martes, noviembre 17, 2009

Tras las huellas de Lévi- Strauss

Tras las huellas de Lévi- Strauss
Tomado de http://www.semanario.ucr.ac.cr/index.php/mainmenu-suplementos/mainmenu-loslibros/1628-tras-las-huellas-de-levi-strauss.html


Escrito por Daniel Arjona
“Desde niño me he sentido incómodo ante lo irracional y desde entonces he intentado encontrar un orden por detrás de aquello que se nos presenta como el desorden”.

Así describía hace años, con iluminadora sencillez, el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (Bruselas, 1908) su quehacer intelectual y, por ende, el significado último de la corriente estructuralista de la que es principal referente: “buscar el orden tras el desorden”.


Su indiscutible magisterio movilizó poderosas energías intelectuales durante toda la segunda mitad del siglo XX. El estructuralismo que aplicó a los estudios antropológicos, -receloso ante la moda en que se convirtió en los sesenta y que, como tal, pronto se marchitaría-, no era según él más que una tentativa de trasladar a la lingüística, la antropología y las ciencias sociales en general “lo que las ciencias naturales han venido realizando desde siempre” (Mito y significado, Alianza, 1987). Se trataba de fabricar instrumentos conceptuales que nos permitieran conocer las férreas estructuras que rigen las actividades de los hombres con independencia de su voluntad: parentescos, sistemas mitológicos, tabúes... ¿Qué balance hacen hoy filósofos y antropólogos de su legado? ¿Y qué fue del estructuralismo?

Para el filósofo y catedrático de la Universidad de Barcelona Manuel Cruz “la onda expansiva de la obra de Claude Lévi-Strauss desborda los confines de cualquier especialidad alcanzando a afectar por entero al imaginario colectivo de nuestra época”. Coincide con él el catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla Manuel Barrios Casares, quien defiende que Lévi-Strauss “dotó a la antropología de una nueva dimensión en su labor de explicación y comprensión de la vastísima diversidad de los fenómenos culturales mediante la búsqueda de constantes universales. Y logró un marco institucional estable para una clase de estudios que en su momento no gozaban de suficiente reconocimiento académico”.

GENERALIZACIONES ABUSIVAS

El sociólogo y filósofo argentino Juan José Sebreli recuerda que “Lévi-Strauss se lamentaba de que sus seguidores habían deformado sus ideas al extrapolarlas a otras disciplinas. él mismo, sin embargo incurrió en generalizaciones abusivas al tratar de legitimar sus opiniones en cuestiones sociales, políticas, filosóficas y estéticas, por su seriedad científica como antropólogo. Pero algunos de sus colegas señalaron que también en antropología se basaba con frecuencia, en juicios apriorísticos, más que en observaciones directas”. Señala Sebreli que “el libro que le catapultó a la fama Tristes trópicos, le sobrevivirá, más que por sus cualidades científicas, por su belleza literaria y la originalidad del género, combinación de autobiografía, diario de viaje y filosofía rousseaniana”.

Tristes Trópicos (Paidós, 1988), el libro de viajes que abre con la expresiva afirmación “odio los viajes y los exploradores”, es un clásico del siglo XX. El etnógrafo relata en él sus experiencias en la amazonía con los caduveos, bororos, nambiquara o tupi-kawaib, aquellos “salvajes civilizados” como los bautizó, con los que atesoraría un ingente material etnográfico reelaborado sin cesar durante el resto de su carrera. En este libro puede hallarse además una vindicación apesadumbrada y bellísima de la renuncia al sujeto que sirve de basamento a la teoría estructuralista.

Con vistas a clarificar un panorama teórico algo confuso en el que con el adjetivo “estructuralista” se ha aplicado en ocasiones a teorías disímiles, Manuel Cruz aclara que, “aunque parezca obvio, conviene recordar que lo más característico del discurso estructuralista es su reivindicación de la noción de estructura”.

LA NOCIÓN DE “HOMBRE”

“O, si se quiere decir de otra manera”, prosigue Cruz, “su idea de que existen sistemas o dispositivos anónimos, supraindividuales, de diferente tipo -estructuras económicas, antropológicas, psíquicas, lingüísticas, históricas...- que, desde el punto de vista del conocimiento, sirven para explicar mejor de lo que lo hacían las nociones preexistentes -especialmente las de hombre, persona y similares- el transcurrir de los acontecimientos, y que, desde el punto de vista práctico, desarrollan una eficacia infinitamente mayor que la de los elementos más pequeños -como los correspondientes a la escala individual-”.

Por su parte, Sebreli niega novedad alguna al tipo de discurso que irradia el estructuralismo -cosa que, por cierto, ya hacía el propio Lévi-Strauss al localizar su génesis en el Renacimiento-: “La idea de que nada puede ser entendido sino en relación con todo lo demás no ha sido descubierta por Lévi-Strauss, puede remontarse a Aristóteles y encontrarse igualmente en concepciones como las de Hegel y Marx entre otros autores desdeñados por el estructuralismo francés”. Y recuerda irónico el argentino cómo “el propio Lévi- Strauss decía con ironía: “Tal como se lo entiende, el estructuralismo es una moda parisina como las que surgen cada cinco años y que ha tenido su tajada quincenal”. En realidad, la fiesta estructuralista duró cerca de veinte años. Durante su auge se llegó a aplicaciones ilegítimas como la interpretación estructuralista de los filmes por Cahiers du cinema o el anuncio del director técnico de la selección francesa de fútbol acerca de una reorganización estructuralista del equipo”.

Manuel Barrios reconoce que “el estructuralismo fue un movimiento de contornos imprecisos. La propia noción de estructura, tal como la empleó Levi-Strauss, carecía de la necesaria concreción y su estatus teórico oscilaba entre el de un mero modelo explicativo y una fiel descripción de la realidad. Pero su enfoque antihumanista fue algo más que una simple moda pasajera. Constituyó un revulsivo que, aglutinando herencias intelectuales dispares -psicoanálisis, marxismo, existencialismo- abrió paso a nuevas formas de entender los procesos de constitución de la identidad social de los sujetos y, con ello, a la obra de pensadores como Michel Foucault, Jacques Derrida o Pierre Bordieu. Aparte de su éxito notorio en Francia, la antropología estructural de Lévi-Strauss caló bastante en una Inglaterra que en los años sesenta se apartaba de la óptica tradicional del colonialismo, pero no llegó a sustituir del todo al funcionalismo precedente. Más bien lo complementó. En EE.UU. fue durante mucho tiempo una alternativa exitosa al materialismo cultural y por eso ha sido contestada con tanto virulencia por autores como Marvin Harris”.

GLOBALIZACIÓN E IDENTIDADES

En un mundo globalizado y en crisis sistémica en el que, merced a una suerte de venganza de la historia, resurgen con violencia todo tipo de afirmaciones identitarias, ¿vuelven a tener sentido las conocidas tesis estructuralistas acerca de la equivalencia esencial entre las distintas culturas?

“El carácter contradictorio tal vez esté menos claro de lo que se acostumbra a señalar”, indica Manuel Cruz. “Ni la globalización tiene que equivaler a una uniformización de obligado cumplimiento -sería una excelente noticia la globalización de una democracia pluralista-, ni todas las identidades deben ser despachadas de un plumazo, como si sólo pudieran contener particularismos miopes o provincianos. Porque si en vez de mirar de reojo -como solemos hacer con demasiada frecuencia- a las identidades proclamadas desde los discursos de matriz comunitarista-nacionalista, nos fijamos en las identidades colectivas constituidas, en diferentes momentos de nuestro pasado reciente, por gays y lesbianas, por feministas o por cualquier grupo objeto de una injusticia, y analizamos sus reivindicaciones y luchas, probablemente interpretaremos la cosa de diferente manera, y no parecerá tan incontestable el conflicto entre lo particular y lo universal -incluso podría suceder que ya no apareciera-.”

“Hombre del siglo XX tardío”, Lévi-Strauss se encontraba, según cree Sebreli, “condicionado por la circunstancia histórica de su tiempo. Su rechazo del sentido de la historia y aún de la historia misma, ayudó a las izquierdas a eludir el colapso del comunismo. En tanto la exaltación del “pensamiento salvaje” y de las “sociedades frías” concordaba con el auge de los populismos tercermundistas. El siglo XXI con el avance de la globalización y a la vez de la individualización está muy lejos de las estructuras cerradas del estructuralismo, contrarias al universalismo y al actor individual. En cuanto a la exaltación de las identidades nacionales, étnicas o tribales que parecerán dar la razón a los estructuralistas, pienso que no son sino la lucha desesperada de lo que está destinado a desaparecer”.

ROBINSONADAS GENITALES

Concluye Manuel Barrios: “Lévi-Strauss se despachó a gusto contra las “robinsonadas genitales” de algunos estudios de género que pretendían reeditar la vieja tesis del matriarcado primitivo. Seguramente, las actuales exacerbaciones de la identidad no serían del gusto de quien siempre buscó un marco común para la multiplicidad de manifestaciones humanas. Pero el postestructuralismo ha acabado minando asimismo la fe en la constancia de una naturaleza humana. En este contexto, de modo curioso, la antropología vuelve a requerir, como en tiempos de Lévi-Strauss, el concurso de la filosofía”.

Legado complejo, profuso y polémico, pues, el de la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss, uno de los últimos maestros, inevitable hombre del siglo XX, que se adentra en el XXI con la misma perplejidad que le condujo a fundar una ciencia y a mostrarnos la infinita riqueza de un ser humano que no existe.

lunes, noviembre 02, 2009

Una nueva igualdad después de la crisis Fragmento de la conferencia del historiador Eric Hobsbawm en el Word Political Forum

Fragmento de la conferencia del historiador Eric Hobsbawm en el Word Political Forum
Una nueva igualdad después de la crisis



Eric Hobsbawm
Carta Maior




El “Siglo breve”, o XX, fue un período marcado por un conflicto religioso entre ideologías laicas. Por razones más históricas que lógicas, fue dominado por la contraposición de dos modelos económicos –e incluso dos modelos excluyentes entre sí–: el “Socialismo”, identificados con economías centralmente planificadas de tipo soviético, y el “Capitalismo”, que cubría todo el resto.

Esa contraposición, aparentemente fundamental, entre un sistema que ambiciona sacar del medio del camino a las empresas privadas interesadas en las ganancias (el mercado, por ejemplo) y uno que pretendía liberar al mercado de toda restricción oficial o de otro tipo, nunca fue realista. Todas las economías modernas deben combinar público y privado de varios modos y en varios grados, y de hecho hacen eso. Ambas tentativas de vivir a la altura de esa lógica totalmente binaria, de esas definiciones de “capitalismo” y “socialismo”, fallaron. Las economías de tipo soviético y las organizaciones y gestiones estatales no sobrevivieron a los años ´80. El “fundamentalismo de mercado” anglo-norteamericano quebró en 2008, en el momento de su apogeo. El siglo XXI tendrá que reconsiderar, por lo tanto, sus propios problemas en términos mucho más realistas.

¿Cómo influyó todo eso sobre los países que en el pasado eran devotos del modelo “socialista”? Bajo el socialismo, se encontraron con la imposibilidad de reformar sus sistemas administrativos de planeamiento estatal, incluso cuando sus técnicos y sus economistas fueran plenamente conscientes de sus principales carencias. Los sistemas –no competitivos a nivel internacional– fueron capaces de sobrevivir hasta que quedaron completamente aislados del resto de la economía mundial.

Ese aislamiento, por lo tanto, no pudo ser mantenido en el tiempo, y cuando el socialismo fue abandonado –sea inmediatamente de la caída de los regímenes políticos como en Europa Oriental, sea por el propio régimen, como en China o en Vietnam– sin ningún preaviso, ellos se encontraron inmersos en aquello que para muchos parecía ser la única alternativa disponible: el capitalismo globalizado, en su forma entonces predominante de capitalismo de libre mercado.

Las consecuencias directas en Europa fueron catastróficas. Los países de la ex Unión Soviética todavía no han superado sus repercusiones. China, para su suerte, escogió un modelo capitalista diferente al del neoliberalismo anglo-norteamericano, prefiriendo el modelo mucho más dirigista de las “economías tigres” o de asalto de Asia oriental, pero abrió el camino para su “gigantesco salto hacia adelante” con muy poca preocupación y consideración por las implicaciones sociales y humanas.

Ese período está casi a nuestras espaldas, así como el del predominio global del liberalismo económico extremo de matriz anglonorteamericana, incluso cuando no sepamos cuales cambios implicará la crisis mundial en curso –la más grave desde los años 30- cuando los impresionantes acontecimientos de los últimos dos años consiguieran superarse. Una cosa, en efecto, es desde ya muy clara: está en curso una alternancia de enormes proporciones de las viejas economías del Atlántico Norte al Sur del planeta y principalmente al Asia oriental.

En estas circunstancias, los ex Estados soviéticos (incluyendo aquellos todavía gobernados por partidos comunistas) están teniendo que enfrentar problemas y perspectivas muy diferentes. Excluyendo de entrada las divergencias de alineamiento político, diré solamente que la mayor parte de ellos continúan relativamente frágiles. En Europa, algunos están asimilando el modelo social capitalista de Europa occidental, aunque tengan una renta media per cápita considerablemente inferior. En la Unión Europea, también es probable prever el surgimiento de una doble economía. Rusia, recuperada en cierta medida de la catástrofe de los años 90, está casi reducida a un país exportador, poderoso pero vulnerable, de productos primarios y de energías y fue hasta ahora incapaz de reconstruir una base económica mejor equilibrada.

Las reacciones contras los excesos de la era neoliberal llevaron a un retorno, parcial, a formas de capitalismo estatal acompañadas por una especie de regresión a algunos aspectos de la herencia soviética. Claramente, la simple “imitación de Occidente” dejó de ser una opción posible. Ese fenómeno todavía es más evidente en China, que desenvolvió con considerable éxito un capitalismo poscomunista propio, a tal punto que, en el futuro, puede también ocurrir que los historiadores puedan ver en ese país el verdadero salvador de la economía capitalista mundial en la crisis en la que nos encontramos actualmente. En síntesis, no es más posible creer en una única forma global de capitalismo o de poscapitalismo.

En todo caso, delinear la economía del mañana es tal vez la parte menos relevante de nuestras preocupaciones futuras. La diferencia crucial entre los sistemas económicos no reside en su estructura, sino más bien en sus prioridades sociales y morales, y éstas deberían ilustrar dos de sus aspectos de fundamental importancia a ese propósito.

Lo primero es que el fin del comunismo comportó la desaparición repentina de valores, hábitos y prácticas sociales que habían marcado la vida de generaciones enteras, no sólo en los regímenes comunistas en sentido estricto, sino también los del pasado pre comunista que, bajo esos regímenes, en buena parte se habían protegido. Debemos reconocer cuán profundos y graves fueron el shock y la desgracia en términos humanos que fueron padecidos como consecuencia de ese brusco e inesperado terremoto social. Inevitablemente, serán necesarias varias décadas antes de que las sociedades poscomunistas encuentren en la nueva era una estabilidad en su modus vivendi, y algunas consecuencias de esa desagregación social, de la corrupción, de la criminalidad institucionalizada podrían exigir todavía mucho más tiempo para ser derrotadas.

El segundo aspecto es que tanto la política occidental del neoliberalismo, como las políticas poscomunistas que ella inspiró, subordinaron propositivamente el bienestar y la justicia social a la tiranía del Producto Interior Bruto (PIB): el mayor crecimiento económico posible, deliberadamente inequitativo. Haciendo esto, ellos minaron –y en los ex países comunistas hasta destruyeron– los sistemas de asistencia social, de bienestar, los valores y las finalidades de los servicios públicos. Todo ello no constituye una premisa de la cual partir, sea para el “capitalismo europeo con rostro humano” de las décadas posteriores a 1945, sea para satisfactorios sistemas mixtos poscomunistas.

El objetivo de una economía no es el beneficio, sino el bienestar de toda la población. El crecimiento económico no es un fin, sino un medio para dar vida a las sociedades buenas, humanas y justas. No importa como llamamos a los regímenes que buscan esa finalidad. Importa únicamente cómo y con qué prioridades podremos combinar las potencialidades del sector público y del sector privado en nuestras economías mixtas. Esa es la prioridad política más importarte del siglo XXI.

Eric Hobsbawm es el decano de la historiografía marxista británica. Uno de sus últimos libros es un volumen de memorias autobiográficas: Años interesantes, Barcelona, Critica, 2003.

Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos Abel Suárez

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2872