http://www.jornada.unam.mx/2014/11/16/opinion/028a1mun
Claudio Lomnitz
E
l viernes 14 de noviembre falleció en Berkeley, California, el argentino Tulio Halperín Donghi, quien fue, con toda probabilidad, el historiador latinoamericano más importante de los últimos 40 años. Recibí la noticia en Buenos Aires, el mismo viernes, en una conferencia sobre historia intelectual latinoamericana, organizada por varios de sus amigos más próximos. La consternación de todos –el sentimiento de una pérdida irreparable– convivía con una conciencia difusa y dolorosa de que esta muerte marca también el final de una época y de un ejercicio crítico de investigación y de implicación en el debate público que no será ya nunca igual.
Tulio Halperín fue autor de numerosos libros de historia de la república Argentina, que consiguen, en su conjunto y cada uno, promover una reflexión crítica del fracaso de la idea nacional y de la polarización social como pasión y destino.
Conocí a Tulio hace unos 15 años en la Universidad de Chicago. Había venido de California por una iniciativa coordinada por uno de sus estudiantes, Nils Jacobsen, y por mi, y tuvimos la buena fortuna de traerlo justo en un día tibio y primaveral –no hay nunca más de dos o tres semanas así en el año en Chicago– y pude por eso pasear varias horas totalmente placenteras con Tulio. La pasión por la conversación era una marca de Tulio y un punto natural de identificación entre nosotros. Pasamos de manera natural del chisme profesional a la historia, a impresiones de la política en América Latina y en Estados Unidos.
La conferencia que dio Tulio en esa ocasión me dejó una impresión profunda –era la primera vez que lo escuchaba hablar. Y creo que nunca he visto una demostración parecida de profundidad, inteligencia, ironía, erudición y memoria. No resumo el contenido de su charla –que a estas alturas está ya desdibujada en mi memoria–, sino que me detengo en vez en un detalle:
Tulio llegó a dar su conferencia armado sólo de un lápiz. No traía papel ni un cuaderno. Tampoco un portafolios. Y así, desnudo de cualquier apoyo a la memoria, se sentó en la cabecera de la mesa de seminarios, puso el lápiz sobre la mesa y nos dio una conferencia de 45 minutos perfectamente armada –diría yo que perfectamente redactada–, como si se hubiera aprendido de memoria uno de sus brillantes textos. Hijo de un profesor de latín y de una profesora de castellano, Tulio fue un notable escritor y estilista, y su conferencia era también así: una composición perfecta, presentada con todo y citas textuales de fuentes primarias. Nunca había visto –ni he visto desde entonces– alguien con una memoria así, alguien capaz de una hazaña así. Y toda la conferencia, tan rica tanto a nivel de análisis como de investigación, mezclada siempre con el gozo de un amor por el prójimo, hecho manifiesto, curiosamente, por un rasgo que usualmente no asociamos con el amor: la malicia y la ironía.
En la voz y en la escritura de Tulio la malicia y la ironía, el gusto por el chisme y por lo mundano, era ante todo un regodeo en la condición humana, una obstinación por no permitir que las circunstancias de cada uno fuesen hechas de lado como si fuesen insignificantes. Por eso Tulio era un verdadero historiador. Había en ese rasgo una estimación y aprecio por la situación humana –aprecio que lo hacía filosamente crítico y a veces algo temido, pero, creo, siempre respetado, aunque fuera a regañadientes.
El último libro de Tulio, que todavía no leo porque apareció hace pocas semanas, es un breve tratado sobre Belgrano, el único héroe argentino que no ha sido blanco de ataques de peronistas ni de antiperonistas, y que es sometido a un estudio que parece reminiscente en espíritu al tipo de desmitificación histórica que hiciera alguna vez Jorge Ibargüengoitia con la tertulia de la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez en su novela Los pasos de López: el heroísmo como algo menos heroico, como algo más aleatorio, y la virtud como un recurso más bien post hocque desnuda en algo la fragilidad de los mitos nacionales.
La prueba de que la ironía de Halperín no era un simple instrumento punzante, hecho para herir, sino una herramienta de la inteligencia, útil e importante tanto para entender como para participar en la acción social como acto consciente, es el uso que le dio a este recurso en su notable autobiografía, titulada Son memorias, publicada hace pocos años. Es el libro de un historiador ayudando a sus lectores a situarlo, a entender el tiempo desde donde escribe y la historicidad desde donde toma sus decisiones. Se trata de un verdadero modelo de autorreflexión que combina la precisión, la crítica y la pureza estilística ya totalmente decantada. Por otra parte, el sentimiento de Halperín de que la historia de Argentina es la historia de una ilusión fallida, de un experimento colectivo vulnerado y frustrado, le da a este historiador una profundidad en el plano humano que es escaso en los grandes historiadores que vienen de tradiciones triunfantes. Y es, quizá, esta mezcla de dolor y de autoconciencia la que hace de la obra de Tulio Halperín Donghi un verdadero hito y punto de referencia en la conciencia latinoamericana.
La última vez que lo vi fue en Berkeley, hace como tres años. Caminamos un poco por el bello campus de la universidad y nos fuimos a comer. Tulio estaba muy delgado y frágil en lo físico, encorvado, y con una temblorina fuerte en la mano, pero no le faltaba una pizca de energía en la conversación, en la curiosidad, ni en su capacidad agudísima de análisis. Conversamos sobre su largo ensayo sobre fray Servando de Teresa y Mier que me había enviado, y sobre mi interés por Francisco Bulnes y por los científicos durante el porfirato. Hablamos de México y de Argentina –Tulio a veces expresaba cierta admiración por algunas de las salidas originales del viejo Partido Revolucionario Institucional. Le parecía que México había sido siempre un país tan pobre que gobernarlo tenía que ser apreciado como un verdadero arte, como una invención. Hablamos de la crisis del estado de California y las dificultades por las que pasaba la universidad estadunidense, y nos pusimos al corriente. Lo acompañé a la parada del autobús.
Tulio Halperín Donghi fue un gran pensador y un investigador prolífico y original, además de ser un escritor y conversador notable que tuvo la pasión y la modestia de no dejar nunca de interesarse en los demás.
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