domingo, abril 27, 2014

Dos libros sobre la caída de la URSS. La guerra después de la guerra, de Melvyn P. Leffler, y Un imperio fallido, de Vladislav M. Zubok. E



Un imperio fallido. La Unión Soviética durante la Guerra Fría

Vladislav M. Zubok

Traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda. Crítica, 2008. 692 páginas., 39 euros
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JUAN AVILÉS | 02/10/2008 |  Edición impresa



primer día de la construcción del muro de berlín, en agosto de 1961. Foto: archivo
La inquietud por el creciente autoritarismo interior y agresividad exterior que parecen caracterizar a la nueva Rusia era visible desde hace tiempo, pero se ha disparado a raíz de su intervención armada en Georgia. Ante ello muchas voces europeas, también españolas, han comenzado a predicar el entendimiento con Rusia, han criticado la insensatez de Estados Unidos al extender la OTAN hacia el Este y han denunciado el peligro de que Europa se deje arrastrar por la incomprensión de Estonia, Polonia o Chequia hacia su vecino ruso. Nicolás Sartorius ha llegado a escribir que Estados Unidos nunca debería haber tratado de desbancar a Rusia “de zonas sensibles para su seguridad desde la más remota época de los zares -los Balcanes, el mar Negro y el Cáucaso-”. La respuesta de la Unión Europea, liderada por Sarkozy, ha sido menos complaciente, pero una portada del Economist resumía hace poco la firmeza europea frente a la actuación rusa en Georgia al compararla con la de un aterrorizado postre de gelatina.

No nos encontramos ante un retorno de la guerra fría, pero tampoco está de más revisar la política rusa de entonces. En Estados Unidos se publicaron el año pasado dos notables libros sobre el tema y ambos aparecen ahora en edición española, publicados por Crítica. Se trata de La guerra después de la guerra, de Melvyn P. Leffler, y Un imperio fallido, de Vladislav M. Zubok. El segundo es particularmente interesante porque expone la guerra fría desde el lado soviético, basándose en la amplia documentación interna que se ha dado a conocer en los últimos años, y lo hace además desde la perspectiva de un autor ruso. Zubok se doctoró en Moscú por el Instituto de Estudios sobre Estados Unidos y Canadá en 1985 y fue un cualificado observador de la política exterior de Gorbachev antes de emigrar a Estados Unidos, donde es profesor de historia en la Temple University e investigador del Nacional Security Archive en la George Washington University.

Zubok está convencido que para comprender la política exterior soviética resulta crucial prestar atención a la personalidad y a las decisiones concretas de quienes la dirigieron; por ello Un imperio fallido se centra básicamente en la historia de los cuatro principales líderes soviéticos del período, es decir Stalin, Khruschev, Brezhnev y Gorbachev. El primero fue el fundador del imperio y el forjador del paradigma imperial-revolucionario, una combinación de política de gran potencia y de apoyo a la expansión mundial del comunismo que continuaron sus sucesores. En mi opinión, sin embargo, Zubok no ofrece grandes novedades en sus tratamiento de la política de Stalin, mientras que resultan muy sugestivos, incluso provocativos, sus retratos de Khruschev (sobre quien disponemos de una excelente biografía de William Taubman, traducida por La Esfera de los Libros en 2005 y ya comentada aquí), de Brezhnev y de Gorbachev. En Occidente Khruschev tiene relativamente buena imagen, al recordarse sobre todo que denunció el estalinismo y en la crisis de Cuba supo frenar a tiempo, y Gorbachev tiene una excelente imagen por buenos motivos, mientras que Brezhnev encarna el prototipo de la gerontocracia soviética, que condujo a su país al estancamiento interior y tomó las funestas decisiones de invadir Checoslovaquia y, once años más tarde, Afganistán. Así es que resulta refrescante comprobar cómo Zubok destaca los defectos de Khruschev y de Gorbachev y subraya las virtudes de Brezhnev, una perspectiva que no debe resultar insólita en Moscú.

Fue sin duda un alivio que en 1956 la Unión Soviética abandonara la doctrina de la inminencia de una guerra mundial y adoptara la de la coexistencia pacífica, pero no por ello abandonó Khruschev el paradigma imperial-revolucionario, del que acentuó el componente revolucionario de la expansión mundial del comunismo frente al de la consolidación de un imperio ruso, en contraste con lo ocurrido en la era de Stalin. Creyó que el poderío nuclear soviético, que se incrementó muchísimo durante su mandato, ofrecía una baza excelente para esa expansión, pues esperaba que la amenaza nuclear forzara a los occidentales a ceder, sin que se llegara a producir la temida tercera guerra mundial. No tenía unos objetivos estratégicos claros y carecía por completo de tacto diplomático, como lo demostró en sus encuentros con Mao, Eisenhower y Kennedy, pero lo más grave fue el extremismo con el que jugó la carta nuclear en sus relaciones con Estados Unidos, sobre todo en el caso de la crisis de los misiles de Cuba, que representó el momento más peligroso de toda la guerra fría. Todo sumado, su caída en 1964 no supuso una pérdida para la causa de la paz mundial.

Brezhnev y Nixon no parecían condenados a entenderse, pero fueron quienes iniciaron en 1972 la corta primavera de la distensión. Zubok sostiene que a ello contribuyó decisivamente la voluntad de Brezhnev, quien no tenía una gran talla intelectual y carecía de experiencia en temas internacionales cuando alcanzó la cima del poder soviético, pero tenía la firme convicción de que era necesario evitar una guerra mundial. Como primer paso hacia ese fin buscó con empeño un acuerdo sobre armamento nuclear y, a diferencia de lo ocurrido durante el mandato de Khruschev, dio prioridad a los intereses de seguridad de la Unión Soviética sobre la solidaridad con los regímenes radicales del Tercer Mundo: él no se habría arriesgado a una guerra mundial por Cuba. Sus acuerdos con Estados Unidos y con Alemania occidental, basados en un entendimiento con Nixon y con Brandt, fueron sus grandes triunfos. Sin embargo, desde mediados de los años 70, las relaciones entre la URSS y Occidente se deterioraron de nuevo. La salud de Brezhnev decayó, como resultado de una arterioesclerosis cerebral y de su excesiva dependencia de fármacos sedativos, hasta limitar gravemente su capacidad de liderazgo. Los astronómicos gastos de defensa y el mantenimiento de los regímenes clientes representaban una carga excesiva para la economía soviética y el régimen mostraba una decreciente capacidad de innovación. En 1979 llegó el gran error, la invasión de Afganistán, que en contra de lo que pensaban Carter y Brzezinski no se encuadraba en ninguna gran estrategia de expansión soviética en el Medio Oriente. Como a menudo ocurre, aquella fatídica decisión se tomó sin haber valorado debidamente sus implicaciones.

La huella del individuo en la historia se observa con especial claridad en el caso de Gorbachev, cuya sorprendente gestión ha llevado a valoraciones contrapuestas de su legado. Gorvachev tenía en común con Khruschev un gran optimismo y una enorme confianza en sí mismo, pero en contraste con la impetuosidad del irascible Nikita, buscaba el consenso. Su política fue un fracaso, ya que no logró ni reformar el sistema soviético ni asegurar un lugar preeminente a su país en un nuevo mundo libre de las tensiones de la guerra fría. Así es que hoy se le recuerda por los resultados no intencionados de su política: en Occidente se le admira porque condujo a que el imperio soviético desapareciera de una forma tan rápida como pacífica, mientras que en Rusia muchos le consideran culpable de la desintegración de la URSS. Zubok se muestra duro con sus errores, pero en su último párrafo le hace justicia: Gorbachev y los que le apoyaron “no estaban dispuestos a derramar sangre por una causa en la que no creían y por un imperio del que no sacaban provecho alguno”. El resultado fue la emancipación de la Europa centro-oriental y el fin del comunismo. El imperio soviético podría haber resistido algún tiempo más, pero prefirió suicidarse.

La traducción de Un imperio fallido es mediocre e incurre en ocasionales despistes. Uno de ellos produce un involuntario efecto humorístico, cuando el discurso secreto de Khruschev sobre los crímenes de Stalin se convierte en su “discreto secreto”. Algún otro es garrafal, como cuando la evitada Tercera Guerra Mundial (Third World War) se convierte en la “la guerra del Tercer Mundo”. También es peculiar que en una página Gorbachev logre convencer a Reagan de que renuncie a su proyecto de defensa espacial y en la página siguiente fraca-
se en ese mismo intento. La verdad es que Reagan mantuvo su proyecto. Llama la atención que una editorial de prestigio como Crítica no haga revisar las traducciones que publica, pero a pesar de ello vale la pena leer Un imperio fallido.






Un imperio fallido. La URSS durante la Guerra Fría – Vladislav Zubok





Luego llegó Gorbachov y la cosa comenzó a decaer a toda velocidad. La URSS había caído en manos de un visionario que caía muy bien en Occidente, moderno, moderado y simpático. Y, claro, el chiringuito no duró ni cinco años. En 1986 explotó Chernobil, en 1989 se cayó tanto el Muro de Berlín como el telón de acero en su conjunto, y para 1991 desaparecería la propia URSS. En menos de lo que canta un gallo, la geopolítica había dado un giro de 180º (o de 360º, que diría cualquier contertulio radiofónico).Puede que muchos de Ustedes ya no se acuerden, pero hace no tanto tiempo estábamos inmersos en la maravillosa década de los años 80, con su pelo cardado, sus hombreras y su Ronald Reagan. En aquellos tiempos, los que comenzábamos a tener conciencia de sí, a poco que nos despistásemos, caíamos en la cuenta de que el mundo occidental vivía el terror diario del holocausto nuclear que en cualquier momento podía caer sobre nuestras cabezas; el ansia de poder y de destrucción que caracterizaba al ogro ruso; la última línea de defensa de Occidente, etc. La Guerra Fría en toda su extensión.
Bueno, para ser justos hay que decir que esa retórica se vendía mejor con el Anterior Jefe del Estado. Con el que hay ahora, campechano él, la cosa ya no estaba tan clara. En primer lugar porque en España había felipismo. Mucho felipismo. Le saludabas amablemente al concejal de tu pueblo y te caía una subvención. Grababas una maqueta infame, o un ridículo cortometraje existencialista, y entrabas en el maná cultural, pesebre inagotable de creación, arte e intelectualismo del bueno. Veías el felipismo, luego veías que el arsenal soviético en armamento convencional era muy superior al yanqui, casi paritario en armas nucleares, sumabas a ello el atávico espíritu de sacrificio del pueblo ruso y más de uno se volvía filosoviético en aquellos buenos tiempos.
¿Qué había ocurrido? Contrariamente a lo que desde entonces profesa la propaganda neoconservadora (“la URSS cayó por la firmeza del presidente Reagan y su programa de defensa estratégica SDI”), que a estas alturas ya no se creen ni ellos, la Unión Soviética cayó víctima del envejecimiento (físico, tecnológico y moral) de sus estructuras de poder, del brutal endeudamiento financiero generado por mantener a un sinfín de países satélite y supuestos aliados en todos los continentes, y del agotamiento causado por cuarenta años de Guerra Fría. Para cuando llegó Reagan, la URSS ya estaba al límite de su capacidad.
Y no sería Reagan, sino Gorbachov y sus delirantes medidas -a los efectos de mantener la URSS en funcionamiento- en el plano económico y político quien desactivaría al gigantesco imperio. Su renuncia casi absoluta al uso de la fuerza, su absoluto desconocimiento de la gestión de la economía (se le ocurrió, por poner un ejemplo, lanzar una campaña contra el alcoholismo que redujo enormemente los ingresos del Estado, que monopolizaba la distribución y venta de bebidas alcohólicas; ¡una semi “ley seca” en los ochenta!) y su aventurerismo político, caracterizado por lo que él llamaría el “nuevo pensamiento” (sustitutivo del tradicional paradigma revolucionario-imperial, que venía a fusionar el comunismo con el imperialismo ruso de toda la vida, genial invento estalinista), una especie de humanismo vacuo prooccidental, le llevarían a desmantelar tanto el imperio como la propia administración y estructuras de poder soviéticos, lo cual, en un país comunista de tan largo recorrido, significaba destruirlo todo.
De manera que la URSS se desintegró en un montón de repúblicas a cual más absurda, un antagonista medio serio y aparente de EE.UU. se desvaneció de forma increíblemente pacífica, casi con resignación, y Gorbachov se convertiría, desde entonces y para siempre, en el héroe que acabó con la Guerra Fría, tan amado en Occidente como odiado en su país (cuanto le dio por presentarse a las elecciones presidenciales rusas, en la década de los 90, sacó entre el 1% y el 2% de los votos), pues no en vano había convertido el imperio ruso en un erial, dejándolo a merced de las mafias y provocando un colapso social (que llegó al desabastecimiento absoluto en casi todo el país, durante semanas, de productos básicos, incluyendo medicinas y alimentos, a unos niveles desconocidos desde la invasión nazi de 1941) del que aún están recuperándose.
Pues bien, más o menos esto es lo que cuenta el libro de Zubok, que comienza con el fin de la II Guerra Mundial y llega precisamente hasta 1991. El libro no se pierde demasiado en consideraciones sobre la sociedad soviética, las grandes cifras de armamento o el PIB comparado de la URSS con Occidente (lo cual, en función de lo enfermos que estén Ustedes, puede ser algo bueno o malo), centrándose fundamentalmente en relatar el proceso de toma de decisiones de los sucesivos líderes soviéticos, desde Stalin hasta Gorbachov. La cosa, resumiendo mucho, viene a ser:
- Reconocimiento de la inteligencia y capacidad estalinistas para cimentar un poderoso imperio y enfrentarse, con ciertas garantías de éxito, a Occidente. Sí, se denuncian sus repugnantes métodos, el asesinato de masas, etcétera, pero con un evidente poso de “pero Stalin sabía muy bien lo que se hacía”.
- Crítica acerba de los excesos de Jruschov. Esto constituye una primera novedad respecto de lo habitual. Jruschov tiene muy buena prensa, por lo general, porque denunció el estalinismo y comenzó un proceso de deshielo con el mundo capitalista. Sin embargo, Zubok le critica su carácter irreflexivo y su tendencia a la improvisación y a farolear con Occidente, que provocaron diversas situaciones de tensión diplomática manifestadas en la crisis de los misiles cubanos, la construcción del Muro de Berlín, etc.
- Defensa, por el contrario (2ª novedad), de la política de distensión llevada a cabo por Brezhnev (con la ayuda de Richard Nixon, por cierto) y sus logros. Brezhnev, tradicionalmente considerado una especie de gestor gris de la decadencia soviética, sale aquí mucho mejor librado.
- Y el balance ambivalente que ya hemos explicado de la figura de Gorbachov, que se nos retrata como una persona de moralidad íntegra, pero profundamente irreflexivo, al que Occidente más o menos se habría llevado al huerto a cambio de casi nada. Gorbachov fue bueno para el mundo y malo para la URSS.
En resumen: se trata de un libro muy interesante, aunque con algunos irritantes errores en la traducción (estoy cada vez más harto de encontrarme traslaciones literales de “last, but not least” y de “in the first place”, entre otros grandes éxitos), y que va ganando conforme nos acercamos a la época actual, sobre todo por lo fascinante que resulta que la URSS se hundiera desde tan alto, en tan poco tiempo, y sin apenas violencia, para felicidad eterna de fondos de inversión, sociedades financieras y altos ejecutivos de todo el mundo. Muerto el perro, se acabó la rabia, y aquí nos tienen, desmantelando a marchas forzadas el Estado del Bienestar “porque todos tenemos que hacer sacrificios”. Y ellos, los esforzados capitalistas, ya hicieron bastantes cuando, a partir de los años cincuenta, tuvieron que sacarse de la manga un Estado del Bienestar que conjurase el peligro rojo.

sábado, abril 26, 2014

Ernesto Laclau y la razón populista


 Ernesto Laclau






Joan Martínez Alier
*ICTA-Universitat Autónoma de Barcelona

Cuando conocí a Laclau en Oxford, él era un joven trotskista y peronista, seguidor de José Abelardo Ramos. Que fuera capaz de llevar puesta esta combinación de trotskismo y peronismo y más tarde su carrera universitaria en Inglaterra, donde consiguió encontrar un excelente empleo (lo que no debe haber sido fácil), acrecentó mi respeto, no sólo por Ernesto Laclau como persona, sino mi perplejidad ante la complicación extrema de la política argentina y en concreto del peronismo. Leer u oír de Laclau a través de las décadas, y cada vez más en los últimos años, me ha despertado el recuerdo de una amistad juvenil, de la tesis doctoral de historia económica que el pensó escribir sobre la cría de ovejas en Patagonia, pero que no escribió, y de su sofisticación mental como joven intelectual argentino que conocía a Carlos Marx de cabo a rabo y era peronista. Se instaló como en su casa en Londres y en el continente europeo en la época inmediatamente anterior a 1968. De entonces datan sus primeros artículos en la New Left Review.
De peronistas, los hemos conocido de todos los colores. El peronismo ha sido siempre difícil de entender. Hasta llegó a ser neoliberal con Carlos Menem. Una vez, el ex montonero peronista Mario Firmenich vino a verme, en su exilio, a mi oficina en la universidad en Barcelona, porque quería discutir simpáticamente de termodinámica y economía. Perón, Perón, qué grande sos.
Casi todos mis amigos argentinos de diversas inclinaciones políticas, incluso ecologistas, en los últimos 20 años se han reclamado y se reclaman casi todos del peronismo. Algunos son radicales o del partido socialista, pero pocos. Es evidente que el general y Evita Perón dejaron una memoria imborrable. Fueron nacionalistas; ganaron elecciones. Los sucesivos golpes militares impedían que el peronismo llegara al poder electoralmente, o sea que no puede simplemente criticarse al peronismo de antidemocrático. Más bien, lo contrario. Pero de otro lado, el general Perón vivía tranquilamente en el exilio precisamente en el Madrid del general Francisco Franco.
Un gran mérito de Laclau es haber mantenido durante 50 años el interés por su país y por explicar el fenómeno populista en América Latina, que conocía desde su infancia. Un marxista o posmarxista enfrentado al análisis del peronismo. Su amistad con Cristina Kirchner no es casual. No cedió en su voluntad de explicar los populismos que vivió América Latina (el peronismo, el getulismo) y los que han surgido, con éxito, en distintos países en los últimos años. Por tanto, su relevancia no es sólo argentina. En Ecuador, sus análisis (y su apoyo) han sido considerados como pertinentes por los propios correístas.
No dijo que los populistas fueran necesariamente de izquierda, aunque claramente simpatizó y apoyó a Rafael Correa y a Cristina Kirchner frente a las arremetidas de la prensa al estilo de El País. Yo a veces me siento favorable a estos populismos, pero otras veces no. Eso no es porque practique una superioridad liberal europea, que en cualquier caso sería una falsa superioridad, tenida en cuenta nuestra historia. Yo creo que Kirchner y Correa abandonaron el Consenso de Washington para caer en el “Consenso de los Commodities”, como dice Maristella Svampa. Soy partidario del posextractivismo, pero Laclau se movía intelectualmente en un plano de análisis más puramente político. Ni la cría de ovejas ni las polémicas sobre los términos de intercambio y la sustitución de importaciones eran sus temas. Podrían haberlo sido, pero no lo fueron. Yo creo que ha muerto sin haberse pronunciado respecto de las críticas posextractivistas. Tal vez me equivoque.
Los gobiernos nacional-populares a comienzos del siglo XXI le dieron la razón a Laclau, el famoso teórico de La razón populista. Su triunfo intelectual no fue póstumo, duró unos años, lo pudo disfrutar. Murió el 13 de abril en Sevilla, acompañado de Chantal Mouffe, precisamente invitado para hablar de la razón populista en América Latina. Ha muerto en Europa, pero pasa a la historia como teórico de la política latinoamericana, con teorías seguramente pertinentes para otros países también. Hace ya años, a partir de la idea de la construcción de hegemonía de Antonio Gramsci, dijo que el proletariado ni su supuesto partido político era protagonista indiscutible de la historia (algo duro para quien fue un joven trotskista), y afirmó la posibilidad de construir otras hegemonías. Pero eso ya lo sabía él desde mucho antes. El peronismo fue el partido de la clase obrera argentina (y de sus sindicatos, construidos tras la destrucción de otros sindicatos) y, sin embargo, el peronismo apelaba a otras clases sociales. Sus eslogans, como Braden o Perón, se dirigían con éxito al pueblo en general.


Joan Martínez Alier
Economista
Joan Martínez Alier es un economista catalán. Es catedrático de Economía e Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona.

jueves, abril 24, 2014

FRANÇOIS DOSSE Y LA BIOGRAFÍA INTELECTUAL



tomado de  http://clionauta.wordpress.com/2010/05/31/francois-dosse-y-la-biografia-intelectual/

François Dosse (París, 1950) es entrevistado de nuevo en Argentina a propósito de su reciente  Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada (Fondo de Cultura Económica). Participante en la Feria del Libro de Buenos Aires, en esta ocasión conversó con adn cultura.
-Usted ha escrito numerosos textos dedicados a la historiografía y sus conceptos. Sin embargo, la posibilidad de acceder a un público mayor se la proporcionaron sus trabajos biográficos. ¿Cómo interpreta esta situación?
-Lo primero que hay que decir es que durante un largo período la biografía, como género, fue objeto de un profundo descrédito en Francia. Especialmente cuando se trataba de personajes intelectuales. Desde los años ochenta, en cambio, asistimos a una verdadera explosión del género biográfico. Es una situación que coincide -y no por casualidad- con el retorno a la noción de “acontecimiento”. Mi idea es que, tanto en un caso como en el otro, no se trata de un mero “volver a lo de antes”, sino que hoy en día la manera de abordar tanto una biografía como la problemática del acontecimiento es más reflexiva, ya que se tienen en cuenta las condiciones de posibilidad, las zonas de opacidad, el hecho de que existen lógicas de las cuales los actores no son conscientes, etcétera. Al mismo tiempo, el creciente interés en lo biográfico puede deberse a que, sobre todo en las ciencias humanas, actualmente nos interrogamos más profundamente sobre las lógicas de autor, y esto se corresponde con un cierto regreso a la reflexión sobre el sujeto.
-El hecho de trabajar con biografías de intelectuales ¿lo condiciona de algún modo particular? Porque, quizá, los lectores no estén a la espera de datos sobre la vida privada de los personajes abordados, sino de claves de interpretación de su pensamiento o, incluso, de toda su época.
-Mi punto de vista es que el biógrafo no posee las claves de la explicación de un pensamiento o una época. Sin embargo, considero que sí está en condiciones de instalar un cierto número de hipótesis al respecto, siempre y cuando considere la biografía intelectual -al menos si se encuadra en lo que yo llamo “historia intelectual”- como algo que no es ni puramente externalista ni puramente internalista. El biógrafo debe tener en cuenta la obra propiamente dicha, sumergirse en ella, y al mismo tiempo el momento, los medios de sociabilidad, los destinatarios, los modos de apropiación, los horizontes de la obra y del autor, etcétera. No para establecer relaciones de causalidad entre estos elementos, sino para estudiar las conexiones, los agenciamientos que son esclarecedores y que permiten alcanzar una mejor percepción tanto de la singularidad de la obra como del sujeto en cuestión.
-La biografía intelectual podría funcionar, entonces, como una suerte de introducción a un pensador…
-Efectivamente. Pienso que puede resultar un buen modo de acceder a la obra y a su desarrollo, que es a la vez sincrónico y diacrónico. Hay una lógica endógena, interna a la obra, que se despliega independientemente del contexto y de su tiempo y, simultáneamente, una lógica sincrónica, de correspondencia entre la obra misma y todo lo que la rodea, como los desafíos de su época o los elementos de su contexto. Por esto, para pensadores que se han comprometido con su tiempo, que intervinieron en la vida ciudadana, como Foucault, Lévi-Strauss, Deleuze o Guattari, esta modalidad de aproximación me resulta especialmente apropiada.
-En su último libro, Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada , usted desmonta el dispositivo “Deleuze-Guattari” para señalar, de modo diferenciado, los aportes propios de ambos pensadores. En esa operación se percibe una clara tendencia a destacar el valor de los conceptos que provienen de Guattari…
-Lo que usted dice es al mismo tiempo verdadero y falso. Verdadero, dado que el libro pretende reparar una injusticia. Porque si bien ellos produjeron una obra en común, hay una fuerte tendencia a “desguattarizar” a Deleuze. Por ello en mi trabajo creo necesario insistir en los aportes de Guattari. Pero también es falso, dado que yo no me siento, en lo personal, más cerca de Guattari que de Deleuze. Tal como ellos mismos lo plantearon, en relación con su obra conjunta no es pertinente tratar de discernir los aportes de cada cual. Lo que importa es el proceso, el dispositivo extremadamente original de escritura en común, de diálogo. Cuando uno se aproxima a Deleuze y Guattari, la importancia está en el “y”, en la conjunción que los vincula. No se trata de separar al uno del otro, ni de construir un tercer personaje, una suerte de “Guattareuze”, que sería como la fusión de ambos. Es el discurso que surge de una “síntesis disyuntiva”, dos flujos que son muy diferentes el uno del otro, que produce chisporroteos de creación a partir de la diferencia. Pero eso no implica avalar la “desguattarización”.
-¿A qué le atribuye esa tendencia a borrar el nombre de Guattari?
-Yo creo que no es algo necesariamente malintencionado. Pasa que Deleuze tiene una identidad anclada, una identidad de profesor de filosofía, de filósofo profesional. En cambio, Guattari es una especie de “electrón libre”, que, profesionalmente, no tiene anclaje. Aunque tiene responsabilidades en relación con lo psiquiátrico, en la clínica de La Borde, que él codirige, no es un psiquiatra profesional; hizo un trayecto de formación en filosofía, pero nunca llegó al final del recorrido. Guattari es la encarnación de un rizoma, es inclasificable. Pero, al mismo tiempo, gravita en medios muy diferentes, y esto es, por supuesto, lo que le interesa a Deleuze, porque está conectado con psiquiatras, con antropólogos, con especialistas en educación, en sociología institucional, etcétera. Y, sobre todo, es un militante. Esto es también lo que se quiere borrar: su radicalidad, que lo vincula al pensamiento de Mayo del 68.
-¿Qué es lo que atrae a Deleuze de Guattari?
-Tal vez, su diferencia. No olvidemos la tesis de Deleuze: Diferencia y repetición . Ellos son la diferencia “puesta en obra”. Guattari estaba metido de lleno en las ciencias sociales, mucho más que Deleuze. Incluso en un momento fue presentado como el álter ego de Lacan. Y en relación con la filosofía, aportó la cuestión de la práctica. Los conceptos, en general, se quedan en el mundo de las ideas para ser contemplados. En cambio, para ellos, los conceptos que creaban debían servir como herramientas en la práctica. Guattari tenía ese lugar de inscripción social -la clínica de La Borde, los diversos grupos en los que participaba- y, por tanto, él podía testear conceptos como el esquizoanálisis, los agenciamientos múltiples, los rizomas, poniéndolos en práctica. Pero, evidentemente, esto no significa que Guattari sea más que Deleuze, eso no tendría mucho sentido porque, tanto en la calidad de la escritura como en la inscripción en el pensamiento filosófico, Deleuze es totalmente indispensable.
-Actualmente es usual escuchar que la filosofía francesa ha cedido el paso al pensamiento italiano. Los nombres de Agamben, Negri, Esposito o Vattimo ocuparían el lugar de los grandes nombres franceses de fines del siglo pasado. ¿Coincide con esta postura?
-Creo que es una visión un tanto ilusoria de las cosas. Es cierto que si uno considera la segunda parte del siglo XX, se ve que hubo un producto de exportación, la “French Theory”, con una serie de pensadores de la talla de Derrida, Foucault, Althusser, Bourdieu, Lacan, Barthes, todas grandes figuras. Es la época calificada como “estructuralista”, que fue algo así como la edad de oro de las ciencias humanas. Y, curiosamente, fue el momento de una tendencia en Francia que consideraba que la filosofía había llegado a su fin, que era algo superado, terminado. La perspectiva teórica estaba alimentada por las ciencias humanas y se sostenía que la filosofía especulativa había que situarla en el siglo XIX. Hoy en día, en cambio, la filosofía experimenta un importante retorno. A tal punto que han aparecido revistas y suplementos semanales para todo público, que se encuentran en los quioscos, dedicados íntegramente a la filosofía. También se multiplican los cafés filosóficos y las “consultas filosóficas”. Así como en los años sesenta todo el mundo se psicoanalizaba, hoy en día se prefiere acudir a la consulta filosófica. Hay mucha gente que le paga al filósofo para que le brinde orientación. Partiendo de la reflexión acerca de un problema personal, el filósofo sugiere lecturas -de Séneca o Nietzsche, por ejemplo- y a la semana siguiente evalúa junto con su interlocutor si las cosas van mejor o no. Es decir, la filosofía no ha muerto en Francia. El filósofo sigue siendo considerado un intelectual en el pleno sentido del término, aunque sobre todo como mediador, como esclarecedor de ideas, como portador de temas que son fundamentales para la vida ciudadana. Es cierto que los filósofos franceses no se arriesgan hoy al ridículo de considerarse la encarnación del sentido de la historia, a diferencia de lo que parecen pretender ciertos filósofos italianos.
-¿Podría decirse que cambió la función de la filosofía?
-Pienso que tanto su rol como su estatus se han modificado un poco. Hay una renuncia a colocarse en una posición superior o de aislamiento. Lo que en su momento fue considerado el fuerte de la filosofía francesa estaba construido a partir de un riguroso encierro, desde el que se lanzó al mercado un producto propio del terruño, como si se tratara del vino de Bordeaux, por ejemplo. Hoy en día, en cambio, los filósofos franceses son plenamente conscientes del hecho de que deben articular su pensamiento con el de otras filosofías, como la corriente fenomenológica, la hermenéutica o la filosofía analítica anglosajona. Esto es algo que ya hizo Paul Ricoeur, por ejemplo. Él fue un gran mediador entre estas corrientes, y con ello logró que la filosofía, en lugar de caer en puntos muertos, se fortaleciera al nutrirse con esa variedad.
-Usted ha dedicado varios trabajos a Paul Ricoeur, destacando su importancia para el pensamiento francés contemporáneo. ¿Cree que en el ámbito intelectual se le ha otorgado el lugar que merece?
-Ricoeur fue víctima de una importante marginación a mitad de los años sesenta en Francia, particularmente a causa de su lectura de Freud. Fue atacado de manera violenta por Lacan. Porque Lacan esperaba que Ricoeur realizara una apología de él mismo y se decepcionó, ya que Ricoeur dedicó su estudio a Freud, no a Lacan. A partir de entonces Ricoeur fue víctima de ataques muy duros por parte de los lacanianos, a tal punto que siendo un filósofo muy moderno, fue acusado de tradicionalista, de estar atrasado. Pero más tarde, cuando el estructuralismo declinó, Ricoeur recuperó un lugar destacado, sobre todo a partir de la publicación de Tiempo y relato y de su contribución a la introducción en Francia de la filosofía analítica, luego de haber enseñado en Chicago. En ese momento se encontró con una generación joven, que se interrogaba sobre la cuestión del sujeto y que vio en Ricoeur la posibilidad de una filosofía abierta que terminó siendo clave en la redefinición de las ciencias sociales de fines de los años ochenta. Por ejemplo, si volvemos al terreno de la historia, debemos admitir que los historiadores no se interesan, en general, por cuestiones filosóficas. Sin embargo, desde hace algunos años el trabajo de elucidación realizado por Ricoeur ha sido fundamental para ellos. Y lo mismo sucede con los antropólogos, los sociólogos, los teóricos de la literatura.
-Para finalizar, ¿podría anticiparnos algunos de sus próximos trabajos?
-Acabo de terminar dos libros. El primero es una reflexión sobre la noción de acontecimiento. En él planteo una indagación pluridisciplinaria, desde la historia, la filosofía, el psicoanálisis, la antropología, acerca de qué es un acontecimiento. Hoy en día asistimos a un retorno de la noción de acontecimiento, que yo llamo -y así se titula el libro- “el renacimiento del acontecimiento”. No se trata del retorno de lo mismo, sino de algo diferente. El subtítulo es: “Un enigma para el historiador: entre fénix y esfinge”. El acontecimiento, cualquiera sea su definición, se mantiene como un enigma en cuanto a las explicaciones posibles. Y es también una especie de ave fénix. Hay una frase de Michel de Certeau que a mí me gusta mucho, que dice que “el acontecimiento es lo que él mismo deviene”. Éste es uno de los aportes del psicoanálisis y de la relación entre historia y memoria. El acontecimiento no es lineal; se sumerge, reaparece; se conecta ulteriormente con otros acontecimientos, con lo cual crea nuevos acontecimientos. Hay un renacimiento enigmático a partir de los rastros, de las huellas del acontecimiento. El acontecimiento debe ser concebido siguiendo esas huellas. El otro texto que acabo de terminar es una biografía intelectual de Pierre Nora, que estuvo en el corazón de esa edad de oro de las ciencias sociales. Él nos trajo una nueva manera de escribir la historia, con la problemática de los lugares de memoria.
Gustavo Santiago  © LA NACION

Homenaje a Carmela Velázquez Bonilla. Historiadora Colonial Centroamericana







El CIHAC en su 35 aniversario desea reconocer a la doctora Carmela Velázquez Bonilla por sus valiosos aportes a la historia colonial y a este Centro de Investigaciones.

Sin duda, este acto es un justo  homenaje a la académica que ha trazado un rumbo de trabajo, esfuerzo y creación de espacios de diálogo.  Su trayectoria es la más segura y mejor de sus riquezas y que ella con su labor cotidiana ha sabido asegurar. 


Junto con José Daniel Gil, Dora Cerdas y otros colegas, se le reconoce  como una de las cultoras de la historia de las mentalidades en Costa Rica y Centroamérica.  Sus trabajos abordan la muerte, la cristiandad y la piedad, no como temas descriptivos sino como un prohijó espacio de análisis e interpretación para comprender las  empresas misioneras, la evolución de las instituciones religiosas; y las manifestaciones de la fe.  Justamente, se le reconoce como una experta de las “Historiadores  de la Mentalidades Colectivas y en especial de la Historia de la Iglesia Católica”.  A pesar de tener claro su campo de trabajo se ha mostrado como una historia diestra y aguda en otras problemáticas como ha sido su  exitosa inserción en la historia de la salud y la medicina.


Para Michel Vovelle la Historia de las Mentalidades es el estudio de las meditaciones y de la relación que hay entre las condiciones de vida de los individuos y su forma de contarla y vivirla y la doctora Carmela Velázquez Bonilla ha logrado esa relación entre condiciones de vida y el análisis histórico interpretativo y la forma de contar las vivencias de los actores sociales.


DATOS DE CARMELA

En 1996 defendió una tesis fundamental en la historia social de las mentalidades religiosas titulada “Las actitudes ante la muerte en el Cartago del siglo XVII “ en el Posgrado Centroamericano de Historia  y en el 2004 su tesis doctoral “El sentimiento religioso y sus prácticas en la diócesis de Nicaragua y Costa Rica, siglos XVII y XVIII (2004)”


A partir de ello ha publicado una serie de artículos significativos sobre la historia tales como

1.      Base de datos de los testamentos de Cartago, Costa Rica, del siglo XVII En: Diálogos, Vol.12, no.2, 211-233

2.      Calles y caminos del Hermano Pedro (2003)

3.      La diócesis de Nicaragua y Costa Rica : su conformación y sus conflictos, 1531-1850  En: Revista de historia, No.49-50, 245-286

4.      Las funciones y las relaciones sociales, económicas y políticas de los miembros del cabildo catedralicio de la Diócesis de Nicaragua y Costa Rica (1531-1859 En: Revista de historia, No.57-58, 65-83

5.      Morir en el XVII   En: Revista de historia, No.33, [45]-66 Artículo de revista

6.      Los negros y la Virgen de los Ángeles, de Manuel Benavides Barquero Velázquez Bonilla, María Carmela  En: Revista de historia, No.61-62, 159-161

7.      Relación de los méritos, grados y servicios del licenciado don Pedro Agustín Morel de Santa Cruz, Deán de la Iglesia Catedral de la Ciudad de Santiago de Cuba En: Revista de historia, No.57-58, 165-172


A participado en diversos libros tales como

1.      Breve historia de la iglesia católica en Costa Rica, 1502-1992 (1992) en coautoría con Payne Iglesias, María Elizet; Vargas Arias, Claudio Antonio; Velázquez Bonilla, María Carmela

2.      Diccionario de términos coloniales (1. edición) (2005) el cual ha contado con varias reediciones

3.      Guía práctica para el estudio de la historia colonial de Costa Rica y Nicoya : vocabulario usos y costumbres del habla coloquial ([2000?])


Y ya nos ha anunciado al menos tres libros más asociados a sus temas de tesis.  Los cuales esperamos leerlos muy pronto.


La Dra. Carmela Velázquez se ha comprometido con la institucionalidad de nuestra universidad y de la comunidad de historiadores.  Dos ejemplos, han sido su papel  relevante en la coordinación del Programa de Historia Colonial (actualmente denominado del antiguo régimen a la modernidad)  y de  la Asociación Pro historia.   Esto la evidencia como una investigadora comprometida, propositiva y creadora de proyectos


En una entrevista  realizada en el 2001 por Álvaro Sanabria Sanabria; Juan Carlos Valverde Novoa y Ariel Mesa Campos  la doctora Carmela Velázquez señalaba:

“Me gusta ubicarme en historia de las mentalidades colectivas porque considero que es un análisis de cómo piensan, actual y sienten los grupos de personas ante determinados fenómenos sucesos, ante por ejemplo el caso de la muerte, como es que las personas han pensado a través de la historia sobre la muerte, como prepararse para la muerte, sobre la religiosidad que se tiene en ese campo.


La trayectoria de 1996 a la fecha ha sido muy fructífera.   Ante nosotros Carmela Velázquez se ha  consagrado tanto a la enseñanza como a la investigación de lo colonial.   Lo primero que viene a la mente de los que han trabajado con ella es su  enorme respeto a los estudiantes, los colegas y a los investigadores.   Un  convencimiento que le otorga su condición de profesora.


El mero hecho de dedicar su trayectoria vital a una profesión debe ser  algo digno de encomio, pero si además  esa trayectoria se aboca al trabajo colectivo,  la admiración se engrandece.


Doña Carmela con sus trabajos y su espíritu de formación ha dejado una huella, lo cual resulta muy gratificante al escuchar a sus alumnos y colegas recordar con cariño cada uno de los pasajes que han tendió con ella.


Sirva este reconocimiento como una muestra de agradecimiento y gratitud a la labor realizada por usted ahora y  la que nos seguirá dando a futuro.

martes, abril 22, 2014

Un homenaje a los formadores de docentes y profesionales en la enseñanza de los Estudios Sociales y la Educación Cívica



En este año el CIHAC celebra su 35 aniversario, en este año tan especial desea reconocer a cada uno de ustedes su gran trayectoria en la formación de docentes de la Enseñanza de los Estudios Sociales y la Educación Cívica.

En su certificado ustedes leerán:
“Un agradecimiento al buen maestro que dedicó su vida académica y personal no solamente a enseñar, sino también a una vida de apoyo a sus discípulos.   Gracias por su conocimiento y dedicación”   Sus discípulos son su mejor biografía.

Dicho pensamiento no es solo una nota más.   Es una idea que ustedes han vivido.   Se es formador de profesores  y profesionales por variadas circunstancias, pero se es docente sólo por una razón: creer en el futuro, trabajar en el  presente para la formación de personas que luego tendrán en sus manos a decenas de jóvenes, almas, espíritus y forjadores de ciudadanos 

Esa tarea va más allá de un trabajo, de un título, de un salario o de un cargo y tampoco se agota en la vocación.  A los que los hemos conocido a ustedes reconocemos en su trabajo una elección de una forma de vida que se asume desde la labor diaria, las exigencias, la lucha, la esperanza y la alegría de hacer lo que elegimos ser.

No se es docente por trabajar en la universidad, se lo es por creer en los mejores valores de los jóvenes que formamos, de una sociedad en búsqueda de la justicia y en la creencia de que la educación es una herramienta para concientizarnos de cómo podemos transformar el mundo.

A Lisbeth Fallas
A Carmen Liddy Fallas
A Guillermo Carvajal
A José Antonio Salas
A Juan Rafael Quesada







Me consta que sus discípulos son su mejor biografía, porque yo mismo he formado parte de esa gran biografía que ustedes han escrito.  A nombre de todos ellos y de los colegas de historia, estudios sociales y cívica.  Muchas gracias.



Reconocimiento a los exdirectores del CIHAC



En este año el CIHAC celebra su 35 aniversario, en este año tan especial desea reconocer a cada uno de ustedes su gran trayectoria.  Sin duda, el Centro  de Investigaciones Históricas de América Central en estos 35 años se ha ganado un espacio en la historiografía costarricense, centroamericana, y latinoamericana
El aporte de cada uno de los directores ha sido fundamental  para el desarrollo de esta institución, la cual es mucho más que las paredes que la albergan equipos, investigadores, personal administrativo y estudiantes.   El CIHAC es una institución,   que debe ser entendida como  una serie de disposiciones de buenas voluntades, trabajo, cooperación y mística para construir un proyecto.   La institución, entonces, se convierte en un heredero de esa mística que es asumida por otros colegas.   Cuando se pregunta que es el CIHAC es esa institución heredera de esas voluntades, trabajo y mística que se trata de acrecentar, mejorar y superar.

Así, que su labor y la de sus colaboradores no ha quedado  abandonada.  Su legado es perceptible y evidente.   Este reconocimiento sirva como una forma de agradecerles a cada uno de ustedes

Dr. Elizabeth Fonseca
Dr. Juan Carlos Solorzano
Dr. Vìctor Hugo Acuña
Dra. Rina Cáceres
Dr. Ronny Viales

Cómo se visibiliza ese legado

1.      El CIHAC se ha convertido en un verdadero laboratorio de cómo hacer historia.   El llamado de Mario Samper  a inicios de la década de 1990 de la necesidad de historiografiar cómo se han desarrollado las problemáticas de investigación, las lógicas de trabajo., la configuración de grupos y de comunidades científicas pasa por analizar el CIHAC
2.    



  Hoy por hoy el CIHAC, junto con la Escuela de Historia y el Posgrado Centroamericano de Historia han formado un verdadero programa de investigación en la Universidad de Costa Rica, sólo superado por las grandes universidades latinoamericanas , estadounidenses y europeas

3.      Por su relación con el Posgrado de Investigaciones Históricos el CIHAC se ha convertido en mentor para facilitar el desarrollo de las competencias de investigación.  Aspecto que ha servido para desarrollar propuestas de investigación novedosas, diseños de incidencia y divulgación de la cultura histórica, capacitación de estudiantes de posgrado, fomentador de nuevas metodologías



4.      Con su relación con la Escuela de Historia ha podido desarrollar actividades dirigidas a fortalecer la investigación, y los mecanismos de difusión, aspecto más que notorio, en la co- publicación de libros, ceder tiempos para investigar,

5.      En la relación con la Escuela y el Posgrado el CIHAC ha sido capaz de fomentar la presentación de trabajos de investigación realizados por estudiantes graduados, investigadores iniciales y consolidados en los más diversos congresos, mesas redondas, simposios, talleres, investigación divulgativa, y en fin formar eso que en otros países llaman ESCUELA, y que crean esa plataforma única en el área de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica
6.    
  El CIHAC es un centro que ha sabido innovar y que ha llevado a otros centros del área a imitar las formas de investigación.  Hoy difícilmente, el CIHAC pasa desapercibido en los círculos universitarios.   Con pocos recursos crece, se desarrolla, innova y fortalece la investigación en el istmo,
7.    



  Un referente para otros centros de trabajo en Centroamérica y Panamá.   La incidencia en  muchos de los países de Centroamérica se evidencia no solo en el intercambio de profesores, y en los congresos centroamericanos de historia. Sino también en la formación de historiadores en el istmo en asoció con el Posgrado de Investigación.


Un pensamiento señalaba que muy triste no tener talento que haga sombra, proyectos que no se codicien por otro; incidencia que no impresione, o cosas que no se envidien.   El gran logro de cada uno de los exdirectores del CIHAC ha creado una serie de proyectos que impresionan, y grandes logros que causan envidia de esa buena y sana, que todos deben imitar.