Profesor de Antropología y Medicina Familiar en la Universidad de Pensilvania, Philippe Bourgois ha publicado numerosos artículos sobre pobreza, drogas, violencia y VIH. A mediados de los 80 se instaló en East Harlem, uno de los barrios más postergados de Nueva York, y pasó allí cuatro años, en contacto con los vendedores de crack. El resultado es “En busca de respeto”, que acaba de editar Siglo XXI.
Por Luis Diego Fernández tomado de http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0499/articulo.php?art=23882&ed=0499
En 1985 el antropólogo francés Philippe Bourgois se instala en el East Harlem, en Nueva York. En aquel entonces era el barrio más pobre de Manhattan y corazón de la comunidad portorriqueña. El trabajo de campo de Bourgois se basa en el contacto cotidiano con los vendedores de crack y el circuito de la droga. Esta investigación tuvo su forma en el libro En busca de respeto. Vendiendo crack en Harlem.
En diálogo con PERFIL, el autor repasa cuestiones centrales como el racismo, la extrema pobreza o la importancia del hip hop como un canal de legitimidad latina.—¿En qué sentido usted conecta el concepto de biopoder en Foucault con el análisis antropológico del Barrio?
—Yo había leído a Foucault pero no utilizaba sus teorías; años después empecé a leer más, particularmente la Historia de la sexualidad, en especial los conceptos de biopoder y de subjetivación. Y de saber-poder como creadores de redes en las cuales estamos atrapados, construidos y sujetados. Lo que yo veo hoy es que las clases empobrecidas se están muriendo a causa de la droga. El 68% de la población afroamericana femenina padece de híperobesidad. Eso es precisamente lo que Foucault nos hace ver. En mi trabajo veo útil unir un estudio de clase con un análisis de biopoder y de subjetividad.
—¿Cuál es la relación entre la venta del crack en las comunidades latinas de Nueva York con la búsqueda de respeto?
—En el título traté de poner el grano grueso del argumento del libro. Este fenómeno de vender y consumir crack debe entenderse como un esfuerzo por parte de la población que no logra un ascenso social en la economía legal, entonces busca la economía ilegal de la droga como su modo de sobrevivir y superarse. La tragedia que tenemos es que todos los jóvenes con carisma y entusiasmo como César, Primo y Ray meten sus energías en la economía del crack y el resultado es la destrucción de su propia comunidad, ellos tomando lo que venden y envenenando a su vecinos. Ese fenómeno de la epidemia del crack debe ser entendido como el resultado de la exclusión. Del esfuerzo de un sector para superarse y en ese esfuerzo destruirse y destruir a sus vecinos.
—¿Cómo se puede entender esta dialéctica entre la integración y el ghetto?
—Es importante comprender que Estados Unidos es casi un país caricaturesco en los procesos de racismo, discriminación y autoidentificación étnica. Hay una gran ansiedad en todo lo que tiene que ver con la raza, y la cultura. Y sobre el moralismo en torno a eso. Están siempre juzgando unos a los otros. Esto tiene que ver que con el origen del país: el genocidio de los indígenas, la importación de africanos como esclavos, la conquista de México, todo eso tenía que ser justificado en términos racistas, de superioridad cultural, en términos de los blancos europeos. Esa historia de racismo y superioridad chauvinista existe todavía. Y el ghetto representa los efectos modernos de esos procesos históricos que empezaron hace doscientos años.
—¿Se puede pensar que el hip hop también tiene una finalidad parecida a la venta de crack en el sentido de buscar el respeto, o no?
—Ocupan los mismos espacios. Son dos formas de buscar respeto. El fenómeno del hip hop es algo muy bonito que surgió de la exclusión, de no tener acceso a la cultura de clase media, se reconstruyó una propia cultura con mucha energía y creatividad en el rap, el break dance, el graffiti, la manera de vestirse, etcétera. Pero luego hay una tendencia que es el gangsta rap que sí tiene que ver con el crack en el sentido de la búsqueda de poder, de dinero, de dominación machista sobre la mujer en términos muy brutos, y eso es lo que domina ahora a nivel popular y comercial dentro de la música rap, esa línea de buscar respeto a través de lo material, de la violencia y la dominación masculina sobre las mujeres.
—¿El maltrato femenino, como usted describe en la comunidad latina, existe aún hoy?
—Ahora estoy haciendo un trabajo de campo en el guetto de Filadelfia, también en un barrio portorriqueño, y me parece que no ha cambiado nada luego de esos años, más bien se ha reproducido más por toda la lógica del éxito del gangsta rap. En parte esa misoginia que se ve en los hombres es un deseo de recrear el poder que han perdido, entonces lo asumen violentamente y con exageración sin tener una base económica y de respeto patriarcal y tratan de reconstruirlo artificialmente a través de la violencia.
—¿El latino y el afroamericano como un modelo a copiar?
—El vínculo es específicamente entre el portorriqueño y el afroamericano. Es una cosa realmente interesante de Estados Unidos que no es bien entendida y que deberíamos pensar un poco más. Hay una cierta fascinación de parte de la sociedad norteamericana toda hacia la cultura afroamericana. Hay cierto respeto y, al mismo tiempo, hay un racismo importante.
—¿Desde 1985 en que usted se fue a vivir al Barrio a hoy, ve cambios o se mantienen las mismas características?
—Ese Barrio ha cambiado dramáticamente por dos razones. Y es algo relacionado con Nueva York. Por una parte, está la inmigración mexicana que lo ha vuelto un barrio obrero más sano, con gente trabajando legalmente. Por otra parte, hay una blanquificación. Y un desplazamiento de la población pobre. En Manhattan la población aumentó casi un millón en los últimos 15 años, y eso ha recaído sobre la población pobre que ha sido expulsada a vivir ni siquiera en Brooklyn, Queens o Bronx –de donde también han sido expulsados–, yéndose a los pequeños pueblos del Estado donde realmente no hay nada, sólo viejos depósitos y cárceles.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario