Tomado de http://www.laprensagrafica.com/2014/09/21/nos-duele-ser-tan-pequeos
21 de Septiembre de 2014 a la(s) 6:0 - Una entrevista de Sigfredo Ramírez / Fotografías de Víctor Peña
Es historiador y director nacional de investigación cultural. En el aniversario 193 de la independencia, Sajid Herrera habla de su obra más reciente, en la que repasa algunos de los conceptos que marcaron la historia política y el nacimiento como República de El Salvador.
Esta mañana la oficina del historiador Sajid Herrera es un caos. Él es el único que parece entender el principio y el fin de este desorden al que llama mudanza. En el suelo hay varias cajas repletas de toda clase de libros. Su amplio escritorio también luce desbordado de textos –hay una copia de la obra “Luz negra” de Álvaro Menéndez Leal–, adornos y su computadora portátil. En medio de todo el caos está Sajid.
Es la planta alta del edificio A-5 en el corazón del Centro de Gobierno. El historiador se acaba de trasladar a su nueva oficina. Se excusa del desorden y habla de la mudanza:
—Lo que quería era armar una sala de lectura, pero no se va a poder —explica Herrera.
—¿Por qué no se puede?
–No hay suficiente espacio, en esta oficina todavía falta ubicar a dos colegas más.
El investigador se para junto a las cajas llenas de libros. Después se sienta tras su escritorio. Los últimos meses han sido de mucho trabajo para Sajid Herrera. El historiador salvadoreño es el coordinador del libro recién publicado “Centroamérica durante las revoluciones atlánticas: el vocabulario político, 1750-1850”; un trabajo que reúne los ensayos de investigadores de toda la región y que explica el desarrollo de conceptos políticos básicos para entender el presente.
Un nuevo punto de vista histórico para explicar un ámbito –el político– que parece estar relacionado con todo en la sociedad. El libro recoge pasajes que parecen recientes como el documentado por el arzobispo Cortés y Larraz en 1770, que lamentó que un vecino de San Salvador dejó 6,000 pesos para la fundación de un hospital y los regidores usaron el dinero para construir una fuente en la plaza mayor. Quizás el primer caso registrado de malversación de fondos en la administración pública.
En una hora y media de conversación, Herrera desentraña otros pasajes del libro, como una carta escrita por Manuel José Arce en la que reniega que El Salvador sea una república independiente de Centroamérica por su diminuta extensión geográfica y su falta de riquezas. Mientras el historiador habla, los helicópteros del Ejército sobrevuelan el Centro de Gobierno preparándose para el acto del 15 de septiembre.
El Salvador es el país de la eterna campaña política. Desde el punto de vista histórico, ¿siempre fue así?
Se puede decir que sí, a diferencia de otros países vecinos como Guatemala, donde la prioridad de las agendas es lo étnico, aquí de lo que más se habla es de lo político. Y aún más, de lo partidario. Si uno revisa los periódicos, por lo menos a lo largo del siglo XX, se da cuenta que lo político siempre ha tenido una primacía sobre los demás temas del país.
¿Incluso más que el tema de la violencia?
Sí, cualquiera podría pensar que la violencia no es un tema político, pero aquí ha estado concatenado a ello. Y yo diría que los dos temas se han relacionado más en las últimas décadas. Aunque todavía nos faltan estudios para conocer cómo ha evolucionado la violencia. Actualmente el investigador de la dirección, Óscar Meléndez, está trabajando el tema de la violencia social en el siglo XX, sobre todo en la época de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944).
¿Cómo se ha relacionado la violencia con lo político?
Bueno, viendo esto del martinato, uno pensaría que la violencia social en la época de la dictadura no existió o fue leve, porque era un régimen de mano dura. Eso es lo que se nos ha contado. Pero Óscar Meléndez ha revisado los índices judiciales de los años que duró la dictadura y ha sacado una media de cinco a seis homicidios diarios. Hace poco por la tregua entre pandillas llegamos a esos niveles y todos dijimos “ha bajado”. Pero con estos estudios surge la pregunta si bajó o simplemente volvió a los índices históricos del país.
Pero la historia de la política es pocas veces contada en El Salvador más allá del siglo XX…
Claro, y parece raro en un país cuyos temas importantes siempre giran en torno a la Asamblea Legislativa, los nuevos partidos como GANA, diputados tránsfugas y más. Hasta los salvadoreños que digan que a ellos no les importa la política con esa negación están siendo partícipes de esa vida política que tiene primacía en el país. El libro que publicamos recientemente trata de volver a los orígenes más remotos de la política moderna.
¿De qué trata este nuevo libro que profundiza en la historia política?
Es un proyecto que intenta ser un diccionario no tradicional de términos políticos. Conceptos como partidos políticos, opinión pública, Estado, que aunque son de finales del siglo XVIII son muy actuales en la jerga política y social del país. Pero estas ideas se desarrollan en un proceso de 100 años (1750-1850). Muchas veces pensamos que el concepto de partido político siempre ha sido el mismo, pero si revisamos la historia nos damos cuenta que el término ha ido cambiando con el tiempo. A través del libro podemos conocer la evolución de la política y cómo se fueron constituyendo las instituciones del país que ahora son tan normales para nosotros.
¿Por qué en la investigación se decide retomar esos 100 años entre 1750 y 1850?
Porque esos años de la historia marcan un terremoto político al que llaman revoluciones atlánticas. Entre estos años ocurren cuatro grandes cambios que impactan a Centroamérica: las reformas borbónicas, los procesos de liberalismo español –la Constitución de Cádiz–, las independencias y la construcción de los Estados nacionales. Una serie de transformaciones que implicaron cambios a nivel político, jurídico, social y económico, de los cuales somos herederos. Nuestro sistema de partidos, elecciones para elegir representantes, un congreso que se arroga representar al pueblo y el poder dividido en el Órgano Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
¿Cómo es la evolución de conceptos políticos como partido?
El concepto de partido cambió desde grupos opositores a las autoridades en función hasta asociaciones políticas tal y como las conocemos ahora: estructuradas, con normativas propias y cuyos miembros deben lealtad a sus estatutos. Es a lo largo del siglo XIX y a principios del XX que ya se forman los partidos políticos que conocemos.
En el ámbito político de países del área como Honduras se ve este claro origen porque todavía existen bandos como liberales y conservadores (ahora nacionales). ¿Qué ocurre en El Salvador?
Sí, ese es un claro ejemplo de la herencia del siglo XIX en Honduras, del bipartidismo que dominó por años. Esos dos bandos también estaban en El Salvador. Mucha gente ha llegado a pensar que esos eran los únicos partidos que existían, pero no fue así. Había una cantidad de movimientos políticos como los francmasones, católicos y otros. Actualmente tenemos un proyecto de investigación del liberalismo. Hemos revisado periódicos de la época para conocer la relación entre francmasonería y el Estado salvadoreño en el siglo XIX. El presidente (Rafael) Zaldívar –jefe de Estado de 1876 a 1885– fue representante de la francmasonería.
Entrando de lleno en el libro, usted se encarga de desarrollar el concepto de civilización, ¿por qué se considera un término político?
Civilización en este periodo es un concepto clave en América Latina porque fue la viñeta que se puso a los pueblos que apostaban por el “progreso”. ¿Cuáles países iban por esa senda? Todos los que comenzaban un proceso de imitación. El filósofo mexicano Leopoldo Cea asegura que América Latina nace imitando. Primero imita a España, luego a Francia, Inglaterra y últimamente a Estados Unidos. Entonces civilización indica cómo las élites centroamericanas se veían a sí mismas y sus países por la senda del progreso. Eso marcó la fundación de nuestros países y su vida política.
¿Qué implicaba ser civilizados?
Bueno, tener acceso a los medios impresos, libertad de prensa, pero hubo un momento que el símbolo del progreso y la civilización fue la locomotora. Sobre todo a finales del siglo XVIII.
En un pasaje del texto se menciona que en 1843 había centroamericanos que no consideraban a Francisco Morazán civilizado por elegir la vía armada…
Claro, porque aunque Morazán era letrado y culto no era capaz de solucionar los problemas por la vía pacífica. En Centroamérica no tuvimos guerra por la independencia, pero hubo inestabilidad política a lo largo del siglo XIX. El 60 % de los presupuestos de los nacientes Estados eran destinados al ministerio de guerra. Lo demás para educación, salud y obras públicas. Teníamos estados muy conflictivos y uno de los significados de civilización implicaba ser capaz de solucionar los problemas sin recurrir a las armas.
¿Se mantuvo por mucho tiempo ese significado en contraposición a lo bélico?
No, hubo un momento en que se invocó la civilización a través de la guerra. Incluso ya en el siglo XX no se ocupó el término civilización, pero sí democracia. Como cuando Estados Unidos invade Irak y justificó todo diciendo que fue “en nombre de la democracia y la libertad”. ¿Qué significa? Es la civilización occidental la que ha creado la democracia y la libertad que conocemos. Entonces el término civilización se usó para invocar la guerra o la defensa de un país frente a otro.
El prócer Manuel José Arce también usa “civilización” para referirse a la laboriosidad…
Sí, el se refiere a una noción de civilización como sinónimo de trabajo, educación e ilustración. Pero el término de civilización también implicó un pueblo frente a otro: el criollo frente al indígena. A su vez, asumir la civilización significó el nacimiento de algunas instituciones que se forjaron a mediados del siglo XIX y que todavía marcan nuestra vida, como la penitenciaria.
¿Qué tiene que ver civilidad con las prisiones?
Se refiere a las formas como el Estado iba a aplicar las penas a los ciudadanos que infringen la ley. Un Estado incivilizado y bárbaro era aquel que castigaba a sus ciudadanos con la pena de muerte. Uno civilizado conoce el valor de los brazos para el progreso económico. Las personas son su fuerza laboral. Un gobierno civilizado debe razonar y tiene que reformar a los delincuentes en centros penitenciarios. Así es como nacen las cárceles de las que discutimos tanto por la espiral de violencia que vivimos.
¿Cómo se castigaba antes de esto a los delincuentes?
En la época colonial se daban 200 azotes a aquellos que habían infringido una ley. Algo así como un robo. Pero eso era una pena bárbara.
Otra referencia de civilidad es una carta que Manuel José Arce escribe a Antonio Cañas en donde expresa que El Salvador no debe de ser un país independiente por incivilizado…
Sí, después del fracaso de la República Federal de Centroamérica entre 1838 y 1839, todos los estados se declaran repúblicas libres y soberanas. En ese contexto de separación es que Arce, exiliado en México, le escribe a Antonio José Cañas, que era jefe de Estado salvadoreño, y le increpa por firmar la separación de la república federal. En lenguaje nuestro le escribió: “Mira, si éramos el Estado más pequeño debimos permanecer unidos a Centroamérica o haber luchado por la unión. Más si la capital de la federación estaba en San Salvador”.
¿Por qué Arce se refiere a El Salvador como incivilizado?
Ah, es que esa carta es bien iluminadora. Arce le pidió a Cañas que se acordase cuando luchaban por la independencia de España y luego frente al imperio mexicano en 1822. “Tú y yo éramos conscientes de que la intendencia de San Salvador no puede ser un país independiente por sí solo. No tiene ni la riqueza ni la ilustración –la civilización– suficiente en su pueblo”, escribió Arce. Con mis colegas historiadores comento que Arce tenía una claridad increíble. Es la misma claridad que tenemos casi 200 años después: este país por sí mismo es insuficiente.
¿Usted diría que esa carta de Arce es su principal hallazgo de la investigación?
No, pero para mí fue un hallazgo interesante porque me permite entender más en el proceso de construcción del Estado de El Salvador. Una etapa de la que me siguen asaltando dudas.
Pero desde ahí el salvadoreño comenzó a interiorizar el tamaño del país como un lastre…
Sí, es algo que se escucha siempre, el tamaño del país es un asunto que siempre nos asalta. Los alumnos me lo preguntan siempre que expongo de la independencia en escuelas. Yo lo explico con una serie de mapas que vienen de 1786. Ese año, Centroamérica se organiza por intendencias y la de San Salvador es muy pequeña en comparación de las demás. ¿Por qué nos tocó una intendencia tan ínfima? La razón es que lo que hoy es Guatemala y El Salvador eran las dos regiones con más población desde la época prehispánica.
¿Qué tan poblado estaba El Salvador?
Solo en el oriente salvadoreño había más pueblos de indios que en toda Nicaragua. ¿Cuál fue la idea de la corona al crear una intendencia en este pedacito de tierra? Que había mucha población y producción de añil. Los españoles pensaron que con autoridades cercanas se podía vigilar mejor el añil. En ese momento no importaba el tamaño de El Salvador porque toda Centroamérica era parte de una monarquía. Pero ya como país nos duele ser tan pequeños.
Así que de alguna forma se puede explicar la pequeñez del país por su producción preindustrial de añil o el hierro de Metapán…
Sí, era la cultura del monocultivo. A la producción por región. Fue algo que pasó después con el café. Así que mientras Honduras y Nicaragua eran zonas de ganado, Guatemala de telas y comida, El Salvador siempre estuvo relacionado al añil. Es la teoría de la dependencia y cómo las colonias españolas en América Latina siempre estuvieron sometidas a sola una línea de cultivo.
Además de desarrollar el significado de civilización, usted también escudriña en la historia del concepto “Constitución”. ¿Cómo se puede resumir el inicio de la vida constitucional en Centroamérica?
Bueno, en este periodo de 1750 a 1850 es que nace esta gran transformación de pasar que el rey de España sea el centro de la vida política a que un libro llamado Constitución rija nuestra vida. Lo constitucional no nació con la independencia ni fue un invento de un par de diputados a inicios del siglo XX. Antes el término Constitución significaba un conjunto de reglamentos de una corporación: una universidad, una cofradía, entre otras. Pero a inicios del siglo XIX (1810-1814), con la revolución liberal en España y América, Constitución ya no se refiere a las normativas de cada institución, sino que un solo libro, una sola ley que va a regir los destinos de una nación y representa su soberanía.
¿Pero este cambio hacia lo constitucional significó algo para los centroamericanos de aquella época?
Por supuesto, antes de esto cuando asumía un nuevo rey se le tenía que jurar lealtad y en cada ciudad del Reino de Guatemala se armaban tablados, una especie de tarimas, para prestar ese juramento. Si todavía fuéramos parte de la monarquía española, lo hubiéramos hecho por Felipe VI. En aquella época nadie sabía cómo era el rey, así que lo dibujaban como lo imaginaban y las autoridades locales dictaban el juramento. Todos frente a aquel cuadro rústico que simulaba al rey. Pero cuando se promulga la Constitución de Cádiz ya no se jura al rey, sino a la Constitución. Ocurre un terremoto político y la Constitución se pasea como libro abierto por las tarimas y se convierte en un fetiche político, un símbolo de veneración.
Un fetiche político que llega hasta nuestros días…
Sí, en algunos países de Latinoamérica todavía se acostumbra que el presidente rinda juramento a la Constitución, los evangelios y un crucifijo. Todo es muy colonial. Aquí solo jura el presidente en nombre de todos. Pero esa tradición que la ciudadanía jurara la Constitución duró todo el siglo XIX en El Salvador. En 1861 Gerardo Barrios hasta obliga a los curas a jurar la Constitución ante su negativa. Él les recuerda: acuérdense que desde la Constitución de Cádiz todos estamos obligados a jurar. Imagine el valor de un libro jurídico en nuestras vidas.
Este libro retoma el vocabulario político de esta época. ¿Por qué es importante este aspecto?
Bueno, la investigación pretende analizar cómo el lenguaje político se va fraguando junto a la formación de las instituciones republicanas. No solo nos hemos centrado en las transformaciones atlánticas, sino que también cómo el lenguaje de los actores políticos va cambiando. Estos actores son parte de la construcción del Estado, de la construcción de la soberanía y la concepción de independencia.
En ese contexto, ¿cómo es el nacimiento de la opinión pública en Centroamérica?
Bueno, el concepto cambió bastante. Previo a la revolución liberal española, opinión pública significaba lo que piensa un pueblo, lo que piensan los vecinos de Santa Elena, Usulután o de Chalchuapa, en Santa Ana. Pero a inicios del siglo XIX, el término se refiere a la opinión de la nación, el pueblo salvadoreño. En esa época es cuando los primeros periódicos centroamericanos de la década de 1820 comienzan a decir que representan la voz de la nación, así es como las élites se arrogaban a sí mismas ser la voz de lo que el pueblo pensaba.
¿Podían publicar lo que quisieran?
Es que esto viene desde el decreto de la libertad de imprenta en la Constitución de Cádiz del 10 de octubre de 1810. En ese momento se declara que cualquier vasallo del reino puede escribir y publicar lo que quiera en términos políticos, salvo religiosos, sin previa censura. Son los esbozos de la libertad de prensa moderna.
¿A quién pertenecían los periódicos en Centroamérica?
Eran privados y también había periódicos católicos. Muchos eran quincenales y otros mensuales. La portada del libro es una alegoría sacada del periódico El Salvadoreño de 1826. Lo increíble es que durante el siglo XIX usted va a encontrar una cantidad increíble de periódicos: la sociedad de médicos tenía el suyo, las señoras del hogar San Vicente de Paul, el arzobispado, la gaceta oficial, los privados, la ciudad de Santa Ana, San Miguel, La Libertad, entre otros. Surge la pregunta de quién leía todo ese material si estábamos con los índices de analfabetismo muy altos. Yo he encontrado una razón plausible en otras regiones de América Latina: los leían en la plaza pública. Así se daban cuenta de las noticias.
Era el internet de esa época…
Claro, mire, la Constitución de Cádiz, que tenía más de 380 artículos y se leyó hasta cuatro veces en el púlpito de todas las iglesias de este país. Me imagino a la gente contenta escuchándola, indígenas y ladinos escuchando hasta cuatro veces 380 artículos. ¿Cree que ahora escucháramos toda una Constitución? La idea era que más o menos se les quede grabado. Claro, era una sociedad cuyo medio de diversión era ese.
¿Qué otras investigaciones de carácter político-histórico ha realizado?
En marzo de este año la Universidad Jaime I de Valencia, España, publicó un libro en el que escribí sobre el origen de las municipalidades en El Salvador. Es una parte de la historia política nacional que está relacionada al surgimiento de la ciudadanía y las elecciones. Tiene que ver con el poder que tuvieron los pueblos al final del periodo colonial, el acondicionamiento para el surgimiento del Estado salvadoreño.
¿El poder de las municipalidades era más fuerte que ahora?
Claro, el poder local administraba la justicia. Era una función interina, pero ese interinato duró 100 años (Siglo XIX) porque el Estado fue incapaz de formar a sus jueces de letras. Las alcaldías tuvieron un poder fundamental en cuanto a lo económico y judicial. Pero en cuanto a proyectos futuros pensamos seguir con el macroproyecto de conceptos políticos y ya se están planteando los nuevos periodos a estudiar, como el siglo XX.
¿Qué conceptos políticos del siglo XX se podrían desarrollar?
Una de las definiciones más interesantes sería la del término “revolución”, que solo de la década de 1960 para adelante tuvo un cambio radical. Primero era usada casi todo el tiempo por el régimen militar del teniente coronel Óscar Osorio. Se refería como “la revolución” a la construcción de represas, al Instituto de Vivienda Urbana (IVU), a los intentos de reforma agraria, a la autonomía de la Universidad de El Salvador (UES). La revolución era santificada.
Pero después vino el conflicto armado…
Exacto, un par de años después, la revolución pasa a ser algo horrendo para este país. Porque para las autoridades era sinónimo de los grupos guerrilleros, del comunismo internacional. El FMLN se la arrogaba: “Nosotros lideramos la revolución”. Pero esas serán investigaciones futuras.
Es la planta alta del edificio A-5 en el corazón del Centro de Gobierno. El historiador se acaba de trasladar a su nueva oficina. Se excusa del desorden y habla de la mudanza:
—Lo que quería era armar una sala de lectura, pero no se va a poder —explica Herrera.
—¿Por qué no se puede?
–No hay suficiente espacio, en esta oficina todavía falta ubicar a dos colegas más.
El investigador se para junto a las cajas llenas de libros. Después se sienta tras su escritorio. Los últimos meses han sido de mucho trabajo para Sajid Herrera. El historiador salvadoreño es el coordinador del libro recién publicado “Centroamérica durante las revoluciones atlánticas: el vocabulario político, 1750-1850”; un trabajo que reúne los ensayos de investigadores de toda la región y que explica el desarrollo de conceptos políticos básicos para entender el presente.
Un nuevo punto de vista histórico para explicar un ámbito –el político– que parece estar relacionado con todo en la sociedad. El libro recoge pasajes que parecen recientes como el documentado por el arzobispo Cortés y Larraz en 1770, que lamentó que un vecino de San Salvador dejó 6,000 pesos para la fundación de un hospital y los regidores usaron el dinero para construir una fuente en la plaza mayor. Quizás el primer caso registrado de malversación de fondos en la administración pública.
En una hora y media de conversación, Herrera desentraña otros pasajes del libro, como una carta escrita por Manuel José Arce en la que reniega que El Salvador sea una república independiente de Centroamérica por su diminuta extensión geográfica y su falta de riquezas. Mientras el historiador habla, los helicópteros del Ejército sobrevuelan el Centro de Gobierno preparándose para el acto del 15 de septiembre.
El Salvador es el país de la eterna campaña política. Desde el punto de vista histórico, ¿siempre fue así?
Se puede decir que sí, a diferencia de otros países vecinos como Guatemala, donde la prioridad de las agendas es lo étnico, aquí de lo que más se habla es de lo político. Y aún más, de lo partidario. Si uno revisa los periódicos, por lo menos a lo largo del siglo XX, se da cuenta que lo político siempre ha tenido una primacía sobre los demás temas del país.
¿Incluso más que el tema de la violencia?
Sí, cualquiera podría pensar que la violencia no es un tema político, pero aquí ha estado concatenado a ello. Y yo diría que los dos temas se han relacionado más en las últimas décadas. Aunque todavía nos faltan estudios para conocer cómo ha evolucionado la violencia. Actualmente el investigador de la dirección, Óscar Meléndez, está trabajando el tema de la violencia social en el siglo XX, sobre todo en la época de la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944).
¿Cómo se ha relacionado la violencia con lo político?
Bueno, viendo esto del martinato, uno pensaría que la violencia social en la época de la dictadura no existió o fue leve, porque era un régimen de mano dura. Eso es lo que se nos ha contado. Pero Óscar Meléndez ha revisado los índices judiciales de los años que duró la dictadura y ha sacado una media de cinco a seis homicidios diarios. Hace poco por la tregua entre pandillas llegamos a esos niveles y todos dijimos “ha bajado”. Pero con estos estudios surge la pregunta si bajó o simplemente volvió a los índices históricos del país.
Pero la historia de la política es pocas veces contada en El Salvador más allá del siglo XX…
Claro, y parece raro en un país cuyos temas importantes siempre giran en torno a la Asamblea Legislativa, los nuevos partidos como GANA, diputados tránsfugas y más. Hasta los salvadoreños que digan que a ellos no les importa la política con esa negación están siendo partícipes de esa vida política que tiene primacía en el país. El libro que publicamos recientemente trata de volver a los orígenes más remotos de la política moderna.
¿De qué trata este nuevo libro que profundiza en la historia política?
Es un proyecto que intenta ser un diccionario no tradicional de términos políticos. Conceptos como partidos políticos, opinión pública, Estado, que aunque son de finales del siglo XVIII son muy actuales en la jerga política y social del país. Pero estas ideas se desarrollan en un proceso de 100 años (1750-1850). Muchas veces pensamos que el concepto de partido político siempre ha sido el mismo, pero si revisamos la historia nos damos cuenta que el término ha ido cambiando con el tiempo. A través del libro podemos conocer la evolución de la política y cómo se fueron constituyendo las instituciones del país que ahora son tan normales para nosotros.
¿Por qué en la investigación se decide retomar esos 100 años entre 1750 y 1850?
Porque esos años de la historia marcan un terremoto político al que llaman revoluciones atlánticas. Entre estos años ocurren cuatro grandes cambios que impactan a Centroamérica: las reformas borbónicas, los procesos de liberalismo español –la Constitución de Cádiz–, las independencias y la construcción de los Estados nacionales. Una serie de transformaciones que implicaron cambios a nivel político, jurídico, social y económico, de los cuales somos herederos. Nuestro sistema de partidos, elecciones para elegir representantes, un congreso que se arroga representar al pueblo y el poder dividido en el Órgano Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
¿Cómo es la evolución de conceptos políticos como partido?
El concepto de partido cambió desde grupos opositores a las autoridades en función hasta asociaciones políticas tal y como las conocemos ahora: estructuradas, con normativas propias y cuyos miembros deben lealtad a sus estatutos. Es a lo largo del siglo XIX y a principios del XX que ya se forman los partidos políticos que conocemos.
En el ámbito político de países del área como Honduras se ve este claro origen porque todavía existen bandos como liberales y conservadores (ahora nacionales). ¿Qué ocurre en El Salvador?
Sí, ese es un claro ejemplo de la herencia del siglo XIX en Honduras, del bipartidismo que dominó por años. Esos dos bandos también estaban en El Salvador. Mucha gente ha llegado a pensar que esos eran los únicos partidos que existían, pero no fue así. Había una cantidad de movimientos políticos como los francmasones, católicos y otros. Actualmente tenemos un proyecto de investigación del liberalismo. Hemos revisado periódicos de la época para conocer la relación entre francmasonería y el Estado salvadoreño en el siglo XIX. El presidente (Rafael) Zaldívar –jefe de Estado de 1876 a 1885– fue representante de la francmasonería.
Entrando de lleno en el libro, usted se encarga de desarrollar el concepto de civilización, ¿por qué se considera un término político?
Civilización en este periodo es un concepto clave en América Latina porque fue la viñeta que se puso a los pueblos que apostaban por el “progreso”. ¿Cuáles países iban por esa senda? Todos los que comenzaban un proceso de imitación. El filósofo mexicano Leopoldo Cea asegura que América Latina nace imitando. Primero imita a España, luego a Francia, Inglaterra y últimamente a Estados Unidos. Entonces civilización indica cómo las élites centroamericanas se veían a sí mismas y sus países por la senda del progreso. Eso marcó la fundación de nuestros países y su vida política.
¿Qué implicaba ser civilizados?
Bueno, tener acceso a los medios impresos, libertad de prensa, pero hubo un momento que el símbolo del progreso y la civilización fue la locomotora. Sobre todo a finales del siglo XVIII.
En un pasaje del texto se menciona que en 1843 había centroamericanos que no consideraban a Francisco Morazán civilizado por elegir la vía armada…
Claro, porque aunque Morazán era letrado y culto no era capaz de solucionar los problemas por la vía pacífica. En Centroamérica no tuvimos guerra por la independencia, pero hubo inestabilidad política a lo largo del siglo XIX. El 60 % de los presupuestos de los nacientes Estados eran destinados al ministerio de guerra. Lo demás para educación, salud y obras públicas. Teníamos estados muy conflictivos y uno de los significados de civilización implicaba ser capaz de solucionar los problemas sin recurrir a las armas.
¿Se mantuvo por mucho tiempo ese significado en contraposición a lo bélico?
No, hubo un momento en que se invocó la civilización a través de la guerra. Incluso ya en el siglo XX no se ocupó el término civilización, pero sí democracia. Como cuando Estados Unidos invade Irak y justificó todo diciendo que fue “en nombre de la democracia y la libertad”. ¿Qué significa? Es la civilización occidental la que ha creado la democracia y la libertad que conocemos. Entonces el término civilización se usó para invocar la guerra o la defensa de un país frente a otro.
El prócer Manuel José Arce también usa “civilización” para referirse a la laboriosidad…
Sí, el se refiere a una noción de civilización como sinónimo de trabajo, educación e ilustración. Pero el término de civilización también implicó un pueblo frente a otro: el criollo frente al indígena. A su vez, asumir la civilización significó el nacimiento de algunas instituciones que se forjaron a mediados del siglo XIX y que todavía marcan nuestra vida, como la penitenciaria.
¿Qué tiene que ver civilidad con las prisiones?
Se refiere a las formas como el Estado iba a aplicar las penas a los ciudadanos que infringen la ley. Un Estado incivilizado y bárbaro era aquel que castigaba a sus ciudadanos con la pena de muerte. Uno civilizado conoce el valor de los brazos para el progreso económico. Las personas son su fuerza laboral. Un gobierno civilizado debe razonar y tiene que reformar a los delincuentes en centros penitenciarios. Así es como nacen las cárceles de las que discutimos tanto por la espiral de violencia que vivimos.
¿Cómo se castigaba antes de esto a los delincuentes?
En la época colonial se daban 200 azotes a aquellos que habían infringido una ley. Algo así como un robo. Pero eso era una pena bárbara.
Otra referencia de civilidad es una carta que Manuel José Arce escribe a Antonio Cañas en donde expresa que El Salvador no debe de ser un país independiente por incivilizado…
Sí, después del fracaso de la República Federal de Centroamérica entre 1838 y 1839, todos los estados se declaran repúblicas libres y soberanas. En ese contexto de separación es que Arce, exiliado en México, le escribe a Antonio José Cañas, que era jefe de Estado salvadoreño, y le increpa por firmar la separación de la república federal. En lenguaje nuestro le escribió: “Mira, si éramos el Estado más pequeño debimos permanecer unidos a Centroamérica o haber luchado por la unión. Más si la capital de la federación estaba en San Salvador”.
¿Por qué Arce se refiere a El Salvador como incivilizado?
Ah, es que esa carta es bien iluminadora. Arce le pidió a Cañas que se acordase cuando luchaban por la independencia de España y luego frente al imperio mexicano en 1822. “Tú y yo éramos conscientes de que la intendencia de San Salvador no puede ser un país independiente por sí solo. No tiene ni la riqueza ni la ilustración –la civilización– suficiente en su pueblo”, escribió Arce. Con mis colegas historiadores comento que Arce tenía una claridad increíble. Es la misma claridad que tenemos casi 200 años después: este país por sí mismo es insuficiente.
¿Usted diría que esa carta de Arce es su principal hallazgo de la investigación?
No, pero para mí fue un hallazgo interesante porque me permite entender más en el proceso de construcción del Estado de El Salvador. Una etapa de la que me siguen asaltando dudas.
Pero desde ahí el salvadoreño comenzó a interiorizar el tamaño del país como un lastre…
Sí, es algo que se escucha siempre, el tamaño del país es un asunto que siempre nos asalta. Los alumnos me lo preguntan siempre que expongo de la independencia en escuelas. Yo lo explico con una serie de mapas que vienen de 1786. Ese año, Centroamérica se organiza por intendencias y la de San Salvador es muy pequeña en comparación de las demás. ¿Por qué nos tocó una intendencia tan ínfima? La razón es que lo que hoy es Guatemala y El Salvador eran las dos regiones con más población desde la época prehispánica.
¿Qué tan poblado estaba El Salvador?
Solo en el oriente salvadoreño había más pueblos de indios que en toda Nicaragua. ¿Cuál fue la idea de la corona al crear una intendencia en este pedacito de tierra? Que había mucha población y producción de añil. Los españoles pensaron que con autoridades cercanas se podía vigilar mejor el añil. En ese momento no importaba el tamaño de El Salvador porque toda Centroamérica era parte de una monarquía. Pero ya como país nos duele ser tan pequeños.
Así que de alguna forma se puede explicar la pequeñez del país por su producción preindustrial de añil o el hierro de Metapán…
Sí, era la cultura del monocultivo. A la producción por región. Fue algo que pasó después con el café. Así que mientras Honduras y Nicaragua eran zonas de ganado, Guatemala de telas y comida, El Salvador siempre estuvo relacionado al añil. Es la teoría de la dependencia y cómo las colonias españolas en América Latina siempre estuvieron sometidas a sola una línea de cultivo.
Además de desarrollar el significado de civilización, usted también escudriña en la historia del concepto “Constitución”. ¿Cómo se puede resumir el inicio de la vida constitucional en Centroamérica?
Bueno, en este periodo de 1750 a 1850 es que nace esta gran transformación de pasar que el rey de España sea el centro de la vida política a que un libro llamado Constitución rija nuestra vida. Lo constitucional no nació con la independencia ni fue un invento de un par de diputados a inicios del siglo XX. Antes el término Constitución significaba un conjunto de reglamentos de una corporación: una universidad, una cofradía, entre otras. Pero a inicios del siglo XIX (1810-1814), con la revolución liberal en España y América, Constitución ya no se refiere a las normativas de cada institución, sino que un solo libro, una sola ley que va a regir los destinos de una nación y representa su soberanía.
¿Pero este cambio hacia lo constitucional significó algo para los centroamericanos de aquella época?
Por supuesto, antes de esto cuando asumía un nuevo rey se le tenía que jurar lealtad y en cada ciudad del Reino de Guatemala se armaban tablados, una especie de tarimas, para prestar ese juramento. Si todavía fuéramos parte de la monarquía española, lo hubiéramos hecho por Felipe VI. En aquella época nadie sabía cómo era el rey, así que lo dibujaban como lo imaginaban y las autoridades locales dictaban el juramento. Todos frente a aquel cuadro rústico que simulaba al rey. Pero cuando se promulga la Constitución de Cádiz ya no se jura al rey, sino a la Constitución. Ocurre un terremoto político y la Constitución se pasea como libro abierto por las tarimas y se convierte en un fetiche político, un símbolo de veneración.
Un fetiche político que llega hasta nuestros días…
Sí, en algunos países de Latinoamérica todavía se acostumbra que el presidente rinda juramento a la Constitución, los evangelios y un crucifijo. Todo es muy colonial. Aquí solo jura el presidente en nombre de todos. Pero esa tradición que la ciudadanía jurara la Constitución duró todo el siglo XIX en El Salvador. En 1861 Gerardo Barrios hasta obliga a los curas a jurar la Constitución ante su negativa. Él les recuerda: acuérdense que desde la Constitución de Cádiz todos estamos obligados a jurar. Imagine el valor de un libro jurídico en nuestras vidas.
Este libro retoma el vocabulario político de esta época. ¿Por qué es importante este aspecto?
Bueno, la investigación pretende analizar cómo el lenguaje político se va fraguando junto a la formación de las instituciones republicanas. No solo nos hemos centrado en las transformaciones atlánticas, sino que también cómo el lenguaje de los actores políticos va cambiando. Estos actores son parte de la construcción del Estado, de la construcción de la soberanía y la concepción de independencia.
En ese contexto, ¿cómo es el nacimiento de la opinión pública en Centroamérica?
Bueno, el concepto cambió bastante. Previo a la revolución liberal española, opinión pública significaba lo que piensa un pueblo, lo que piensan los vecinos de Santa Elena, Usulután o de Chalchuapa, en Santa Ana. Pero a inicios del siglo XIX, el término se refiere a la opinión de la nación, el pueblo salvadoreño. En esa época es cuando los primeros periódicos centroamericanos de la década de 1820 comienzan a decir que representan la voz de la nación, así es como las élites se arrogaban a sí mismas ser la voz de lo que el pueblo pensaba.
¿Podían publicar lo que quisieran?
Es que esto viene desde el decreto de la libertad de imprenta en la Constitución de Cádiz del 10 de octubre de 1810. En ese momento se declara que cualquier vasallo del reino puede escribir y publicar lo que quiera en términos políticos, salvo religiosos, sin previa censura. Son los esbozos de la libertad de prensa moderna.
¿A quién pertenecían los periódicos en Centroamérica?
Eran privados y también había periódicos católicos. Muchos eran quincenales y otros mensuales. La portada del libro es una alegoría sacada del periódico El Salvadoreño de 1826. Lo increíble es que durante el siglo XIX usted va a encontrar una cantidad increíble de periódicos: la sociedad de médicos tenía el suyo, las señoras del hogar San Vicente de Paul, el arzobispado, la gaceta oficial, los privados, la ciudad de Santa Ana, San Miguel, La Libertad, entre otros. Surge la pregunta de quién leía todo ese material si estábamos con los índices de analfabetismo muy altos. Yo he encontrado una razón plausible en otras regiones de América Latina: los leían en la plaza pública. Así se daban cuenta de las noticias.
Era el internet de esa época…
Claro, mire, la Constitución de Cádiz, que tenía más de 380 artículos y se leyó hasta cuatro veces en el púlpito de todas las iglesias de este país. Me imagino a la gente contenta escuchándola, indígenas y ladinos escuchando hasta cuatro veces 380 artículos. ¿Cree que ahora escucháramos toda una Constitución? La idea era que más o menos se les quede grabado. Claro, era una sociedad cuyo medio de diversión era ese.
¿Qué otras investigaciones de carácter político-histórico ha realizado?
En marzo de este año la Universidad Jaime I de Valencia, España, publicó un libro en el que escribí sobre el origen de las municipalidades en El Salvador. Es una parte de la historia política nacional que está relacionada al surgimiento de la ciudadanía y las elecciones. Tiene que ver con el poder que tuvieron los pueblos al final del periodo colonial, el acondicionamiento para el surgimiento del Estado salvadoreño.
¿El poder de las municipalidades era más fuerte que ahora?
Claro, el poder local administraba la justicia. Era una función interina, pero ese interinato duró 100 años (Siglo XIX) porque el Estado fue incapaz de formar a sus jueces de letras. Las alcaldías tuvieron un poder fundamental en cuanto a lo económico y judicial. Pero en cuanto a proyectos futuros pensamos seguir con el macroproyecto de conceptos políticos y ya se están planteando los nuevos periodos a estudiar, como el siglo XX.
¿Qué conceptos políticos del siglo XX se podrían desarrollar?
Una de las definiciones más interesantes sería la del término “revolución”, que solo de la década de 1960 para adelante tuvo un cambio radical. Primero era usada casi todo el tiempo por el régimen militar del teniente coronel Óscar Osorio. Se refería como “la revolución” a la construcción de represas, al Instituto de Vivienda Urbana (IVU), a los intentos de reforma agraria, a la autonomía de la Universidad de El Salvador (UES). La revolución era santificada.
Pero después vino el conflicto armado…
Exacto, un par de años después, la revolución pasa a ser algo horrendo para este país. Porque para las autoridades era sinónimo de los grupos guerrilleros, del comunismo internacional. El FMLN se la arrogaba: “Nosotros lideramos la revolución”. Pero esas serán investigaciones futuras.
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