sábado, agosto 01, 2009

Entrevista Tulio Halperín Donghi




Entrevista a Tulio Halperín Donghi. Sobre historia e historiadores
Historia para un público despolitizado



Entrevista de Miranda Lida



Tulio Halperín Donghi no requiere presentación. Es el historiador argentino más merecidamente célebre, tanto en nuestro país como en el mundo. Podría hablarnos, sin duda, sobre una vasta gama de temas.
Lo convocamos para que reflexione sobre la historia, los historiadores y su público lector en la Argentina actual. Hoy en día la historia parece estar de moda, si se nos permite la licencia. Al margen de ella, se desarrolló al mismo tiempo, casi en paralelo, una tendencia creciente a la profesionalización de la historia como disciplina, que parece afianzarse día a día. Historiadores profesionales, y de los otros, públicos y mercados, son testigos del nacimiento del “neorrevisionismo”. Nadie mejor que Tulio Halperín Donghi para definir este fenómeno.

¿Es legítimo hablar de un “neorrevisionismo” para referir a toda una serie de libros y ensayos de historia de vasto éxito comercial? ¿Hay en ellos una coherencia interna por la cual deban ser tratados como una corriente que “emula” al viejo revisionismo?
Si desde su surgimiento el motor del revisionismo fue la búsqueda de una visión del pasado que hiciera eco al clima del momento, creo que ya la privatización y aún erotización del pasado, que tuvo por vehículo tantos relatos históricos sobre los amores de Belgrano o los de Aurelia Vélez en los que sobresalió María Esther de Miguel, era a su modo neorrevisionismo. Ofrecía un pasado adecuado al clima de la era de Menem. Del mismo modo la modalidad hoy predominante —sobre todo en su cultor más exitoso, que es Felipe Pigna— debe su éxito a que se acerca a extender al pasado la consigna “que se vayan todos”: intenta de nuevo el desenmascaramiento de los ocupantes del panteón de héroes nacionales, tal como lo había antes practicado el primer revisionismo, pero no lo acompaña de una propuesta igualmente firme de héroes alternativos (aún Moreno o Dorrego son más bien conmemorados como víctimas que celebrados como héroes).

¿Qué ha encontrado el lector en esas obras?
Lo que el lector ha encontrado en ellos fue en un caso una manera de evocar el pasado que resultaba interesante a un público despolitizado, y en el otro una confirmación de que en el pasado la Argentina había sido como la que acababa de inspirarle ese rechazo global de su entera clase política.

Por contraste, ¿qué llegada al público han tenido las principales obras producidas por historiadores profesionales en los últimos 25 años? ¿Sólo integran ese público los historiadores profesionales (y los estudiantes de historia), o se trata de uno más vasto?
Me parece que ese público es algo — pero no mucho — más vasto que el formado por historiadores y aspirantes a serlo. Eso supone varios — aunque de nuevo no muchos — miles de lectores. Eso explica que no sólo editoriales comerciales que no aspiren a ganar mucho con todos los libros que publican, pero sí a no perder, publiquen todo el tiempo algunos libros de historia, sino que además lo hagan librerías que tienen acceso privilegiado a ese público sin duda comparativamente reducido pero no insignificante.

¿Cuál ha sido la participación del historiador profesional en los debates acerca de la herencia del último gobierno militar? ¿Cuál ha sido el eco público de su intervención?
Las contribuciones que — provengan o no de historiadores profesionales — exploran esa etapa desde la perspectiva de la historia (como La dictadura militar de Marcos Novaro y Vicente Palermo, para citar un ejemplo que encuentro admirable) trazan un panorama demasiado complejo para suscitar un eco muy amplio en la opinión pública. La opinión pública está llamada en este momento a arbitrar entre las alternativas más simples que proponen varias memorias en pugna, cuando sabe también que el tenor de su dictamen está destinado a alcanzar consecuencias muy importantes para el presente y el futuro de la nación.

¿Cuál es su balance del desarrollo de la historia como disciplina en la Argentina reciente?
Es a mi juicio indudable que ese desarrollo ha logrado avances mucho más significativos que en las previas décadas del siglo XX, gracias a la conjunción de varios factores favorables. El más importante fue sin duda la expansión muy rápida del aparato institucional. Pero eso no hubiera podido alcanzar las consecuencias que tuvo si en el clima que siguió al retorno de la democracia en 1983 muchos no hubieran advertido que era ésa una oportunidad quizá irrepetible para poner a la producción historiográfica en una senda que debía conducir a la vez a una profesionalización plena y a la concentración de sus esfuerzos en temas cuyo esclarecimiento daría frutos también útiles para la comprensión de un presente que entonces se creía prometedor. Eso hizo posible tanto la creación de una auténtica escuela de formación de historiadores en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA como la introducción creciente de problemáticas más ambiciosas y métodos de investigación más actualizados en los centros de trabajo histórico de universidades del interior.

¿Cuáles han sido sus principales logros? ¿Cuáles son las tareas pendientes?
En el marco de una actividad más plenamente profesionalizada el imperativo de agregar líneas al curriculum gravita negativamente con peso creciente. Pero también ha gravitado todo lo que a partir de 1983 vino a desmentir las expectativas en cuanto a la etapa abierta en la vida nacional con el retorno de la democracia; ya el rumbo tomado por el país en la década del 90 hizo inactual la esperanza de que las perspectivas maduradas desde la historiografía fuesen capaces de ofrecer inspiración a quienes afrontaban los dilemas del presente, y esa esperanza difícilmente podría renacer en medio del clima de cerrado escepticismo dejado en herencia por la crisis que a fines del 2001 cerró en catástrofe el curso iniciado diez años antes. Todo esto sugiere que esa etapa fundacional está siendo dejada atrás; pero aunque es difícil predecir qué nos reserva el futuro, es alentador saber que quienes van a enfrentarlo forman ya una masa crítica de historiadoras e historiadores capaces de proseguir ese esfuerzo en un marco que no podrá ser ya el que encuadró su etapa de formación.

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