis que saneara el sistema.
¿Cree que la actual crisis supondrá
un desafío a la hegemonía de los EEUU? Teóricos del sistema-mundo como Immanuel
Wallerstein, también entrevistados por Hankyoreh, sostienen que la hegemonía del
imperialismo americano está en declive.
Ésta es una cuestión muy compleja.
Tal vez ande yo muy errado, pero pienso que muchos de los que creen que ha
habido un declive de la hegemonía estadounidense tienden a ver esa hegemonía en
términos de poder geopolítico, y al final, como capacidad militar
norteamericana. Desde este punto de vista, es principalmente el predominio
estadounidense lo que produce el liderazgo americano, es el poder
estadounidense sobre y contra otros países lo que mantiene a los EEUU en la
cumbre. Yo no veo así la hegemonía estadounidense. Yo veo a las elites del
mundo, especialmente a las del núcleo capitalista en el sentido lato de la
palabra, muy satisfechas con esa hegemonía norteamericana, porque eso significa
que son los EEUU quienes asumen el papel y el coste de policías del mundo. Eso
vale también, en mi opinión, incluso para las elites de los países más pobres.
¿Cuál es el objetivo de los policías del mundo norteamericanos? No es atacar a
otros países. Es, sobre todo, mantener el orden social a escala mundial, crear
condiciones estables para la acumulación de capital global. Su principal
propósito es erradicar cualquier desafío popular al capitalismo, proteger las
relaciones de clase existentes. Durante la mayor parte del periodo de posguerra,
hubo desafíos nacionalistas-estatistas, especialmente desde abajo, al libre
albedrío del capital. Fueron, desde luego, sometidos por los EEUU con la fuerza
más brutal, con las expresiones más descarnadas de la dominación
estadounidense. Aunque dentro del núcleo lo que había hegemonía norteamericana,
fuera de ese núcleo había dominación. Pero, con la caída de la Unión Soviética,
la entrada de China y Vietnam en la vía capitalista y la derrota de los
movimientos de liberación nacional en lugares como Sudáfrica y Centroamérica,
la resistencia al capital en el mundo en vías de desarrollo fue, al menos
temporalmente, debilitada. Así, actualmente, los gobiernos y elites no sólo de
Europa occidental y oriental, Japón y Corea, sino también de Brasil, la India y
China ─la mayoría de países que pueda usted nombrar─ prefieren el mantenimiento
de la hegemonía estadounidense. La hegemonía norteamericana no caerá por el
surgimiento de algún otro poder capaz de competir con ella por el dominio del
mundo. China, más que nadie, prefiere la hegemonía americana. Los EEUU no
planean atacar a China y, hasta la fecha, han mantenido su mercado
completamente abierto a las exportaciones chinas. Con los EEUU en el papel de
policías del mundo y asegurando un comercio y unos movimientos de capital cada
vez más libres, China puede competir en términos de costes de producción en un
campo en igualdad de condiciones, y eso es increíblemente beneficioso para
China; mejor, imposible. ¿Puede seguir la hegemonía estadounidense con la
actual crisis? Ésta es una pregunta harto más ardua. Pero creo que, en el
primer caso, la respuesta es sí. Las elites del mundo quieren por encima de
todo mantener el actual orden globalizado y los EEUU son la clave para ello.
Nadie, entre las elites del mundo, intenta explotar la crisis y los enormes
problemas económicos de los EEUU para desafiar a la hegemonía norteamericana.
China sigue diciendo "no vamos a seguir pagando para que los EEUU sigan
derrochando", en alusión a los actuales récords en déficits por cuenta corriente
sufragados por China durante la pasada década y a los titánicos déficits
presupuestarios que están generando actualmente los EEUU. Pero ¿cree usted que
China cortará ahora con los EEUU? En absoluto. China todavía está vertiendo
todo el dinero que puede en los EEUU para intentar que mantegan a flote su
economía y poder ella mantener así su vía de desarrollo. Claro está que siempre
es posible todo lo que se desea. La profundidad de la crisis china puede llegar
a ser de tal calado, que ya no le permita financiar por más tiempo los déficits
de los EEUU. O la política de la Reserva Federal de embarcarse en unos déficits
cada vez mayores e ir imprimiendo moneda podría terminar llevando al
hundimiento del dólar y provocando una verdadera catástrofe. Sea ello como
fuere, los dados están echados. Si tales cosas llegaran a suceder, habría
construir un nuevo orden. Pero en condiciones de crisis profunda sería
extremadamente difícil, porque en circunstancias así, los EEUU, lo mismo que
otros estados, podrían fácilmente deslizarse por la pendiente del
proteccionismo, el nacionalismo o incluso de la guerra. Creo que en este
momento las elites del mundo están todavía tratando de evitar esa deriva: no
están preparadas para eso. Lo que quieren es mantener los mercados, el
comercio, abiertos. Y ello porque han comprendido que la última vez que el
estado recurrió al proteccionismo para resolver el problema fue durante la Gran
Depresión, lo que no sirvió más que para empeorarla, porque cuando
algunos estados iniciaron políticas proteccionistas todo el mundo hizo lo
propio y el mercado mundial se cerró. Luego, por supuesto, vino el militarismo
y la guerra. En la actualidad, el cierre de los mercados mundiales sería
evidentemente desastroso; por eso elites y gobiernos se afanan de consuno en
impedir salidas proteccionistas, estatistas o militaristas. Pero la política no
es sólo la expresión de lo que las elites quieren, y además, las elites son
tornadizas, y lo que quieren puede cambiar de un día para otro. Por lo demás, las
elites suelen estar divididas, y la política tiene autonomía. De manera que,
por poner un ejemplo, difícilmente puede descartarse que, si la crisis se pone
muy fea ─lo que llegados a este punto no sería una gran sorpresa─, asistamos al
regreso de políticas derechistas de carácter proteccionista, militarista,
xenófobo o nacionalista. Este tipo de políticas podría tener no sólo un amplio
atractivo popular. Sectores crecientes del mundo empresarial podrían llegar a
verla como la única salida, puesto que si ven a sus mercados hundirse y al
sistema en depresión, pueden considerar necesaria la protección contra la
competencia y subvenciones públicas a la demanda mediante el gasto militar.
Ésta fue, huelga decirlo, la respuesta que prevaleció en gran parte de Europa y
Japón durante la crisis del periodo de entreguerras. Tenemos ahora a una
derecha apabullada por los fracasos de la administración Bush y por la crisis.
Pero si la administración Obama no es capaz de impedir el hundimiento
económico, podría volver fácilmente… sobre todo porque los demócratas no
ofrecen la menor alternativa ideológica real.
Ha hablado de una crisis potencial
en China. ¿Qué piensa del estado actual de la economía china?
Creo que la crisis china irá a peor,
mucho peor de lo que la gente espera. Por dos razones esenciales. La primera es
que la crisis norteamericana, y la crisis global más en general, es mucho más
grave de lo que la gente esperaba, y en última instancia, la suerte de la
economía china depende inextricablemente de la suerte de la economía
estadounidense y de la de la economía global. No sólo porque China depende en
gran medida de sus exportaciones al mercado estadounidense; también porque la
mayor parte del resto del mundo depende a su vez mucho de los EEUU,
y eso incluye especialmente a Europa. Si no voy errado, Europa se ha convertido
recientemente en el mayor mercado de las exportaciones chinas. Pero como la
crisis originada en los EEUU ha llegado a Europa, el mercado europeo se
contraerá también para los bienes chinos. De modo, pues, que la situación es
para China mucho peor de lo que la gente esperaba, porque la crisis económica
es mucho peor de lo que se esperaba. La segunda razón es ésta: el entusiasmo
con el crecimiento realmente espectacular de la economía China ha llevado a
mucha gente a ignorar el papel desempeñado por las burbujas en curso seguido
por la economía china. China ha crecido básicamente con las exportaciones, y
señaladamente, merced a un creciente excedente comercial con los EEUU. A causa
de ese excedente, el gobierno chino ha tenido que tomar medidas políticas para
mantener baja su moneda y competitiva su industria. Concretamente, ha comprado
a gran escala activos denominados en dólares estadounidenses imprimiendo
enormes cantidades de renminbi, la moneda china. Pero el resultado
ha sido la inyección de enormes cantidades de dinero en la economía china,
haciendo cada vez más fácil el crédito durante un largo periodo. Por un lado,
las empresas y gobiernos locales han utilizado este crédito fácil para financiar
inversiones en masa. Pero esto ha hecho cada vez mayor la sobrecapacidad. Por
otro lado, han usado el crédito fácil para comprar tierras, casas, acciones y
otros tipos de activos financieros. Pero eso ha contribuido a generar grandes
burbujas de precios de activos, las cuales, lo mismo que en los EEUU, han
contribuido a su vez a disparar préstamos y gastos. Cuando estallen las
burbujas chinas, el calado de la sobrecapacidad se hará más evidente. El
estallido de las burbujas chinas representará, también en gran parte del resto
del mundo, un duro golpe para la demanda de consumo e inducirá una dañina
crisis dañina. En suma: la crisis china puede llegar a ser una cosa
muy seria, y podría hacer que la crisis global tomara un rumbo todavía más grave.
Así, usted cree que la lógica
capitalista de superproducción se da también en China.
Sí, como en Corea y en gran parte
del Asia oriental a finales de los noventa. No es tan distinto. Lo único que no
ha ocurrido todavía es el tipo de revaluación de la moneda que mató, que
liquidó realmente a la expansión industrial coreana. El gobierno chino está
haciendo todo por evitarlo.
Por lo tanto, no está usted de
acuerdo con la definición de la sociedad china como "economía de mercado
no capitalista".
No, en absoluto.
¿Cree usted, pues, que China es
actualmente capitalista?
Creo que es totalmente capitalista.
Acaso pudiera haberse dicho que China tenía un mercado no capitalista durante
los ochenta, cuando experimentaba un impresionante crecimiento merced a las
empresas urbanas y aldeanas. Eran de propiedad pública, de los gobiernos
locales, pero operaban en el mercado. Esa forma económica puede decirse que
iniciaba la transición al capitalismo. Así, tal vez hasta principios de los
noventa, se mantuvo un tipo de sociedad de mercado no capitalista,
especialmente porque había un gran sector industrial de propiedad y dirección
del estado central. Pero a partir de entonces lo que ha habido es una
transición al capitalismo que, a día de hoy, puede darse por completamente colmada.
¿Qué piensa de la dureza de la
crisis económica coreana que se avecina? ¿Cree que podría ser más grave que la
crisis del FMI de 1997-98? Para hacer frente a la crisis venidera, el gobierno
de Lee Myung-bak está resucitando ahora la inversión para construir enormes
infraestructuras sociales al estilo de Park Cheng-Hee, especialmente el
"Gran Canal" de la península coreana, al tiempo que copia las
políticas de crecimiento verde de Obama. Sin embargo, el gobierno de Lee
Myung-bak intenta todavía mantener las políticas de desregulación neoliberal
del período que siguió a la crisis de 1997, especialmente mediante el Acuerdo
de Libre Comercio entre los EEUU y Corea. Podría llamársele propuesta híbrida,
ya que combina lo que parece un anacrónico retorno al método de desarrollo
dirigido por el estado al estilo de Park Cheng-Hee con el neoliberalismo
contemporáneo. ¿Servirá para combatir o paliar la crisis que se avecina?
Lo dudo mucho. No necesariamente
porque represente una vuelta al capitalismo organizado por el estado, al estilo
de Park, ni porque abrace el neoliberalismo. Es porque, cualquiera que sea su
forma interna, sigue dependiendo de la globalización en un momento en que la
crisis global está produciendo una extraordinaria contracción del mercado
mundial. Hablando de China daba yo hace un rato por probable que se encuentre
con un grave problema. Pero China tiene salarios bajos y un mercado interno
potencial enorme, de manera que con el tiempo es concebible que pueda tener una
posición mejor que Corea para afrontar la crisis, aunque tampoco estoy
totalmente seguro de eso. Descuento, en cambio, como seguro que Corea se verá
duramente golpeada por la crisis. Ya le ocurrió en 1997-98, pero le
salvaron la burbuja del mercado de valores estadounidense y el consiguiente
crecimiento del préstamo, el gasto y las importaciones norteamericanos. Pero
cuando reventó la burbuja del mercado de valores estadounidense en
2000-02, Corea cayó en lo que se antojaba como una crisis aún más
grave que la de 1997-98. Hete aquí, sin embargo, la burbuja inmobiliaria
estadounidense vino recientemente al rescate de Corea. Pero ahora ha reventado
esa burbuja, la segunda burbuja estadounidense, y no hay una tercera para sacar
a Corea de la crisis. No es necesariamente porque Corea lo esté haciendo mal.
Es que no creo que haya en parte alguna del mundo una vía de salida fácil para
nadie que se haya convertido en parte de un sistema capitalista verdaderamente
global e interdependiente.
Así, está diciendo que el entorno
externo está mucho peor que nunca antes.
Ésa es la idea principal.
¿Cuáles son, pues, las tareas más
urgentes de los progresistas en Corea? Los coreanos progresistas son muy
críticos con Lee Myung-bak. Suelen apoyar el estado del bienestar y la
redistribución de la renta como alternativa al proyecto de Lee de invertir en
la construcción del Canal, con grandes costes sociales. Ésta es la cuestión más
caliente en la sociedad coreana de hoy. Los progresistas coreanos señalan que,
a pesar de que Lee Myung-bak hable de crecimiento verde, su proyecto de
construcción destruiría ecosistemas enteros. ¿Está de acuerdo con ellos?
Evidentemente, hay que oponerse a
esos proyectos, ecológicamente desastrosos.
¿Cree que, en plena crisis
económica, la construcción de un estado del bienestar como el de Suecia sería
una estrategia razonable para los progresistas coreanos?
Creo que lo más importante para los
progresistas coreanos es el refuerzo de las organizaciones del movimiento obrero.
Sólo reconstruyendo el movimiento obrero coreano puede la izquierda construir
el poder que necesita para obtener cualquiera de sus reivindicaciones. La única
manera de que el pueblo trabajador pueda realmente desarrollar su poder es
mediante la construcción de nuevas organizaciones en el transcurso de la lucha,
y solo mediante la lucha puede lograr el advenimiento de políticas progresistas
o la definición de lo que debería ser una política progresista en este momento.
Creo que la mejor manera de forjar una respuesta política de izquierda
actualmente es contribuir a que la gente más afectada se organice y logre poder
para definir colectivamente sus intereses. De modo que, más que intentar
resolver ahora, de modo tecnocrático, desde arriba, la cuestión de cuál sea la
mejor respuesta, la clave para la izquierda es catalizar la reconstitución del
poder del pueblo trabajador. Obviamente, el movimiento obrero coreano se ha
visto debilitado desde la crisis de 1997-98. Como mínimo, la prioridad para los
progresistas debería se plantearse qué hacer para mejorar el contexto de la
organización de la fuerza de trabajo, qué hacer, precisamente ahora, para
reforzar los sindicatos. Sin una reactivación del poder de la clase obrera, la
izquierda no tardará en descubrir que la mayor parte de cuestiones de políticas
públicas se convierten en materia de pura especulación académica. Quiero decir
que si la izquierda tiene que influir en las políticas públicas, ha de haber un
cambio, un gran cambio, en la correlación de fuerzas de clase.
¿Espera usted que los recientes
fracasos del neoliberalismo abran puertas a los progresistas de todo el mundo?
El fracaso del neoliberalismo
ofrece, desde luego, importantes oportunidades que no teníamos antes. El
neoliberalismo nunca resultó atractivo para buena parte de la población. El
pueblo trabajador jamás se ha identificado con mercados libres, finanzas libres
y todo eso. Pero creo que la mayor parte de la población se había convencido de
que era la única opción, de que no había alternativa. Pero ahora la crisis ha
revelado la bancarrota total del modelo neoliberal de organización económica, y
puede vislumbrarse el cambio. Se ha manifestado eso con vigor en la
oposición del pueblo trabajador americano a los rescates de los bancos y del sector
financiero. Dicen, sobre poco más o menos: "nos han contado que
salvar las instituciones financieras, los mercados financieros, es la clave
para restablecer la economía, la prosperidad. Pero no nos lo creemos. No
queremos que ni un centavo más de nuestro dinero vaya a aquellos que no hacen
más que robarnos". De modo que hay un gran vacío ideológico y se ha
abierto un importante flanco para la penetración de ideas de izquierda. El
problema es que hay muy poca organización del pueblo trabajador; está solo,
carece de expresión política. Así que puede decirse que hay grandes
oportunidades creadas por el contexto político o por el clima ideológico, pero
que eso, por sí mismo, no proporcionará soluciones progresistas. De modo que,
nuevamente, la máxima prioridad para los progresistas ─para cualquier activista
de izquierda─, allí donde deberían ser más activos, es en el intento de
reavivar las organizaciones del pueblo trabajador. Sin resucitar el poder de la
clase obrera, poco progreso podrá hacerse, y el único modo de revivir ese poder
es la movilización para la acción directa. Sólo mediante la acción, colectiva y
masiva, del pueblo trabajador se podrá crear la organización y acumular la
energía necesaria para proporcionar la base social para una transformación, por
así decirlo, de su propia conciencia, para la radicalización política.
Robert Brenner, miembro del Consejo
Editorial de SINPERMISO, es director del Center for Social Theory and
Comparative History en la Universidad de California-Los Ángeles. Es autor
de The Boom and the Bubble (Verso, Londres, 2002), un libro
imprescindible para entender la historia económica del último medio siglo, el
origen de la llamada "globalización" y la situación
presente. (Hay una excelente versión castellana de Juan Mari Madariaga: La
expansión económica y la burbuja bursátil, Akal, Madrid, 2003).
Traducción para www.sinpermiso.info:
Daniel Escribano