martes, enero 29, 2013

Fallece el historiador español Julio Aróstegui



Su última obra, una magna biografía sobre el histórico líder del socialismo español, Largo Caballero, El tesón y la quimera (Debate), llega estos días a las librerías.

 tomado de http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/4314/Fallece_el_historiador_Julio_Arostegui

DANIEL ARJONA | Publicado el 29/01/2013

El profesor Julio Aróstegui murió anoche en Madrid. Historiador, catedrático emérito de la Universidad Complutense y uno de los mayores sabios sobre la Guerra Civil Española, su última obra, una magna biografía en torno al histórico líder del socialismo español, Largo Caballero, El tesón y la quimera (Debate, 2013), llega estos días a las mesas de las librerías.

Julio Aróstegui nació en Granada en 1939, el mismo año que caía el telón de la contienda fratricida que años más tarde asentaría los pilares unas aspiraciones historiográficas que acabarían por abarcar la violencia de la política española contemporánea en su conjunto: el carlismo, el movimiento obrero, los traumas y conflictos colectivos y su reflejo en la memoria. Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y director de la Cátedra “Memoria Histórica del Siglo XX”, en los setenta ejerció de profesor de Enseñanza Media en Salamanca. Y años más tarde la docencia le llevó a las Universidad del País Vasco y a la Carlos III de Madrid. Aróstegui era además miembro del Consejo Asesor de la revista La Aventura de la Historia

Referencia por su dedicación a los problemas de método y de investigación histórica, Aróstegui dedicó los últimos años de su vida a urdir una biografía sobre Largo Caballero que podría calificarse de “definitiva” si no resultara al tiempo polémica. En el libro recién publicado, que no ha tenido tiempo a presentar, el historiador revisita la vilipendiada peripecia histórica del líder socialista para reequilibrar sus aspectos positivos y negativos en un trabajo minucioso y capital.

Con su muerte queda huérfana una generación de historiadores atentos a la realidad contemporánea de España, y se va un referente de los movimientos en favor de la Memória Histórica, a los que alentó desde la cátedra homónima que dirigía en la Complutense.

Bibliografía esencial

Los combatientes carlistas en la guerra civil española; 1936-1939. Aportes XIX,. 1991.

La investigación histórica: teoría y método. Crítica. 1995.

La guerra civil, 1936-1939: la ruptura democrática. Temas de hoy. 1996.

La transición (1975-1982). Acento editorial. 2000.

Don Juan de Borbón. Arlanza. 2002.

La historia vivida: sobre la historia del presente. Alianza editorial. 2004.

La Guerra Civil española. Dastin Export. 2004.

Largo Caballero. El tesón y la quimera. Debate. 2013

 

martes, enero 22, 2013

“No podemos llegar al socialismo por la acumulación gradual de reformas” Entrevista con Michael Löwy, director de investigaciones en el CNRS y profesor en la Écoles de Hautes en Sciences Sociales



Rosa Blindada


 Michael Löwy estuvo en Brasil a finales de 2012 para promocionar el libro “La teoría de la revolución en el joven Marx”, que fue publicado en Francia en 1970 y hasta ahora no se había editado en portugués. Durante su estancia en Brasil participó en muchos eventos y trató temas diversos, como literatura y la cuestión ecológica. Nada que pueda sorprender en el perfil de un investigador que se mueve con desenvoltura entre el estudio de los clásicos y el análisis de la coyuntura actual, además de su militancia política de izquierda. En esta entrevista, echa mano de los conceptos que aprendió de los clásicos (principalmente Marx y Walter Benjamin) para discutir sobre la crisis que atraviesa el capitalismo y los movimientos reivindicativos que han surgido en las diferentes partes del mundo. Además, explica los principios y limitaciones del “ecosocialismo”, con la legitimidad que le otorga haber sido uno de los autores del Manifiesto que lo defiende.
Brasileño residente en Francia desde 1969, Löwy es director de investigaciones en el CNRS, profesor en la Écoles de Hautes en Sciences Sociales. Sólo en portugués es autor de más de 20 libros.
¿Cómo la teoría de la revolución del joven Marx, de la que trata en su libro, nos ayuda a entender el momento actual, con movilizaciones de indignados en el Estado español, Grecia y otros países de Europa, además de los movimientos de “ocupación” en varios lugares del mundo? ¿Son movimientos anticapitalistas?
Los movimientos de los “Indignados” se oponen a las políticas dictadas por el capital financiero, por la oligarquía de los bancos y aplicadas por los gobiernos de corte neoliberal, cuyo principal objetivo era hacer que los trabajadores, los pobres, la juventud, las mujeres, los pensionistas y jubilados (esto es, el 99% de la población) paguen la cuenta de la crisis del capitalismo. Esta indignación es fundamental. Sin indignación, nada grande y significativo ocurre en la historia de la humanidad. La dinámica de estos movimientos es de una creciente radicalización anticapitalista, aunque no siempre de forma consciente. Es en el curso de su acción colectiva, de su práctica subversiva, que estos movimientos pueden tomar un carácter radical y emancipador. Es lo que explicaba en su teoría de la revolución, inspirada por la filosofía de la praxis.
Marx escribió en el siglo XIX. Las revoluciones socialistas a las que asistimos sucedieron en el siglo XX. La diferente forma en que se materializaron las revoluciones, ¿en qué influye a la hora de entenderlas en los siglos XIX, XX y XXI?
Las revoluciones siempre toman formas imprevistas, innovadoras, originales. Ninguna se parece a la anterior. La Comuna de París (1871) fue un formidable levantamiento de la población trabajadora de la gran ciudad y la Revolución rusa fue una convergencia explosiva entre el proletariado urbano y las masas campesinas. En las demás revoluciones del siglo XX, desde la mexicana de 1911 hasta la cubana de 1959, o en las revoluciones asiáticas (China, Vietnam), fueron los campesinos el principal sujeto en el proceso revolucionario. No podemos prever como serán las revoluciones del siglo XXI; sin duda, no se repetirán las experiencias del pasado. Por otro lado, existe lo que Walter Benjamin llamaba la “tradición de los oprimidos”: la experiencia de la Comuna de París inspiró a la Revolución Rusa y aun hoy en día es un ejemplo de autoemancipación revolucionaria de las clases subalternas.
Con la crisis capitalista de 2008 y la intervención de los estados para salvar la economía de los países, se acreditó que la era neoliberal había llegado a su fin. Entretanto, se ha intensificado cada vez más la destrucción de los derechos conquistados como el estado del bienestar social, como hemos visto suceder en Europa (Francia, ahora España). ¿Qué significa esto?
La intervención de los estados no significó de forma alguna el fin del neoliberalismo. El único objetivo de la intervención era salvar a los bancos, salvar la deuda y asegurar los intereses de los mercados financieros. Para este objetivo, fueron sacrificadas las conquistas de decenas de años de lucha de los trabajadores: derechos sociales, servicios públicos, pensiones y jubilaciones, etc. Para la lógica de plomo del capitalismo neoliberal, todo esto son “gastos inútiles”.
Un antiguo debate en la izquierda versa sobre la relación entre revolución y reforma. En el contexto de finales del siglo XX y principios del XXI, con situaciones como, por ejemplo, la victoria electoral de partidos de izquierda en América Latina e incluso en algunos países de Europa retornan la cuestión. ¿Cómo analiza esa relación hoy en día?
Rosa Luxemburgo ya había explicado, en su hermoso libro “¿Reforma o revolución?” (1899), que los marxistas no están en contra de las reformas; al contrario, apoyan cualquier reforma que sea favorable a los intereses de los trabajadores: salario mínimo, seguro médico, seguro de desempleo, por ejemplo. Simplemente, recordaba ella, no podemos llegar al socialismo por la acumulación gradual de reformas; sólo una acción revolucionaria, que derribara el muro de piedra del poder político de la burguesía, podría iniciar una transición al socialismo. El problema de la mayoría de los gobiernos de centro-izquierda, tanto en Europa como en América Latina, es que las “reformas” que aplican son muchas veces de corte neoliberal: privatizaciones, degradación de la situación de los pensionistas, etc. Se tratan de variantes del social-liberalismo, que aceptan el cuadro económico capitalista, pero al contrario que el neoliberalismo reaccionario, tiene algunas preocupaciones sociales. Es el caso de los gobiernos de Lula-Dilma en Brasil. Me temo que en el caso de Francia (François Hollande, recientemente elegido), ni siquiera llegue hasta ahí.
Un desafío para la izquierda que llegó al poder en América Latina ha sido equilibrar la dependencia económica de la explotación de los recursos naturales (como el petróleo en Venezuela o el gas natural en Bolivia) con la tentativa de superación de la lógica capitalista de destrucción del medio ambiente. En su opinión, ¿es posible ese equilibrio?
Contrariamente a los gobiernos social-liberales, los de Venezuela, Bolivia y Ecuador han estado llevando adelante una verdadera ruptura con el neoliberalismo, enfrentando a las oligarquías locales y al imperialismo. Pero para su propia supervivencia económica y para financiar sus programas sociales, dependen de la explotación de energías fósiles (petróleo, gas), que son los principales responsables del desastre ecológico que amenaza el futuro de la humanidad. Es difícil exigir a estos gobiernos que dejen de explotar estos recursos naturales, pero podrían utilizar una parte del rendimiento del petróleo para desarrollar energías sostenibles (lo que hacen muy poco). Una iniciativa interesante es el proyecto “Parque Yasuní”, en Ecuador, una propuesta de los movimientos indígenas y de los ecologistas asumida, después de algunas dudas, por el gobierno de Rafael Correa. Se trata de preservar una vasta región de bosques tropicales, dejando el petróleo bajo tierra, pero exigiendo, al mismo tiempo, que los países ricos paguen la mitad del valor (9 millones de dólares) de ese petróleo. Hasta ahora, no hubo iniciativas comparables en Venezuela o Bolivia.
¿La crítica de destrucción del medio ambiente como intrínseca del capitalismo ya estaba presente en Marx?
Muchos ecologistas critican a Marx por considerarlo un productivista, tanto como los capitalistas. Tal crítica me parece completamente equivocada: al hacer una crítica al fetichismo de la mercancía, es justamente Marx quien hace la crítica más radical a la lógica productivista del capitalismo, la idea de que la producción de más mercancías es el objetivo fundamental de la economía y la sociedad. El objetivo del socialismo, explica Marx, no es producir una cantidad infinita de bienes, sino reducir la jornada de trabajo, dar al trabajador tiempo libre para participar en la vida política, estudiar, jugar, amar… Por lo tanto, Marx nos dota de las armas para una crítica radical del productivismo y, en concreto, del productivismo capitalista. En el primer volumen de El Capital, Marx explica como el capitalismo agota no sólo las energías del trabajador, sino también las propias fuerzas de la Tierra, esquilmando las riquezas naturales, destruyendo al propio planeta. Por lo tanto, esa perspectiva, esa sensibilidad está presente en los escritos de Marx, aunque no haya sido suficientemente estudiada.
El ‘Manifiesto Ecosocialista’, que usted ayudó a escribir en 2001, dice que el capitalismo no es capaz de resolver la crisis ecológica que produce. ¿Cómo analiza usted las soluciones a ese problema que presenta el propio capitalismo, como es el caso de la economía verde?
La así llamada “economía verde”, propagada por los gobiernos e instituciones internacionales (Banco Mundial, etc), no es otra cosa que una economía capitalista de mercado que busca traducir en términos de lucro y rentabilidad algunas propuestas técnicas “verdes” bastante limitadas. Claro, tanto mejor si alguna empresa trata de desarrollar la energía eólica o fotovoltaica, pero esto no traerá modificaciones sustanciales si no viene acompañado de drásticas reducciones en el consumo mercantil y rentabilidad del capital. Otras propuestas “técnicas” son aun peores. Por ejemplo, los famosos “biocombustibles” que, como dice Frei Betto, deberían ser llamados “necrocombustibles”, porque tratan de utilizar suelos fértiles para producir pseudogasolina “verde”, para llenar los depósitos de los coches, en vez de llenar los estómagos de los hambrientos de la tierra.
¿Es posible implementar una perspectiva como la del ecosocialismo en el capitalismo?
El ecosocialismo es anticapitalista por excelencia. Como perspectiva, implica la superación del capitalismo, ya que se propone como una alternativa radical a la civilización capitalista/industrial occidental moderna. Por otro lado, la lucha por el ecosocialismo comienza aquí y ahora, en la convergencia entre las luchas sociales y ecológicas, en el desarrollo de acciones colectivas en defensa del medio ambiente y los bienes comunes. Es a través de estas experiencias de lucha, de autoorganización, como se desarrollará la conciencia socialista y ecológica.
La perspectiva ecosocialista presupone una crítica a la noción de progreso. ¿En qué consiste esta crítica?
Walter Benjamin insistía, con razón, en que el marxismo necesitaba librarse de la ideología burguesa del progreso, que contaminó la cultura de amplios sectores de la izquierda. Se trata de una visión de la historia como proceso lineal, de avance, llevando, necesariamente, a la democracia, al socialismo. Estos avances tendrían su base material en el desarrollo de las fuerzas productivas, en las conquistas de la ciencia y la técnica. En ruptura con esta visión (poco compatible con la historia del siglo XX, de guerras imperialistas, fascismo, masacres, bombas atómicas), necesitamos una visión radicalmente distinta del progreso humano, que no se mide por el PIB, por la productividad o por la cantidad de mercancías vendidas y compradas, sino por la libertad humana, por la posibilidad, para los individuos, de realizar sus potencialidades; una visión para la cual el progreso no es cuantificable en bienes de consumo, sino en calidad de vida, en tiempo libre (para la cultura, el ocio, el deporte, el amor, la democracia) y una nueva relación con la naturaleza. Para el ecosocialismo, la emancipación humana no es una “ley de la historia”, sino una posibilidad objetiva.
¿Cuáles son las principales diferencias entre el ecosocialismo y la forma como el socialismo real lidió con los problemas ambientales? Y la socialdemocracia, ¿consiguió construir alternativas a esa lógica destructiva del capital?
El así llamado “socialismo real” (muy real, pero poco socialista) que se instaló en la URSS sobre la dictadura burocrática de Stalin y sus sucesores trató de imitar el productivismo capitalista, con resultados ambientales desastrosos, tan negativos como su equivalente en Occidente. Lo mismo vale para los otros países de la Europa Oriental y para China. Las intuiciones ecológicas de Marx fueron ignoradas y se llevó a cabo una forma de industrialización forzosa, copiando los métodos del capitalismo. La socialdemocracia es otro ejemplo negativo: no intentó cuestionar el sistema capitalista, limitándose a una gestión más “social” de su funcionamiento. Incluso en los países en los que gobernó en alianza con los partidos verdes, la socialdemocracia no fue capaz de asumir ninguna medida ecológica radical. El ecosocialismo corresponde al proyecto de un socialismo del siglo XXI, que se distingue de los modelos que fracasaron en el transcurso del siglo XX. Esto implica una ruptura con el modelo de civilización capitalista y propone una visión radicalmente democrática de la planificación socialista y ecologista.
Fuente: http://www.rosa-blindada.info/?p=2130

"Sin distancia temporal, hacemos periodismo histórico", entrevista al historiador Gérard Noiriel







Nonfiction.fr Clionauta    tomado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=162618 


 El portal nonfiction publica una amplia entrevista con Gérard Noiriel bajo el título de “Pratique de l’histoire et réflexivité“. El diálogo se divide en tres partes: “Des usages historiens de la philosophie”, “Le jeu de la socio-histoire” y “Le profane et le scientifique”. Todas ellas son igualmente interesantes, aunque quizá la segunda esté más fresca tras la publicación de su Introducción a la sociohistoria (Siglo XXI). Así que, puestos a escoger, nos quedaremos con “Des usages historiens de la philosophie“, apartado que discurre en los siguientes términos:

En un libro teórico sobre el trabajo de los historiadores publicado hace doce años, usted repasaba los debates sobre una posible “crisis” de la historia y percibía la dificultad de los historiadores para establecer un diálogo fructífero con la filosofía. Para desarrollar una epistemología que pudiera tener resonancias reales con la práctica, sugería el interés particular que podría tener cierta institucionalización de la formación epistemológica de los historiadores. ¿Ha notado cambios en este ámbito desde la publicación de este libro?

Gérard Noiriel - Los términos “historia” y “historiador” cubren una multitud de prácticas y en la actualidad lo que ha empeorado o en todo caso se ha desarrollado  -sin hacer un juicio de valor en relación a cuando escribí Sobre la crisis de la historia- es la división del trabajo en el campo. Ahora encontramos historiadores que están mejor formados en epistemología que hace treinta o cincuenta años y algunos colegas tienen una verdadera cultura epistemológica. Pero hoy, como ayer, representan sólo una pequeña parte de la profesión. Creo que esta tendencia, que ha sido impulsada por gente como Paul Veyne y Michel de Certeau, no ha transformado lo que he llamaba en aquel libro “la ciencia normal de la historia”, tal como se practica por la mayoría de los historiadores.
Desde este punto de vista, la epistemología -también debería definir la palabra, pero tomémosla en su sentido filosófico- no ha sido eficaz para la  disciplina. La razón por la que no lo es, creo yo, es que una disciplina científica es ante todo una práctica social, no algo abstracto, una “idea” de la historia, una meta a la que tenderíamos. En esta práctica nos enfrentamos a fuerzas pesadas, sobre todo institucionales, especialmente las relacionadas con la enseñanza, pero también su recepción, más allá del mercado profesional, entre el público en general, etc. Es dentro de esa perspectiva en la que hice la crítica de la epistemología Paul Veyne, ya que parecía estar escrita en una lengua desconocida para casi todos los historiadores. Lo que también me llamó la atención es el grado de alienación que existe entre los historiadores. Yo lo viví cuando era estudiante, con Marx, cuya influencia me había llevado a educarme como autodidacta en la filosofía:  hice historia durante el día e iba a cursos nocturnos de filosofía, cursos dirigidos principalmente a la comprensión de El Capital. Al desencantarme del marxismo, ese conocimiento teórico apenas me era de ayuda. Sin embargo, dado que traté de “aprender a caminar por la teoría”, como nos solicitaba el filósofo marxista Louis Althusser, me han quedado unos pocos rudimentos de gimnasia intelectual que me sirven para criticar a los que van de farol con sus pseudo-tratados de filosofía histórica o de epistemología histórica para justificar su poco conocimiento.
Por decirlo de otra manera, la concepción de la epistemología histórica que presentaba Paul Veyne en Cómo se escribe la historia me parecía ineficaz, porque se dirigía explícitamente a un público de historiadores profesionales -él dice constantemente en ese libro: “Nosotros los historiadores”- hablando en una lengua que sólo los profesionales de la filosofía podían entender.
Este libro se publica a principios de los años setenta, en un momento en que la teoría estaba muy de moda. En la Facultad de Letras de Nancy, donde hice mis primeros años de Universidad, asistí a un curso de “teoría literaria” impartido por Guy Scarpetta, discípulo de Philippe Sollers. En ese momento yo no había leído Bourdieu, pero entendí esta enseñanza -de la que no entendí nada, probablemente porque no había nada que entender- como una forma de dominación simbólica. Esto ahuyentó a muchos estudiantes. Pero en mi caso funcionó como una incitación a la lectura, porque no podía admitir que no lo entendiera. Y eso me llevo a sumergirme en la lectura de libros que estaban en boga (Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, Deleuze, Lacan, etc.), libros que poco a poco forjaron las armas con las que luego defendí mi práctica de investigador contra los que me miraban por encima del hombro.
La mayoría de los historiadores que citan este libro de Paul Veyne se contentan simplemente con una frase del tipo de: “Como dice Paul Veyne, la historia es una intriga”. Me recuerda a mi época marxista donde la fórmula “como dice Marx” bastaba para cerrar una discusión. Cuando Marx ya no estaba de moda, mucha gente simplemente cambiaba de caballo. Citaban a Derrida, Gadamer, Ricoeur, etc. Por mi parte, el desencanto con el marxismo me ha llevado a cambiar mi relación con la filosofía.
Si examinamos lo que se publica hoy por parte de los historiadores académicos, está claro que el interés en las ciencias sociales ha retrocedido, a pesar de la diversificación de las areas de investigación.
Usted dice que se debe definir lo que entendemos por epistemología: ¿qué puede ser la epistemología de la historia?
La epistemología, en realidad, se puede definir de diferentes maneras. Para Bourdieu consistía en “conocer lo que hacemos cuando investigamos”. Esta es una definición que me sirve. A principios del siglo XX, Max Weber escribió que el historiador no tiene necesidad de conocer epistemología para investigar, que los individuos no necesitan conocer anatomía para caminar. Y es cierto que los mejores historiadores (como los mejores físicos) rara vez son los mejores epistemólogos.
En ese libro sobre la “crisis” de la historia insistía en distinguir claramente entre la historia como práctica profesional y el discurso de la historia. Durante mucho tiempo estuve literalmente obsesionado con el problema de la brecha entre la práctica y el discurso sobre la práctica. Fue eso lo que me llevaó, incluyendo en ello mi trabajo empírico, a dar mucha más importancia a la cuestión de las justificaciones que las personas dan a sus acciones.
En suma: si definimos la epistemología  como el hecho de “reflexionar sobre lo que hacemos”, estoy a favor. Pero si se trata de identificar las leyes de la historia o de construir una teoría que se presenta como la llave para abrir todas las cerraduras, no me interesa.
En una nota reciente de su blog, inspirada en las ideas de Pierre Bourdieu, usted mencionó “la enorme brecha que existe (e) entre las prácticas de los historiadores y su discurso sobre estas prácticas”. Y ya en 2003 escribió que “los discursos sobre la historia no son la historia,  pero no podemos prescindir de ellos, porque tenemos que justificar lo que sabemos hacer”. Entonces, ¿qué puede ser la cientificidad o, en palabras de Foucault, el “régimen de verdad” de la historia
Usted ve, una vez más, cómo me siguen preocupando estas cuestiones de justificación. Creo que no podemos desprendernos de los criterios que definen la Verdad (con V mayúscula) en historia. El régimen de la verdad de la historia es lo que ofrecen los historiadores. La filosofía pragmatista (en el sentido amplio de la palabra) nos ha ayudado a aclarar estas cuestiones. Creo que los historiadores tienen interés en definir la verdad histórica remitiéndose a filosofías que no les pidan que se aparten,  con una varita mágica,  de su esfera de competencia. En lugar de ir a buscar en no sé cuál filósofo los secretos de nuestra disciplina, asegúremonos de que nuestros actos sean coherentes con las normas que rigen nuestra profesión. Nuestras instituciones imponen normas -por ejemplo, las reglas de la defensa de la tesis, la contratación de jóvenes investigadores, etc.-, que  son también normas implícitas para el saber en general. La primera de estas normas implícitas es la idea de que nuestras prácticas se basan en una comunicación compartida por todos los miembros de nuestra comunidad profesional. Es postulando que hay una comunicación compartida -por ejemplo, entre un estudiante que defiende su tesis y su tribunal- que nuestra actividad tiene sentido. Una vez que aceptamos ser parte de esta comunidad profesional, aceptamos esta norma, incluso aunque no seamos conscientes. Ese es el punto desde el que hay que partir cuando se quiere reflexionar seriamente sobre la historia, en tanto  conocimiento científico.
La verdad es también un problema práctico. Cuando se le da una beca a un estudiante a expensas de otro, debemos dar razones, de lo contrario caemos en una absoluta arbitrariedad. Esto me preocupa tal vez más que a otros, pues me parece importante saber qué tipo de poder ejerzo, porque tenemos un poder que no es despreciable, al orientar las carrera y la vida de estas personas. Debemos darnos cuenta de esto y adoptar reglas para no caer en la arbitrariedad. Estas reglas implican criterios, y criterios que se compartan. Estos son los principios que funcionan de hecho en nuestras disciplinas, y son estos los problemas que debemos afrontar como historiadores en lugar de bloquearnos con grandes discusiones teóricas que no dominamos porque no somos filósofos profesionales. Como puede ver, tengo una relación muy práctica con el conocimiento.
En 2003, con Penser avec, penser contre, vuelve sobre su relación personal con la filosofía, especialmente con los trabajos de Foucault y R. Rorty. De todos modos, mientras el primero se ha convertido en un referente importante dentro de la historiografía francesa contemporánea, la referencia al pragmatismo sigue siendo particularmente rara. ¿Podría explicar su relación con estos autores? Y también ¿qué otros autores u otras áreas de la filosofía le parece que merecen particular atención entre los historiadores de hoy?
Podríamos hablar mucho sobre el tema del “mérito”. Para mí, no se trata de elaborar un panteón de grandes autores, sino de encontrar en la literatura filosófica herramientas útiles para mi trabajo y mis intereses. Yo he estado muy influido por la lectura de las obras de Richard Rorty, porque he encontrado allí muchas de mis preocupaciones. He buscado en la filosofía argumentos que me permitieran defender mi práctica como historiador o, mejor dicho, como socio-historiador. Una vez más, es una referencia a Max Weber la que me viene a la mente. No sé exactamente en qué texto les dice a los historiadores, más o menos, aquello de: la epistemología (concebida como discurso sobre los fundamentos de la ciencia) no os servirá de nada, salvo que os proporcionará el lenguaje con el que podréis defender vuestra práctica contra aquellos que os querrán silenciar con las grandes teorías.
He leído a Richard Rorty con la misma perspectiva. Estos escritos me han sido muy útiles para combatir a  aquellos que, en mi disciplina, tratan de imponer la supremacía de su campo de investigación en nombre de los argumentos teóricos. Pero insisto en el hecho de que no me considero un filósofo. Mi objetivo no es hacer un juicio global sobre el trabajo de Rorty (sería incapaz, por lo demás), sino intervenir en los usos que los historiadores hacen de la filosofía, movilizando el pragmatismo contra las teorías que llamamos “fundacionalistas”. Todo esto puede sonar complicado, pero en el fondo es muy simple. Siempre tengo por principio defender lo que estoy haciendo mientras no se demuestre lo contrario.
Tengo que decir ótra cosa sobre el contexto intelectual en el que escribí el libro sobre la “crisis” de la historia. La historia social, a la que estaba próximo, estaba entonces fuertemente devaluada por los partidarios del linguistic turn, que descubrieron muy ingenuamente la importancia del lenguaje. Básicamente, estos historiadores afirmaban que su campo de investigación (historia del lenguaje, del imaginario, de las representaciones) era más importante que los otros, porque la realidad solo era accesible a través del lenguaje. Me basé en los escritos de Richard Rorty para criticar ese viejo argumento nominalista. Creo que estos problemas son menos graves hoy en día porque la controversia se ha apagado, pero en aquel momento estaba en auge. Eso incluye defender a nuestros estudiantes, porque cuando los estudiantes vienen y hacen una tesis bajo nuestra dirección, tenemos que defender la legitimidad de su trabajo. Ya ve que, en cualquier caso, son siempre cuestiones prácticas las que han motivado mis elecciones y compromisos en el campo de la filosofía. Al contrario de lo que Roger Chartier escribió en su reseña, por otra parte muy positiva, sobre La crisis de la historia, nunca he sido hostil a la filosofía. Decir eso es reducir la filosofía a uno de sus componentes: la filosofía fundacionalista. Pero la gente a la que remito, como Wittgenstein, Rorty o Bouveresse, son también filósofos, y no menores. Conocía mal la obra de Jacques Bouveresse en aquel momento, pero estoy muy cerca intelectualmente. Aunque sea un filósofo profesional por excelencia, ha luchado siempre contra el uso policíal (o judicial) la filosofía.
Tomemos ese caso: ¿cree que hay en Bouveresse herramientas que pueden ser útiles para los historiadores de hoy?
Cuando leemos, entendemos que la filosofía es una disciplina de profesionales. Descubrí sus trabajos tratando de entender mejor la noción de “juegos de lenguaje” desarrollada por Wittgenstein. Pero leyendo a Bouveresse me di cuenta de que todo era muy complicado. Bouveresse es un filósofo útil para los historiadores, en primer lugar porque nos permite medir nuestros límites, mientras que otros filósofos disertan sobre el sentido común haciéndonos creer que la filosofía está espontáneamente al alcance de todos, que es la trampa por excelencia. Y, además,  en otros ensayos de Bouveresse,  sobre todo en los cursos publicados por Agone sobre la creencia o el conocimiento del escritor, también he encontrado cosas que me han servido de manera más directa y rápida. En una forma más general, creo que puede ser útil a los historiadores como yo por las batallas que ha mantenido en defensa de la ciencia contra aquellos que, como Bruno Latour, quieren hacernos creer que las ciencias sociales no son más que una forma de literatura. Todo individuo que ejerce un oficio defiende aquello que sabe hacer.  Para mí, los científicos sociales que se niegan a asumir el carácter científico de su trabajo se comportan como aristócratas que se niegan a justificar su práctica.
He visto cómo historiadores-periodistas como François Furet habían utilizado la denuncia del “positivismo” para cuestionar la autonomía de la investigación histórica haciendo creer a sus lectores que un artículo de Le Nouvel Observateur se podía colocar en el mismo plano que un artículo en una revista académica. La crítica del positivismo permitía situarse en las alturas de la reflexión filosófica para denunciar a los necesitados de archivo. Esta división del trabajo me parecía (y todavía me parece) muy injusta. Mi aprendizaje también lo hice en aquel  mundo. Viniendo del exterior, no lo entendía al principio, y poco a poco busqué puntos de referencia que me permitieran tomar las posiciones que se ajustaban realmente a lo que yo era, a lo que yo quería hacer en esta disciplina.
Defender la autonomía de la ciencia no quiere decir que no podamos tener alguna actividad fuera de la investigación. Yo mismo tengo muchas. Pero no hay que mezclar géneros. El pragmatismo, repito, es la clarificación de las actividades: sí, tenemos derecho a participar en diferentes tipos de ejercicios, pero debemos caracterizar a cada uno de ellos. Cuando hago un libro de divulgación, siempre encuentro la manera de deslizar que es una síntesis, que no es un trabajo de primera mano, para darle al lector las herramientas para evaluar lo que lee.
A finales de la década de 1990, trató de lanzar un debate sobre la historia del tiempo presente, deplorando la gran dificultad a la hora de plantear debates y negociar acuerdos en las ciencias sociales. ¿Ese debate pudo finalmente llevarse a cabo? En general, ¿le parece que los historiadores han avanzado en el desarrollo de una nueva ética de la discusión adaptada a su tipo específico de conocimiento?
El primer capítulo de este libro se inscribía, en efecto, en un debate sobre la historia del tiempo presente, y decía que esa relación con el presente se podría contemplar de diferentes maneras. Lo que proponía el Institut du temps présent, ligado a Sciences Po Sciences Po, era una entre otras. Lo que me molestaba de esta concepción de la historia, muy dominante en la época, era el valor dado a la condición del historiador experto (era la época del juicio Papon). Me pareció inaceptable porque pensaba -todavía lo pienso- que la autonomía de la disciplina quedaba deteriorada. Los historiadores positivistas al menos habían tenido el mérito de decir que se necesita una distancia temporal para poder hacer ciencia objetiva. Hoy en día, puede parecer ingenuo, por supuesto, pero tenían razón al señalar que si se elimina la distancia temporal sin reemplazarla por nada, hacemos periodismo histórico o hacemos de expertos, pero no ciencia histórica. En ese libro puse  un buen número de ejemplos a partir de las polémicas de la época. Obviamente, recibí bastantes palos de colegas que tenían acceso directo a los principales periódicos. Sin embargo, la controversia ha tenido efecto retardado. Siempre es así en nuestro mundo. Cuando se tiene el coraje -hay que decirlo así- de saltar a la palestra contra personas que están en una posición dominante, no tienes ninguna oportunidad de ganar de inmediato. Pero las cosas están cambiando con la renovación de las generaciones. He visto recientemente cierto número de jóvenes historiadores que no dependen de las redes dominantes retomar la problemática del pasado/presente que opuse a la historia del tiempo presente.
¿Han mejorado las cosas en cuanto al debate científico en el mundo de los historiadores? Primero tengo que admitir honestamente -porque también hemos de ser lúcidos con nosotros mismos- que siempre he defendido la discusión, pero no soy necesariamente un modelo en este sentido. Traté de mejorar mediante la adopción de una forma de escritura más respetuosa desde el punto de vista de los otros. Animo a los jóvenes a poner tal vez más énfasis en las formas, a ser más sociables y amables con sus colegas de que yo he podido ser. Probablemente se es más eficaz cuando uno es más tolerante en su escritura. Dicho esto, no creo que tal cosa sea suficiente para crear un espacio público de la historia donde  los argumentos puedan ser intercambiados de una manera amistosa. Hay un progreso general en la sociabilidad de las ciencias sociales -ya no es un momento de grandes controversias-, pero eso no quiere decir que en la trastienda de la investigación no haya siempre los mismos enfrentamientos.
Me he impuesto como regla deontológica expresar públicamente mis opiniones, mis críticas. Así que nunca he sido parte interesada en las múltiples controversias de carácter privado que existen en nuestro medio. Sin embargo, he estado muy expuesto en el debate público, porque esa es también mi idea sobre el respeto a las personas: cuando uno critica a alguien públicamente manifiesta una forma de respeto por lo que el otro escribe -de lo contrario, no dices nada. Es algo que a menudo tampoco se entiende bien. En cuanto a la forma, podría haber planteado determinadas cuestiones de una manera diferente, pero en el fondo soy fiel a lo que he escrito
(…)
Fuente: http://clionauta.wordpress.com/2013/01/18/gerard-noiriel-sin-distancia-temporal-hacemos-periodismo-historico/

sábado, enero 19, 2013

De la Memoria Histórica a la Historia-Acción

De la Memoria Histórica a la Historia-Acción



Para generar un cambio social en la humanidad hace falta la organización y la movilización de la gente hacia la protesta. Pero esto no es suficiente sino se logra sacudir en la sociedad la conciencia de la gente. De esta manera hay que estimular a la gente que piense por sí misma para que no se deje engañar y genere cambios sustanciales en un colectivo. Las sociedades deben construir en colectivo sus mecanismos de luchas, pero consciente de lo que afrontan y por qué luchan. Deben comprender su realidad social como elemento clave de una realidad histórica. Y esta realidad histórica es el estudio del presente que se traspola al pasado para extraer de él conocimiento desconocido, para así entender la realidad presente y lo que será su futuro. Desde este planteamiento, se puede decir que la historia es un potente instrumento para el cambio social.
Hoy en día las sociedades protestan ante la grave crisis económica que cachetea los rostros viles del capitalismo europeo y norteamericano. Esto es una realidad inocultable. Los pueblos se levantan e insurgen con la conciencia de porque protestan a las puertas de los gobiernos nacionales y frente a la banca que los aniquila. El capitalismo está liquidando el Estado de bienestar, que por largo tiempo gozaron los países capitalistas.
Hablar de historia es hablar de política porque los pueblos son una consecuencia del desarrollo político de las sociedades que se transforma de acuerdo a sus diferentes relaciones de producción en un modo de producción. De ahí se desprende las siguientes definiciones:
1.- La historia no puede ser neutra de toda posibilidad política y tampoco puede estar desprovista de un sentido ideológico.
2.- La historia no es una ciencia autónoma ni está aislada de otras ciencias.
3.- La historia es conocimiento. La historia restituye la memoria del pasado pero puede también rectificarla.
4.- La historia no es un montón de hechos sociales, con sus particularidades y sin conexión a una suma de múltiples determinaciones que hacen de la historia una totalidad i
La historia por su carácter científico en que debe constituirse es también un espacio para las interpretaciones; es campo de batalla para exponer sus ideas, visiones, intereses e ideologías construidas. En pocas palabras la historia debe tener un sentido crítico, que no solo enfrente la historiografía tradicional, sino que sea una historia comprometida políticamente, caracterizada por dar a la luz pública una memoria colectiva que acerque al hombre y a la mujer a las propias raíces de los grupos humanos. La historia es una relación a la inversa entre el presente y el pasado; es una relación activa, donde el presente interroga el pasado, siendo el historiador un agitador de oficio.
Todo historiador sin memoria colectiva tiende a corto y largo plazo ha de-construirse; a perder su fisonomía e identidad, asumiendo nuevas identidades y actores totalmente ajenos a su realidad social. El historiador Josep Fontana dice que sería triste que tuviésemos que repetir la lapidaria queja de Marc Bloch que decía: “no nos hemos atrevido a ser en la plaza pública la voz que clama en el desierto (…) Hemos preferido encerrarnos en la quietud de nuestros talleres (…). No nos queda, a la mayor parte, más que el derecho a decir que fuimos buenos obreros. ¿Pero hemos sido también buenos ciudadanos ii ?” . Es necesario estar completamente convencido acerca de la responsabilidad social y política del historiador, con el fin de que escriba historias con sentido, que sirvan, tanto a los hombres como a mujeres para entender el presente y así proyectar su futuro.
Berthold Brecht dijo lo siguiente, en relación al anterior planteamiento: “quien quiera hoy día combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, tiene que vencer, por lo menos, cinco obstáculos. Deberá tener el valor de escribir la verdad, aun cuando sea reprimida por doquier; la perspicacia de reconocerla, aun cuando sea solapada por doquier; el arte de hacerla manejable como un arma; criterio para escoger a aquellos en cuyas manos se haga eficaz; astucia para propagarla entre estos. Estos obstáculos son grandes para aquellos que escriben bajo la férula del fascismo, pero existen también para aquellos que fueron expulsados o han huido, e incluso para aquellos que escriben en los países de la libertad burguesa iii ”.
  La historia debe ser instrumento indispensable para el análisis y la reflexión, que ayude al hombre y a la mujer a comprender su sociedad y con esta rebelarse con lo que los oprime, así tenga que ir contra el sistema que reina e impera. La historia en un sentido amplio; es un pensamiento crítico que devela los mecanismos de explotación y opresión en el presente, pero afincado en una historia como proceso que define a los sujetos históricos entre dominantes y dominados iv
La historia es una continuidad de procesos que libera o encubre las realidades de una sociedad. Somos producto del pasado y vivimos sumergidos dentro de él, que por todas partes nos oprime. El historiador no narra, no describe sino que interroga el pasado, lo escudriña para recrear una nueva memoria histórica. Por lo tanto, podemos decir que la historia es investigación, donde la elección del objeto de estudio está en consonancia con lo intereses, hechos y situaciones que preparan el advenimiento de su presente. En este sentido, es importante destacar, lo fundamental en que se convierte la memoria histórica que como objeto dado, es necesario escudriñarla para convertirla en un objeto del saber v .
A modo de conclusión podemos decir; que el historiador no puede permanecer sentado, no ser un burócrata de la historia; al contrario debe ser un caminante, fiel a su deber de explorar y aventurarse en el mundo de la investigación. Desmenuzar de las fuentes históricas conocimiento, es decir, de cada papel, de cada entrevista, de cada imagen, de cada apreciación de otro autor, extraer y producir conocimiento. Extraer de la gente lo que piensa y cree de la historia o de un hecho histórico. La historia debe servir para dar explicación de lo vivido.

Notas:
i Definiciones construidas a partir de los siguientes autores: Fontana Josep: “La historia de los hombres: el siglo XX”. Editorial Crítica. 1era edición, Barcelona, España 2002 y Schaff Adam: “Historia y Verdad” . Editorial Crítica, Grupo Editorial Grijalbo. Segunda edición, 1983. Barcelona –España.
ii Grez Toso Sergio: “Charla inaugural del año académico del departamento de ciencia históricas de la universidad de Chile. Una historia para el presente y el futuro”. http://rebelion.org/notica.php?d=150001
iii Brecht Berthold: “Cinco obstáculos para escribir la verdad”. En el arte y la política. Editorial Nueva Nicaragua, Managua, 1985. Pp, 222-223
iv Vega Cantor Renán: “Elogio del pensamiento crítico”. http//www.rebelion.org/noticia.php?id=149334
v Fazio Hugo: “La nueva historia francesa: radiografía de una nueva historia”. http://historiacritica.uniandes.edu.co/view.php/89/1.php)


ramonpgchirinos@hotmail.com
Twitter: @ramoncoro

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martes, enero 15, 2013

Releer a Edward Palmer Thompson, dos recomendaciones



Dos recomendaciones de lectura del genial Edward Palmer Thompson (1924-1993).  Una de ellas es "Opción cero" y la otra es una tesis titulada "E.P. Thompson, la conciencia crítica de la Guerra Fría . Democracia, pacifismo y diplomacia ciudadana" que se puede bajar de la siguente dirección web  http://digibug.ugr.es/bitstream/10481/566/1/15327954.pdf

Thompson  que fue docente en la enseñanza de la historia y que se vinculó a las Universidades como investigador fue también un activista político de primer orden. 

Thompson  fue un intelectual que comprendió que los el propósito de la historia cuando se utilizan los medios para su divulgación es formar criterios y no imponer visión de mundo. Las lecturas sesgadas de Thompson no dejan ver una gran faceta promovida por él como fue su preocupación por preguntarse tanto cuál es la función social que cumple el conocimiento histórico que se transmite a la sociedad como su decidida opción por plantearse acciones ciudadanas dentro de la sociedad que vivimos.

Las lecturas sugeridas nos permiten visualizar un ámbito historiográfico a veces olvidado como es la la historia como práctica historiográfica pero también como práctica vital, elementos que en Thompson resultan claves para un historiador.

lunes, enero 14, 2013

Entrevista a Ernesto Laclau



Las manos en la masa

 

 

Creador de una de las teorías políticas más heterodoxas de los últimos años, apadrinado por Eric Hobsbawm, compañero de trabajo de Gino Germani y de militancia de Jorge Abelardo Ramos, Ernesto Laclau ha vuelto a poner el dedo en la llaga política. Esta vez con La razón populista, un libro provocador que devuelve al centro de la escena esa noción tan bastardeada y relegada: el populismo. El esfuerzo, de paso, lo lleva a confrontar con los tres intelectuales mimados del momento. A continuación, el mismo Laclau refuta las concepciones monolíticas del poder que proponen Antonio Negri y Michael Hardt en sus best-sellers intelectuales Imperio y Multitud y expone las “contorsiones ideológicas” de Slavoj Zizek por conciliar sus propias contradicciones.


Por Jose Natanson
Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-2286-2005-06-09.html 

Ernesto Laclau es una de las grandes voces de la teoría política. Graduado en Historia en la UBA, trabajó junto a Gino Germani y José Luis Romero, y militó en la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos hasta que en 1969 fue convocado por el historiador británico Eric Hobsbawm, quien apadrinó su ingreso a Oxford. Espantado con los altibajos de la democracia argentina, Laclau se quedó a vivir en Inglaterra, donde escribió libros como Emancipación y diferencia y Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Con su teoría de la hegemonía, Laclau fue creando una originalísima reflexión política, muy difícil de encuadrar, que abreva en el marxismo de Gramsci y Derrida y en el psicoanálisis de Lacan, y que subraya el aspecto discursivo de los fenómenos sociales.
En su último libro, provocativamente titulado La razón populista (Fondo de Cultura Económica), Laclau rompe con el análisis micropolítico al que últimamente se han limitado muchas investigaciones de ciencias sociales (ceñidas al pequeño fenómeno, al tema puntual, al matiz imperceptible) y se plantea un objetivo ambicioso: redefinir el populismo como parte de un enfoque, más global, sobre la discusión teórica de la izquierda. El libro, serio candidato a best-seller académico del año, concluye con una demoledora crítica a Michael Hardt y Toni Negri.
¿Por qué critica las concepciones de Imperio y Multitud? –le preguntó Radar a Laclau, que atiende amablemente el teléfono en su departamento cercano a la Universidad de Essex, donde enseña desde hace treinta años.
–Ellos sostienen que hay una realidad, “el Imperio”, que no está dividido, una especie de realidad global. Y yo pienso que la lucha entre distintos bloques de poder sigue siendo importante. En segundo término, ellos sostienen que frente a ese bloque total hay una realidad que se llama “multitud”. Plantean que hay distintos puntos de rechazo al sistema que tienden espontáneamente a unificarse en un actor social común, simplemente porque expresan el hecho de que no hay nada más natural que la oposición al poder por parte de aquel que es explotado. El momento de la articulación política está ausente.
En su libro usted se burla: habla de “la unidad como un regalo del cielo”. ¿Ellos presuponen la unidad de las luchas anticapitalistas?
–Sí. Nosotros hemos planteado que hay una proliferación de puntos de ruptura y antagonismo, pero no presuponemos un estilo manifiesto por el cual estas rupturas y estas luchas tengan que confluir en una lucha unificada. Pensamos que el momento de la articulación política, que por supuesto ya no pasa por la forma de partido en sentido clásico, sigue siendo importante. Eso lo veo en el Foro de Porto Alegre. Ahí se ve una expansión de movimientos que hablan de sus experiencias concretas en distintas partes del mundo, que son afectados por la lógica del capitalismo globalizado. Hay un intento por crear un lenguaje relativamente común que establezca los vínculos entre esos sectores.
¿La mirada de Hardt y Negri despolitiza?
–Su idea de Imperio alude a algo dominante y sin matices: es difícil ver cómo una lucha contra este tipo de agente puede llevarse a cabo. De todos modos, en su planteo hay algunos aspectos que no conviene desdeñar. Ellos han visto que el agente histórico ya no es un agente unificado y homogéneo, como era la clase obrera, sino que es múltiple. En eso estoy de acuerdo. La diferencia es que no la piensan en el marco de una posible articulación: dan por sentado que esta multiplicidad va a producir efectos por sí misma.

Zizek, el contorsionista

Pero Laclau no se limita a polemizar con los autores de Imperio: va más allá, y arremete contra el esloveno Slavoj Zizek –a su vez uno de los críticos más despiadados de Hardt y Negri–, a quien acusa de encarar todo tipo de “contorsiones inverosímiles” para compaginar diferentes teorías en un todo más o menos coherente. “Tiene una posición ambigua”, explica Laclau. “El respondió a una entrevista diciendo que el problema de los Estados Unidos es que actúan como una potencia global y no piensan como una potencia global sino en términos de sus propios intereses. La solución sería, entonces, que pensaran y actuaran como potencia global, que asumieran su rol de gendarmes mundiales. Afirmar esto, para alguien como Zizek que viene de la tradición hegeliana, significa que los Estados Unidos tendrían que ser la clase universal.”
¿Es una búsqueda de un sujeto global?
–La función que Hegel atribuía al Estado y Marx al proletariado ahora Zizek espera que la cumpla el imperialismo americano. No hay ninguna base para pensar que las cosas vayan a ser de esa manera. Y no creo que ninguna causa progresista, en ningún lugar del mundo, pueda pensar en esos términos. Por otro lado, Zizek es un ultraizquierdista vociferante en lo que se refiere a la política mundial, obviamente en contradicción con estas posiciones de universalización del proyecto americano, pero al mismo tiempo es miembro del Partido Liberal-Democrático esloveno, que hasta hace unos pocos meses estaba en el poder, y que por supuesto ni remotamente es un partido de estas características, ni siquiera socialista. Es como decía el Martín Fierro: “No hay como el peligro para despejar al mamao”.

Elogio del populismo

Antes de zambullirse en las turbulencias del debate sobre la nueva izquierda, Laclau avanza otro paso en su proyecto, la construcción de una democracia radical, a través de una reconceptualización polémica del concepto de populismo: saca al populismo de los márgenes del análisis -ese lugar de irracionalidad, emotividad y estupidez de las masas al que lo habían relegado las ciencias sociales– y lo reubica en el centro de su reflexión, como parte de un giro teórico que se conecta íntimamente con su historia personal, marcada desde chico por una especie de fascinación por los fenómenos populares. “Yo vengo de una familia yrigoyenista, donde el sentido de lo nacional y popular estaba muy presente. Arturo Jauretche, por ejemplo, era muy amigo de mi padre. Después estuve en la izquierda nacional, tuve un contacto estrecho con Abelardo Ramos, aunque luego evolucionó políticamente en una dirección que no me gustó. Después, cuando llegué a Europa, había una multiplicidad de movimientos post-mayo de 1968. Eso me llevó a pensar la concepción del populismo”, explica.
La idea, entonces, es sacudir la concepción desdeñosa y peyorativa, y proponer una nueva “racionalidad populista”, que rompa con las dos formas de racionalidad que anuncian el fin de la política: el evento revolucionario total, que al provocar la reconciliación plena de la sociedad consigo misma volvería superfluo el momento político, y la práctica gradualista, que reduce la política a la mera administración. El populismo –dice Laclau– no es un contenido específico sino una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas; en definitiva, una manera de construir lo político.
¿Por qué eligió el titulo La razón populista para su libro? ¿Por qué no La razón popular?
–“Populismo” era un término vilipendiado y yo lo quería llevar al nivel de una racionalidad política más general. Ese es uno de los ejes del libro, que se refleja en ciertas cosas que se dicen hoy en la Argentina. Cuando el ministro de Economía desdeña por populistas a ciertas prácticas, está planteando que hay una forma administrativa de decidir respecto de estas cuestiones. No digo que esté necesariamente equivocado sino que plantea una idea de gestión de la cosa pública que no tiene nada que ver con la construcción de identidades populares más amplias.
La vieja discusión “política contra administración”.
–Sí. Esta idea de pureza de la política como administración estuvo ligada al desarrollo del
neoconservadurismo. Fue la forma en que el menemismo concibió el espacio público.



Populistas siglo XXI

Continuación de una línea de investigación que lleva décadas de desarrollo, La razón populista fue publicado en Inglaterra en el 2002, cuando Hugo Chávez aún se tambaleaba en el poder –todavía no había ratificado su legitimidad en un plebiscito– y Kirchner era el gobernador semidesconocido de una provincia lejana y fría. El libro de Laclau no podía apuntar, por lo tanto, a proveer una teoría para estos nuevos liderazgos latinoamericanos, pero ciertamente funciona como tal: puede leerse como el sostén filosófico-político de un tipo de liderazgo post-Consenso de Washington, que combina apelaciones a la recuperación de la política, elementos carismáticos y un cuidado noventista de las cuentas públicas. “Los veo de una manera positiva, aunque son experiencias distintas que apelan a un tipo de construcción del pueblo distinto”, responde Laclau cuando se le pregunta por los gobiernos de Kirchner y Chávez. “En Venezuela había una masa que, antes del ingreso de Chávez, no estaba integrada al sistema, por lo que se plantea la necesidad de integrarla de algún modo. Eso se produce a través de mecanismos populistas, a través de la identificación con el líder, y después viene el momento de la construcción institucional. En la Argentina no funciona de la misma manera porque hay una sociedad civil que no estaba tan desintegrada como en Venezuela. La función de Kirchner, si va a ser un líder populista real, es construir y articular políticamente a partir de una pluralidad de fuerzas que estaban parcialmente organizadas. La forma política va a ser distinta, pero no hay dudas de que el futuro latinoamericano pasa por este tipo de proyectos.”





viernes, enero 11, 2013

Grupo Claves Actividades 2013



Claves. Asociación costarricense para el estudio de la historia y la cultura local hace llegar hasta todos y todas ustedes nuestros mejores deseos para que en este año que recién iniciamos, tenga usted y los suyos mucha salud, mucho trabajo, mucha unidad familiar y mucho amor. Que Dios les bendiga y que cada uno de nosotros brinde su concurso para crear una sociedad más justa, más próspera y libre.

A la vez, Claves,  quiere hacer de su conocimiento una serie de actividades que tenemos programadas para este nuevo año de 2013 y en las cuales nos gustaría contar con su presencia. Seguimos con la emisión semanal de Contando Historias, programa radial que se transmite todos los sábados a las 4.00 pm por los 11.80 AM de Radio Victoria y que puede ser seguido en directo por medio de la dirección siguiente: www.radiovictoria.co.cr. Escríbanos y envíenos artículos en los cuales usted rescate la historia y cultura de su pueblo y nosotros con todo gusto y contando con su anuencia, los radiamos por medio de este programa. Contando Historias, es suyo, aprópiese de él, hágalo suyo.

Además tenemos preparadas un par de actividades académicas: el Taller de Historias de los pueblos a realizarse en dos sedes: Heredia (Miércoles 8 al viernes 10 de mayo) y San Vito (Lunes 13 al miércoles 15 de mayo) En este taller de mayo se contará con la presencia del Dr. Giovanni Levi de la Universidad de Venecia. Para finalizar el año hemos programado un seminario de Tareas historiográficas. Estudio, difusión y enseñanza de la historia el cual estará centrado en el estudio de las relaciones de poder en la historia de Costa Rica, combinando análisis histórico y pedagogía. Este seminario está programado para el mes de diciembre.

Coloque  estas actividades en su agenda. Esperamos contar con su apoyo y sus valiosas sugerencias. Mucho le agradeceremos difunda entre sus contactos la información que aquí le damos a conocer.

Un abrazo,
Organiza:
Claves. Asociación costarricense para el estudio de la historia y la cultura local.

domingo, enero 06, 2013

Muere gran historiadora feminista Gerda Lerner, sin duda una gran perdida para la historiografía social mundial

Lerner, historiadora del feminismo, muere a los 92

 
 

En esta fotografía de 2001, Gerda Lerner, fundadora del programa de posgrado sobre la historia de las mujeres en la Universidad de Wisconsin en Madison, posa con una imagen de su autobiografía, Fireweed (adelfilla). Lerner, pionera en el campo de la historia del feminismo, falleció en Madison el miércoles 2 de enero de 2013 en una instalación de apoyo a ancianos, informó su hijo Dan Lerner. Tenía 92 años.
En esta fotografía de 2001, Gerda Lerner, fundadora del programa de posgrado sobre la historia de las mujeres en la Universidad de Wisconsin en Madison, posa con una imagen de su autobiografía, Fireweed (adelfilla). Lerner, pionera en el campo de la historia del feminismo, falleció en Madison el miércoles 2 de enero de 2013 en una instalación de apoyo a ancianos, informó su hijo Dan Lerner. Tenía 92 años.
Wisconsin State Journal, Sarah B. Tews / Foto AP

Associated Press

Gerda Lerner, precursora en el campo de la historia de las mujeres y una de las fundadoras de la Organización Nacional para las Mujeres, falleció en el estado de Wisconsin, informó su hijo el jueves. Tenía 92 años.
Lerner, reconocida por fundar el primer programa de estudios de posgrado en Estados Unidos sobre historia de las mujeres, murió en paz el miércoles en la noche en una instalación de apoyo a ancianos en la ciudad de Madison, dijo Dan Lerner a The Associated Press. Aparentemente la causa del fallecimiento fue su avanzada edad.
"Siempre fue una mujer de voluntad muy firme y convicciones férreas", recordó. "Creo que esas son las características distintivas de las grandes personas, la gente que tiene puntos de vista sólidos y convicciones que sostiene con firmeza".
Nació en 1920 en una familia judía privilegiada en Viena, Austria. Cuando los nazis llegaron al poder, fue detenida y cumplió 18 años en una celda con otras dos jóvenes que habían sido arrestadas por su quehacer político. Los carceleros restringían las raciones de comida a los judíos, pero sus compañeras le compartían de su alimento.
"Me enseñaron cómo sobrevivir", escribió Lerner en su autobiografía titulada "Fireweed: a Political Autobiography" ("Adelfilla: una autobiografía política"), en referencia a la flor aldefilla que nace principalmente en suelos quemados por incendios forestales. "Todo lo que necesité para salir adelante el resto de mi vida lo aprendí en prisión en esas seis semanas".
Dijo que la experiencia le enseñó la manera en que la sociedad puede manipular a la gente. Fue una lección que vio reforzada en el ámbito académico estadounidense por los profesores de historia que enseñaban como si las únicas figuras dignas de estudio fueran los varones.
"Cuando me di cuenta de que la mitad de la población no tiene historia, y me decían que eso era normal, pude resistir la presión" para que aceptara esa conclusión, relató en 2002 a la Wisconsin Academic Review.
Entonces se apasionó con el tema de la igualdad de género. Cuando era profesora en la universidad Sarah Lawrence en Bronxville, Nueva York, fundó un programa de estudios sobre las mujeres que comprendía el primer programa de posgrado en Estados Unidos sobre la historia de su género.
Más tarde se mudó a Madison, donde contribuyó a crear un programa de doctorado en la historia de las mujeres en la Universidad de Wisconsin.
Lerner escribió varios libros de texto sobre esa historia, incluida una de las primeras obras que documentó las luchas y contribuciones de las negras en Estados Unidos.
En 1941 se casó con el respetado editor de películas Carl Lerner. También tuvo una hija, Stephanie.
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La investigadora de The Associated Press Barbara Sambriski en Nueva York contribuyó en la información.
Dinesh Ramde está en internet como: dramde(at)ap.org.

Read more here: http://www.elnuevoherald.com/2013/01/04/1376883/lerner-historiadora-del-feminismo.html#storylink=cpy