Catedrático de la Universidad de Extremadura. Acaba de publicar su último libro ‘La Historia Contemporánea en sus documentos’
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El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, Enrique Moradiellos, (Oviedo, 1961) acaba de disfrutar de unos días de vacaciones en su ciudad natal tras presentar su último trabajo: La Historia contemporánea en sus documentos , editado por RBA.
¿Siempre quiso ser historiador? En la medida en la que uno tiene memoria de su vida siempre me gustó la historia, en parte creo que por vivir en Oviedo.
¿En qué le influyó? Me encantaba ir a la Catedral y verla. También el prerrománico cuando subías. Vi cuevas como Tito Bustillo y me pareció maravilloso pensar que allí había gente que hacía esas cosas y cómo vivían.
¿Cuando supo que iba a estudiar Historia? En la escuela ya sabía que quería hacer letras, y lo que más me gustaba era la Historia. Siempre me gustó. Luego en la carrera tuve gente buena. David Ruiz no era un mal profesor aunque no tengo relación con él. Me gustó Ignacio Ruiz de la Peña, Javier Fortea. Y María Josefa Sanz, en Paleografía, fue un descubrimiento.
¿Fue un alumno brillante? Nunca me preocupó que me llamaran empollón porque no me sentía así. Era muy buen estudiante y tengo un buen expediente; pero luego intenté sacar el carné de conducir hace dos años y fuí pésimo. Lo saqué a los 48 años. Me costó una ingeniería (risas).
Se especializó en Historia Contemporánea.
Fue un proceso que se decantó entre COU y primero de carrera. En eso tuvo mucha importancia el contexto en el que vivíamos, el de la transición.
Hábleme de ello.
Viví una época en la que las formas políticas y las relaciones sociales, las ideologías que alimentan esas formas de vida social, estaban en cambio y contestadas. Existían unas Cortes españolas y un Consejo del Movimiento que poco después desapareció. Viví muy activamente la transición, en eso fui muy prematuro. Estaba en primero de BUP con 14 año, cuando estaba muriendo Franco, y ya estaba en los grupos ligados al Partido Comunista y la extrema izquierda.
¿Perteneció al PCE? Todavía peor (risas). A la Liga Comunista Revolucionaria. Si te lo tomabas en serio, en el troskismo el estudio de la realidad era un factor clave. Y quien decía estudio decía intervención pública.
¿De qué tipo? Había que moderar asambleas, hablar en público y eso me ayudó muchísimo porque era bastante tímido. La militancia te obligaba. Ese aprendizaje político fue vital para tener olfato histórico. Y me agotó las simpatías por la actividad política.
¿Y se desligó de ella? Lo interesante en ese momento era el colapso del régimen, qué iba a pasar, qué alternativas había: Si España iba a ir por la vía francesa o la italiana; si sería un laborismo a lo inglés. Y en segundo de carrera empecé a abandonar la militancia activa, de hecho la dejé totalmente. En 1979 sucedieron la guerra de Afganistán y la revolución islámica de Jomeini. Todo eso me hizo empezar a poner en cuestión la actividad política directa y subrayar el aspecto de estudio.
¿Qué historiadores le influyeron? Me impresionó mucho Paul Preston. Su libro La destrucción de la democracia en España , que es de 1977, lo leí en 1979 en primera de carrera. Ahí ya había una historia de carne y hueso, de decisiones humanas y de organizaciones que tienen inmediatamente aplicación. Descubrí que me gustaba más una historia, digámoslo, no estructural, sino más coyuntural y con protagonistas, no con masas.
Completó estudios en Inglaterra.
Allí entré en contacto con una escuela que está definida por la individualización del agente histórico, que no puede ser orgánico. Esa impronta me fue llevando a colisión con esas visiones estructurales llamadas marxistas. Creo que era funcionalismo simple y de muy poca densidad intelectual.
¿Qué importancia tuvo su etapa inglesa? Decisiva. Fueron cuatro años y medio en Londres, que era un punto clave. Estuve allí de 1987 a enero de 1992. En aquellos años cayó el Muro de Berlín. Nadie lo pensaba y lo imprevisto sucede. Eso fue clave para mi generación y más para mí. Aquello cambió perspectivas de análisis, parámetros de visión.
¿Por qué decidió volver? A la que hoy es mi mujer Inglaterra no le gustaba. Me vine para gran horror de Paul Preston, a quien no le pareció del todo bien. Saqué una plaza en la Complutense, pero cuando vino la oposición había una lista de espera y me colocaban detrás. Perderla me generó un gran desplome moral. Al final fui a Cáceres y me quedé por varios motivos.
¿Satisfecho de haberse quedado en Extremadura? Mucho. Es una universidad pequeña como la de Oviedo, cercana a Madrid, a donde acudo una vez al mes. Eso te permite seguir trabajando.
¿Su nuevo libro es un manual de historia? No. Es un libro que ha utilizado un criterio que me gustaba y que existe mucho en Gran Bretaña: utilizar documentos, entendidos en el sentido laxo, como un soporte de información significativa sobre el pasado de los hombres.
¿Qué quiere decir? Utilizo, por ejemplo, los pasquines de la Revolución Francesa o determinadas fotografías. Y sobre la base de esos documentos infiero, deduzco interpretativamente, lo que hay detrás para ver cómo operamos. No es un manual entendido como una sucesión de temas explicados para conocimiento del lector.
¿A qué público va dirigido? Al ser unidades de lectura autónoma de no más de doce páginas como mucho, mi editor pensó que podría ir a un público interesado por la historia, pero no necesariamente estudiantes. Reorientándolo así su alcance puede ser mayor. Quiero incidir. Una de las cosas que deben hacer los historiadores es intervenir en el debate en lo que afecte al uso o al abuso de la historia. Esa es una parte de nuestra profesión, que en el mundo anglófono lo tienen como una parte esencial de la profesión.
¿Hay que sacar la Historia de los círculos académicos? Claro. Es un componente esencial de la conciencia racionalista del ciudadano. Si no existe una ciudadanía capaz de plantearse la estructura lógica de las cosas y de saber sus límites, dónde queda la democracia.
¿La Historia es una disciplina siempre expuesta a ser revisada? La palabra revisión, en principio, designa a la labor permanente del gremio a lo largo del tiempo, volviendo a poner en cuestión sus fundamentos, sus pruebas, logros y resultados.
¿Es correcto el término revisionismo histórico? Es una etiqueta mal utilizada. Otra cosa es el pseudo revisionismo político, el presentismo, eso es uso y abuso de la historia.
Entonces, ¿no debe usarse en sentido peyorativo? En absoluto. Puramente ponderativo. El término revisionismo está contaminado desde que Lenin llamó revisionistas a los socialdemócratas. Es el revisionismo histórico como etiqueta peyorativa, como reformista. Una vez utilizado, ese término está ya copado por la idea negativa desde el leninismo. Y por el revisionismo del holocausto que en realidad, en otros términos, es negacionismo.
Si Pío Moa o César Vidal no son revisionistas, ¿Cómo los clasificamos? A Moa lo he llamado publicista y propagandista. Vuelve a utilizar la historia incumpliendo ciertos principios y una actitud. La Historia, desde Tácito, si se escribe debe ser de buena fe interpretativa de partida. Después estudio, lectura de las pruebas y valoración de las mismas. Sin encono. La terminología sectaria es impropia en un texto histórico.
Sin perjuicios apriorísticos.
Completamente. Hay que tratar de ponerse en el lugar del otro. No me parece sensato hacer una biografía donde empieces a decir lo malo o mezquino que fue no se quien.
¿Qué limita a un historiador? Las pruebas. De lo que no hay prueba no cabe decir verdad. Desde luego no sería histórico. Podría ser mitológico, ficticio o una posibilidad. El principio de evidencia crítica es clave. Por aquí pasa la diferencia entre un fabulador y un historiador.
Se cumplen 75 años del inicio de la Guerra Civil, ¿cómo interpreta que el presidente del Congreso no condenara el golpe del 18 de julio? Estaba fuera de España y no sé qué dijo Bono. El golpe del 36 fue condenado en la declaración de noviembre del 2002. Y tiene mucha importancia porque había mayoría absoluta del PP y lo firmó.
¿Entonces ya se condenó? Hubo una condena de las Cortes españolas en noviembre de 2002. La aprobó la comisión constitucional que presidía Alfonso Guerra.
¿Hace falta entonces una nueva condena? No tiene sentido. La Historia no se rectifica ni se cambia porque ahora se condene.
El último libro sobre la guerra civil española escrito por Paul Preston es el ‘El Holocausto Español’, ¿cómo valora ese título? Es un término equívoco, inapropiado. Le he transmitido mi discrepancia. Parto del principio de que un discípulo nunca critica a un maestro, pero el título no me gusta. El holocausto es un término acuñado semánticamente para definir un genocidio, el judío. Es un proceso de exterminio biológico de una población a cargo del Estado con intención totalizadora. En España tenemos testimonios de que hubo penas de 7, 12 y 30 años. En ningún holocausto hay penas de treinta años ni indultos, ni eso que dicen que el niño vio como se llevaban al padre. En un holocausto se llevan al padre, al hijo y al Espíritu Santo.
Miembros de la Academia de la Historia apelaron a la libertad de expresión para justificar los errores del Diccionario Biográfico Español.
Eso no puede ser. Cuando el historiador escribe en calidad de historiador, y con fondos públicos, tiene que ser riguroso.
¿Ha sido Gonzalo Anes, director de la Academia de la Historia, el principal responsable de lo sucedido? Anes fue un gran historiador pero hace mucho que no hace demasiadas cosas. Es verdad que cuando se llega a su edad es normal retirarse u ocupar cargos de representación. Pero es el director y tiene una responsabilidad. Debería haber controlado a sus ayudantes.
¿Cómo valora el proyecto? Hacer un diccionario biográfico está bien. Aquí faltaba. Lo hay en Gran Bretaña y en Francia. Me ha escandalizado que haya vivos en el diccionario. Es un error de partida.
¿Por qué? ¿Y si Aznar vuelve a ser presidente del Gobierno como Maura que volvió a los 70 años? En un diccionario histórico hay que dar la fecha de muerte de los biografiados.
¿A quien se debió encargar la biografía de Franco? Juan Pablo Fusi sería buen candidato. O Paul Preston. Desde luego no a Luis Suárez.
¿Por qué? Es prácticamente el albacea testamentario de Franco. Y el dueño de su archivo hasta que, con la presión del ministerio de Cultura, ha tenido que hacer su microfilmación.
Volvamos a julio de 1936. ¿Por qué estalla la Guerra Civil? Porque un golpe de estado fracasa. Fue una sublevación faccional que fracasa en la mitad de España, lo que cual quiere decir que, o dividimos o el país o me apresto a conquistarlo. Y el Gobierno pierde la mitad de España. Una de dos, o llegamos al acuerdo y cerramos fronteras, o me apresto a defenderlo si me atacan. Es la guerra. En tres días el golpe deviene en guerra. ¿Por qué el golpe es faccional pero tiene tanta amplitud? Porque la situación existente es de enorme crisis de autoridad. Eso sin duda. Y cuando dices eso pareces de Pío Moa, pero la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Y yo no quiero ser propagandista, ni mi etiqueta es ser el anti Moa. No. Pío Moa es un hombre muy respetable, no me gusta lo que dice, creo que es falso y me dedico a decir donde falla. Hay otras cosas que dice que son verdad, obviamente.
¿Cómo cuales? Ha entrado en los archivos del PSOE y ha dicho que la facción largocaballerista quería una revolución y era bolchevizante. Es que lo decían ellos. Está descubriendo el Mediterráneo, que una parte de la historiografía lo oculta. ¿Que una parte del Gobierno del Frente Popular estaba enfrentada a Largo Caballero? Sí. Y probablemente empezando a considerar si utilizaba la Guardia Civil contra ellos. Sí. Porque Largo Caballero, que no es que fuera un inconsciente, sino que estaba bolchevizado, pensaba que cuanto peor, mejor. Y sí caía el Gobierno no iban a venir ni militares ni nada, sería un gobierno socialista revolucionario, es que es verdad.
Pio Moa compara la revolución del 34 con el golpe del 36.
No es lo mismo. El 34 fue un ataque de un partido minoritario en el Parlamento que ataca el Estado con sus propias fuerzas, las milicias armadas, una insurrección armada desde fuera. El del 36 es un golpe a cargo de una facción del ejército que incumple su juramento y abre la expectativa de la guerra.
¿Siempre quiso ser historiador? En la medida en la que uno tiene memoria de su vida siempre me gustó la historia, en parte creo que por vivir en Oviedo.
¿En qué le influyó? Me encantaba ir a la Catedral y verla. También el prerrománico cuando subías. Vi cuevas como Tito Bustillo y me pareció maravilloso pensar que allí había gente que hacía esas cosas y cómo vivían.
¿Cuando supo que iba a estudiar Historia? En la escuela ya sabía que quería hacer letras, y lo que más me gustaba era la Historia. Siempre me gustó. Luego en la carrera tuve gente buena. David Ruiz no era un mal profesor aunque no tengo relación con él. Me gustó Ignacio Ruiz de la Peña, Javier Fortea. Y María Josefa Sanz, en Paleografía, fue un descubrimiento.
¿Fue un alumno brillante? Nunca me preocupó que me llamaran empollón porque no me sentía así. Era muy buen estudiante y tengo un buen expediente; pero luego intenté sacar el carné de conducir hace dos años y fuí pésimo. Lo saqué a los 48 años. Me costó una ingeniería (risas).
Se especializó en Historia Contemporánea.
Fue un proceso que se decantó entre COU y primero de carrera. En eso tuvo mucha importancia el contexto en el que vivíamos, el de la transición.
Hábleme de ello.
Viví una época en la que las formas políticas y las relaciones sociales, las ideologías que alimentan esas formas de vida social, estaban en cambio y contestadas. Existían unas Cortes españolas y un Consejo del Movimiento que poco después desapareció. Viví muy activamente la transición, en eso fui muy prematuro. Estaba en primero de BUP con 14 año, cuando estaba muriendo Franco, y ya estaba en los grupos ligados al Partido Comunista y la extrema izquierda.
¿Perteneció al PCE? Todavía peor (risas). A la Liga Comunista Revolucionaria. Si te lo tomabas en serio, en el troskismo el estudio de la realidad era un factor clave. Y quien decía estudio decía intervención pública.
¿De qué tipo? Había que moderar asambleas, hablar en público y eso me ayudó muchísimo porque era bastante tímido. La militancia te obligaba. Ese aprendizaje político fue vital para tener olfato histórico. Y me agotó las simpatías por la actividad política.
¿Y se desligó de ella? Lo interesante en ese momento era el colapso del régimen, qué iba a pasar, qué alternativas había: Si España iba a ir por la vía francesa o la italiana; si sería un laborismo a lo inglés. Y en segundo de carrera empecé a abandonar la militancia activa, de hecho la dejé totalmente. En 1979 sucedieron la guerra de Afganistán y la revolución islámica de Jomeini. Todo eso me hizo empezar a poner en cuestión la actividad política directa y subrayar el aspecto de estudio.
¿Qué historiadores le influyeron? Me impresionó mucho Paul Preston. Su libro La destrucción de la democracia en España , que es de 1977, lo leí en 1979 en primera de carrera. Ahí ya había una historia de carne y hueso, de decisiones humanas y de organizaciones que tienen inmediatamente aplicación. Descubrí que me gustaba más una historia, digámoslo, no estructural, sino más coyuntural y con protagonistas, no con masas.
Completó estudios en Inglaterra.
Allí entré en contacto con una escuela que está definida por la individualización del agente histórico, que no puede ser orgánico. Esa impronta me fue llevando a colisión con esas visiones estructurales llamadas marxistas. Creo que era funcionalismo simple y de muy poca densidad intelectual.
¿Qué importancia tuvo su etapa inglesa? Decisiva. Fueron cuatro años y medio en Londres, que era un punto clave. Estuve allí de 1987 a enero de 1992. En aquellos años cayó el Muro de Berlín. Nadie lo pensaba y lo imprevisto sucede. Eso fue clave para mi generación y más para mí. Aquello cambió perspectivas de análisis, parámetros de visión.
¿Por qué decidió volver? A la que hoy es mi mujer Inglaterra no le gustaba. Me vine para gran horror de Paul Preston, a quien no le pareció del todo bien. Saqué una plaza en la Complutense, pero cuando vino la oposición había una lista de espera y me colocaban detrás. Perderla me generó un gran desplome moral. Al final fui a Cáceres y me quedé por varios motivos.
¿Satisfecho de haberse quedado en Extremadura? Mucho. Es una universidad pequeña como la de Oviedo, cercana a Madrid, a donde acudo una vez al mes. Eso te permite seguir trabajando.
¿Su nuevo libro es un manual de historia? No. Es un libro que ha utilizado un criterio que me gustaba y que existe mucho en Gran Bretaña: utilizar documentos, entendidos en el sentido laxo, como un soporte de información significativa sobre el pasado de los hombres.
¿Qué quiere decir? Utilizo, por ejemplo, los pasquines de la Revolución Francesa o determinadas fotografías. Y sobre la base de esos documentos infiero, deduzco interpretativamente, lo que hay detrás para ver cómo operamos. No es un manual entendido como una sucesión de temas explicados para conocimiento del lector.
¿A qué público va dirigido? Al ser unidades de lectura autónoma de no más de doce páginas como mucho, mi editor pensó que podría ir a un público interesado por la historia, pero no necesariamente estudiantes. Reorientándolo así su alcance puede ser mayor. Quiero incidir. Una de las cosas que deben hacer los historiadores es intervenir en el debate en lo que afecte al uso o al abuso de la historia. Esa es una parte de nuestra profesión, que en el mundo anglófono lo tienen como una parte esencial de la profesión.
¿Hay que sacar la Historia de los círculos académicos? Claro. Es un componente esencial de la conciencia racionalista del ciudadano. Si no existe una ciudadanía capaz de plantearse la estructura lógica de las cosas y de saber sus límites, dónde queda la democracia.
¿La Historia es una disciplina siempre expuesta a ser revisada? La palabra revisión, en principio, designa a la labor permanente del gremio a lo largo del tiempo, volviendo a poner en cuestión sus fundamentos, sus pruebas, logros y resultados.
¿Es correcto el término revisionismo histórico? Es una etiqueta mal utilizada. Otra cosa es el pseudo revisionismo político, el presentismo, eso es uso y abuso de la historia.
Entonces, ¿no debe usarse en sentido peyorativo? En absoluto. Puramente ponderativo. El término revisionismo está contaminado desde que Lenin llamó revisionistas a los socialdemócratas. Es el revisionismo histórico como etiqueta peyorativa, como reformista. Una vez utilizado, ese término está ya copado por la idea negativa desde el leninismo. Y por el revisionismo del holocausto que en realidad, en otros términos, es negacionismo.
Si Pío Moa o César Vidal no son revisionistas, ¿Cómo los clasificamos? A Moa lo he llamado publicista y propagandista. Vuelve a utilizar la historia incumpliendo ciertos principios y una actitud. La Historia, desde Tácito, si se escribe debe ser de buena fe interpretativa de partida. Después estudio, lectura de las pruebas y valoración de las mismas. Sin encono. La terminología sectaria es impropia en un texto histórico.
Sin perjuicios apriorísticos.
Completamente. Hay que tratar de ponerse en el lugar del otro. No me parece sensato hacer una biografía donde empieces a decir lo malo o mezquino que fue no se quien.
¿Qué limita a un historiador? Las pruebas. De lo que no hay prueba no cabe decir verdad. Desde luego no sería histórico. Podría ser mitológico, ficticio o una posibilidad. El principio de evidencia crítica es clave. Por aquí pasa la diferencia entre un fabulador y un historiador.
Se cumplen 75 años del inicio de la Guerra Civil, ¿cómo interpreta que el presidente del Congreso no condenara el golpe del 18 de julio? Estaba fuera de España y no sé qué dijo Bono. El golpe del 36 fue condenado en la declaración de noviembre del 2002. Y tiene mucha importancia porque había mayoría absoluta del PP y lo firmó.
¿Entonces ya se condenó? Hubo una condena de las Cortes españolas en noviembre de 2002. La aprobó la comisión constitucional que presidía Alfonso Guerra.
¿Hace falta entonces una nueva condena? No tiene sentido. La Historia no se rectifica ni se cambia porque ahora se condene.
El último libro sobre la guerra civil española escrito por Paul Preston es el ‘El Holocausto Español’, ¿cómo valora ese título? Es un término equívoco, inapropiado. Le he transmitido mi discrepancia. Parto del principio de que un discípulo nunca critica a un maestro, pero el título no me gusta. El holocausto es un término acuñado semánticamente para definir un genocidio, el judío. Es un proceso de exterminio biológico de una población a cargo del Estado con intención totalizadora. En España tenemos testimonios de que hubo penas de 7, 12 y 30 años. En ningún holocausto hay penas de treinta años ni indultos, ni eso que dicen que el niño vio como se llevaban al padre. En un holocausto se llevan al padre, al hijo y al Espíritu Santo.
Miembros de la Academia de la Historia apelaron a la libertad de expresión para justificar los errores del Diccionario Biográfico Español.
Eso no puede ser. Cuando el historiador escribe en calidad de historiador, y con fondos públicos, tiene que ser riguroso.
¿Ha sido Gonzalo Anes, director de la Academia de la Historia, el principal responsable de lo sucedido? Anes fue un gran historiador pero hace mucho que no hace demasiadas cosas. Es verdad que cuando se llega a su edad es normal retirarse u ocupar cargos de representación. Pero es el director y tiene una responsabilidad. Debería haber controlado a sus ayudantes.
¿Cómo valora el proyecto? Hacer un diccionario biográfico está bien. Aquí faltaba. Lo hay en Gran Bretaña y en Francia. Me ha escandalizado que haya vivos en el diccionario. Es un error de partida.
¿Por qué? ¿Y si Aznar vuelve a ser presidente del Gobierno como Maura que volvió a los 70 años? En un diccionario histórico hay que dar la fecha de muerte de los biografiados.
¿A quien se debió encargar la biografía de Franco? Juan Pablo Fusi sería buen candidato. O Paul Preston. Desde luego no a Luis Suárez.
¿Por qué? Es prácticamente el albacea testamentario de Franco. Y el dueño de su archivo hasta que, con la presión del ministerio de Cultura, ha tenido que hacer su microfilmación.
Volvamos a julio de 1936. ¿Por qué estalla la Guerra Civil? Porque un golpe de estado fracasa. Fue una sublevación faccional que fracasa en la mitad de España, lo que cual quiere decir que, o dividimos o el país o me apresto a conquistarlo. Y el Gobierno pierde la mitad de España. Una de dos, o llegamos al acuerdo y cerramos fronteras, o me apresto a defenderlo si me atacan. Es la guerra. En tres días el golpe deviene en guerra. ¿Por qué el golpe es faccional pero tiene tanta amplitud? Porque la situación existente es de enorme crisis de autoridad. Eso sin duda. Y cuando dices eso pareces de Pío Moa, pero la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Y yo no quiero ser propagandista, ni mi etiqueta es ser el anti Moa. No. Pío Moa es un hombre muy respetable, no me gusta lo que dice, creo que es falso y me dedico a decir donde falla. Hay otras cosas que dice que son verdad, obviamente.
¿Cómo cuales? Ha entrado en los archivos del PSOE y ha dicho que la facción largocaballerista quería una revolución y era bolchevizante. Es que lo decían ellos. Está descubriendo el Mediterráneo, que una parte de la historiografía lo oculta. ¿Que una parte del Gobierno del Frente Popular estaba enfrentada a Largo Caballero? Sí. Y probablemente empezando a considerar si utilizaba la Guardia Civil contra ellos. Sí. Porque Largo Caballero, que no es que fuera un inconsciente, sino que estaba bolchevizado, pensaba que cuanto peor, mejor. Y sí caía el Gobierno no iban a venir ni militares ni nada, sería un gobierno socialista revolucionario, es que es verdad.
Pio Moa compara la revolución del 34 con el golpe del 36.
No es lo mismo. El 34 fue un ataque de un partido minoritario en el Parlamento que ataca el Estado con sus propias fuerzas, las milicias armadas, una insurrección armada desde fuera. El del 36 es un golpe a cargo de una facción del ejército que incumple su juramento y abre la expectativa de la guerra.