Video del debate Foucault - Chomsky subtitulado en español
A principios de la década de 1970, Fons Elders condujo el
International Philosophers Project, una serie de debates entre los
filósofos más destacados de la época: Alfred Ayer y Arne Naess, John
Eccles y Karl Popper, Leszek Kolakowski y Henri Lefebvre. Uno de los
debates más resonantes del proyecto fue el que sostuvieron Noam
Chomsky y Michel Foucault, celebrado en la Universidad de Amsterdam
en 1971 y transmitido por la televisión holandesa. Fragmentos del
diálogo han circulado en los últimos años en diversos sitios de
Internet. La discusión, en ocasiones áspera, entre Chomsky y
Foucault se ha convertido en una referencia obligada para los
estudiosos de la obra de ambos.
El debate fue posteriormente publicado con el titulo "Chomsky -
Foucault - La Naturaleza Humana Justicia Versus Poder" que pueden
conseguir junto con otros libros en:
http://www.taringa.net/posts/ebooks-t...
(fragmento de la edición 2006)
Foucault: Quisiera sólo responder a su primera afirmación, en la que
dijo que si no considerara justa su lucha contra la policía no
participaría. Quisiera responderle en términos de Spinoza y decir
que el proletariado no lucha contra la clase dominante porque
considere que se trate de una guerra justa. El proletariado lucha
contra la clase dominante porque, por primera vez en la historia,
quiere tomar el poder. Y porque derrocará el poder de la clase
dominante considera que su guerra es justa.
Chomsky: No estoy de acuerdo.
Foucault: Se hace la guerra para ganarla, no porque sea justa.
Chomsky: Si supiera que la toma de poder por parte del proletaria do
conduciría a una política estatal terrorista, destructora de la
libertad, la dignidad y las relaciones humanas aceptables, entonces
no desearía que el proletariado tomara el poder. De hecho, creo que
el único motivo por el cual alguien podría desearlo es porque cree,
de forma correcta o incorrecta, que a través de la transferencia de
poder se alcanzarán ciertos valores humanos fundamentales.
****
Valoración de Héctor Pavón tomado de
http://www.clarin.com/diario/2006/11/24/sociedad/s-04105.htm
Hace 35 años, dos pensadores maduros de la escena contemporánea
discutían la realidad de entonces, no muy distinta de la actual.
Eran el lingüista norteamericano Noam Chomsky y el filósofo francés
Michel Foucault. Ambos protagonizaron uno de los debates de mayor
repercusión en las últimas décadas que aún es hoy desmenuzado hasta
en su estructura sintáctica por académicos y activistas. Fue en
Holanda, el 8 de octubre de 1971, organizado por la cadena de
televisión holandesa NOS y moderado por el filósofo Fons Elders.
Desde hoy se puede leer en Argentina su versión completa y
nuevamente traducida en el libro La naturaleza humana: justicia
versus poder (Editorial Katz). Hubo antes una edición realizada por
la española Teorema, en 1976, hoy inhallable. Además, circulan
traducciones en varios idiomas por Internet. Este debate histórico
se puede ver también como video en la página youtube.com
Hubo disenso, fricciones pero también acuerdos. La primera cuestión
que rondaba la mesa era si la naturaleza humana era innata o
producto de factores externos. Chomsky sostenía que "este
conocimiento instintivo, que permite obtener un conocimiento
complejo e intrincado a partir de información muy fragmentaria, es
un constituyente fundamental de la naturaleza humana". En cambio, el
autor de Vigilar y castigar argumentó: "No fue mediante el estudio
de la naturaleza humana que los lingüistas descubrieron las leyes de
la mutación consonántica, ni Freud los principios de interpretación
de los sueños, ni los antropólogos culturales la estructura de los
mitos. Creo que en la historia del conocimiento el concepto de
naturaleza humana cumplió el rol de un indicador epistemológico para
designar ciertos discursos vinculados o contrapuestos a la teología,
la biología o la historia."
El debate se reprodujo y aún hoy retumba y "molesta". El filósofo
italiano Paolo Virno dictó una conferencia en Buenos Aires sobre
este tema y escribió al respecto en su libro Cuando el verbo se hace
carne. Concluye que ninguno acierta con el punto que la situación
requiere: "Chomsky es un naturalista que no comprende la historia de
la política; mientras que Foucault comprende la historia de la
política pero no tiene ninguna relación con los aspectos de nuestra
especie que son invariantes."
La otra parte de la conferencia se refiere al enfrentamiento entre
justicia y poder. Allí Foucault planteó su desconfianza respecto de
la democracia vigente: "Me parece evidente que estamos viviendo bajo
un régimen de dictaduras de clase, de un poder de clase que se
impone a través de la violencia, incluso cuando los instrumentos de
esta violencia son institucionales y constitucionales; y a ese
nivel, hablar de democracia carece de sentido por completo." Ante
una pregunta del público en relación a la descentralización del
poder, Chomsky dijo: "No cabe duda de que un sistema de poder
descentralizado y de asociación libre enfrentará el problema de la
desigualdad. (...) Creo que se puede confiar más en la posibilidad
de progreso sobre la base de esos instintos humanos que sobre la
base de las instituciones de un poder centralizado, que casi de
manera inevitable actuará en beneficio de sus grupos más poderosos."
Blog de historia social desarrollado por el Dr. Juan José Marín con el fin de establecer un espacio de diálogo y trabajo colectivo
viernes, febrero 19, 2010
jueves, febrero 18, 2010
Pierre Vilar: Historia de España
Simpático video estudiantil sobre la figura de Pierre Vilar, autor
del libro Historia de España. Texto que resume la idealización de
cualquier historiador social de tener una obra que sea censurada por
las clases dominantes, pero que a la vez sea reproducida, circulada
y leída por todos.
Etiquetas:
historiografía española,
marxismo,
multimedia
domingo, febrero 14, 2010
Entrevista con el investigador Joan Martinez Allier sobre el ecologismo
Entrevista con el investigador Joan Martinez Allier
“No sé si hay un ecologismo infantil pero sí creo que hay un desarrollismo senil”
Marc Saint-Upéry
The Anarchist
Autor de la obra clásica Ecología económica (1987), que ha influenciado a toda una corriente de investigadores y militantes ambientalistas y ecosocialistas, el catalán Joan Martínez Allier explora desde hace cuatro décadas la dialéctica entre las necesidades humanas, los conflictos sociales y las condiciones ecológicas en unos estudios donde convergen la critica de la economía política, la antropología social, las leyes de la termodinámica y las ciencias de la vida.
Esta entrevista recorre las pistas de un pionero fundamental en estos tiempos en los que los modelos de desarrollo vuelven a ser parte de la discusión central en América Latina.
¿En sus trabajos de campo en Cuba y en Perú, en los años 70, las referencias sobre la cuestión campesina apelan al debate de un marxismo abierto, pero todavía clásico, y de la antropología social: Chayanov (1), Eric Wolf (2), etc. Pero usted cita también a Karl Polanyi. Concretamente, ¿cual ha sido el puente entre este tipo de debates, de economía agraria, y el discurso ecológico?
En esa época yo vivía con una antropóloga, Verena Stolcke. Por otro lado, en Perú entre en contacto con gente que hacia antropología ecológica, como el gran especialista de las culturas andinas John Murra, antropólogo estadounidense de origen rumano que participó en la Guerra Civil española en las filas republicanas. Él se preguntaba sobre el funcionamiento de los intercambios en sociedades sin mercado o con mercados periféricos, como después de la conquista española. Estos intercambios eran absolutamente necesarios desde el punto de vista ecológico en cualquier sistema montañoso, porque una comunidad no puede vivir de los productos de un solo piso ecológico. En 1971-72, en Perú estuvo un antropólogo estadounidense de Amherst, Brooke Thomas, quien estudiaba las calorías que circulaban entre estos distintos pisos ecológicos. Me interesé mucho por ese tema y además había hecho cursos en economía de la alimentación. Así fue como me convertí en uno de los pocos economistas capaces de contar calorías y proteínas, porque hay muchos economistas que se dedican a lo metafísico y no hablan de este tipo de cosas. Así es como accedí a la antropología ecológica, leyendo también los textos clásicos, el libro de Roy Rappaport, Pigs for the Ancestors (Cerdos para los antepasado. El ritual en la ecología de un pueblo en Nueva guinea) y justo coincidió con la crisis petrolera de 1973. Recuerdo que daba unos cursos de antropología económica en la universidad de Campinas, en Brasil, y todo el mundo empezaba a hablar de energía.
Es interesante, porque su trayectoria hacia la economía ecológica no pasa directamente por una critica de tipo epistemológico de los modelos económicos ortodoxos o marxistas, sino más bien por el camino de una antropología ecológica muy concreta…
Sí, yo además tenia una cierta sensibilidad política por el tema de la autonomía de las comunidades campesinas, una sensibilidad de tipo populista en el sentido ruso, de los “narodniki” (3). En esa época Eric Hobsbawm estuvo en Perú y yo había leído sus escritos sobre Andalucía, un capitulo de Rebeldes primitivos con el que yo no estaba del todo de acuerdo. Hobsbawm pensaba que los campesinos eran un tipo de “rebeldes primitivos” y que la verdadera vanguardia era el proletariado industrial y el partido de los proletarios. Yo no era estrictamente anarquista pero estaba muy influenciado por la historia de Cataluña y también por la gente de Ruedo Ibérico, que estaba dirigido desde Paris por un anarquista exiliado, Pepe Martínez. Así que estaba muy abierto a una sensibilidad, por así decirlo, antileninista. Además, en esa época en Perú había una fuerte influencia del gran intelectual comunista José Carlos Mariátegui, quien en el momento más estalinista de la Internacional Comunista había sido acusado de populista, también en el sentido ruso del término. Hubo, entonces, en mi experiencia en los Andes, además del tema de la antropología ecológica el de la resistencia “antimoderna” de las comunidades indígenas, como los huasipungueros en Ecuador o los huacchilleros en Perú, que vivían dentro del sistema de hacienda pero que no eran siervos de tipo feudal, sino campesinos que se resistían a la modernización capitalista, que no querían dejar la hacienda.
Cuando llegaron ideas de modernización, por ejemplo con el presidente Galo Plaza en Ecuador, a inicios de los años 60, se trato de “emanciparlos” de las haciendas para racionalizar el explotación de la tierra y los campesinos indígenas se resistían a eso en nombre de sus derechos de propiedad ancestrales, de su derecho a la autosubsistencia y a su propia cultura. En los años 70, la izquierda marxista peruana (y latinoamericana en general) era antiindígena y percibía todo en términos de clases sociales, de campesinos y no de indígenas. Las cosas comenzaron a cambiar con autores como Alberto Flores Galindo (4) –todo esto está en mi libro Los huacchilleros del Perú– y creo ello está ligado al hecho de que soy catalán, porque me emocioné cuando encontré estas personas que hablaban su propio idioma y luchaban por conservarlo.
A partir de esto, ¿cómo vuelve a los problemas mas teóricos de la critica ecológica de la economía política?, ¿Cómo descubre a autores como Georgescu-Roegen (5), por ejemplo?
Georgescu-Roegen es muy importante. Publicó, en 1971, su gran libro La ley de la entropía y la evolución económica, y un gran amigo mío, el entonces joven economista José Manuel Naredo, me lo recomendó. Nosotros conocíamos un poco del autor porque también era un especialista en economía agraria y había publicado un articulo importante en 1960 sobre la economía campesina en Europa del Esta (es de origen rumano). Lo empezamos a leer, era difícil pero es uno de los textos pioneros y fundamentales de la economía ecológica.
También con Naredo publicó en 1982 su artículo pionero sobre Serguei Podolinsky, que es un poco el precursor ucraniano de la crítica ecosocialista de la economía política. ¿Cómo lo descubrió?
En realidad, el articulo se publico en catalán y en castellano en 1979. A finales de los años 70 Naredo ya había publicado mucho sobre flujos de energía en la agricultura española, un poco lo mismo que había hecho Jean-Paul Deléage en Francia, siguiendo los trabajos pioneros de David Pimentel, un autor estadounidense que había demostrado en 1973 que la agricultura moderna era menos eficaz desde el punto de vista energético que la agricultura tradicional. Entonces, con Naredo, escuchamos por primera vez hablar de Podolinsky en un libro publicado entonces en francés y que es una selección de la correspondencia entre Marx y Engels sobre ciencias naturales. Estaban ahí las cartas de Engels que hablaban de este socialismo ucraniano; entonces comencé a buscar los textos de este autor que escribía en ucraniano, en ruso, en alemán y en francés. Él había estudiado medicina en Zurich con esas mujeres fascinantes, las primeras pasionarias del Partido Socialista Revolucionario ruso y de Narodnaya Volia, con la gente que había participado del atentado contra el Zar Alejandro II. Terminó exiliado en Montpellier y escribió sobre la agricultura considerada como un flujo de energía. Envió sus textos a Marx, quien se los remitió a Engels para consultarle su opinión, pero no suscitaron su interés. Quien sí comprendió los aportes de Podolinsky fue el ecólogo ruso Vernadsky. En un libro publicado en Francia en 1924-1925, llamado La geoquímica, Vernadsky elogiaba al trabajo de Podolinsky resumiéndolo así: “Podolinsky estudio la dinámica energética de la vida y aplicó este conocimiento al estudio de la economía”. Es decir, que a partir de un análisis de la entropía en los procesos biológicos, él estudió la economía como un sistema abierto a los flujos de energía. Eso hizo de él un precursor importante, entre otros, de la economía ecológica. Es precisamente el tema de mi libro de 1987, Economía ecológica, que trata de esos precursores que generalmente no eran economistas.
En cuanto a Georgescu-Roegen, tenía 74 años y estaba jubilado de la Universidad de Vanderbilt, en Tennessee, y supe en 1980 que estaba en Estrasburgo. Lo invité para que diera unas conferencias en Barcelona. Él no conocía a Podolinsky, pero se interesó mucho y continuamos escribiéndonos desde 1980 hasta que terminé mi libro. En esa época fundamos la Asociación Internacional de Economía Ecológica.
La “huella ecológica”
Pero, ¿usted tenia un publico mas allá de los especialistas? No creo que los grupos marxistas prestaban mucha atención a esos temas. Al mismo tiempo, era la época del surgimiento masivo de los movimientos sociales ecológicos pero con un nivel de cultura política y teórica bastante heterogéneo y una visión un poco mística y romántica.
Primero, entre los economistas universitarios había un sector muy hostil a la ecología, y eso todavía sucede. Cuando volví a Barcelona, en 1975, entré en un departamento de economía donde hice buenas relaciones con los historiadores económicos, por ejemplo. Pero para los economistas más neoclásicos, incluso algunos muy competentes, la ecología es algo que simplemente no existe. Entre los marxistas, y en medio del gran desierto que fue la universidad española durante el franquismo, estaba Manuel Sacristán (6), un hombre extraordinario.
Era uno de esos pocos marxistas europeos con una verdadera cultura científica…
Sí, pero era totalmente autodidacta. Conocía la filosofía analítica y cuando teníamos 17 ó 18 años, en la Universidad de Barcelona, nos explicó sobre el Círculo de Viena, y su discurso antimetafísico era un aire fresco dentro del ambiente intelectual de la España franquista. Me sorprendía como podía juntar su rigurosidad en la explicación de tipo lógica matemática y su adhesión al marxismo. Cometió algunos errores políticos, metió a muchísima gente dentro del PSUC (el Partido Comunista catalán) y hubiese sido sin duda mucho mas interesante que hubiera un partido menos ortodoxo, del tipo del Partido de los Trabajadores (PT) brasileño en la resistencia contra Franco. Cuando salió del PSUC, en 1976-77, fundó el grupo Mientras Tanto, que al principio se llamo Materiales, que reunía a un grupo de gente de izquierda muy interesada en la problemática ecológica. Gente que al mismo tiempo se sentía un poco excluida por esa transición a la democracia negociada con el franquismo: mis mejores amigos de la época universitaria entraron en el su mayoría al PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y participaron con entusiasmo de esa transición, pero todos los del grupo Ruedo Ibérico por ejemplo, quedaron fuera. En esa época, me fui a enseñar a Berlín; fue una especie de consuelo. Era la época de la emergencia del movimiento alternativo, el comienzo de los Verdes, y en ese contexto escribí mi libro Economía ecológica con el apoyo del físico alemán Klaus Schlüpmann, quien me ayudo a refrescar cosas que había aprendido en el bachillerato sin prestarles mucha atención en cuanto economista, como por ejemplo la segunda ley de la termodinámica.
¿Por qué es importante la segunda ley de la termodinámica desde el punto de vista de la economía ecológica?
Porque no existe modo de reciclar la energía. La teoría neoclásica describe la economía como un sistema cerrado donde las mercancías se intercambian a través de un sistema de precios regulados por el mecanismo de la oferta y la demanda. Las empresas compran la fuerza de trabajo, pagan los salarios (o la renta de la tierra), todo ello dentro de un sistema cerrado. Esta visión tiene cierta utilidad en la medida en que permite elaborar cierto número de ideas relativamente interesantes. Pero es una visión ontológicamente falsa, aunque pudiera ser metodológicamente productiva. La economía es un sistema abierto que no puede funcionar sin un cierto volumen de insumos energéticos y materiales, desde la energía solar, en la fotosíntesis, hasta el petróleo o el carbón.
Ese sistema produce desechos, residuos. En volumen, el residuo mas importante es el dióxido de carbono, pero también están el cadmio o los residuos radioactivos, que son prácticamente imposibles de reciclar. Existen gráficos para ilustrar este tipo de sistema abierto de la economía como los que ha publicado René Passet en su libro L’économie et le vivant (La economía y los seres vivos) en 1979, y que todos nosotros copiamos y tratamos de mejorar –o solamente hicimos una mala imitación– en nuestros cursos de economía ecológica. Creo que Passet fue el primero que describió gráficamente la economía como subsistema de un sistema más amplio. Entonces, dentro de ese sistema no todo es reciclable. A eso la economía neoclásica llama “externalidades”, y pretende “internalizarlas” a través del sistema de precios, como si fuera un simple detalle.
Naredo me contaba que en un congreso internacional de economía no se habló de externalidades sino de cuentas satélites, un término de jerga de la contabilidad nacional francesa: se calcula primero el PIB y después se le anexan contabilidades satélites físicas: la contabilidad del agua, de la fertilidad del suelo, etc. Una idea muy bienintencionada, pero como les dijo Naredo: “Yo creo que en ese caso los satélites son mas grandes que el planeta madre, las externalidades más importantes que el PIB, como si la Luna fuera mas grande que la Tierra”.
¿Qué piensa usted de la noción de “huella ecológica”?
Es precisamente una idea que se presentó en un congreso de economía ecológica en 1992. Su iniciador fue William Rees, un ecólogo que había trabajado en una región llamada La Raya, entre Cuzco y Puno, en el altiplano peruano. Luego fue profesor de ecología urbana en Vancouver e inventó un indicador que sintetiza cuatro criterios: la cantidad de tierra necesaria para producir una cantidad dada de alimentos, la cantidad de tierra necesaria para producir madera para construcción o papel, la cantidad de tierra pavimentada o cubierta de construcciones y el cuarto sumando consistía en cuánta tierra virtual haría falta para absorber el dióxido de carbono que produce la actividad humana. A partir de esos cuatro criterios, Rees calculó que un habitante de Vancouver utiliza de promedio cuatro hectáreas de tierra para su reproducción económica, mientras un habitante de la India utiliza media hectárea. Esto quiere decir que desde el punto de vista ecológico, la superficie de Vancouver es mucho más grande de lo que parece a primera vista. Yo creo que Rees concibió la huella ecológica como un concepto interesante para tener una idea del impacto de la actividad humana pero nunca pensó que su idea tendría tanto éxito. Tenía un estudiante suizo de doctorado llamado Mathis Wackernagel, quien difundió la idea y la convirtió en una verdadera industria académica.
El lado bueno de esa enorme difusión es el carácter pedagógico de esa representación espacial, que impacta mucho a la gente. Pero el lado mas discutible es que la noción de huella ecológica mezcla dos cosas: el consumo real de espacio destinado a la producción de alimentos o de madera para la construcción (un carnívoro consume más espacio que un vegetariano, por ejemplo) y el consumo virtual de un espacio que hipotéticamente podría absorber el dióxido de carbono. El problema es que el dióxido de carbono se acumula en la atmósfera y no es absorbido por una superficie vegetal virtual.
El verdadero problema es el cambio climático. No es que necesitemos otro planeta porque no hay otro planeta. La idea de utilizar dos planetas es una metáfora que tiene límites. Nuestro consumo excesivo de carbón, petróleo y gas es un problema de tiempo, de un uso demasiado intensivo en un periodo de tiempo muy corto, más que de espacio. La metáfora espacial puede ser muy atractiva para la gente, pero técnicamente a mi no me convence.
Tampoco me convence la idea de que se pueda expresar todo el impacto ecológico en una sola cifra, creo que necesitaríamos de al menos tres o cuatro cifras distintas. Por ejemplo, el cálculo de los flujos de materiales. En Ecuador son cuatro toneladas por persona al año, lo calculó Maria Cristina Vallejo en una tesis publicada por la Flacso. En la Unión Europea estamos a 16 toneladas por persona al año.
En términos de intercambio, Ecuador exporta 1,8 toneladas de materiales por persona al año e importa 0,3 toneladas. En la Unión Europea es exactamente al revés, importamos casi cuatro veces más de lo que exportamos. Es un buen indicador del intercambio desigual entre Norte y Sur.
Otro indicador interesante es el de la apropiación humana de la biomasa, que en ingles se llama HANPP (Human Appropriation of Net Primary Production). Se trata de la proporción entre la biomasa usada por los seres humanos y la cantidad potencial de biomasa que seria generada si no hubiera humanos.
Es un indicador de pérdida de biodiversidad, pero también se puede usar para analizar conflictos relacionados con recursos. Por ejemplo, en Ecuador, el conflicto entre los habitantes del ecosistema de manglares y las empresas camaroneras que producen larvas para la exportación. Cuando el manglar se conserva hay mucha biomasa y los humanos aprovechan una pequeña cantidad de ésta, un poco de conchas, de cangrejos y de madera. Pero cuando la camaronera destruye el manglar, consume mucha biomasa sin reponerla. Lo mismo ocurre con el bosque amazónico cuando lo sustituyen por cultivos de palma africana para producir aceite.
¿O sea que la noción de huella ecológica no es bastante multidimensional?
Es importante porque es un indicador físico que le quita el monopolio a los indicadores económicos y sociales tradicionales, incluso los más sofisticados como el Índice de Desarrollo Humano (IDH), en ese sentido es un progreso. Pero efectivamente, no es multidimensional. Ahora bien, desde el punto de vista pedagógico y político no sería bueno que existan cincuenta indicadores porque el cerebro humano no podría procesarlo, pero sí se pueden considerar unos siete u ocho números a la vez. Cuando juzgamos a una persona no nos fijamos solamente en su talla o su peso, o si baila salsa o no, más bien podemos definir ocho o diez cualidades que nos gustan y dos que no, así funcionamos los humanos.
La ecología de los pobres
Otro de sus grandes temas es la ecología de los pobres, sobre todo en los países del Sur. Por ejemplo el caso de las mujeres que luchan por defender el manglar.
Sí, las mujeres han sido muy importantes en las luchas ecologistas populares. Y volviendo a su pregunta sobre el público de nuestros trabajos, en los 80 nuestra primera audiencia era la corriente verde europea, los ecomarxistas como Sacristán, y un sector de economistas universitarios disidentes de Estados Unidos, como Herman Daly, Robert Costanza, personas que fundaron conmigo la Asociación Internacional de Economía Ecológica en 1986-1987.
En 1987 hubo una reunión en Barcelona donde se fundó la revista Ecological Economics. Mi idea era que la economía ecológica sirve sobre todo a los movimientos sociales del Sur que luchan contra la degradación ecológica de sus hábitats. Por ejemplo, los militantes de Vía Campesina retoman temas de la economía ecológica como la eficiencia energética, la pérdida de biodiversidad, la polución química, etc., no importa si no se conocen todos los presupuestos teóricos de esta disciplina. Esta emergencia de un importante grupo de militantes ecologistas populares es lo que me ha mantenido activo políticamente, con una serie de viajes a América Latina, India, etc.
¿Usted dice que la ecología de los pobres existe desde hace dos siglos?
Es un tema de historia social bastante complejo. Por supuesto, no hay que caer en el anacronismo y buscar el ecologismo en el Imperio romano pero hay ejemplos interesantes desde al menos el final del siglo XIX. Hay un caso español bastante conocido sobre la compañía Río Tinto que explotaba una mina en Andalucía, cerca de Huelva, donde se había sacado cobre desde hacía dos mil años. La firma británica llegó a la región en 1880 y ese mismo año hubo ya una manifestación de mineros, de sus familias y los campesinos locales contra los “humos”. Existen reportes de la época que describen esos humos como emanaciones de dióxido de azufre o de anhídrido sulfuroso, lo que ahora se da en las lluvias ácidas. Con un estilo típicamente español, el gobierno envió al ejercito a detener las protestas y mataron a 100 ó 200 personas. No lo sé exactamente. Hubo un debate en el Parlamento pero sin ninguna consecuencia política o judicial. Uno de los principales líderes del movimiento era un sindicalista anarquista, Maximiliano Tornet. Tenemos ahí un movimiento protoambientalista aunque la palabra no existía en ese entonces.
Otro ejemplo se produjo en la misma época en Japón, un caso muy conocido de un líder campesino llamado Tanaka Shozo que dirigió todo un movimiento de resistencia contra la contaminación del río Watarase, cerca de Tokio, en manos de una empresa que todavía existe y se llama Furukawa. Esta empresa producía cobre para exportación, porque en esa época Japón exportaba cobre, mientras que ahora es un gran importador.
Conocemos el conflicto que hay ahora en Ecuador en la mina de cobre de Intag que Mitsubishi quiere explotar, por ejemplo. En los años 70 del siglo XX, Tanaka Shozo, que en su tiempo llego a ser diputado de la Dieta, fue redescubierto por los primeros ecologistas japoneses y considerado como un precursor. Podríamos mencionar muchos otros ejemplos históricos.
Pero no podríamos decir que este ecologismo o protoecologismo popular expresa dos fenómenos que no siempre están articulados: por un lado la lucha de comunidades locales contra lo que los economistas llaman “externalidades negativas”, como por ejemplo daños a la salud, y por otro lado una defensa mas global de formas de vida autónomas, una cierta resistencia a la modernización. En el fondo, lo que usted llama “populismo ecológico”, seria más una lucha de la economía sustantiva contra la economía formal, según los términos de Polanyi. ¿Cómo se articulan estos dos niveles?
Justamente, desde ese punto de vista el libro de Ramachandra Guha sobre el movimiento Chipko es muy importante. Él lo ve como un movimiento campesino muy similar a los movimientos de la región del Himalaya o de la India contra la estatización de los bosques iniciada por los colonizadores británicos bajo pretexto de implantar una administración racional. La gente local protestaba entonces contra la perdida de acceso a los bosques donde habitaban. También luchaban contra las plantaciones porque preferían tener árboles nativos tradicionales, como el roble, que especies introducidas de crecimiento rápido como el pino. Aunque la lucha correspondía al interés por su subsistencia, era ya una forma de lucha ecológica por la biodiversidad. El movimiento Chipko de 1973 es un gran ejemplo de eso. Chipko quiere decir “abrazarse a los árboles”, y los militantes del movimiento se abrazaban a los árboles para impedir que las empresas madereras los corten. Cuando lo estudias ves que los militantes locales tenían una inspiración gandhiana. Hay otro caso similar en Brasil con Chico Mendes, un ecologista-sindicalista que había aprendido a leer con un sobreviviente de la Columna Prestes, la guerrilla comunista de los años 20 refugiada en la Amazonia de la frontera con Bolivia. Chico Mendes, afiliado al PT, también fue influenciado por la Teología de la Liberación y expresaba una especie de gandhismo espontáneo con sus formas de lucha, como el “empate”, donde los activistas se sientan en grupo frente a la policía o a las maquinas de cortar árboles, siempre de manera pacifica.
¿Pero cuál es el potencial hegemónico del ecologismo popular? Existen estudios que demuestran que ciertas civilizaciones precolombinas han destruido su propia base re reproducción medioambiental (por ejemplo los Mayas). Por otro lado, vemos que los sectores populares de países del Sur que han pasado por procesos importantes de urbanización han adquirido el modelo de consumo del Norte, con variaciones más o menos degradadas. Si escucha a Evo Morales, que por fuera de Bolivia es percibido como un dirigente indígena involucrado con una realidad comunitaria milenaria, pero que tiene en realidad un imaginario modernizador muy fuerte, él declara que quiere que su país sea como China o Suiza, y que la explotación del gas boliviano debe servir para la industrialización del país, etc. Y el argumento habitual de los liberales es: ¿con qué derecho ustedes quieren impedir a cientos de millones de chinos e indios en pleno boom económico de salir de la pobreza y tener sus automóviles y sus refrigeradoras?
La teoría del ecologismo popular no afirma que todos los pobres son ecologistas porque eso sería falso. Lo que afirma es que en muchos conflictos ecológicos los pobres se ponen del lado de la preservación de los recursos naturales, no debido a una ideología ambientalista sino en virtud de sus necesidades de subsistencia, las que muchas veces se expresan en lenguajes culturales propios como, por ejemplo, la idea del carácter sagrado de las fuerzas naturales en algunos grupos indígenas.
Y por cada conflicto que se vuelve conocido a nivel mundial gracias a la cobertura de los medios de comunicación, hay probablemente decenas de casos que no aparecen en los medios.
Actualmente, en América Latina, hay decenas de conflictos por explotación minera y aumentarán cada vez más porque el metabolismo de la sociedad, la cantidad de energía y de materiales que entran en el circuito aumenta cada vez más. No hay crecimiento económico desmaterializando, la idea de un crecimiento económico angelical, como dice irónicamente Herman Daly, es una utopía. Es posible que en los países ricos baje un poco la intensidad material del crecimiento, pero esta sigue creciendo en términos absolutos. En Europa por ejemplo, no producimos aluminio ni acero sino que lo importamos, como lo hacemos con el petróleo y el gas. Las economías aparentemente mas “limpias” funcionan en base a la importación de productos “sucios”.
Justamente, vemos que mucho de la voluntad de redistribución de los nuevos gobiernos de izquierda latinoamericanos depende de lo que los economistas llaman una “reprimarización extractivista” –petróleo, cobre, soya (a menudo transgénica), etc.– favorecida no solo por la demanda de los países del Norte, sino cada vez mas por un gigante industrial como China.
De hecho, nunca ha habido un boom de las materias primas tan importante como el actual en América Latina. Eso crea un clima muy diferente al que puede emerger en Europa con la idea de “decrecimiento sostenible”, de acuerdo a la cual nosotros podríamos vivir bien sin crecimiento, como sostiene Georgescu-Roegen y lo explicó Jacques Grinevald en 1979 en Demain la décroissance (Mañana el decrecimiento)
Si le dice eso al presidente ecuatoriano Rafael Correa contestaría que usted esta loco
No. Diría que soy un “ecologista infantil”, que es como ha calificado a algunos ecologistas ecuatorianos, incluso miembros de su propio gobierno que quieren limitar la explotación petrolera en la Amazonia. Él, como buena parte de la izquierda latinoamericana, o como el Partido Comunista indio, comparte la idea de que es necesario desarrollar a cualquier coste las fuerzas productivas y crecer, crecer y crecer.
Yo no sé si hay un ecologismo infantil, pero sí creo que hay un desarrollismo senil. Correa ha leído mis trabajos y me trata con mucha simpatía, pero no los ha asimilado completamente. Una vez estuve invitado a una reunión de su gabinete donde se hablo del dilema de evitar la explotación petrolera en el Parque Yasuní ITT y me dijo: “profesor, usted sabe que yo he vivido en las montañas con los indígenas, gente muy pobre, y cuando ellos ven un cóndor no piensan en salvarlo, ellos piensan: ‘esta noche podremos comer cóndor’”. Sin embargo, le contesté, en Ecuador son los recolectores de conchas en esmeraldas quienes defienden los manglares, los campesinos de Intag que luchan contra la explotación minera a cielo abierto, los indígenas de Sarayacu, en la Amazonia, los que luchan contra las empresas petroleras.
Pero Correa tiene una angustia sincera por la miseria de las grandes masas urbanas y la idea de que aumentando las ganancias petroleras y el PIB se puede redistribuir más. Entonces podemos comprender las resistencias locales a un modelo de desarrollo antiecológico, ¿pero en el nivel nacional, o continental, cómo satisfacer a toda esa gente con hambre, cómo cubrir sus necesidades?
Correa es una persona sinceramente angustiada por el problema de la pobreza. Pero en Ecuador mismo, hubo importantes intentos de teorizar la perspectiva de un modelo pospetrolero por parte de algunos de sus propios amigos y aliados políticos. También está la propuesta de que el país renuncie a explotar alrededor del 25% de sus reservas de petróleo del campo Yasuni ITT a cambio de una compensación de 350 millones de dólares anuales durante diez o quince años financiada por la comunidad internacional (equivalente a la mitad de las potenciales ganancias de la extracción). Se sabe que el presidente ecuatoriano apoya ese proyecto bajo ciertas condiciones y sin duda no con el mismo entusiasmo que algunos de sus colaboradores. Pero por otro lado, él mismo hizo una propuesta audaz a la OPEP en noviembre pasado. Inspirado en un artículo de Herman Daly, propuso un impuesto sobre las exportaciones de petróleo destinado a financiar la lucha contra la pobreza y la promoción de energías alternativas con miras a combatir el cambio climático.
¿A quién se cobraría este impuesto?
A los grandes importadores, Europa y Estados Unidos que importan 10 millones de barriles diarios. En Europa nosotros ya pagamos una tasa sobre el gas que importamos, también sobre el petróleo, 1 euro por litro, seis o siete dólares por galón. La mitad son impuestos pero que no benefician a los países exportadores. Sería mas lógico que los países exportadores definan y reciban estos impuestos –siempre y cuando éstos no se destinen a la compra de armas, por supuesto-. Con tres dólares por barril, Ecuador tendría los 350 millones por año que pide en compensación por la no explotación del petróleo en Yasuní.
Yo no sé si Correa entiende que si el proyecto del ITT fracasa, si empieza a surgir una serie de conflictos medioambientales en el sector minero, petrolero, eso perjudicará la imagen del país, mientras que una buena imagen podría favorecer el turismo o el ecoturismo– que ciertamente no es del todo inocente ecológicamente, porque los turistas no llegan en barcos de vela, pero seria bastante interesante.
"Neomalthusianismo" popular
A propósito de las compensaciones, usted habla también del problema de la “deuda ecológica”.
Hay una gran injusticia en el mundo, el Norte tiene una deuda ecológica con el Sur. Hay una deuda de carbono, además de todas las deudas coloniales y poscoloniales que contrajeron los europeos con el Tercer Mundo. Habría que evaluar los montos de esas deudas y podría ser la vía para eliminar gran parte o toda la deuda externa de los países del Sur, por ejemplo. Se podrían elaborar mecanismos institucionales para garantizar la reinversión de esos dineros en programas de lucha contra la pobreza y promoción de energías alternativas en el Sur. Y volviendo al tema de las grandes masas de miserables, yo quisiera hacer una alusión al tema demográfico.
Hay un error de apreciación en los representantes de la izquierda tercermundista, en India, en América Latina, que piensan que la idea de controlar el crecimiento demográfico es una conspiración neomalthusiana del Norte contra el Sur. Se menciona a menudo algunos programas de esterilización de las mujeres de los países pobres, por ejemplo. Por supuesto, algo así existió en los años 70, 80, y 90, y en China el neomalthusianismo es todavía una política de Estado. Pero si revisamos la historia de la baja de la natalidad europea constatamos otro fenómeno. Hay también un neomalthusianismo popular y progresista que se manifiesta desde inicios del siglo XX en Francia con el movimiento de “la grève des ventres” (la huelga de vientres), un movimiento de inspiración anarquista y radical que suscitó la oposición escandalizada no sólo de la Iglesia católica, sino también de los capitalistas –que querían más trabajadores– y del Estado, que quería más soldados para luchar contra los alemanes y en sus guerras coloniales. Uno de los líderes de este movimiento era Paul Robin, un pedagogo libertario, antiguo miembro de la Primera Internacional, que fundó en 1896 la Liga por la Regeneración Humana. Decía más o menos que se definía como neomalthusiano porque Malthus pensaba que no había remedio para la catástrofe demográfica, mientras que él pensaba que el remedio lo tenia el proletariado, en particular si las mujeres fueran libres de decidir cuantos hijos quieren tener. Sólo así la natalidad bajaría, lo que sería bueno para las mujeres, bueno para los salarios y bueno para el medio ambiente.
Estos activistas hacían cálculos y estaban preocupados por el nivel de población que podría soportar el planeta. Bueno, no todos, porque Kropotkine era muy optimista, por ejemplo, pero el dirigente anarquista Sébastien Faure era neomalthusiano.
Cuando yo hice mis investigaciones en Andalucía, Verena Stolcke y yo teníamos 25 años, y las mujeres nos preguntaban por qué nosotros no teníamos hijos, y los viejos campesinos anarquistas les explicaban: “ellos han leído a ‘Sebastián Fauré’”, y ante mi asombro ellos me preguntaban: “¿cómo, usted estudió en la universidad y no sabe quien es “Sebastián Fauré”?” Todos esos textos neomalthusianos escritos por autores anarquistas habían sido traducidos al comienzo del siglo y difundidos en los medios populares libertarios y radicales, no sólo en España, sino en Italia, Argentina, Uruguay, Cuba, etc. En Francia, en 1920, el Estado prohibió la propaganda neomalthusiana, sin hablar del "natalismo" ulterior de Pétain, de Franco o de Mussolini.
Entonces creo que existe una tradición neomalthusiana popular de sensibilidad feminista, libertaria y protoecologista. También hay otro ejemplo en el sur de India, con Peritar, un activista anticasta, ateo y anticlerical, que profesaba la liberación de las mujeres. De hecho, en esta región la transición demográfica ya esta muy avanzada, mientras que las tasas de fecundidad no bajaron mucho en el norte de India. He aquí una tradición radical que tiene un siglo de existencia y que no ha sido tomada en cuenta por la izquierda marxista, con el pretexto de que Marx había criticado a Malthus. El desinterés total de la mayoría de la izquierda por la demografía es un grave error, dejando el campo libre a las políticas de control de la natalidad desde el Estado o el Banco Mundial, etc. A menudo, las mismas feministas no conocen la existencia de estas ideas en su propia tradición. Entre el feminismo y el ecologismo, hay una alianza necesaria también desde este punto de vista, y eso a veces no se percibe.
Notas:
1 (Moscú, 1888-1937). Fue un notable economista agrario socialista ruso, colaboro críticamente con los bolcheviques, termino fusilado bajo el régimen de Stalin.
2 Antropólogo marxista austriaco, criado en Nueva York (1923-1999).
3 Sobre el tema ver: Franco Ventura, Populismo ruso (Alianza, 1981)
4 (Callao, 1949-1990) fue un historiador, científico social y ensayista peruano, fundador del Centro de investigación Casa SUR.
5 (1906-1994) fue un matemático rumano, estadístico y economista. Sus trabajos contribuyeron significativamente a la bioeconomía o economía ecológica y son la base de la teoría del decrecimiento.
6 Filósofo comunista español (1925-1985), fue uno de los pioneros del ecosocialismo.
Publicado por Heraldo Ácrata
Fuente: http://anarchistherald.blogspot.com/2010/02/entrevista-con-joan-martinez-allier.html
“No sé si hay un ecologismo infantil pero sí creo que hay un desarrollismo senil”
Marc Saint-Upéry
The Anarchist
Autor de la obra clásica Ecología económica (1987), que ha influenciado a toda una corriente de investigadores y militantes ambientalistas y ecosocialistas, el catalán Joan Martínez Allier explora desde hace cuatro décadas la dialéctica entre las necesidades humanas, los conflictos sociales y las condiciones ecológicas en unos estudios donde convergen la critica de la economía política, la antropología social, las leyes de la termodinámica y las ciencias de la vida.
Esta entrevista recorre las pistas de un pionero fundamental en estos tiempos en los que los modelos de desarrollo vuelven a ser parte de la discusión central en América Latina.
¿En sus trabajos de campo en Cuba y en Perú, en los años 70, las referencias sobre la cuestión campesina apelan al debate de un marxismo abierto, pero todavía clásico, y de la antropología social: Chayanov (1), Eric Wolf (2), etc. Pero usted cita también a Karl Polanyi. Concretamente, ¿cual ha sido el puente entre este tipo de debates, de economía agraria, y el discurso ecológico?
En esa época yo vivía con una antropóloga, Verena Stolcke. Por otro lado, en Perú entre en contacto con gente que hacia antropología ecológica, como el gran especialista de las culturas andinas John Murra, antropólogo estadounidense de origen rumano que participó en la Guerra Civil española en las filas republicanas. Él se preguntaba sobre el funcionamiento de los intercambios en sociedades sin mercado o con mercados periféricos, como después de la conquista española. Estos intercambios eran absolutamente necesarios desde el punto de vista ecológico en cualquier sistema montañoso, porque una comunidad no puede vivir de los productos de un solo piso ecológico. En 1971-72, en Perú estuvo un antropólogo estadounidense de Amherst, Brooke Thomas, quien estudiaba las calorías que circulaban entre estos distintos pisos ecológicos. Me interesé mucho por ese tema y además había hecho cursos en economía de la alimentación. Así fue como me convertí en uno de los pocos economistas capaces de contar calorías y proteínas, porque hay muchos economistas que se dedican a lo metafísico y no hablan de este tipo de cosas. Así es como accedí a la antropología ecológica, leyendo también los textos clásicos, el libro de Roy Rappaport, Pigs for the Ancestors (Cerdos para los antepasado. El ritual en la ecología de un pueblo en Nueva guinea) y justo coincidió con la crisis petrolera de 1973. Recuerdo que daba unos cursos de antropología económica en la universidad de Campinas, en Brasil, y todo el mundo empezaba a hablar de energía.
Es interesante, porque su trayectoria hacia la economía ecológica no pasa directamente por una critica de tipo epistemológico de los modelos económicos ortodoxos o marxistas, sino más bien por el camino de una antropología ecológica muy concreta…
Sí, yo además tenia una cierta sensibilidad política por el tema de la autonomía de las comunidades campesinas, una sensibilidad de tipo populista en el sentido ruso, de los “narodniki” (3). En esa época Eric Hobsbawm estuvo en Perú y yo había leído sus escritos sobre Andalucía, un capitulo de Rebeldes primitivos con el que yo no estaba del todo de acuerdo. Hobsbawm pensaba que los campesinos eran un tipo de “rebeldes primitivos” y que la verdadera vanguardia era el proletariado industrial y el partido de los proletarios. Yo no era estrictamente anarquista pero estaba muy influenciado por la historia de Cataluña y también por la gente de Ruedo Ibérico, que estaba dirigido desde Paris por un anarquista exiliado, Pepe Martínez. Así que estaba muy abierto a una sensibilidad, por así decirlo, antileninista. Además, en esa época en Perú había una fuerte influencia del gran intelectual comunista José Carlos Mariátegui, quien en el momento más estalinista de la Internacional Comunista había sido acusado de populista, también en el sentido ruso del término. Hubo, entonces, en mi experiencia en los Andes, además del tema de la antropología ecológica el de la resistencia “antimoderna” de las comunidades indígenas, como los huasipungueros en Ecuador o los huacchilleros en Perú, que vivían dentro del sistema de hacienda pero que no eran siervos de tipo feudal, sino campesinos que se resistían a la modernización capitalista, que no querían dejar la hacienda.
Cuando llegaron ideas de modernización, por ejemplo con el presidente Galo Plaza en Ecuador, a inicios de los años 60, se trato de “emanciparlos” de las haciendas para racionalizar el explotación de la tierra y los campesinos indígenas se resistían a eso en nombre de sus derechos de propiedad ancestrales, de su derecho a la autosubsistencia y a su propia cultura. En los años 70, la izquierda marxista peruana (y latinoamericana en general) era antiindígena y percibía todo en términos de clases sociales, de campesinos y no de indígenas. Las cosas comenzaron a cambiar con autores como Alberto Flores Galindo (4) –todo esto está en mi libro Los huacchilleros del Perú– y creo ello está ligado al hecho de que soy catalán, porque me emocioné cuando encontré estas personas que hablaban su propio idioma y luchaban por conservarlo.
A partir de esto, ¿cómo vuelve a los problemas mas teóricos de la critica ecológica de la economía política?, ¿Cómo descubre a autores como Georgescu-Roegen (5), por ejemplo?
Georgescu-Roegen es muy importante. Publicó, en 1971, su gran libro La ley de la entropía y la evolución económica, y un gran amigo mío, el entonces joven economista José Manuel Naredo, me lo recomendó. Nosotros conocíamos un poco del autor porque también era un especialista en economía agraria y había publicado un articulo importante en 1960 sobre la economía campesina en Europa del Esta (es de origen rumano). Lo empezamos a leer, era difícil pero es uno de los textos pioneros y fundamentales de la economía ecológica.
También con Naredo publicó en 1982 su artículo pionero sobre Serguei Podolinsky, que es un poco el precursor ucraniano de la crítica ecosocialista de la economía política. ¿Cómo lo descubrió?
En realidad, el articulo se publico en catalán y en castellano en 1979. A finales de los años 70 Naredo ya había publicado mucho sobre flujos de energía en la agricultura española, un poco lo mismo que había hecho Jean-Paul Deléage en Francia, siguiendo los trabajos pioneros de David Pimentel, un autor estadounidense que había demostrado en 1973 que la agricultura moderna era menos eficaz desde el punto de vista energético que la agricultura tradicional. Entonces, con Naredo, escuchamos por primera vez hablar de Podolinsky en un libro publicado entonces en francés y que es una selección de la correspondencia entre Marx y Engels sobre ciencias naturales. Estaban ahí las cartas de Engels que hablaban de este socialismo ucraniano; entonces comencé a buscar los textos de este autor que escribía en ucraniano, en ruso, en alemán y en francés. Él había estudiado medicina en Zurich con esas mujeres fascinantes, las primeras pasionarias del Partido Socialista Revolucionario ruso y de Narodnaya Volia, con la gente que había participado del atentado contra el Zar Alejandro II. Terminó exiliado en Montpellier y escribió sobre la agricultura considerada como un flujo de energía. Envió sus textos a Marx, quien se los remitió a Engels para consultarle su opinión, pero no suscitaron su interés. Quien sí comprendió los aportes de Podolinsky fue el ecólogo ruso Vernadsky. En un libro publicado en Francia en 1924-1925, llamado La geoquímica, Vernadsky elogiaba al trabajo de Podolinsky resumiéndolo así: “Podolinsky estudio la dinámica energética de la vida y aplicó este conocimiento al estudio de la economía”. Es decir, que a partir de un análisis de la entropía en los procesos biológicos, él estudió la economía como un sistema abierto a los flujos de energía. Eso hizo de él un precursor importante, entre otros, de la economía ecológica. Es precisamente el tema de mi libro de 1987, Economía ecológica, que trata de esos precursores que generalmente no eran economistas.
En cuanto a Georgescu-Roegen, tenía 74 años y estaba jubilado de la Universidad de Vanderbilt, en Tennessee, y supe en 1980 que estaba en Estrasburgo. Lo invité para que diera unas conferencias en Barcelona. Él no conocía a Podolinsky, pero se interesó mucho y continuamos escribiéndonos desde 1980 hasta que terminé mi libro. En esa época fundamos la Asociación Internacional de Economía Ecológica.
La “huella ecológica”
Pero, ¿usted tenia un publico mas allá de los especialistas? No creo que los grupos marxistas prestaban mucha atención a esos temas. Al mismo tiempo, era la época del surgimiento masivo de los movimientos sociales ecológicos pero con un nivel de cultura política y teórica bastante heterogéneo y una visión un poco mística y romántica.
Primero, entre los economistas universitarios había un sector muy hostil a la ecología, y eso todavía sucede. Cuando volví a Barcelona, en 1975, entré en un departamento de economía donde hice buenas relaciones con los historiadores económicos, por ejemplo. Pero para los economistas más neoclásicos, incluso algunos muy competentes, la ecología es algo que simplemente no existe. Entre los marxistas, y en medio del gran desierto que fue la universidad española durante el franquismo, estaba Manuel Sacristán (6), un hombre extraordinario.
Era uno de esos pocos marxistas europeos con una verdadera cultura científica…
Sí, pero era totalmente autodidacta. Conocía la filosofía analítica y cuando teníamos 17 ó 18 años, en la Universidad de Barcelona, nos explicó sobre el Círculo de Viena, y su discurso antimetafísico era un aire fresco dentro del ambiente intelectual de la España franquista. Me sorprendía como podía juntar su rigurosidad en la explicación de tipo lógica matemática y su adhesión al marxismo. Cometió algunos errores políticos, metió a muchísima gente dentro del PSUC (el Partido Comunista catalán) y hubiese sido sin duda mucho mas interesante que hubiera un partido menos ortodoxo, del tipo del Partido de los Trabajadores (PT) brasileño en la resistencia contra Franco. Cuando salió del PSUC, en 1976-77, fundó el grupo Mientras Tanto, que al principio se llamo Materiales, que reunía a un grupo de gente de izquierda muy interesada en la problemática ecológica. Gente que al mismo tiempo se sentía un poco excluida por esa transición a la democracia negociada con el franquismo: mis mejores amigos de la época universitaria entraron en el su mayoría al PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y participaron con entusiasmo de esa transición, pero todos los del grupo Ruedo Ibérico por ejemplo, quedaron fuera. En esa época, me fui a enseñar a Berlín; fue una especie de consuelo. Era la época de la emergencia del movimiento alternativo, el comienzo de los Verdes, y en ese contexto escribí mi libro Economía ecológica con el apoyo del físico alemán Klaus Schlüpmann, quien me ayudo a refrescar cosas que había aprendido en el bachillerato sin prestarles mucha atención en cuanto economista, como por ejemplo la segunda ley de la termodinámica.
¿Por qué es importante la segunda ley de la termodinámica desde el punto de vista de la economía ecológica?
Porque no existe modo de reciclar la energía. La teoría neoclásica describe la economía como un sistema cerrado donde las mercancías se intercambian a través de un sistema de precios regulados por el mecanismo de la oferta y la demanda. Las empresas compran la fuerza de trabajo, pagan los salarios (o la renta de la tierra), todo ello dentro de un sistema cerrado. Esta visión tiene cierta utilidad en la medida en que permite elaborar cierto número de ideas relativamente interesantes. Pero es una visión ontológicamente falsa, aunque pudiera ser metodológicamente productiva. La economía es un sistema abierto que no puede funcionar sin un cierto volumen de insumos energéticos y materiales, desde la energía solar, en la fotosíntesis, hasta el petróleo o el carbón.
Ese sistema produce desechos, residuos. En volumen, el residuo mas importante es el dióxido de carbono, pero también están el cadmio o los residuos radioactivos, que son prácticamente imposibles de reciclar. Existen gráficos para ilustrar este tipo de sistema abierto de la economía como los que ha publicado René Passet en su libro L’économie et le vivant (La economía y los seres vivos) en 1979, y que todos nosotros copiamos y tratamos de mejorar –o solamente hicimos una mala imitación– en nuestros cursos de economía ecológica. Creo que Passet fue el primero que describió gráficamente la economía como subsistema de un sistema más amplio. Entonces, dentro de ese sistema no todo es reciclable. A eso la economía neoclásica llama “externalidades”, y pretende “internalizarlas” a través del sistema de precios, como si fuera un simple detalle.
Naredo me contaba que en un congreso internacional de economía no se habló de externalidades sino de cuentas satélites, un término de jerga de la contabilidad nacional francesa: se calcula primero el PIB y después se le anexan contabilidades satélites físicas: la contabilidad del agua, de la fertilidad del suelo, etc. Una idea muy bienintencionada, pero como les dijo Naredo: “Yo creo que en ese caso los satélites son mas grandes que el planeta madre, las externalidades más importantes que el PIB, como si la Luna fuera mas grande que la Tierra”.
¿Qué piensa usted de la noción de “huella ecológica”?
Es precisamente una idea que se presentó en un congreso de economía ecológica en 1992. Su iniciador fue William Rees, un ecólogo que había trabajado en una región llamada La Raya, entre Cuzco y Puno, en el altiplano peruano. Luego fue profesor de ecología urbana en Vancouver e inventó un indicador que sintetiza cuatro criterios: la cantidad de tierra necesaria para producir una cantidad dada de alimentos, la cantidad de tierra necesaria para producir madera para construcción o papel, la cantidad de tierra pavimentada o cubierta de construcciones y el cuarto sumando consistía en cuánta tierra virtual haría falta para absorber el dióxido de carbono que produce la actividad humana. A partir de esos cuatro criterios, Rees calculó que un habitante de Vancouver utiliza de promedio cuatro hectáreas de tierra para su reproducción económica, mientras un habitante de la India utiliza media hectárea. Esto quiere decir que desde el punto de vista ecológico, la superficie de Vancouver es mucho más grande de lo que parece a primera vista. Yo creo que Rees concibió la huella ecológica como un concepto interesante para tener una idea del impacto de la actividad humana pero nunca pensó que su idea tendría tanto éxito. Tenía un estudiante suizo de doctorado llamado Mathis Wackernagel, quien difundió la idea y la convirtió en una verdadera industria académica.
El lado bueno de esa enorme difusión es el carácter pedagógico de esa representación espacial, que impacta mucho a la gente. Pero el lado mas discutible es que la noción de huella ecológica mezcla dos cosas: el consumo real de espacio destinado a la producción de alimentos o de madera para la construcción (un carnívoro consume más espacio que un vegetariano, por ejemplo) y el consumo virtual de un espacio que hipotéticamente podría absorber el dióxido de carbono. El problema es que el dióxido de carbono se acumula en la atmósfera y no es absorbido por una superficie vegetal virtual.
El verdadero problema es el cambio climático. No es que necesitemos otro planeta porque no hay otro planeta. La idea de utilizar dos planetas es una metáfora que tiene límites. Nuestro consumo excesivo de carbón, petróleo y gas es un problema de tiempo, de un uso demasiado intensivo en un periodo de tiempo muy corto, más que de espacio. La metáfora espacial puede ser muy atractiva para la gente, pero técnicamente a mi no me convence.
Tampoco me convence la idea de que se pueda expresar todo el impacto ecológico en una sola cifra, creo que necesitaríamos de al menos tres o cuatro cifras distintas. Por ejemplo, el cálculo de los flujos de materiales. En Ecuador son cuatro toneladas por persona al año, lo calculó Maria Cristina Vallejo en una tesis publicada por la Flacso. En la Unión Europea estamos a 16 toneladas por persona al año.
En términos de intercambio, Ecuador exporta 1,8 toneladas de materiales por persona al año e importa 0,3 toneladas. En la Unión Europea es exactamente al revés, importamos casi cuatro veces más de lo que exportamos. Es un buen indicador del intercambio desigual entre Norte y Sur.
Otro indicador interesante es el de la apropiación humana de la biomasa, que en ingles se llama HANPP (Human Appropriation of Net Primary Production). Se trata de la proporción entre la biomasa usada por los seres humanos y la cantidad potencial de biomasa que seria generada si no hubiera humanos.
Es un indicador de pérdida de biodiversidad, pero también se puede usar para analizar conflictos relacionados con recursos. Por ejemplo, en Ecuador, el conflicto entre los habitantes del ecosistema de manglares y las empresas camaroneras que producen larvas para la exportación. Cuando el manglar se conserva hay mucha biomasa y los humanos aprovechan una pequeña cantidad de ésta, un poco de conchas, de cangrejos y de madera. Pero cuando la camaronera destruye el manglar, consume mucha biomasa sin reponerla. Lo mismo ocurre con el bosque amazónico cuando lo sustituyen por cultivos de palma africana para producir aceite.
¿O sea que la noción de huella ecológica no es bastante multidimensional?
Es importante porque es un indicador físico que le quita el monopolio a los indicadores económicos y sociales tradicionales, incluso los más sofisticados como el Índice de Desarrollo Humano (IDH), en ese sentido es un progreso. Pero efectivamente, no es multidimensional. Ahora bien, desde el punto de vista pedagógico y político no sería bueno que existan cincuenta indicadores porque el cerebro humano no podría procesarlo, pero sí se pueden considerar unos siete u ocho números a la vez. Cuando juzgamos a una persona no nos fijamos solamente en su talla o su peso, o si baila salsa o no, más bien podemos definir ocho o diez cualidades que nos gustan y dos que no, así funcionamos los humanos.
La ecología de los pobres
Otro de sus grandes temas es la ecología de los pobres, sobre todo en los países del Sur. Por ejemplo el caso de las mujeres que luchan por defender el manglar.
Sí, las mujeres han sido muy importantes en las luchas ecologistas populares. Y volviendo a su pregunta sobre el público de nuestros trabajos, en los 80 nuestra primera audiencia era la corriente verde europea, los ecomarxistas como Sacristán, y un sector de economistas universitarios disidentes de Estados Unidos, como Herman Daly, Robert Costanza, personas que fundaron conmigo la Asociación Internacional de Economía Ecológica en 1986-1987.
En 1987 hubo una reunión en Barcelona donde se fundó la revista Ecological Economics. Mi idea era que la economía ecológica sirve sobre todo a los movimientos sociales del Sur que luchan contra la degradación ecológica de sus hábitats. Por ejemplo, los militantes de Vía Campesina retoman temas de la economía ecológica como la eficiencia energética, la pérdida de biodiversidad, la polución química, etc., no importa si no se conocen todos los presupuestos teóricos de esta disciplina. Esta emergencia de un importante grupo de militantes ecologistas populares es lo que me ha mantenido activo políticamente, con una serie de viajes a América Latina, India, etc.
¿Usted dice que la ecología de los pobres existe desde hace dos siglos?
Es un tema de historia social bastante complejo. Por supuesto, no hay que caer en el anacronismo y buscar el ecologismo en el Imperio romano pero hay ejemplos interesantes desde al menos el final del siglo XIX. Hay un caso español bastante conocido sobre la compañía Río Tinto que explotaba una mina en Andalucía, cerca de Huelva, donde se había sacado cobre desde hacía dos mil años. La firma británica llegó a la región en 1880 y ese mismo año hubo ya una manifestación de mineros, de sus familias y los campesinos locales contra los “humos”. Existen reportes de la época que describen esos humos como emanaciones de dióxido de azufre o de anhídrido sulfuroso, lo que ahora se da en las lluvias ácidas. Con un estilo típicamente español, el gobierno envió al ejercito a detener las protestas y mataron a 100 ó 200 personas. No lo sé exactamente. Hubo un debate en el Parlamento pero sin ninguna consecuencia política o judicial. Uno de los principales líderes del movimiento era un sindicalista anarquista, Maximiliano Tornet. Tenemos ahí un movimiento protoambientalista aunque la palabra no existía en ese entonces.
Otro ejemplo se produjo en la misma época en Japón, un caso muy conocido de un líder campesino llamado Tanaka Shozo que dirigió todo un movimiento de resistencia contra la contaminación del río Watarase, cerca de Tokio, en manos de una empresa que todavía existe y se llama Furukawa. Esta empresa producía cobre para exportación, porque en esa época Japón exportaba cobre, mientras que ahora es un gran importador.
Conocemos el conflicto que hay ahora en Ecuador en la mina de cobre de Intag que Mitsubishi quiere explotar, por ejemplo. En los años 70 del siglo XX, Tanaka Shozo, que en su tiempo llego a ser diputado de la Dieta, fue redescubierto por los primeros ecologistas japoneses y considerado como un precursor. Podríamos mencionar muchos otros ejemplos históricos.
Pero no podríamos decir que este ecologismo o protoecologismo popular expresa dos fenómenos que no siempre están articulados: por un lado la lucha de comunidades locales contra lo que los economistas llaman “externalidades negativas”, como por ejemplo daños a la salud, y por otro lado una defensa mas global de formas de vida autónomas, una cierta resistencia a la modernización. En el fondo, lo que usted llama “populismo ecológico”, seria más una lucha de la economía sustantiva contra la economía formal, según los términos de Polanyi. ¿Cómo se articulan estos dos niveles?
Justamente, desde ese punto de vista el libro de Ramachandra Guha sobre el movimiento Chipko es muy importante. Él lo ve como un movimiento campesino muy similar a los movimientos de la región del Himalaya o de la India contra la estatización de los bosques iniciada por los colonizadores británicos bajo pretexto de implantar una administración racional. La gente local protestaba entonces contra la perdida de acceso a los bosques donde habitaban. También luchaban contra las plantaciones porque preferían tener árboles nativos tradicionales, como el roble, que especies introducidas de crecimiento rápido como el pino. Aunque la lucha correspondía al interés por su subsistencia, era ya una forma de lucha ecológica por la biodiversidad. El movimiento Chipko de 1973 es un gran ejemplo de eso. Chipko quiere decir “abrazarse a los árboles”, y los militantes del movimiento se abrazaban a los árboles para impedir que las empresas madereras los corten. Cuando lo estudias ves que los militantes locales tenían una inspiración gandhiana. Hay otro caso similar en Brasil con Chico Mendes, un ecologista-sindicalista que había aprendido a leer con un sobreviviente de la Columna Prestes, la guerrilla comunista de los años 20 refugiada en la Amazonia de la frontera con Bolivia. Chico Mendes, afiliado al PT, también fue influenciado por la Teología de la Liberación y expresaba una especie de gandhismo espontáneo con sus formas de lucha, como el “empate”, donde los activistas se sientan en grupo frente a la policía o a las maquinas de cortar árboles, siempre de manera pacifica.
¿Pero cuál es el potencial hegemónico del ecologismo popular? Existen estudios que demuestran que ciertas civilizaciones precolombinas han destruido su propia base re reproducción medioambiental (por ejemplo los Mayas). Por otro lado, vemos que los sectores populares de países del Sur que han pasado por procesos importantes de urbanización han adquirido el modelo de consumo del Norte, con variaciones más o menos degradadas. Si escucha a Evo Morales, que por fuera de Bolivia es percibido como un dirigente indígena involucrado con una realidad comunitaria milenaria, pero que tiene en realidad un imaginario modernizador muy fuerte, él declara que quiere que su país sea como China o Suiza, y que la explotación del gas boliviano debe servir para la industrialización del país, etc. Y el argumento habitual de los liberales es: ¿con qué derecho ustedes quieren impedir a cientos de millones de chinos e indios en pleno boom económico de salir de la pobreza y tener sus automóviles y sus refrigeradoras?
La teoría del ecologismo popular no afirma que todos los pobres son ecologistas porque eso sería falso. Lo que afirma es que en muchos conflictos ecológicos los pobres se ponen del lado de la preservación de los recursos naturales, no debido a una ideología ambientalista sino en virtud de sus necesidades de subsistencia, las que muchas veces se expresan en lenguajes culturales propios como, por ejemplo, la idea del carácter sagrado de las fuerzas naturales en algunos grupos indígenas.
Y por cada conflicto que se vuelve conocido a nivel mundial gracias a la cobertura de los medios de comunicación, hay probablemente decenas de casos que no aparecen en los medios.
Actualmente, en América Latina, hay decenas de conflictos por explotación minera y aumentarán cada vez más porque el metabolismo de la sociedad, la cantidad de energía y de materiales que entran en el circuito aumenta cada vez más. No hay crecimiento económico desmaterializando, la idea de un crecimiento económico angelical, como dice irónicamente Herman Daly, es una utopía. Es posible que en los países ricos baje un poco la intensidad material del crecimiento, pero esta sigue creciendo en términos absolutos. En Europa por ejemplo, no producimos aluminio ni acero sino que lo importamos, como lo hacemos con el petróleo y el gas. Las economías aparentemente mas “limpias” funcionan en base a la importación de productos “sucios”.
Justamente, vemos que mucho de la voluntad de redistribución de los nuevos gobiernos de izquierda latinoamericanos depende de lo que los economistas llaman una “reprimarización extractivista” –petróleo, cobre, soya (a menudo transgénica), etc.– favorecida no solo por la demanda de los países del Norte, sino cada vez mas por un gigante industrial como China.
De hecho, nunca ha habido un boom de las materias primas tan importante como el actual en América Latina. Eso crea un clima muy diferente al que puede emerger en Europa con la idea de “decrecimiento sostenible”, de acuerdo a la cual nosotros podríamos vivir bien sin crecimiento, como sostiene Georgescu-Roegen y lo explicó Jacques Grinevald en 1979 en Demain la décroissance (Mañana el decrecimiento)
Si le dice eso al presidente ecuatoriano Rafael Correa contestaría que usted esta loco
No. Diría que soy un “ecologista infantil”, que es como ha calificado a algunos ecologistas ecuatorianos, incluso miembros de su propio gobierno que quieren limitar la explotación petrolera en la Amazonia. Él, como buena parte de la izquierda latinoamericana, o como el Partido Comunista indio, comparte la idea de que es necesario desarrollar a cualquier coste las fuerzas productivas y crecer, crecer y crecer.
Yo no sé si hay un ecologismo infantil, pero sí creo que hay un desarrollismo senil. Correa ha leído mis trabajos y me trata con mucha simpatía, pero no los ha asimilado completamente. Una vez estuve invitado a una reunión de su gabinete donde se hablo del dilema de evitar la explotación petrolera en el Parque Yasuní ITT y me dijo: “profesor, usted sabe que yo he vivido en las montañas con los indígenas, gente muy pobre, y cuando ellos ven un cóndor no piensan en salvarlo, ellos piensan: ‘esta noche podremos comer cóndor’”. Sin embargo, le contesté, en Ecuador son los recolectores de conchas en esmeraldas quienes defienden los manglares, los campesinos de Intag que luchan contra la explotación minera a cielo abierto, los indígenas de Sarayacu, en la Amazonia, los que luchan contra las empresas petroleras.
Pero Correa tiene una angustia sincera por la miseria de las grandes masas urbanas y la idea de que aumentando las ganancias petroleras y el PIB se puede redistribuir más. Entonces podemos comprender las resistencias locales a un modelo de desarrollo antiecológico, ¿pero en el nivel nacional, o continental, cómo satisfacer a toda esa gente con hambre, cómo cubrir sus necesidades?
Correa es una persona sinceramente angustiada por el problema de la pobreza. Pero en Ecuador mismo, hubo importantes intentos de teorizar la perspectiva de un modelo pospetrolero por parte de algunos de sus propios amigos y aliados políticos. También está la propuesta de que el país renuncie a explotar alrededor del 25% de sus reservas de petróleo del campo Yasuni ITT a cambio de una compensación de 350 millones de dólares anuales durante diez o quince años financiada por la comunidad internacional (equivalente a la mitad de las potenciales ganancias de la extracción). Se sabe que el presidente ecuatoriano apoya ese proyecto bajo ciertas condiciones y sin duda no con el mismo entusiasmo que algunos de sus colaboradores. Pero por otro lado, él mismo hizo una propuesta audaz a la OPEP en noviembre pasado. Inspirado en un artículo de Herman Daly, propuso un impuesto sobre las exportaciones de petróleo destinado a financiar la lucha contra la pobreza y la promoción de energías alternativas con miras a combatir el cambio climático.
¿A quién se cobraría este impuesto?
A los grandes importadores, Europa y Estados Unidos que importan 10 millones de barriles diarios. En Europa nosotros ya pagamos una tasa sobre el gas que importamos, también sobre el petróleo, 1 euro por litro, seis o siete dólares por galón. La mitad son impuestos pero que no benefician a los países exportadores. Sería mas lógico que los países exportadores definan y reciban estos impuestos –siempre y cuando éstos no se destinen a la compra de armas, por supuesto-. Con tres dólares por barril, Ecuador tendría los 350 millones por año que pide en compensación por la no explotación del petróleo en Yasuní.
Yo no sé si Correa entiende que si el proyecto del ITT fracasa, si empieza a surgir una serie de conflictos medioambientales en el sector minero, petrolero, eso perjudicará la imagen del país, mientras que una buena imagen podría favorecer el turismo o el ecoturismo– que ciertamente no es del todo inocente ecológicamente, porque los turistas no llegan en barcos de vela, pero seria bastante interesante.
"Neomalthusianismo" popular
A propósito de las compensaciones, usted habla también del problema de la “deuda ecológica”.
Hay una gran injusticia en el mundo, el Norte tiene una deuda ecológica con el Sur. Hay una deuda de carbono, además de todas las deudas coloniales y poscoloniales que contrajeron los europeos con el Tercer Mundo. Habría que evaluar los montos de esas deudas y podría ser la vía para eliminar gran parte o toda la deuda externa de los países del Sur, por ejemplo. Se podrían elaborar mecanismos institucionales para garantizar la reinversión de esos dineros en programas de lucha contra la pobreza y promoción de energías alternativas en el Sur. Y volviendo al tema de las grandes masas de miserables, yo quisiera hacer una alusión al tema demográfico.
Hay un error de apreciación en los representantes de la izquierda tercermundista, en India, en América Latina, que piensan que la idea de controlar el crecimiento demográfico es una conspiración neomalthusiana del Norte contra el Sur. Se menciona a menudo algunos programas de esterilización de las mujeres de los países pobres, por ejemplo. Por supuesto, algo así existió en los años 70, 80, y 90, y en China el neomalthusianismo es todavía una política de Estado. Pero si revisamos la historia de la baja de la natalidad europea constatamos otro fenómeno. Hay también un neomalthusianismo popular y progresista que se manifiesta desde inicios del siglo XX en Francia con el movimiento de “la grève des ventres” (la huelga de vientres), un movimiento de inspiración anarquista y radical que suscitó la oposición escandalizada no sólo de la Iglesia católica, sino también de los capitalistas –que querían más trabajadores– y del Estado, que quería más soldados para luchar contra los alemanes y en sus guerras coloniales. Uno de los líderes de este movimiento era Paul Robin, un pedagogo libertario, antiguo miembro de la Primera Internacional, que fundó en 1896 la Liga por la Regeneración Humana. Decía más o menos que se definía como neomalthusiano porque Malthus pensaba que no había remedio para la catástrofe demográfica, mientras que él pensaba que el remedio lo tenia el proletariado, en particular si las mujeres fueran libres de decidir cuantos hijos quieren tener. Sólo así la natalidad bajaría, lo que sería bueno para las mujeres, bueno para los salarios y bueno para el medio ambiente.
Estos activistas hacían cálculos y estaban preocupados por el nivel de población que podría soportar el planeta. Bueno, no todos, porque Kropotkine era muy optimista, por ejemplo, pero el dirigente anarquista Sébastien Faure era neomalthusiano.
Cuando yo hice mis investigaciones en Andalucía, Verena Stolcke y yo teníamos 25 años, y las mujeres nos preguntaban por qué nosotros no teníamos hijos, y los viejos campesinos anarquistas les explicaban: “ellos han leído a ‘Sebastián Fauré’”, y ante mi asombro ellos me preguntaban: “¿cómo, usted estudió en la universidad y no sabe quien es “Sebastián Fauré”?” Todos esos textos neomalthusianos escritos por autores anarquistas habían sido traducidos al comienzo del siglo y difundidos en los medios populares libertarios y radicales, no sólo en España, sino en Italia, Argentina, Uruguay, Cuba, etc. En Francia, en 1920, el Estado prohibió la propaganda neomalthusiana, sin hablar del "natalismo" ulterior de Pétain, de Franco o de Mussolini.
Entonces creo que existe una tradición neomalthusiana popular de sensibilidad feminista, libertaria y protoecologista. También hay otro ejemplo en el sur de India, con Peritar, un activista anticasta, ateo y anticlerical, que profesaba la liberación de las mujeres. De hecho, en esta región la transición demográfica ya esta muy avanzada, mientras que las tasas de fecundidad no bajaron mucho en el norte de India. He aquí una tradición radical que tiene un siglo de existencia y que no ha sido tomada en cuenta por la izquierda marxista, con el pretexto de que Marx había criticado a Malthus. El desinterés total de la mayoría de la izquierda por la demografía es un grave error, dejando el campo libre a las políticas de control de la natalidad desde el Estado o el Banco Mundial, etc. A menudo, las mismas feministas no conocen la existencia de estas ideas en su propia tradición. Entre el feminismo y el ecologismo, hay una alianza necesaria también desde este punto de vista, y eso a veces no se percibe.
Notas:
1 (Moscú, 1888-1937). Fue un notable economista agrario socialista ruso, colaboro críticamente con los bolcheviques, termino fusilado bajo el régimen de Stalin.
2 Antropólogo marxista austriaco, criado en Nueva York (1923-1999).
3 Sobre el tema ver: Franco Ventura, Populismo ruso (Alianza, 1981)
4 (Callao, 1949-1990) fue un historiador, científico social y ensayista peruano, fundador del Centro de investigación Casa SUR.
5 (1906-1994) fue un matemático rumano, estadístico y economista. Sus trabajos contribuyeron significativamente a la bioeconomía o economía ecológica y son la base de la teoría del decrecimiento.
6 Filósofo comunista español (1925-1985), fue uno de los pioneros del ecosocialismo.
Publicado por Heraldo Ácrata
Fuente: http://anarchistherald.blogspot.com/2010/02/entrevista-con-joan-martinez-allier.html
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viernes, febrero 05, 2010
Contra el desaliento, discurso del historiador Howard Zinn recientemente fallecido. Una discurso del 2005 que aún tiene vigencia en la comunidad de historiadores centroamericanos
Contra el desaliento Un discurso del año 2005
Howard Zinn
Sin Permiso
En 1963, el historiador Howard Zinn fue despedido del Spelman College de Atlanta, en el estado norteamericano de Georgia, donde oficiaba como catedrático en el Departamento de Historia, a causa de su activismo en torno a los derechos civiles. En el año 2005, fue invitado a regresar para pronunciar el discurso de graduación. Este es el brillante y conmovedor texto de su discurso, pronunciado el 15 de mayo de ese año, y que reproducimos en Sin Permiso como homenaje al gran historiador y luchador político que desapareció la pasada semana a los 87 años.
Me siento profundamente honrado por haber sido invitado a volver a Spelman después de 42 años. Me gustaría dar las gracias al cuerpo docente y los miembros del Consejo que votaron a favor de esta invitación que se me hace, y especialmente a su presidenta, la doctora Beverly Tatum. Además, es un privilegio especial estar aquí con Diahann Carroll y Virginia Davis Floyd.
Pero un día como este es vuestro: hoy os licenciáis como estudiantes. Para vosotros y vuestras familias es un día feliz. Sé que tenéis vuestras esperanzas para el futuro, de modo que puede ser un tanto presuntuoso deciros cuáles son las esperanzas que tengo yo depositadas en vosotros, pero son exactamente las mismas que tengo en el caso de mis nietos.
La primera esperanza que tengo es que no os veáis desalentados por el aspecto que presenta el mundo en este momento. Es fácil sentirse desanimado, porque nuestra nación se encuentra en guerra, — otra guerra más, guerra tras guerra — y nuestro gobierno parece determinado a extender su imperio aun a costa de las vidas de decenas de miles de seres humanos. En este país hay pobreza, y personas sin techo, y gente que carece de atención médica, y aulas abarrotadas, pero nuestro gobierno, que tiene a su disposición billones de dólares, se gasta su opulencia en guerras. Hay un millar de millones de personas en África, Asia, América Latina y Oriente Medio que necesitan agua limpia y medicinas para combatir la malaria, la tuberculosis y el SIDA, pero nuestro gobierno, que dispone de miles de armas nucleares, sigue experimentando con armas nucleares aun más mortíferas. Sí, resulta fácil descorazonarse con todo esto.
Pero permitidme deciros por qué, pese a lo que acabo de describir, no debéis sentiros desanimados.
Quiero recordaros que hace cincuenta años la segregación racial estaba tan fuertemente arraigada aquí en el Sur como lo estaba el apartheid en Sudáfrica. El gobierno nacional, aun con presidentes liberales como Kennedy y Johnson en el poder, miraba hacia otro lado mientras se golpeaba, se asesinaba y se negaba la oportunidad de votar a las personas negras. De modo que las personas negras del Sur decidieron que tenían que hacer algo por sí mismas. Iniciaron boicots, sentadas, piquetes y manifestaciones, y fueron golpeadas y encarceladas, y algunas fueron asesinadas, pero sus gritos de libertad se oyeron por todo el país y en todo el mundo, y el Presidente y el Congreso hicieron finalmente lo que antes no habían conseguido: aplicar las enmiendas número 14 y 15 de la Constitución. Mucha gente había dicho: el Sur nunca cambiará. Pero sí que cambió. Cambió porque la gente corriente se organizó y se arriesgó y desafió al sistema y no cejó. Fue entonces cuando la democracia revivió.
Quiero recordaros también que cuando se estaba librando la Guerra de Vietnam, y los jóvenes norteamericanos iban muriendo y volvían a casa paralizados, y nuestro gobierno bombardeaba las aldeas vietnamitas — dejando caer bombas sobre escuelas y hospitales y matando gente normal en gran número — parecía que no hubiera esperanza de detener la guerra. Pero como en el caso del movimiento del Sur, la gente empezó a protestar y enseguida la protesta prendió. Se trataba de un movimiento de toda la nación. Los soldados regresaron y denunciaron la guerra, los jóvenes se negaron a ingresar en el ejército, y la guerra tuvo que terminar.
La lección que esa historia entraña es que no debemos desesperar, que si tienes razón y te empeñas, las cosas cambiarán. Puede que el gobierno intente engañar a la gente, puede que los diarios y la televisión hagan lo propio, pero la verdad siempre halla el modo de salir a la luz. La verdad tiene un poder mayor el que de cien mentiras. Sé que tenéis cuestiones practicas que atender: conseguir un empleo, casaros, tener niños. Puede que alcancéis una próspera posición y se juzgue que habéis tenido éxito según la definición de éxito de nuestra sociedad, por riqueza, posición o prestigio. Pero eso no basta para una buena vida.
Recordemos el relato de Tolstoi, La muerte de Ivan Ilich. Un hombre reflexiona sobre su vida en su lecho de muerte, sobre cómo obró correctamente en todo, obedeció las normas, se hizo juez, se casó, tuvo hijos, y se le consideró un éxito. Sin embargo, en sus últimas horas, se pregunta por qué se siente fracasado. Después de convertirse en célebre novelista, el mismo Tolstoi decidió que eso no bastaba, que debía hablar contra el trato que se daba a los campesinos rusos, que debía escribir contra la guerra y el militarismo.
Tengo la esperanza de que sea lo que sea que hagáis por conseguir una buena vida — ya seáis profesores, trabajadores sociales, gentes de empresa, abogados, poetas o científicos —dediquéis una parte de vuestra vida a hacer de éste un mundo mejor para vuestros niños, para todos los niños. Tengo la esperanza de que vuestra generación exija la terminación de la guerra, que vuestra generación haga algo que no se ha hecho todavía en la historia y borre las fronteras que nos separan de otros seres humanos sobre esta Tierra.
No hace mucho vi una foto de portada del New York Times que no me puedo quitar de la cabeza. Mostraba a varios norteamericanos corrientes sentados en sillas en la frontera meridional de Arizona con México. Sostenían escopetas a la busca de mexicanos que pudieran intentar cruzar el límite con los Estados Unidos. Esto me resultó horrendo: el darme cuenta de que en este siglo XXI de lo que llamamos "civilización," hemos recortado lo que decimos que es un solo mundo en doscientas entidades creadas artificialmente a las que llamamos "naciones" y estamos dispuestos a matar a cualquiera que cruce una frontera.
¿No es el nacionalismo — esa devoción a una bandera, a un himno, a una frontera, tan feroz que conduce al asesinato — uno de los grandes males de nuestro tiempo, junto al racismo, junto al odio religioso? Estas formas de pensar, cultivadas, nutridas, adoctrinadas desde la infancia en adelante, han sido útiles a quienes están en el poder, mortales para quienes no están en él.
Aquí en los Estados Unidos nos educan de modo que creamos que nuestra nación es diferente de las demás, una excepción en el mundo, de una moralidad única; para que nos extendamos por otras tierras a fin de llevar la civilización, la libertad, la democracia. Pero si sabéis algo de historia, sabéis que no es verdad. Si sabéis algo de historia, sabéis que masacramos a los indios de este continente, que invadimos México, enviamos ejércitos a Cuba y las Filipinas. Asesinamos a un número ingente de personas, y no les llevamos democracia o libertad. No fuimos a Vietnam a llevar democracia; no invadimos Panamá para acabar con el narcotráfico; no invadimos Afganistán e Irak para detener el terrorismo. Nuestros objetivos eran los objetivos de todos los demás imperios de la historia del mundo: mayores beneficios para las empresas, mayor poder para los políticos.
Nuestros poetas y artistas parecen tener una comprensión más clara de la enfermedad del nacionalismo. Quizás los poetas negros están menos cautivados por las virtudes de la "libertad" y la "democracia", habiendo disfrutado tan poco de ellas su propio pueblo. El gran poeta afroamericano Langston Hughes se dirigió a su país de este modo:
You really haven't been a virgin for so long. It's ludicrous to keep up the pretext.
You've slept with all the big powers In military uniforms, And you've taken the sweet life Of all the little brown fellows.
Being one of the world's big vampires, Why don't you come on out and say so Like Japan, and England, and France, And all the other nymphomaniacs of power.
(Lo cierto es que no has sido virgen tanto tiempo. / Es ridículo seguir con el pretexto. / Te acostaste con todas las grandes potencias / Con uniformes militares, / Y arrebataste la dulce vida / De todos los hombrecillos morenos. / S iendo uno de los grandes vampiros mundiales, / Por qué no sales y lo dices / I gual que Inglaterra, Japón, Francia / Y todas las demás ninfómanas del poder.)
Soy veterano de la Segunda Guerra Mundial, considerada como "una guerra de las buenas", pero he llegado a la conclusión de que la guerra no soluciona ningún problema fundamental y sólo conduce a más guerras. La guerra envenena la mente de los soldados, les lleva a matar y torturar, y corrompe el alma de la nación.
Tengo la esperanza de que vuestra generación exija que sus hijos se críen en un mundo sin guerra. Si queremos un mundo en el que la gente de todos los países sean hermanos y hermanas, si consideramos a los niños del mundo como niños nuestros, entonces la guerra, —en la que los niños son siempre las mayores víctimas — no puede aceptarse como medio de resolver problemas.
Pasé siete años como miembro del cuerpo docente del Spelman College, entre 1956 y 1963. Fue una época reconfortante, pues los amigos que hicimos en aquellos años lo han seguido siendo todos estos años. Mi mujer, Roslyn, y yo y nuestros dos hijos vivíamos en el campus. Y a veces cuando íbamos a la ciudad, los blancos nos preguntaban: ¿cómo se vive entre la comunidad negra? Era difícil explicarlo. Pero una cosa sí sabíamos: que en el centro de Atlanta nos sentíamos como en terreno extraño, y cuando volvíamos al campus de Spelman, nos sentíamos en casa.
Aquellos años en Spelman fueron los más emocionantes de mi vida, desde luego los más educativos. Fueron los años del gran movimiento sureño contra la segregación racial, y yo me comprometí con él en Atlanta, en Albany, Georgia, en Selma, Alabama, en Hattiesburg, Mississippi, y en Greenwood e Itta Bena y Jackson.
Aprendí algo sobre la democracia: que no viene del gobierno ni llega de lo alto, viene de la gente que se une y lucha por la justicia. Aprendí algunas cosas sobre la raza, aprendí algo de lo que cualquier persona inteligente se da cuenta en un cierto momento: que la raza es algo fabricado, una cosa artificial, y aunque la raza importa (tal como ha escrito Cornel West), importa sólo porque cierta gente quiere que importe, del mismo modo que el nacionalismo es algo artificial. Aprendí que lo que realmente importa es que todos nosotros — de cualquiera de las llamadas razas y las llamadas nacionalidades — seamos seres humanos y nos apreciemos unos a otros.
Tuve la suerte de estar en Spelman en un momento en el que pude ser testigo de una maravillosa transformación en mis alumnos, tan corteses, tan sosegados, y que de pronto comenzaron a salir del campus e ir a la ciudad y participar en sentadas, ser detenidos, y a salir de la cárcel llenos de fuego y rebeldía. Podéis leerlo en en el libro de Harry Lefever Undaunted By The Fight: Spelman College and the Civil Rights Movement, 1957-1967 .
Cierto día, Marian Wright (hoy Marian Wright Edelman), que era alumna mía en Spelman, y fue una de las primeras detenidas en las sentadas de Atlanta, vino a nuestra casa del campus para mostrarnos una petición que iba a fijar en el tablón de anuncios de su residencia. El encabezamiento resumía la transformación que se estaba produciendo en el Spelman College. Marian comenzaba así la petición: "Señoritas que quieran participar en piquetes, por favor firmar aquí".
Tengo la esperanza de que no os contentéis sólo con tener éxito del modo en que la sociedad mide el éxito; que no obedezcáis las reglas cuando las reglas son injustas, que saquéis fuera el valor que sé que está dentro de vosotros. Hay gente magnífica, blancos y negros, que nos servirán de modelo. Y no me refiero a afroamericanos como Condoleezza Rice, o Colin Powell, o Clarence Thomas, que se han convertido en servidores de los ricos y los poderosos. Me refiero a W.E.B. DuBois y Martin Luther King y Malcolm X y Marian Wright Edelman, y James Baldwin y Josephine Baker y ltambién a la buena gente blanca, que desafío el orden establecido para trabajar en pro de la paz y la justicia.
Otra de mis alumnas de Spelman, Alice Walker, que, al igual que Marian, ha seguido siendo amiga nuestra todos estos años, procedía de una familia de arrendatarios rurales de Eatonton, en Georgia, y se convirtió en una escritora célebre. En uno de sus primeros poemas publicados, escribió:
It is true — I've always loved the daring ones Like the Black young man Who tried to crash All barriers at once, wanted to swim At a white beach (in Alabama) Nude.
(Es verdad: / Me han gustado siempre / los atrevidos / Como el joven negro / Que trató / de romper / Todas las barreras / de una vez, / quiso nadar / en una playa blanca (en Alabama) / Desnudo.)
No estoy sugiriendo que lleguéis tan lejos, pero podéis ayudar a derribar barreras, desde luego las de raza, pero también las del nacionalismo; que hagáis lo que podáis hacer, no tenéis que hacer nada heroico, solamente algo, unidos a otros millones que harán solamente algo, porque todos esos "algo" se juntan, en ciertos momentos de la historia, y mejoran el mundo.
La maravillosa escritora afroamericana Zora Neale Hurston, que no quería hacer lo que la gente blanca quería que ella hiciera, que insistía en ser ella misma, contaba que su madre le dio este consejo: Da un salto a por el sol; puede que no llegues, pero al menos te levantará del suelo.
Al estar aquí hoy, estáis ya sobres los pies, listos para dar el salto. Espero que tengáis una buena vida.
Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3072
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historiografía estadounidense,
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lunes, febrero 01, 2010
Howard Zinn, un historiador imprescindible,
Howard Zinn, el imprescindible
Tanalís Padilla
La Jornada
Tomado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=99681
En un país donde la figura del intelectual público es casi inexistente, la muerte de Howard Zinn deja un hueco profundo. Desde su labor como historiador, su trabajo docente y su participación en luchas populares, Zinn estuvo siempre con los marginados. Como lo expresa el título de su autobiografía, No se puede ser neutral en un tren en movimiento, Zinn buscaba que sus alumnos pensaran críticamente, renunciaran a la comodidad del silencio y combatieran la injusticia donde quiera que la presenciaran. “Esto –reconoció– es una receta que trae problemas”.
En efecto, el rector de la Universidad de Boston, donde Zinn fue profesor, lo acusó de envenenar la academia. Extraño veneno éste de Zinn. No somos pocos quienes, inspirados por su obra La otra historia de Estados Unidos, decidimos ser historiadores. El texto continúa teniendo una inmensa popularidad entre los jóvenes y ha sido adoptado por maestros de preparatoria que reconocen en sus alumnos un hambre imposible de saciar con la historia oficial.
En La otra historia de Estados Unidos la colonización del territorio estadunidense es contada desde la experiencia de la población nativa, la elaboración de la Constitución a partir de la mira de los esclavos, la invasión a México desde el ejemplo de desertores del ejército estadunidense, la industrialización desde el punto de vista de trabajadoras textiles, la Primera Guerra Mundial desde una mirada socialista, la segunda gran guerra desde los pacifistas, la expansión imperial vista desde los pueblos latinoamericanos, la década de los años 70 a partir de la rebeldía de la población encarcelada y la inconformidad ante las acciones militares en Vietnam.
En las primeras páginas de este libro, Zinn desmitifica la noción de que el historiador es o puede ser objetivo. El historiador ha sido formado en una sociedad en la cual la educación y el saber son concebidos como cuestiones técnicas y de excelencia y no como una herramienta dentro de la lucha de clases sociales, razas y naciones, escribió. El impacto del texto de Zinn fue monumental. La elegante sencillez de su redacción, permite que su tomo de casi 600 páginas sea leído con la facilidad e intriga de una novela. Así, tanto en su estilo como en su contenido, Zinn democratiza la educación y la historia.
Esta preocupación por socializar el conocimiento, lo llevó a escribir varias obras de teatro, incluyendo una sobre Carlos Marx. Zinn presenta a Marx como pocos lo conocen. Narró los momentos difíciles que vivió tratando de mantener a su familia (tres de sus hijos murieron) y sus propios actos de disidencia en Alemania, Francia e Inglaterra. Para examinar la forma en que defendería su propia teoría, Zinn elabora debates entre Marx y su mujer e hija. Ambas eran brillantes, afirma Zinn, así que las presentó cuestionando algunos de los pensamientos más sofisticados de Carlos Marx. Para representar las tensiones existentes entre el marxismo y el anarquismo, Zinn inventó un imaginario debate entre Marx y Bakunin.
De la misma manera, su obra Emma muestra la explotación que padeció Emma Goldman como joven obrera, su liderazgo en las luchas sindicales, su estancia en la cárcel, su pensamiento anarquista y la libertad sexual que vivió. En Hija de Venus, Zinn condena la guerra dentro de un contexto de conflicto familiar y generacional. Aquí la joven protagonista, hija de un biofísico involucrado en el diseño de armas nucleares, hace ver a su padre las devastadoras consecuencias de su trabajo. Estas obras han sido montadas por todo el país, desde las grandes universidades de California hasta las pequeñas granjas de Vermont.
Como un complemento a La otra historia de Estados Unidos, Zinn, junto con Anthony Arnove, reunió una serie de cartas, poemas, canciones y discursos de diversas figuras quienes históricamente han resistido con pequeños y grandes actos. Intitulado Voces de la otra historia de Estados Unidos, el volumen fue la base para el proyecto El pueblo habla, documental donde diversos actores famosos hacen lectura de estos textos rebeldes.
En una entrevista de radio, se le preguntó al historiador si había este tipo de héroes hoy día. Claro que sí, respondió Zinn y citó el ejemplo de Evann Orleck-Jetters, una niña de 12 años, hija de una pareja lesbiana. El año pasado, Evann dio su testimonio ante el Congreso estatal de Vermont cuando éste debatía la legalización del matrimonio gay. Al enterarse, Zinn la invitó a ser parte del elenco de El pueblo habla que estaba por presentarse como obra de teatro en Nueva York. Zinn se mostró tan generoso y atento con esta pequeña que nunca había conocido, recuerda una de sus mamás, “que me impactó el absoluto contraste con la forma de ser de tantas ‘estrellas’ académicas.”
Zinn siempre mostró un gran respeto hacia los jóvenes. Quería aprender de su rebeldía
En vez de lamentar un pasado –mítico o real– en que la izquierda era más fuerte, se preocupaba por continuar viejas y nutrir nuevas formas de resistencia. En vida y obra será este legado siempre capaz de florecer.
* Profesora de historia de Dartmouth College. Autora de Rural resistence in the land of Zapata. The Jaramillista movement and the myth of the paz priista, 1940-1962. Duke University Press.
fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/01/31/index.php?section=opinion&article=022a1mun
Tanalís Padilla
La Jornada
Tomado de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=99681
En un país donde la figura del intelectual público es casi inexistente, la muerte de Howard Zinn deja un hueco profundo. Desde su labor como historiador, su trabajo docente y su participación en luchas populares, Zinn estuvo siempre con los marginados. Como lo expresa el título de su autobiografía, No se puede ser neutral en un tren en movimiento, Zinn buscaba que sus alumnos pensaran críticamente, renunciaran a la comodidad del silencio y combatieran la injusticia donde quiera que la presenciaran. “Esto –reconoció– es una receta que trae problemas”.
En efecto, el rector de la Universidad de Boston, donde Zinn fue profesor, lo acusó de envenenar la academia. Extraño veneno éste de Zinn. No somos pocos quienes, inspirados por su obra La otra historia de Estados Unidos, decidimos ser historiadores. El texto continúa teniendo una inmensa popularidad entre los jóvenes y ha sido adoptado por maestros de preparatoria que reconocen en sus alumnos un hambre imposible de saciar con la historia oficial.
En La otra historia de Estados Unidos la colonización del territorio estadunidense es contada desde la experiencia de la población nativa, la elaboración de la Constitución a partir de la mira de los esclavos, la invasión a México desde el ejemplo de desertores del ejército estadunidense, la industrialización desde el punto de vista de trabajadoras textiles, la Primera Guerra Mundial desde una mirada socialista, la segunda gran guerra desde los pacifistas, la expansión imperial vista desde los pueblos latinoamericanos, la década de los años 70 a partir de la rebeldía de la población encarcelada y la inconformidad ante las acciones militares en Vietnam.
En las primeras páginas de este libro, Zinn desmitifica la noción de que el historiador es o puede ser objetivo. El historiador ha sido formado en una sociedad en la cual la educación y el saber son concebidos como cuestiones técnicas y de excelencia y no como una herramienta dentro de la lucha de clases sociales, razas y naciones, escribió. El impacto del texto de Zinn fue monumental. La elegante sencillez de su redacción, permite que su tomo de casi 600 páginas sea leído con la facilidad e intriga de una novela. Así, tanto en su estilo como en su contenido, Zinn democratiza la educación y la historia.
Esta preocupación por socializar el conocimiento, lo llevó a escribir varias obras de teatro, incluyendo una sobre Carlos Marx. Zinn presenta a Marx como pocos lo conocen. Narró los momentos difíciles que vivió tratando de mantener a su familia (tres de sus hijos murieron) y sus propios actos de disidencia en Alemania, Francia e Inglaterra. Para examinar la forma en que defendería su propia teoría, Zinn elabora debates entre Marx y su mujer e hija. Ambas eran brillantes, afirma Zinn, así que las presentó cuestionando algunos de los pensamientos más sofisticados de Carlos Marx. Para representar las tensiones existentes entre el marxismo y el anarquismo, Zinn inventó un imaginario debate entre Marx y Bakunin.
De la misma manera, su obra Emma muestra la explotación que padeció Emma Goldman como joven obrera, su liderazgo en las luchas sindicales, su estancia en la cárcel, su pensamiento anarquista y la libertad sexual que vivió. En Hija de Venus, Zinn condena la guerra dentro de un contexto de conflicto familiar y generacional. Aquí la joven protagonista, hija de un biofísico involucrado en el diseño de armas nucleares, hace ver a su padre las devastadoras consecuencias de su trabajo. Estas obras han sido montadas por todo el país, desde las grandes universidades de California hasta las pequeñas granjas de Vermont.
Como un complemento a La otra historia de Estados Unidos, Zinn, junto con Anthony Arnove, reunió una serie de cartas, poemas, canciones y discursos de diversas figuras quienes históricamente han resistido con pequeños y grandes actos. Intitulado Voces de la otra historia de Estados Unidos, el volumen fue la base para el proyecto El pueblo habla, documental donde diversos actores famosos hacen lectura de estos textos rebeldes.
En una entrevista de radio, se le preguntó al historiador si había este tipo de héroes hoy día. Claro que sí, respondió Zinn y citó el ejemplo de Evann Orleck-Jetters, una niña de 12 años, hija de una pareja lesbiana. El año pasado, Evann dio su testimonio ante el Congreso estatal de Vermont cuando éste debatía la legalización del matrimonio gay. Al enterarse, Zinn la invitó a ser parte del elenco de El pueblo habla que estaba por presentarse como obra de teatro en Nueva York. Zinn se mostró tan generoso y atento con esta pequeña que nunca había conocido, recuerda una de sus mamás, “que me impactó el absoluto contraste con la forma de ser de tantas ‘estrellas’ académicas.”
Zinn siempre mostró un gran respeto hacia los jóvenes. Quería aprender de su rebeldía
En vez de lamentar un pasado –mítico o real– en que la izquierda era más fuerte, se preocupaba por continuar viejas y nutrir nuevas formas de resistencia. En vida y obra será este legado siempre capaz de florecer.
* Profesora de historia de Dartmouth College. Autora de Rural resistence in the land of Zapata. The Jaramillista movement and the myth of the paz priista, 1940-1962. Duke University Press.
fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/01/31/index.php?section=opinion&article=022a1mun
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