Las manos en la masa
Creador de una de las teorías políticas más
heterodoxas de los últimos años, apadrinado por Eric Hobsbawm, compañero
de trabajo de Gino Germani y de militancia de Jorge Abelardo Ramos,
Ernesto Laclau ha vuelto a poner el dedo en la llaga política. Esta vez
con La razón populista, un libro provocador que devuelve al centro de la
escena esa noción tan bastardeada y relegada: el populismo. El
esfuerzo, de paso, lo lleva a confrontar con los tres intelectuales
mimados del momento. A continuación, el mismo Laclau refuta las
concepciones monolíticas del poder que proponen Antonio Negri y Michael
Hardt en sus best-sellers intelectuales Imperio y Multitud y expone las
“contorsiones ideológicas” de Slavoj Zizek por conciliar sus propias
contradicciones.
Por Jose Natanson
Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-2286-2005-06-09.html
Ernesto Laclau es una de las grandes voces de la teoría política. Graduado en Historia en la UBA, trabajó junto a Gino Germani y José Luis Romero, y militó en la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos hasta que en 1969 fue convocado por el historiador británico Eric Hobsbawm, quien apadrinó su ingreso a Oxford. Espantado con los altibajos de la democracia argentina, Laclau se quedó a vivir en Inglaterra, donde escribió libros como Emancipación y diferencia y Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Con su teoría de la hegemonía, Laclau fue creando una originalísima reflexión política, muy difícil de encuadrar, que abreva en el marxismo de Gramsci y Derrida y en el psicoanálisis de Lacan, y que subraya el aspecto discursivo de los fenómenos sociales.
En su último libro, provocativamente titulado La razón populista (Fondo de Cultura Económica), Laclau rompe con el análisis micropolítico al que últimamente se han limitado muchas investigaciones de ciencias sociales (ceñidas al pequeño fenómeno, al tema puntual, al matiz imperceptible) y se plantea un objetivo ambicioso: redefinir el populismo como parte de un enfoque, más global, sobre la discusión teórica de la izquierda. El libro, serio candidato a best-seller académico del año, concluye con una demoledora crítica a Michael Hardt y Toni Negri.
¿Por qué critica las concepciones de Imperio y Multitud? –le preguntó Radar a Laclau, que atiende amablemente el teléfono en su departamento cercano a la Universidad de Essex, donde enseña desde hace treinta años.
–Ellos sostienen que hay una realidad, “el Imperio”, que no está dividido, una especie de realidad global. Y yo pienso que la lucha entre distintos bloques de poder sigue siendo importante. En segundo término, ellos sostienen que frente a ese bloque total hay una realidad que se llama “multitud”. Plantean que hay distintos puntos de rechazo al sistema que tienden espontáneamente a unificarse en un actor social común, simplemente porque expresan el hecho de que no hay nada más natural que la oposición al poder por parte de aquel que es explotado. El momento de la articulación política está ausente.
En su libro usted se burla: habla de “la unidad como un regalo del cielo”. ¿Ellos presuponen la unidad de las luchas anticapitalistas?
–Sí. Nosotros hemos planteado que hay una proliferación de puntos de ruptura y antagonismo, pero no presuponemos un estilo manifiesto por el cual estas rupturas y estas luchas tengan que confluir en una lucha unificada. Pensamos que el momento de la articulación política, que por supuesto ya no pasa por la forma de partido en sentido clásico, sigue siendo importante. Eso lo veo en el Foro de Porto Alegre. Ahí se ve una expansión de movimientos que hablan de sus experiencias concretas en distintas partes del mundo, que son afectados por la lógica del capitalismo globalizado. Hay un intento por crear un lenguaje relativamente común que establezca los vínculos entre esos sectores.
¿La mirada de Hardt y Negri despolitiza?
–Su idea de Imperio alude a algo dominante y sin matices: es difícil ver cómo una lucha contra este tipo de agente puede llevarse a cabo. De todos modos, en su planteo hay algunos aspectos que no conviene desdeñar. Ellos han visto que el agente histórico ya no es un agente unificado y homogéneo, como era la clase obrera, sino que es múltiple. En eso estoy de acuerdo. La diferencia es que no la piensan en el marco de una posible articulación: dan por sentado que esta multiplicidad va a producir efectos por sí misma.
¿Es una búsqueda de un sujeto global?
–La función que Hegel atribuía al Estado y Marx al proletariado ahora Zizek espera que la cumpla el imperialismo americano. No hay ninguna base para pensar que las cosas vayan a ser de esa manera. Y no creo que ninguna causa progresista, en ningún lugar del mundo, pueda pensar en esos términos. Por otro lado, Zizek es un ultraizquierdista vociferante en lo que se refiere a la política mundial, obviamente en contradicción con estas posiciones de universalización del proyecto americano, pero al mismo tiempo es miembro del Partido Liberal-Democrático esloveno, que hasta hace unos pocos meses estaba en el poder, y que por supuesto ni remotamente es un partido de estas características, ni siquiera socialista. Es como decía el Martín Fierro: “No hay como el peligro para despejar al mamao”.
La idea, entonces, es sacudir la concepción desdeñosa y peyorativa, y proponer una nueva “racionalidad populista”, que rompa con las dos formas de racionalidad que anuncian el fin de la política: el evento revolucionario total, que al provocar la reconciliación plena de la sociedad consigo misma volvería superfluo el momento político, y la práctica gradualista, que reduce la política a la mera administración. El populismo –dice Laclau– no es un contenido específico sino una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas; en definitiva, una manera de construir lo político.
¿Por qué eligió el titulo La razón populista para su libro? ¿Por qué no La razón popular?
–“Populismo” era un término vilipendiado y yo lo quería llevar al nivel de una racionalidad política más general. Ese es uno de los ejes del libro, que se refleja en ciertas cosas que se dicen hoy en la Argentina. Cuando el ministro de Economía desdeña por populistas a ciertas prácticas, está planteando que hay una forma administrativa de decidir respecto de estas cuestiones. No digo que esté necesariamente equivocado sino que plantea una idea de gestión de la cosa pública que no tiene nada que ver con la construcción de identidades populares más amplias.
La vieja discusión “política contra administración”.
–Sí. Esta idea de pureza de la política como administración estuvo ligada al desarrollo del
neoconservadurismo. Fue la forma en que el menemismo concibió el espacio público.
Ernesto Laclau es una de las grandes voces de la teoría política. Graduado en Historia en la UBA, trabajó junto a Gino Germani y José Luis Romero, y militó en la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos hasta que en 1969 fue convocado por el historiador británico Eric Hobsbawm, quien apadrinó su ingreso a Oxford. Espantado con los altibajos de la democracia argentina, Laclau se quedó a vivir en Inglaterra, donde escribió libros como Emancipación y diferencia y Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Con su teoría de la hegemonía, Laclau fue creando una originalísima reflexión política, muy difícil de encuadrar, que abreva en el marxismo de Gramsci y Derrida y en el psicoanálisis de Lacan, y que subraya el aspecto discursivo de los fenómenos sociales.
En su último libro, provocativamente titulado La razón populista (Fondo de Cultura Económica), Laclau rompe con el análisis micropolítico al que últimamente se han limitado muchas investigaciones de ciencias sociales (ceñidas al pequeño fenómeno, al tema puntual, al matiz imperceptible) y se plantea un objetivo ambicioso: redefinir el populismo como parte de un enfoque, más global, sobre la discusión teórica de la izquierda. El libro, serio candidato a best-seller académico del año, concluye con una demoledora crítica a Michael Hardt y Toni Negri.
¿Por qué critica las concepciones de Imperio y Multitud? –le preguntó Radar a Laclau, que atiende amablemente el teléfono en su departamento cercano a la Universidad de Essex, donde enseña desde hace treinta años.
–Ellos sostienen que hay una realidad, “el Imperio”, que no está dividido, una especie de realidad global. Y yo pienso que la lucha entre distintos bloques de poder sigue siendo importante. En segundo término, ellos sostienen que frente a ese bloque total hay una realidad que se llama “multitud”. Plantean que hay distintos puntos de rechazo al sistema que tienden espontáneamente a unificarse en un actor social común, simplemente porque expresan el hecho de que no hay nada más natural que la oposición al poder por parte de aquel que es explotado. El momento de la articulación política está ausente.
En su libro usted se burla: habla de “la unidad como un regalo del cielo”. ¿Ellos presuponen la unidad de las luchas anticapitalistas?
–Sí. Nosotros hemos planteado que hay una proliferación de puntos de ruptura y antagonismo, pero no presuponemos un estilo manifiesto por el cual estas rupturas y estas luchas tengan que confluir en una lucha unificada. Pensamos que el momento de la articulación política, que por supuesto ya no pasa por la forma de partido en sentido clásico, sigue siendo importante. Eso lo veo en el Foro de Porto Alegre. Ahí se ve una expansión de movimientos que hablan de sus experiencias concretas en distintas partes del mundo, que son afectados por la lógica del capitalismo globalizado. Hay un intento por crear un lenguaje relativamente común que establezca los vínculos entre esos sectores.
¿La mirada de Hardt y Negri despolitiza?
–Su idea de Imperio alude a algo dominante y sin matices: es difícil ver cómo una lucha contra este tipo de agente puede llevarse a cabo. De todos modos, en su planteo hay algunos aspectos que no conviene desdeñar. Ellos han visto que el agente histórico ya no es un agente unificado y homogéneo, como era la clase obrera, sino que es múltiple. En eso estoy de acuerdo. La diferencia es que no la piensan en el marco de una posible articulación: dan por sentado que esta multiplicidad va a producir efectos por sí misma.
Zizek, el contorsionista
Pero Laclau no se limita a polemizar con los autores de Imperio: va más allá, y arremete contra el esloveno Slavoj Zizek –a su vez uno de los críticos más despiadados de Hardt y Negri–, a quien acusa de encarar todo tipo de “contorsiones inverosímiles” para compaginar diferentes teorías en un todo más o menos coherente. “Tiene una posición ambigua”, explica Laclau. “El respondió a una entrevista diciendo que el problema de los Estados Unidos es que actúan como una potencia global y no piensan como una potencia global sino en términos de sus propios intereses. La solución sería, entonces, que pensaran y actuaran como potencia global, que asumieran su rol de gendarmes mundiales. Afirmar esto, para alguien como Zizek que viene de la tradición hegeliana, significa que los Estados Unidos tendrían que ser la clase universal.”¿Es una búsqueda de un sujeto global?
–La función que Hegel atribuía al Estado y Marx al proletariado ahora Zizek espera que la cumpla el imperialismo americano. No hay ninguna base para pensar que las cosas vayan a ser de esa manera. Y no creo que ninguna causa progresista, en ningún lugar del mundo, pueda pensar en esos términos. Por otro lado, Zizek es un ultraizquierdista vociferante en lo que se refiere a la política mundial, obviamente en contradicción con estas posiciones de universalización del proyecto americano, pero al mismo tiempo es miembro del Partido Liberal-Democrático esloveno, que hasta hace unos pocos meses estaba en el poder, y que por supuesto ni remotamente es un partido de estas características, ni siquiera socialista. Es como decía el Martín Fierro: “No hay como el peligro para despejar al mamao”.
Elogio del populismo
Antes de zambullirse en las turbulencias del debate sobre la nueva izquierda, Laclau avanza otro paso en su proyecto, la construcción de una democracia radical, a través de una reconceptualización polémica del concepto de populismo: saca al populismo de los márgenes del análisis -ese lugar de irracionalidad, emotividad y estupidez de las masas al que lo habían relegado las ciencias sociales– y lo reubica en el centro de su reflexión, como parte de un giro teórico que se conecta íntimamente con su historia personal, marcada desde chico por una especie de fascinación por los fenómenos populares. “Yo vengo de una familia yrigoyenista, donde el sentido de lo nacional y popular estaba muy presente. Arturo Jauretche, por ejemplo, era muy amigo de mi padre. Después estuve en la izquierda nacional, tuve un contacto estrecho con Abelardo Ramos, aunque luego evolucionó políticamente en una dirección que no me gustó. Después, cuando llegué a Europa, había una multiplicidad de movimientos post-mayo de 1968. Eso me llevó a pensar la concepción del populismo”, explica.La idea, entonces, es sacudir la concepción desdeñosa y peyorativa, y proponer una nueva “racionalidad populista”, que rompa con las dos formas de racionalidad que anuncian el fin de la política: el evento revolucionario total, que al provocar la reconciliación plena de la sociedad consigo misma volvería superfluo el momento político, y la práctica gradualista, que reduce la política a la mera administración. El populismo –dice Laclau– no es un contenido específico sino una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas; en definitiva, una manera de construir lo político.
¿Por qué eligió el titulo La razón populista para su libro? ¿Por qué no La razón popular?
–“Populismo” era un término vilipendiado y yo lo quería llevar al nivel de una racionalidad política más general. Ese es uno de los ejes del libro, que se refleja en ciertas cosas que se dicen hoy en la Argentina. Cuando el ministro de Economía desdeña por populistas a ciertas prácticas, está planteando que hay una forma administrativa de decidir respecto de estas cuestiones. No digo que esté necesariamente equivocado sino que plantea una idea de gestión de la cosa pública que no tiene nada que ver con la construcción de identidades populares más amplias.
La vieja discusión “política contra administración”.
–Sí. Esta idea de pureza de la política como administración estuvo ligada al desarrollo del
neoconservadurismo. Fue la forma en que el menemismo concibió el espacio público.
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